Surgimiento del individualismo ideológico del yo moderno. Ideas peligrosas y vidas escandalosas: cómo los primeros románticos de Alemania transformaron nuestra visión del mundo

El grupo de rebeldes incluía al poeta Novelis; a los hermanos Schlegel; a Dorothea Veit y a Caroline Michaelis. También estaba el dramaturgo Friedrich Schiller; Georg Wilhelm Friedrich Hegel, y Wilhelm y Alexander von Humboldt, el mayor fundador de la universidad de Berlín, y el menor, un intrépido y visionario explorador científico. Y en el centro de esa galaxia, Johann Wolfgang von Goethe, el poeta más célebre de Alemania que para la escritora George Sand fue “el último verdadero hombre universal que caminó sobre la Tierra”.



Ideas peligrosas y vidas escandalosas: cómo los primeros románticos de Alemania transformaron nuestra visión del mundo

  • BBC News Mundo
 

¿Dónde nació el ‘yo’ moderno?

No es una pregunta que te haces todos los días pero sí una que se hizo la historiadora Andrea Wulf, autora de “Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo”.

Y encontró la respuesta en un lugar insospechado: Jena, una pequeña ciudad universitaria alemana que en la última década del siglo XVIII se convirtió en el corazón palpitante de una revolución intelectual que nos llevó a ser como somos.

Desde filósofos y poetas hasta científicos y dramaturgos, Jena atrajo a algunas de las mentes más brillantes de Europa y sus escandalosas vidas fueron tan controvertidas como sus ideas innovadoras.

Intoxicados con la Revolución francesa, que pusieron el ‘yo’ en el centro de su pensamiento.

 

“El impacto fue sísmico, se expandió por el mundo y entró en nuestras mentes”, escribe Wulf.

Luminarias

El extraordinario grupo de rebeldes incluía al enigmático poeta Novelis; a los brillantes hermanos Schlegel, ambos escritores y críticos; a Dorothea Veit, la escritora que escandalizó a la sociedad berlinesa por su relación amorosa con el mucho más joven Friedrich Schlegel, y a Caroline Michaelis, una célebre intelectual esposa del otro hermano Schlegel, August Whilhelm.

También estaba el dramaturgo más revolucionario de Alemania, Friedrich Schiller; uno de los filósofos más influyentes de la historia, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, y otro par de hermanos, Wilhelm y Alexander von Humboldt, el mayor, un erudito y fundador de la universidad de Berlín, y el menor, un intrépido y visionario explorador científico.

Y en el centro de esa galaxia, Johann Wolfgang von Goethe, el poeta más célebre de Alemania, además de dramaturgo, novelista y naturalista, y, para la escritora George Sand, “el último verdadero hombre universal que caminó sobre la Tierra”.

Pero, ¿por qué tantos pensadores progresistas creativos terminaron en ese momento en Jena, una ciudad de 4.500 habitantes que se podía cruzar en menos de 10 minutos?

 

El escenario

A finales del siglo XVIII, Alemania no era una nación unificada. Era un mosaico de unos 1.500 estados, algunos grandes y poderosos, otros, pequeños principados.

Ese rompecabezas era el Sacro Imperio Romano.

Una ventaja involuntaria de esta fragmentación era que la censura no se aplicaba fácilmente en los pequeños estados.

Jena estaba gobernada por un duque muy ilustrado que fomentaba cierto grado de apertura y franqueza.

Y su pequeña universidad, debido a unas complicadas leyes de herencia, estaba gobernada por cuatro duques diferentes, sin nadie realmente a cargo.

“Eso significaba que los profesores podían enseñar lo que quisieran”.

 

El momento

El filósofo Johann Gottlieb Fichte, por ejemplo, declaró en 1794 en su primera conferencia en Jena que “una persona debe ser autodeterminada, y nunca dejarse definir por nada externo”.

“Quizás hoy en día nos es difícil apreciar cuán revolucionaria era esa noción”, le dijo Wulf a BBC HistoryExtra.

“El mundo en el que crecieron los miembros del grupo de Jena fue uno de despotismo, desigualdad y control”.

Gran parte del mundo estaba regido por monarcas y líderes que controlaban la vida de sus súbditos.

Los gobernantes tenían desde el derecho de desterrar a sus súbditos hasta negarles el permiso de moverse; algunos incluso los podían vender como mercenarios a potencias extranjeras, otros alquilaban regimientos completos para subvencionar sus propios gastos.

“En toda Europa, los filósofos eran censurados por sus ideas, a los escritores se les prohibía escribir, los profesores perdían sus puestos por expresarse y los dramaturgos eran encarcelados por sus obras”, cuenta la historiadora.

Y, en 1789, estalló la Revolución Francesa.

De repente, todos los humanos podían ser iguales.

“Hay cosas que se están haciendo realidad”, escribió el poeta Novalis en 1794, “que, hace 10 años, habrían ido directamente al manicomio filosófico”.

“Tenemos que creer en el poder de las palabras”, declaró Friedrich Schlegel, mientras que su cuñada Caroline estaba convencida de que los escritores gobernarían el mundo”. 

Sin embargo, el terror que desató esa Revolución Francesa llevó a los pensadores progresistas alemanes a concebir Europa como un espacio cultural más que militar.

Schiller, por ejemplo, argumentó en sus “Cartas sobre la educación estética del hombre” (1795) que el arte podría ayudar a instigar una revolución más amable y ética.

Las cartas de Schiller se convertirían en un documento fundacional para esa nueva generación de pensadores, que se autodenominaban románticos.

El ‘Ich’

Fue en ese ambiente que Fichte dictó esa conferencia, en un auditorio repleto y estudiantes subidos en escaleras tratando de mirar por las ventanas.

“Era todo un espectáculo. Tenía una presencia muy fuerte”.

Sus alumnos lo llamaron el ‘Bonaparte de la Filosofía’ porque lo revolucionó todo“, cuenta Wulf.

“Lo que hizo fue imbuir al yo con libre albedrío y autodeterminación, y declaró que la única certeza en el mundo es que este se experimenta a través del yo”.

Por siglos -le dijo Wulf a BBC HistoryExtra- los filósofos habían hablado de que el universo está gobernado por dios y por la verdad dada por dios.

Las matemáticas y la observación racional podían haber allanado el camino para poder entender esas leyes naturales, pero los humanos nunca podían darles forma; eran piezas en el engranaje de esa máquina divina.

“Entonces, cuando Fichte dice que la fuente de toda realidad es el yo, es una idea revolucionaria explosiva”.

Era el yo mismo el que creaba su propia existencia y, a través de ese poderoso acto inicial, también traía el mundo externo a la existencia, al menos en nuestra mente.

“Eso no significa que el yo crea el mundo, pero crea nuestro conocimiento del mundo; el yo es el agente de todo, por lo que es libre“.

“Ese es el comienzo del yo moderno”, subraya Wulf.

 

Los ‘yo’

Para el grupo de Jena, esa experiencia individual se convitió en su referente.

Rompieron con todas las convenciones sociales y dejaron de aceptar reglas externas.

“Fue como si usaran sus propias vidas como un laboratorio para poner a prueba todas esas radicales nociones”.

“Desarrollaron ideas sobre el poder creativo del yo, sobre la unidad entre la humanidad y la naturaleza y sobre el verdadero significado de la libertad”.

El centro de reunión era el hogar de los hermanos Schlegel y sus compañeras Dorothea y Caroline.

Esta última se convirtió en una especie de directora de orquesta que llevaba la batuta en los almuerzos en su casa, alrededor de una mesa que sentaba a 20 personas y frente a platos de comida deshabrida.

“Decían que lo que importaba no eran los ingredientes de las comidas, sino el menú intelectual que Caroline preparaba: era ella quien les decía de qué iban a hablar y todos empezaban a discutir, a gritar y a reír”.

“Acordaron en qué no tenían que estar de acuerdo porque no había nada más aburrido que ponerse de acuerdo en algo”.

Y llevaban la idea de yo a los límites.

Sin barreras

Novalis es un gran ejemplo.

“Es la epítome del joven romántico. Nació en una antigua familia aristocrática sajona, uno de 11 hijos, así que no tenía dinero y tuvo que trabajar en las minas de sal.

“Además era poeta, alto, delgado, tenía el pelo largo y, según sus amigos, había algo mágico en él. Y, murió a los 28 años, así que quedó joven para siempre”.

“Hombres y mujeres se enamoraban de él pero él se enamoró platónicamente de una chica de 12 años que murió a los 15″.

Devastado, decidió suicidarse… a punta de fuerza de voluntad.

Suena loco, pero concordaba con la filosofía que estaban explorando: si era cierto que el yo era capaz de crear la existencia, debía ser capaz de extinguirla.

“Por supuesto que no funcionó. Pero convirtió ese período en la poesía más exquisita”.

Ese es un ejemplo de la fluidez entre las disciplinas de ese grupo de Jena: para ellos, la Ilustración había hecho del mundo un lugar demasiado racional y mecánico.

Para contrarrestar, había que trascender las barreras disciplinarias.

La ciencia no era algo a lo que resistirse; debía estar integrado, porque todo estaba conectado. Idealizar el mundo significaba captarlo como un todo resonante.

“Novalis, por ejemplo, no solo tornó esas ideas filosóficas en poesía sino que quiso poetizar las ciencias; su mejor amigo, Friedrich Schllegel, dijo: ‘Quiero convertir las matemáticas y la física en música. Quiero hacer que Euclides sea canto’“.

“Querían crear algo que fuera complejo, difícil de manejar, inherentemente inacabado.

“La poesía romántica para ellos podía ser cualquier cosa: un poema, un ensayo, una novela, una pieza musical, una obra de arte o, incluso, un experimento científico”.

Libertad vs egoísmo

De esa misma manera, trascendieron las barreras sociales, así que su historia también está llena de escándalos y amoríos y matrimonios abiertos e hijos nacidos fuera del matrimonio.

“Caroline, por ejemplo, se casó con August Wilhelm Schlegel, pero su hermano Friedrich también estaba enamorado de ella. Y luego comienza a tener una aventura con Friedrich Schiller, pero a Wilhelm no le importa porque él también tenía sus amantes”.

Y ese es solo su caso.

Pero, “en el centro de todo, estaba la tensión entre las emocionantes posibilidades del libre albedrío y las trampas del egoísmo, un malabarismo que seguimos intentando dominar”.

Y esa tensión terminó destruyéndolos.

“Al final se volvieron demasiado absortos en sí mismos y sus egos se inflaron demasiado”.

Su irreverencia condujo a enemistades, primero entre los advenedizos Schlegels y el venerable Schiller, y luego entre Schelling y Fichte.

La negativa de Caroline a ajustarse a las convenciones le valió la desaprobación generalizada, especialmente de otras mujeres.

Goethe intentó ser una fuerza estabilizadora pero en 1803 el grupo se desintegró.

Tres años despues, las tropas francesas llegaron a Jena y saquearon e incendiaron la ciudad. El victorioso Napoleón durmió en la cama de Goethe.

 

Sin embargo, “si los revolucionarios franceses cambiaron el panorama político de Europa, el grupo de Jena incitó una revolución de la mente que aún repercute”, afirmó Wulf.

La historiadora rastreó la influencia de los pensadores de Jena en las generaciones posteriores: desde los poetas románticos ingleses, especialmente Samuel Taylor Coleridge, y los trascendentalistas estadounidenses como Henry David Thoreau y Waldo Emerson, hasta Sigmund Freud y James Joyce.

Según Wulf, hemos “interiorizado el Ich” a tal punto que ya no lo reconocemos. Lo que era revolucionario se volvió estándar: ahora todos somos románticos.

Y comenzó en un pequeño pueblo alemán hace más de dos siglos.