El amor predicado por la evangelización y la violencia ejercida por los conquistadores
Omar Páramo/Myriam Nuñez
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Aunque suele pensarse que la Conquista de México y la evangelización de los pueblos originarios son cosas muy diferentes, no se podría entender la expansión imperial y comercial de la España de Carlos V, ni la explotación masiva de los yacimientos mineros de América, sin la connivencia de militares y frailes, señaló el profesor Antonio Rubial, de la Facultad de Filosofía y Letras, al participar en el ciclo El Historiador frente a la Historia 2019, organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
“Pese a lo paradójico que pueda sonarnos, los intereses imperiales y los principios católicos estaban en armonía debido a que el cristianismo es una religión tan extraña que es capaz de justificar guerras, Cruzadas e instituciones como la Inquisición y, a un mismo tiempo, predicar sobre amor universal y protección a los débiles”.
Nuestra tendencia a concebir Conquista y evangelización como empresas independientes —señala el académico— es herencia del siglo XIX. De hecho, el ver a la primera como un evento nefasto y a la segunda como lo único rescatable de ese periodo salió de las mentes de los historiógrafos decimonónicos quienes, aunque liberales y hasta masones, en el fondo eran católicos y, por lo mismo, consideraban a la llegada del cristianismo como algo necesario para civilizar a las culturas originarias de Mesoamérica.
“No olvidemos que los religiosos encargados de adoctrinar a los indígenas llegaron a lo que hoy es México justo tras la caída de la gran Tenochtitlan —en 1523 lo hicieron los franciscanos, en 1526 los dominicos y en 1533 los agustinos— ni que todos estos frailes eran funcionarios del rey, pagados por la corona y desembarcados en el Nuevo Mundo con una encomienda: convertir a los indígenas paganos en cristianos susceptibles de ser explotados”.
A decir del profesor Rubial, cristianismo y poder siempre han estado unidos y, desde el principio, la evangelización fue clave para el plan español de expansión y sometimiento. Las tres órdenes —añade— consideraban que la violencia ejercida por los conquistadores era necesaria para hacerles llegar la Biblia a los pueblos originarios y, amparados bajo esta lógica, le decían a los nativos: ‘venimos a darles la salvación, a cambio ustedes deben trabajar para nosotros’.
“El cristianismo defiende una verdad absoluta en la que no cabe lo diferente. Bajo esta óptica el islam, el judaísmo, las herejías cristianas y los cultos prehispánicos debían desaparecer así que, aunque nos hayan dicho tantas veces que fray Bernardino de Sahagún escribió su libro para entender el mundo mesoamericano y rescatarlo para las generaciones futuras esto es falso; lo hizo para que los indígenas no practicaran sus cultos y erradicar idolatrías”.
El profesor Rubial es claro al señalar que en el imaginario colectivo suele verse a los frailes como etnólogos en ciernes sumamente interesados en entender y preservar la cultura, lengua y pensamiento de los pueblos originarios; no obstante, estas ideas corresponden más bien a la Ilustración y a una serie de cambios en el siglo XIX que condujeron a que las sociedades concibieran el respeto y la protección de otras civilizaciones como algo de mucha valía.
“Los religiosos del siglo XVI eran de posturas antagónicas a las recién mencionadas y, a tal grado, que llegaron a comparar a Hernán Cortés con Moisés por haber rescatado a los pueblos indígenas de la esclavitud del pecado y haberlos llevado a la libertad de la salvación. Como se ve, para los frailes desembarcados en la Nueva España la tolerancia era algo impensable, y lo mismo el respeto al otro”.
La religión como escultora de la sociedad
Para el profesor Antonio Rubial, el hecho de que hoy vivamos en una sociedad secular, es decir, en una donde la religión es un asunto personal e individual, hace que olvidemos que en siglos pasados todo giraba en torno a la idea de un dios y ello moldeaba las conductas y formas sociales hasta en sus más mínimos detalles.
“El rey lo era por voluntad divina; el ayuno determinaba lo que la población comía a lo largo del año; las fiestas religiosas interrumpían dinámicas económicas al prohibir el trabajo en ciertas fechas; los templos eran sitios en donde la gente iba a enterarse de las noticias del mundo, y la jornada se medía según el repicar de las campanas (por ejemplo, al mediodía se le conocía como la hora del ángelus)”.
La Iglesia, como administradora del orden social, tenía un gran poder y estaba a la cabeza de una comunidad que, supuestamente, se preparaba para el final de los tiempos, por lo que no debería extrañar que la huella de la evangelización sea perceptible incluso en el ordenamiento del México actual, ya que todos los pueblos hoy conocidos se crearon durante la época colonial, detalla el académico.
“Aunque sedentarios, las comunidades mesoamericanas no estaban urbanizadas en el sentido occidental: tenían un núcleo donde se erigían sus templos y alrededor había múltiples aldeas dispersas en un gran territorio. Ello entorpecía la conversión indígena ya que a veces los frailes tardaban años en volver y, al retornar de donde habían partido, su adoctrinamiento se había olvidado, los nativos habían integrado la cruz a sus dioses y los rituales continuaban”.
A fin de evitar estas evangelizaciones malogradas, la estrategia fue sacar a los indígenas de sus hogares y congregarlos en un solo lugar —casi siempre lejos de donde estaban sus santuarios a fin de que olvidaran a los dioses originales—, creando comunidades que le dieron un ordenamiento geográfico definitivo a Nueva España, tanto en sus asentamientos chicos como en sus concentraciones urbanas.
“Puebla fue fundada por 14 familias de colonos y franciscanos; Oaxaca por un grupo de hispanos provenientes de Segura de la Frontera y de dominicos; Mérida nace con el arribo de una avanzada de españoles y frailes, y lo mismo pasa en Guadalajara y Valladolid. Las órdenes religiosas cofundan las ciudades y hacen de ellas centros logísticos desde donde se coordinaba la evangelización”.
Todo esto, además de ayudar a la propagación del cristianismo, facilitó el cobro de tributos a la hacienda novohispana, el manejo de mano de obra nativa a mineros y terratenientes y benefició tanto a la Corona y a encomenderos como a las autoridades indígenas que se aliaron con los recién llegados. “Y es que muchos caciques pactaron con los frailes. Se repite que los indígenas participaron activamente en la Conquista y poco se menciona que también se sumaron a la evangelización, pues muchos hicieron todo lo posible para sustituir las creencias originales por el credo de Cristo”.
El problema de la Virgen
Cuenta la leyenda que en 1531, justo 10 años después de la caída del imperio azteca, la Virgen de Guadalupe se le apareció a un chichimeca de nombre Juan Diego y que esta epifanía hizo posible la evangelización indígena, pues despejaba cualquier duda sobre cuál era la religión verdadera, lo que a decir del profesor Rubial no es más que un mito colonial diseñado para crear identidad primero en la zona bajo influencia mexica, y después en el resto de la Nueva España.
“Pero partimos de una falsedad, porque lo que se veneraba en el santuario erigido ahí, en el siglo XVI, era a la Virgen de Guadalupe de Extremadura (divinidad proveniente de la misma región en la que nació Hernán Cortés), la cual es una imagen española que poco impacto tuvo en el proceso evangelizador. El dedicar el templo a una virgen supuestamente indígena se daría un siglo después”.
De hecho, señala el experto, la aparición guadalupana y lo que gira en torno a ella es fabulación del obispado, del cabildo de la catedral y del clero secular del siglo XVII. La finalidad era desacreditar la labor mendicante y usar este relato como estandarte en esa gran batalla librada durante los tres siglos entre obispos y frailes por el control de las comunidades originarias.
“Evidencia de ellos es que los principales opositores al culto guadalupano fueron los franciscanos. Existe un texto muy famoso del padre Francisco de Bustamante en la que alertaba sobre el peligro de que dicha adoración se volviera un culto idolátrico y cuestionaba al arzobispo Alonso de Montúfar por afirmar que una imagen pintada por el indio Marcos Cipac hacía milagros. ¡Incluso daba el nombre del artista! Ese documento, aunque publicado en muchas ocasiones y trabajado por múltiples académicos curiosamente desapareció de la Basílica y si lo llegas a solicitar simplemente te dicen ‘no está’”.
Para Antonio Rubial, la evangelización es un proceso que no se suele apreciar en toda su complejidad debido a que tenemos una visión bastante monolítica del periodo colonial. “No separamos etapas ni vemos que el siglo XVI fue muy diferente al XVII y al XVIII. La evangelización siguió, pero fueron otros los parámetros usados al ir cambiando la realidad social y sus problemas”.