Nri, el reino pacifista del delta del Níger que duró mil años
En el siglo X d.C. los reinos anglosajones se unían para formar Inglaterra, Abderramán III proclamaba el Califato de Córdoba, nacía el Sacro Imperio Romano Germánico, subían los Capetos al trono francés y el vikingo Leif Eriksson llegaba a Terranova, donde más al sur la civilización tolteca alcanzaba su máximo esplendor. Paralelamente, en África, al sur de la actual Nigeria, aparecía un extraño estado que se expandió sin violencia gracias a embajadas que predicaban un mensaje redentor y a que el territorio seminal tenía carácter sagrado, mítico, como lugar de nacimiento de su divino fundador. Fue el Reino de Nri, que duró nada menos que un milenio.
El Reino de Nri está considerado la máxima manifestación de los igbo, un pueblo que constituye una de las minorías más amplias de la multiétnica Nigeria pero que, además, se extiende hoy a otros países de su entorno como Camerún, Ghana y Guinea Ecuatorial. No está clara su procedencia, aunque la similitud de su lengua (que tiene numerosos dialectos) con las de otros grupos, caso de los yorubas, igalas e idomas, permite deducir que estuvieron emparentados en la prehistoria, hará cinco o seis mil años. Una versión más poética cuenta que eran originarios de Egipto, si bien hoy se considera una leyenda basada en los lazos comerciales que sí hubo con el valle del Nilo.
En realidad, hasta el siglo XX los igbo no formaban un conjunto único, sino que se dividían en cerca de dos centenares de variantes, cada uno subdivido en una treintena de pueblos; todos con elementos comunes obviamente, pero con diferencias suficientes como para no deber pensar en ellos de forma monolítica. De hecho, es probable que recibieran influencias de otras etnias de la región del Níger, como la nok, o de localidades como Ife y Benín, relacionadas con los mencionados yoruba. En cualquier caso, parece que sus asentamientos primigenios fueron en la confluencia entre los cauces del Níger (en su margen oriental) y el Benue, desde donde se fueron extendiendo.
La chispa de esa expansión fueron los clanes Umeuri y Umunri, de los que salieron las castas gobernantes del país igbo y regiones adyacentes. Ambos se consideraban descendientes de un antepasado común llamado Eri, a quien la mitología identificaba como enviado de Chukwu (o Chineke), el dios supremo creador del mundo, para proporcionar un orden social moderno a la gente. Se supone que Eri era medio divino, de ahí que Chukwu le protegiera constantemente, enviándole al herrero Awka para que secase la tierra pantanosa donde se asentó con fuelle y carbón, además de proporcionarle periódicamente una comida especial denominada azu-igwe.
Eri se estableció en el valle del río Anambra, en Aguleri, donde se casó con dos mujeres. La primera fue Nneamakụ, que le dio cuatro hijos y una hija: Agulu, Attah, Oba, Menri y Adamgbo, respectivamente. Ellos fundaron ciudades y pueblos: el primogénito, la ciudad de Aguleri y su dinastía reinante, Ezeora; el segundo, el reino de Igala; Oba, Benín; y Menri emigró de Aguleri para fundar el Reino de Nri y su dinastía, Umunri. Con una segunda esposa, Oboli, Eri tuvo otro vástago llamado Onoja que, según otras versiones, habría sido el creador del citado Reino de Igala (en el actual estado nigeriano de Kogi) en vez de Attah.
A Menri también se le conoce por el nombre de su fundación, Nri. Cuando falleció su padre, se quejó a Chukwu de que interrumpiera el azu-igwe de la manutención. El dios le respondió ordenándole sacrificar a su primer hijo e hija y que los enterrara por separado; él obedeció y unas semanas después brotaron ñames de las tumbas. Luego repitió la ofrenda con esclavos, obteniendo el árbol del pan y la palma aceitera, gracias a lo cual el clan prosperó. La similitud de esta historia con la bíblica de Jacob hizo que, posteriormente, cuando el cristianismo se difundió por esa parte de África, se identificase a Eri como hijo de Gaad, a su vez hijo del patriarca hebreo; nieto de Jacob, pues.
En cualquier caso, las tumbas excavadas por arqueólogos y datadas en el siglo IX demuestran que hubo en Nri un asentamiento anterior a la etapa de Eri, la cual abarca del año 948 al 1051 d.C. Porque, mitos aparte, sabemos el nombre del primer eze o ozo (rey) de Nri, sucesor de Eri, y es Ìfikuánim. Con él empieza un nuevo período, el de las emigraciones que culminaron con un proceso de unificación en 1252 d.C., si bien las fechas son relativas porque están determinadas por las coronaciones, obviando las fases que había entre ellas, que podían ser largas porque la tradición obligaba a dejar pasar al menos siete años.
De ello se deduce que no se trataba de una monarquía hereditaria sino por nombramiento por parte de una casta sacerdotal, la de los ndi, que interpretaría mediante artes adivinatorias la designación que hacía el difunto soberano desde el más allá. Incluso la ceremonia de coronación iba en ese sentido: se celebraba en la ciudad santa de Aguleri, a la que debía peregrinar el futuro eze para someterse a un enterramiento y exhumación simbólicos, antes de ser ungido con arcilla blanca como metáfora de pureza. En la misma línea, al morir era inhumado con gran pompa en un sarcófago de madera.
Tengamos en cuenta lo que decíamos antes: un par de clanes copaban las jerarquías religiosas de Nri e imponían ese sistema de creencias a las demás ciudades del delta del Níger que estaban en su órbita de influencia, como Onitsha, Aboth y Oguth. Ellas tenían sus propios escalafones políticos, basados en linajes (especialmente en la orilla occidental del delta), con el reseñado obi a la cabeza de cada una, pero todas estaban sometidas al eze de Nri, que era así la cúspide de un reino descentralizado y con un marcado carácter teocrático. Para ser exactos, el eze era una cabeza religiosa más que un monarca en sí, y guardaba cierto parecido con el Papa en su elección y desempeño de su cargo, lo que supuso otro elemento de acercamiento al cristianismo.
Pero el eze estaba un pasó más allá, al tener consideración divina. Por eso su superioridad servía como aglutinante de los diferentes tipos de administración política que había y para controlar a una abundante población, utilizando como herramienta una fe basada en tabúes inviolables. Entre ellos figuraba, por ejemplo, la muerte ritual de los niños nacidos con taras o de forma anómala (gemelos, albinos, a los que salían antes los dientes de arriba o aquellos que venían de pies en vez de cabeza), aunque también, paradójicamente, el rechazo a la violencia, cuyos eventuales practicantes podían ser marginados en todos los ámbitos (político, social y económico), con el perjuicio que eso les ocasionaría; incluyendo aldeas enteras, si era el caso. De nuevo se vio en ello otro punto de contacto con la religión cristiana, al compararse esa postergación con la excomunión.
Y es que El Reino de Nri se forjó de una forma casi insólita en la historia del mundo: sin recurrir a conquistas. En lugar de enviar ejércitos contra otras ciudades para anexionarlas, los que hacían era difundir su mensaje de paz y armonía mediante los comerciantes, de manera análoga a los pochtecas mexicas, quienes lograban alcanzar un pacto fundamentado en un juramento ritual de lealtad al ikénga, culto al dios homónimo del poder, asociado a la mano derecha, y al eze de Nri como autoridad central. Una de las formas de consolidar ese vínculo era la celebración del Igu Aro, un festival que tenía lugar cada cuatro años en el que los obis acudían a demostrar su fidelidad con un tributo y el eze les respondía con una yam o bendición de fertilidad para sus campos.
De este modo, Nri se expandió hasta los límites de otro reino, el de Benín (en la margen occidental del Níger), en un proceso que duró otros cuatro siglos, culminando en 1679 d.C. Durante ese tiempo, fue un reino pacífico regido en la práctica por la mencionada casta de ndi (sacerdotes funcionarios), ya que el monarca vivía retirado de la vida mundana. Identificable gracias a las ichi (escarificaciones faciales) que lucían sus integrantes, los ndi viajaban por los territorios del reino, llamados odinani genéricamente, impartiendo justicia o propiciando la prosperidad económica mediante rituales. Asimismo, se encargaban de nombrar representantes locales, los mbùríchi, nobles que obtenían esa dignidad por compra.
Consecuentemente, decíamos, entre los siglos XIII y XV el Reino de Nri vivió un momento de auge que se reflejó en la economía, basada en la agricultura, como correspondía al modo subsistencial al que obligaba la selva. Para guiarse, disponían de un calendario de veintiocho días repartidos en semanas de cuatro y éstas en meses de siete, lo que arrojaba años de trece meses. El trabajo se repartía entre hombres y mujeres, ocupándose los primeros del cultivo del ñame y las segundas de todo lo demás (mandioca, calabaza, melón…). La tierra era propiedad comunal de cada clan y, como es frecuente en África, la posesión de cabezas de ganado otorgaba estatus social.
Ahora bien, tan importante como las cosechas o incluso más era la actividad comercial, tanto la interior como la exterior. No tenían ningún problema en realizar intercambios con otras etnias y sus rutas llegaban hasta Egipto gracias al mantenimiento de caminos mediante trabajo colectivo. En cambio, el esclavismo no formó parte de la economía igbo, cosa insólita en esas latitudes del continente y, de hecho, incluso se otorgaba la libertad a los esclavos que llegaran huyendo a Nri y Agukwu, al menos a partir del décimo eze.
El esplendor también se dio en el ámbito cultural. Sobre todo en el arte, que tuvo una manifestación especialmente importante en la fundición de bronce, de la que hay piezas al menos desde el siglo IX con temática generalmente faunística, a menudo cabezas de elefante pero también otros animales como serpientes, aves etc. Los yacimientos más importantes están en Obiuno, Ngo e Ihite, barrios pertenecientes a Igbo-Ukwu, una localidad situada a seis kilómetros de Nri; allí se encontraron también objetos que revelaron más prácticas metalúrgicas (en cobre y hierro), así como cerámica, joyas y hasta un cuerpo enterrado con adornos de alcurnia.
Los buenos tiempos, si bien ya en descenso todavía se prolongaron hasta el último cuarto del siglo XVII, a partir del cual empezó el declive. Probablemente en éste tuvo mucho que ver el incremento del esclavismo en la costa atlántica africana, que introdujeron los musulmanes desde el norte y supuso la implantación de un nicho económico contra el que resultaba imposible competir porque en el sur también experimentó un gran salto con la instauración de famoso triángulo atlántico Europa-África-América. Más aún, a partir del siglo XVIII, hasta un ochenta por ciento de los esclavos capturados por los negreros en el delta del Níger serían igbos.
Por otra parte, la difusión del cristianismo, que iniciaron los portugueses cuando se establecieron en el área del golfo de Guinea y que procuraron impulsar para facilitar el comercio, encontró facilidades para enraizar, dadas las analogías con la religión de los igbo.
Y es que, como vimos, estaban la mencionada semejanza del eze con el Papa y un mensaje de paz fraternal entre todos los hombres que se amoldaba muy bien a los preceptos cristianos; pero había otros puntos más en ese sentido.
Por ejemplo, el monoteísmo representado por Chukwu, un dios creador único (aunque había dioses menores); una diosa de la fertilidad (Ala), hija del anterior, representada iconográficamente como una figura femenina sentada sosteniendo un niño, igual que la Virgen; un enviado de Chukwu al mundo para difundir su palabra, con preferencia hacia los humildes, a la manera de Jesucristo (Agbala); una ciudad sagrada (Nri) cuya mera visita absolvía de culpas, como Roma; el concepto de una justicia divina (Ofo y Ogú); la asignación de un tutor espiritual (Chi), como el confesor católico; incluso la existencia de un espíritu maligno (Odinani) equiparable al demonio.
Nri se las arregló para pervivir gracias a la persecución del esclavismo que llevó a cabo el West Africa Squadron y a la exportación de aceite de palma. Sin embargo, ya estaba muy debilitado en 1911, el año en que el Imperio Británico le puso fin al intervenir militarmente para despojar al eze de su autoridad y someter el territorio a la administración colonial del protectorado del delta, acordado en la Conferencia de Berlín aunque no hecho efectivo hasta entonces.
Hay quien considera que la efímera República de Biafra, que intentó independizarse de Nigeria en 1966 con un fallido y trágico final, fue un epílogo de aquel reino igbo, al ser esta etnia la que se alzó contra el dominio de los estados del norte. A la complejidad étnica, lingüística y religiosa se sumaba un nuevo elemento desconocido hasta entonces que desplazaba al aceite de palma: el petróleo del delta y su control.
Fuentes
Saheed Aderinto, African kingdoms. An encyclopedia of empires and civilizations | Toyin Falola y Bukola Adeyemi Oyeniy, Nigeria | Don Ohadike, Igbo culture and history (en Things fall apart, de Chinua Achebe) | George Thomas Basden, Among the Ibos of Nigeria | Ivan Hbrek (ed.), Africa from the seventh to the eleventh century | Elizabeth Isichei, A history of African societies to 1870 | Wikipedia