La invención del occidente
Raúl Prada Alcoreza
Eduard W. Said nos enseñó la invención del orientalismo por parte de la ideología imperialista. De la misma manera podemos decir, complementando, qué hay una invención del occidentalismo, por parte de la misma ideología imperialista. Si no hay orientalismo tampoco hay occidentalismo. El problema es que, asumiendo una intención de diferenciaciones respecto a un “occidente”, se lo ha tomado como si esta referencia cardinal fuera consistente histórica y culturalmente, teniendo en cuenta la genealogía de las civilizaciones. Tampoco lo es geográficamente, pues el extremo occidente geográfico es el continente de Abya Yala, en tanto que el extremo oriente lo es el archipiélago de Japón.
Asistimos al desenvolvimiento de la civilización moderna, que corresponde al sistema mundo capitalista, emergido de la conquista, colonización y exclavización generalizada. Respecto a esta emergencia y edificación de la dominación mundial, los pueblos desplegaron resistencias. Desde un principio la conquista y la colonización enfretó resistencias de los pueblos nativos, que terminaron desordenando a la dominación impuiesta e institucionalizada, así como a las estructuras de poder implantadas.
A diferencia de lo que supone Claude Lefort sobre el nacimiento de la política, que es un concepto moderno, que considera que se debe al desplazamiento de perspectiva en el análisis del poder, por parte de Nicalas Maquiavelo, es con las resistencias sociales y de los pueblos del continente de Abya Yala cuando se da lugar al nacimiento de la política en el sistema mundo moderno. El levantamiento panandino del siglo XVIII y los movimientos coloniales criollos y mestizos de siglo XIX son los que inventan la política, en sentido moderno. Benedic Anderson nos muestra en Comunidades imaginadas, por ejemplo, la invención del nacionalismo por parte de los criollos americanos. Después el nacionalismo se traslada a Europa.
El concepto de política es moderno, no se encuentra tal concepto antes. No hay condiciones de posibilidad del concepto político en las sociedades antiguas. En estas sociedades el poder es pensado de otra manera, como herencia, como “legitimidad” divina. El concepto de política está ligada al concepto moderno de democracia. Aunque el término de democracia proviene de griego antiguo y el término de política proviene de la definición de polis, ciudad, ciudad-Estado, tanto el concepto de democracia, así como el concepto de política son estructuras conceptuales modernas.
La importancia del concepto de política, según Jacques Rancière, es que radicaliza el concepto de democracia en el sentido de la suspensión de las dominaciones. Diferencia política de policía. Esta última noción corresponde al orden, a mantener el orden, más bien, la política sería subversiva.
La descolonización es también un término moderno, históricamente corresponde a los procesos de descolonización, dados después de la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, bajo tuición de Naciones Unidas. Los movimientos de liberación nacional de las colonias europeas luchaban por la independencia y una revolución política y social. El orden mundial controló una descolonización restringida, otorgando la industria estatal. Posteriormente los movimientos descolonizadores, sobretodo de carácter intelectual, transformaron el concepto de decolonización, enriqueciéndolo en sus connotaciones culturales y políticas. Aparecen las teorías de la descolonización, fundamentalmente afros. El marxismo afro es una expresión lúcida y radical de los desplazamientos del concepto de descolonización. José Carlos Mariategui inicia una concepción propia de descolonización, ortorgandole un cariz indianista y una mirada de un marxismo vital propio.
En la contemporaneidad los conceptos de política, democracia y descolonización han experimentado transformaciones y desplazamientos en dos orientaciones contrastantes. Por un lado, en el sentido de su potenciamiento y vitalidad, las nuevas generaciones de luchas, sobretodo el anticapitalismo y antimodernismo indígena, como en el caso del levantamiento maya del EZLN y las movilizaciones territoriales y por el autogobierno mapuche. Por otro lado, en su uso demagógico y empobrecente, en su vaciamiento, por parte del discurso clientelar de los “gobiernos progresistas”.
Teniendo en cuenta la dramática y sinuosa trayectoria de los “gobiernos progresistas”, el fracaso de los “proceso de cambio” dirigido por ellos, en contraste, sobretodo teniendo en cuenta el resurgir de las resistencias de los pueblos y de las luchas de las naciones y pueblos indígenas en la perspectiva del autogobierno, de la reterritorialización, de la defensa de la Madre Tierra, de la Amazonia, de los bosques, cuencas y territorios, contra el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, se hace menester retomar el concepto de política, de democracia y descolonización en sus sentido radicales.
Esto equivale también a oponerse a la folcloización de la descolonización, al empobrecimiento de la política y a la banalización de la democracia por parte del neopopulismo. Ya el neoliberalismo instrumentalizó la política y la democracia hasta convertirlas en policía del orden y en mercantilismo del voto.
El desafío viene del retorno actualizado de la movilización social, que requiere una transformación conceptual que fortalezca la perspectiva de autogestión y autogobierno, que libere la potencia social. Logrando la salida del círculo vicioso del poder.
Ir más allá de la política, de eso se trata. Planteó el tema Jacques Derrida en Políticas de la amistad. En el libro la política se encuentra definida en el ámbito de realización de las fraternidades masculinas, en el marco de la dominación patriarcal, en el contexto de la exclusión de las mujeres. En este sentido, propone como alternativa no la sorororidad, que sería simétrica a las fraternidades masculinas, solo que conformadas por mujeres. Lo que propone es la liberación a través de la liberación femenina, la alternativa absoluta de la mujer.
En escritos pasados llegamos a decir que un más allá de la política corresponde a la comunidad, a la realización plena de los bienes comunes, a las asambleas comunitarias, al autogestión comunitario. Ahora requerimos pensar un más allá de la política teniendo en cuenta que la política tiene correspondencia inmediata con la democracia; en otras palabras, la política implica inmediatamente la democracia, en pleno sentido de la palabra, es decir como autogobierno. Ahora bien, hemos distinguido, como lo hace Rancière, política de policía; también distinguimos democracia restringida de democracia plena, la democracia plena es el autogobierno del pueblo . Así mismo, hemos hablado, en ensayos pasados, de democracia comunitaria, que, evidentemente, no puede confundirse con el uso demagógico que hacen los neopopulistas de la definición de “democracia comunitaria”. La democracia comunitaria es el ejercicio de la asamblea de la comunidad. Llegamos a plantear de que comunidad no solamente son las comunidades ancestrales, persistentes en la antigüedad y actualizadas como resistencias en la modernidad, sino también puede proliferar la comunidad por asociaciones, es decir, conformar comunidades como lo hacían los anarquistas.
En este caso ya no sería política sino una comunidad política yendo más lejos, una cosmopolítica comunitaria. Si retomamos nuestra perspectiva ecológica tendríamos que hablar de una ecopolítica. Como se podrá ver, es posible redefinir el ejercicio de la política más allá de la política, pero de lo que se trata es de las prácticas, de lo que acabamos de decir, del ejercicio. En este sentido, queda claro que la condición de posibilidad de un más allá de la política corresponde al desplazamiento y transformación de las prácticas, que implica también la desconstitución y reconstitución de los sujetos, la transformación de las subjetividades, por así decirlo, otras hermenéuticas del sujeto.
Hay que hablar de la modernidad, de la civilización moderna, del sistema mundo capitalista; en este sentido, del sistema mundo cultural y del sistema mundo politico. La civilización moderna es el sumun de la genealogia de las civilizaciones, genealogia basada en la guerra prolongada contra la mujeres; es decir, en la edificación del patriarcalismo como cimiento constitutivo de la genealogia del poder. La civilización moderna no ha dejado de ser patriarcal a pesar de sus incursiones liberales, incluso de sus toleracias y ampliación de derechos. Las toleracias y la ampliación de derechos, incluyendo los relativos a la mujer, incluso a las diversidades subjetivas y opciones diferenciales, se siguen basando en el arquetipo patriarcal, solo que camuflado.
La alteridad respecto a la civilización moderna no es otra civilización, sino en un más acá y un más allá de la civilización. Se trata de una proyección transcivilizatoria. Nuestra hipótesis de interpretación de las estructuras de larga duración en Abya Yala, en las épocas anteriores a la conquista y a la colonización, conciben al continente como el espacio-tiempo-territorial-social transcivilizatorio, basado en confederaciones, filiaciones y alianzas territoriales. Se trataba de sociedades ecológicas.
Como hemos dicho varias veces, el pensamiento propio en un pensamiento crítico, rebelde, deviene de la contragenealogía de las resistencias. De la experiencia de las resistencias emerge una memoria colectiva de luchas y de apertura a otros horizontes, también emerge un pensamiento propio, devenido de los espesores territoriales y culturales. Se trata de un pensamiento predispuesto para la acción.
Desde la fenomenología del pensamiento propio se producen desplazamientos epistemológicos conceptuales. Esta fenomenología del pensamiento propio modifica, por así decirlo, las estructuras categoriales de los conceptos, los cuales se tranaforman. El concepto de política se ha transformado adquiriendo connotaciones subversivas. La subversión de la praxis contra la colonialidad del sistema mundo capitalista.