Carta de Roberto Bolaño a Waldo Rojas
Comunizar
Blanes, 31 de enero de 1994
Querido Waldo:
He tenido y aún colea dentro de mis bronquios (o fuera, pero con tacto de acero) una gripe más dura que la mirada de Edward G. Robinson, lo cual es mucho decir. Para colmo me pilló fuera, en Andalucía, y el regreso en tren fue apocalíptico (para mis ocasionales compañeros de litera) y delirante, plagado de sudores fríos, toses, recuerdos hechos trizas de la poesía de Gilberto Owen y alucinaciones febriles, para mí. Llegué a Barcelona arrastrándome con 40 de fiebre y hasta ahora, cuando ha pasado más de un mes, todavía no me siento del todo bien.
He leído y releído tu carta durante estos días. Lo que cuentas de Chile tiene su gracia, su lado de amabilidad negra negrísima, aunque en conjunto resulta increíble; de todas maneras ya había oído más de una opinión semejante al respecto. Gonzalo Millán, en carta de hace unos meses, decía —aunque muy por encima— cosas parecidas, ciertamente no con la rotundidad y claridad de tu carta. Lo que cuentas de las “peladillas emocionales y morales” me parece terrorífico y al mismo tiempo patético. He recordado las peladillas liceanas y francamente no me extraña que una generación (o dos) lleven a la práctica literaria o a la vida civil sus costumbres y aficiones adolescentes. No creo, por cierto, que estos simulacros de linchamiento sean una herencia un tanto oblicua de Pinochet. Así somos (iba a escribir así son, pero mejor ser humilde), así nos hicieron, resentidos y envidiosos, chingaqueditos y medio matones, ávidos de conocimiento y esencialmente ignorantes, capaces de coronar al vate adiposo y olvidar a Juan Emar y a Rosamel del Valle, metafísicamente disgustados de no ser argentinos y babosamente orgullosos de no ser bolivianos, es decir, profundamente chilenos. Hace unos días, precisamente, llegó una conocida después de pasar una temporada en Santiago. Trajo unas cintas. Las escuchamos. Un cantautor de izquierda grabado en directo, un tipo bastante famoso por allá, hacía una apología del chilenismo a tal extremo que era cosa de ponerse a reír o a llorar. Algo así como el pueblo de Israel entre los perros babilonios y los feroces egipcios. Como si Zurita y sus letanías patrióticas hubieran llevado a todos al mismo potrero. O tal vez el que empezó con las letanías fue Pinochet, tanto Chile y tanta bandera huelen a cuartel, y los demás, Zurita el primero, se empeñaron en la contra-letanía, pero para el caso el patrioterismo es el mismo, el “último argumento del canalla”, o de los encanallados, que es diferente, pero que cantado cansa igual. En fin, Zurita es un buen poeta que sustituyó a Beatriz y Laura por la Patria y sus Montañas, pero lo que hacen los demás si no imperdonable es de un mal gusto tremendo.
En fin, supongo que ese debe ser uno de los reproches que le hacen a la poesía de Gonzalo Millán y a la tuya. Pero, peladillas, ninguneos y linchamientos incluidos, los cierto es que vuestra poesía está ahí, viva y bien entramada en la literatura en lengua española de este final de siglo, y eso es algo evidente incluso para los patriotas de capa y espada. Por otra parte, y estoy seguro que coincidirás conmigo, siempre es sano —o al menos no hace daño— matar a los padres, siempre es sano reprochar ausencias, putear, gritar, levantar falsos testimonios, cobrar tus monedas y luego ahorcarte, abandonar a aquellos a quienes amamos, dejarlo todo y caminar al sacrificio por culpa de una voz, arrepentirnos y vivir el resto de la vida en el desierto. Esencia de la poesía, hermana, según algunos griegos, de la traición y del delirio.
Lo cual significa que me arriesgaré, que me expondré a la “peladilla moral” y que San Bernardo proteja los huevos de mis inquisidores. Aunque cabe la posibilidad de que el trabajo lo encuentre aquí, y entonces será otra historia.
Te he mandado mi novelita, espero que no te desagrade en exceso.
Gracias por el teléfono de Electorat, lo llamaré cuando me sienta deprimido.
Será cosa de leer el libro de Vicuña que tanto elogias.
Mi poeta chileno favorito de estas últimas semanas es Rodrigo Lira. Lo releo y me da risa y una gran tristeza; hay que leer a Lira, decía Lihn, leerlo con ojos nuevos.
Y también he leído, por primera vez, a Robert Walser, su Jakov Von Gunten, y el Avalovara de Osman Lins; el primero magistral y el segundo un poco pesadito. También: Don Casmurro, de Machado de Assis, de quien sólo conocía El Alienista.
E intento escribir, pero es mucho mejor leer.
Y ya con esta me despido. Un fuerte abrazo para Elisa y otro para ti.