Las políticas de la ecología social - municipalismo libertario

La reedición del libro de Janet Biehl ofrece la posibilidad de revisar los procesos municipalistas: por una parte, como contraste con un proyecto-brújula que señala hitos en el camino, da cuenta de las dificultades y proporciona un programa de acción; y, por otra, se convierte también en un espejo en el que mirarse, desvelando importantes distorsiones en la imagen de los proyectos municipalistas. Bien es verdad que ninguna de estas iniciativas municipales concurrieron con la propuesta de radicalidad de Bookchin y Biehl, aunque formasen parte de ellas personas que se sitúan en esa línea. No pretendían «desconectarse» del Estado ni se planteaban los objetivos de autogobierno desarrollados en el libro. - Yayo Herrero-



Janet Biehl y Murray Bookchin
Las políticas de la ecología social - municipalismo libertario
 
ÍNDICE
Prólogo. YaYo Herrero 7
Nota de la autora 19
Política versus arte de gobernar 25
La ciudad histórica 37
Democracia municipal: antigua y medieval 47
Democracia municipal: colonial y revolucionaria 57
Estado y urbanización 67
La municipalidad 79
Construyendo un movimiento 89
Elecciones 99
La formación de la ciudadanía 111
Localismo e interdependencia 121
Confederalismo 129
Una economía municipalizada 139
Poder dual 151
Una sociedad racional 163
Una agenda para el presente 17
 
PRóLoGo
LA APUESTA MUNICIPALISTA INSTITUCIoNAL A LA LUz
DEL MUNICIPALISMo LIBERTARIo, por Yayo Herrero.
 
Mientras escribo, en el verano de 2018, arden los bosques
desde Noruega hasta Grecia, desde Japón hasta California.
Cada día, cientos de personas embarcadas en cascarones en-
debles tratan de atravesar el Mediterráneo y llegar a Euro-
pa. Mientras, desde sus poltronas, ministros sonrientes y
mediáticos se jactan de rechazar el desembarco en su terri-
torio de las personas sedientas, violadas y expulsadas, que
buscan refugio con la desesperación de quienes han visto
cosas que jamás pensaron que llegarían a ver.
El modelo de estado de bienestar construido en Europa
después de la Segunda Guerra Mundial ha quebrado. Basado
en el pacto keynesiano, se trató de una anomalía en la historia
del capitalismo y funcionó gracias a la conjunción de una se-
rie de fenómenos: la fuerza del movimiento obrero que, a
cambio de renunciar a la propiedad de los medios de produc-
ción, consiguió arrancar parte de los beneficios de las empre-
sas; la disponibilidad de materiales y de fuentes abundantes y
baratas de energía fósil, que permitieron hacer crecer la pro-
ducción; y una división sexual del trabajo que, de forma injus-
ta, permitía resolver la organización de la reproducción social
y de las tareas. El Estado era el garante de este pacto global y
velaba por su mantenimiento.
Este modelo se ha roto. La ofensiva neoliberal que comien-
za en la década de 1980, la desmovilización y debilidad del
movi miento sindical, así como la crisis material y ecológica,
han provocado la quiebra de ese sistema social. El orden econó-
mico capitalista y patriarcal ya no puede reproducirse garanti-
zando un mínimo bienestar, aunque solo sea a las minorías del
Norte Global.
En el plano ecológico, nos encontramos ante la translimi-
tación de la biocapacidad de la tierra y ante un cambio genera-
lizado de las dinámicas y ciclos naturales, con consecuencias
potencialmente catastróficas. Las crisis de energía y materia-
les, el calentamiento global y la pérdida de la biodiversidad
se conectan entre sí y se retroalimentan.
Podría pensarse que el destrozo ecológico ha servido al me-
nos para que las mayorías humanas puedan llevar vidas buenas,
pero los datos nos muestran que las desigualdades crecen entre
las clases, los sexos, las etnias y los géneros. Hablamos de las
diferencias entre el Norte Global y el Sur Global, pero también
del creciente empobrecimiento que se está produciendo en las
áreas del mundo que, hasta hace poco, eran consideradas ricas.
Esta crisis tiene sus propias especificidades en el Estado
español.
Las importantes tasas de crecimiento económico alcanza-
das a finales de los años noventa del siglo xx, y durante los pri-
meros años del xxi, fueron obtenidas gracias a un fuerte
despliegue del sector de la construcción de vivienda y al desa-
rrollo de las infraestructuras públicas.
Las consecuencias sobre el territorio de lo que Ramón Fer-
nández Durán llamó el «tsunami urbanizador» han sido devas-
tadoras: impermeabilización, destrucción de los ecosistemas
litorales —sembrados de segundas residencias con una ocu-
pación media de veintidós días al año—, fragmentación de
hábitats naturales y desarrollo de un modelo de urbanismo
que requiere cantidades crecientes de recursos como agua, ma-
teriales y energía. Se desarrollaron complejos turísticos,
macrourba ni zaciones y parques temáticos que hoy presentan
balances eco nómicos ruinosos, y se fragmentó y cementó el
territorio levantando infraestructuras a menudo innecesarias.
Como se demostraría más tarde y evidencian las innume-
rables piezas que componen las causas judiciales abiertas a lo
largo de todo el país, estas operaciones inmobiliarias y de cons-
trucción de infraestructuras estaban ligadas a tramas, redes
clientelares y políticas de puertas giratorias que favorecieron
las recalificaciones o el tráfico de influencias, para promover
procesos de urbanización y construcción masiva. La corrupción
era estructural, era una forma de gobierno.
Lo que vino después fue una etapa más en la historia del
capitalismo, un nuevo ciclo de acumulación por desposesión,
organizado y coordinado por el Estado. Las políticas de ajuste,
aplicadas para regenerar las tasas de ganancia tuvieron —y
tienen— unas repercusiones nefastas sobre la vida de las per-
sonas.
La situación de riesgo y vulnerabilidad en la que viven mi-
llones de personas ha aumentado de manera muy preocupan-
te. Una buena parte de la población se va hundiendo en la
precariedad y muchas personas empleadas son pobres a causa
de las propias condiciones, que generan pobreza y exclusión.
El Estado y lo público se desentienden del bienestar, y el
espacio familiar se convierte para muchos en la única barrera
que evita acabar en situaciones de exclusión, a la vez que den-
tro de los hogares son las mujeres las que, en mayor medida,
cargan con las tareas dejadas al descubierto por los recortes de
recursos en los sistemas protección pública.
En este marco, después de un momento de perplejidad
social inicial, surgieron diversos movimientos sociales que
re flejaban los sentimientos de indignación de millones de per-
sonas. Recogían denuncias que, aunque con un carácter más
aislado y minoritario, ya venían haciendo muchos movimien-
tos sociales: el «No a la guerra», «V de Vivienda», «Juventud
sin futuro», las luchas contra las infraestructuras innecesarias,
el movimiento feminista, el antinuclear, la resistencia contra la
represión…
Con diferente incidencia según los distintos territorios, el
15M canalizó el malestar generalizado por los efectos de la cri-
sis, la corrupción y la podredumbre democrática. Constituido
como un movimiento contrahegemónico capaz de establecer una
vinculación entre la crisis económico-financiera, las desigualda-
des y la crisis del sistema democrático, exigía una nueva política y
denunciaba el modelo de partidos, la falta de legitimidad de las
instituciones y, en definitiva, la lejanía entre los centros de toma
de decisiones y las personas y lugares que padecían las consecuencias de las mismas. Su impactó logró trastocar la agenda política y obligar a la política institucional a tratar los temas que la ciudadanía organizada estaba señalando como centrales.
Podemos surgía después de varios años de movilización
ininterrumpida y de profundización de la fractura social, con
la urgencia de frenar las políticas privatizadoras y de austerici-
dio, con la pretensión de canalizar la indignación para disputar
la hegemonía institucional del bipartidismo. El «asalto a las
instituciones», fundamentalmente a las estatales, se convirtió
en la prioridad de lo que se denominó como «la sacudida del
tablero político» o la «disputa de la centralidad del tablero».
A pesar del evidente éxito electoral, Podemos no solo no
llegó a ocupar la centralidad del tablero, sino que, a mi juicio,
se transformó en tiempo récord en un partido viejísimo. Sin
embargo, muchas de estas plataformas municipales tuvieron
éxito y, aunque en precarias condiciones y equilibrios, decenas
de municipios de todos los tamaños llegaron a ser gobernados
por candidaturas populares surgidas en mayor o menor medida
de los movimientos sociales.
En paralelo, fueron apareciendo diversas plataformas y can-
didaturas populares en las que participaban partidos clásicos,
movimientos sociales de nuevo cuño e iniciativas libertarias con
cierta trayectoria. Estas candidaturas, conectadas unas con otras
a lo largo de todo el Estado, concurrieron a las elecciones mu-
nicipales de 2015, haciendo del municipalismo el eje de la
campaña, entendido como la propuesta y la forma de gobierno
más cercana a las personas. ¿Qué ha sucedido desde entonces?
¿Cómo han evolucionado estas propuestas?
La reedición de Las políticas de la ecología social. Municipa
lismo libertario de Janet Biehl ofrece la posibilidad de revisar
estos procesos municipalistas, al menos en dos sentidos: por
una parte, como contraste con un proyecto-brújula que señala
hitos en el camino, da cuenta de las dificultades y proporciona
un programa de acción —en mi opinión demasiado volunta-
rista y algo simplificador en algunos momentos—; y, por otra,
se convierte también en un espejo en el que mirarse, desvelan-
do importantes distorsiones en la imagen de los proyectos mu-
nicipalistas puestos en marcha en 2015.
Bien es verdad que ninguna de estas iniciativas municipa-
les concurrieron con la propuesta de radicalidad de Bookchin
y Biehl, aunque formasen parte de ellas personas que se sitúan
en esa línea. No pretendían «desconectarse» del Estado ni se
planteaban los objetivos de autogobierno desarrollados en el
libro. Eran propuestas de nueva política, radicales para lo que
hay pero insertas en el marco de lo existente. Puede ser injusto
evaluarlas a la luz de lo que propone este libro, pues induda-
blemente saldrán mal paradas, pero no deja de ser un ejercicio
necesario para interpelarlas a mirarse a sí mismas, algo que
lamentablemente no han hecho hasta ahora.
Hoy merece la pena hacer balance pese a que esta sea una
valoración que paradójicamente está siendo muy difícil reali-
zar. ¿Dónde están nuestras ciudades y municipios? ¿Cómo han
evolucionado las principales tensiones y fracturas que afectan
a las vidas cotidianas de las personas? ¿Qué pasó con toda
aquella participación, deliberación, el ansia de democracia?
¿Qué tipo proyectos municipalistas se ha puesto en marcha?
Hace falta un diálogo amplio para contrastar el conoci-
miento proporcionado por este período de gobierno, tanto
por sus indudables logros como por sus límites. Es preciso ce-
lebrar lo mucho que salió bien, pero también es preciso hablar
del desencanto: lo prometido que no se cumplió, los cambios
no explicados en los programas —que fueron construidos por
tanta gente—, de la desmovilización deliberadamente induci-
da, de la falta de creatividad e inteligencia colectiva en momen-
tos críticos, de las dificultades para mirar más allá de los
proyectos especulativos de siempre, de la ausencia de una cul-
tura de cuidados —y la emergencia, en algunos momentos, de
la vieja, viejísima, política partidaria de bloques y etiquetas—,
de la falta de transparencia hacia los núcleos del activismo, mo-
vimientos sociales y bases de los partidos que, al fin y al cabo,
fueron quienes conformaron unas campañas electorales vi-
brantes y colectivas, inauditas en muchas ciudades.
Bookchin planteaba cinco ejes centrales, que son los que ins-
piraron al confederalismo democrático kurdo propuesto por
oçalam y que se articulan como piedras angulares de su proyec-
to de autogobierno. El primero es la imposibilidad de construir
nada alternativo al Estado y al capitalismo inserto en su misma
lógica; el segundo es la democracia radical, la organización asam-
blearia y la toma de decisiones basada en el consenso; el tercero
es el feminismo y su lógica como vertebrador de las relaciones
entre las personas; el cuarto es el ecologismo social como forma
de relación entre las personas con el medio natural donde viven
y del que dependen; y el quinto es la autodefensa.
En cada uno de esos ejes, los proyectos municipalistas de
2015 presentan importantes carencias y contradicciones.
Se constata la dificultad de realizar cambios de calado ju-
gando con la lógica institucional del capitalismo neoliberal. La
llegada de las nuevas candidaturas a los ayuntamientos reveló
que las instituciones no eran neoliberales solo porque hubiera
gobernantes neoliberales en ellas, sino porque también sus
normas, departamentos y burocracia lo eran. Muchos proyec-
tos e iniciativas topan con impedimentos normativos y se pier-
den en los vericuetos de unas ordenanzas diseñadas para que
nada cambie.1
1. Además de las más conocidas, como Barcelona en Comú o Ahora Madrid, en este aspecto las Candidatures d’Unitat Popular (CUP) no son una excepción. Con una prolongada trayectoria municipalista menos pegada a la coyuntura —e incluso habiendo incrementado ampliamente
La afirmación rotunda de Biehl, ratificando que no es posi-
ble crear algo alternativo al capitalismo y al Estado dentro de
él, parece refrendarse. La violencia de la oposición, bien apo-
yada en resortes mediáticos, judiciales y económicos ha sido
mayor de la esperada y muestra que la cuestión de la autode-
fensa no era baladí. Los mecanismos de transparencia puestos
en marcha tuvieron efecto boomerang y se han vuelto en con-
tra de quienes los impulsaron al ser manipulados por todo el
aparato mediático al servicio de intereses concretos.
Si hablamos de democracia y autogobierno, es verdad que
donde había concejalías cercanas y receptivas y espacios orga-
nizados potentes se fortalecieron las redes de economía social
y solidaria, los huertos urbanos, las prácticas alternativas en
materia de vivienda o de recursos energéticos, los espacios de
cuidados compartidos y de solidaridad con las más precarias y
expulsadas… En esas islas se demuestra que, en condiciones
ade cuadas, emergen reflexiones y propuestas que nos mues-
tran que, si bien la ciudad es una parte importante del proble-
ma, la gente organizada sabe generar soluciones.
Sin embargo, en demasiados espacios la democracia y la
participación han sido una sombra de lo que imaginábamos.
En algunos municipios, como el de Madrid, el que mejor co-
nozco, no es que no se tenga en cuenta a las organizaciones
barriales —de forma desigual, según quien sea el o la concejal
de la zona—, sino que ni siquiera se ha generado una dinámica
de deliberación y de debate político en el seno del propio equi-
po de gobierno y de la red que lo asesora, y no digamos ya con
el tejido social organizado.
Se confunde el debate, y la decisión posterior, con el voto a
través de mecanismos informáticos. Se vuelve a interpretar la
democracia como una suma de votos individuales y aislados,
con frecuencia insuficientemente informados, y no tanto
como un espacio de deliberación.
la representación institucional y las alcaldías en Cataluña—, han encontrado serias limitaciones para aplicar sus programas electorales. (N. de la E.)
Los liderazgos están lejos de parecerse a lo que Biehl expo-
ne en el libro. Más bien se han replicado formas clásicas de li-
derazgos individuales que, en el peor de los casos, se convierten
en caudillismos incuestionables. En nombre del respeto, la ad-
miración o la protección de quien encabeza los proyectos, se
rehúye el debate sobre los proyectos políticos, los diagnósticos
que los justifican o los propósitos que los inspiran. Con la que
está cayendo, mantener los gobiernos municipalistas me pare-
ce una cuestión capital, pero hay que ayudar a que no queden
despojados de la doble voluntad de cambio que los hicieron
nacer: la rebeldía contra un proyecto neoliberal que considera
que una ciudad y la gente que vive en ella solo son importantes
si generan valor económico, y la voluntad de construir vidas
buenas en común, decididas colectivamente, en un entorno de
crisis económica, translimitación e incertidumbre que, sin
duda, se irá endureciendo.
La propia forma de construir las candidaturas tomó atajos
que se tradujeron en importantes peajes. En algunos casos, las
listas fueron encabezadas por personas que provenían de los
movimientos sociales que las impulsaron, pero en otros se bus-
có a individuos con tirón electoral, sin que necesariamente
compartiesen los proyectos y programas que se habían consen-
suado. Dado que las instituciones tenían su lógica previa y las
figuras de alcalde o alcaldesa acumulaban un enorme poder, la
integridad de los proyectos fue abortada en algunos lugares
desde el mismo momento de la elección. El desconcierto y la
decepción, lamentablemente, no se tradujeron en un salto en
la organización y la resistencia, sino en la fragmentación y
desmembramiento de lo que tanto había costado generar.
En el plano del ecologismo social, los avances son escasos
en proporción a la magnitud del problema que se aborda.
Las ciudades tienen hoy enormes problemas estructurales
que las hacen especialmente vulnerables. Son importantísi-
mos sumide ros de recursos y bienes procedentes de la despose-
sión del medio rural o de los países de la periferia. A la vez, son
absolutamente dependientes del exterior en el plano instru-
mental —alimentos, agua, energía y materiales—, generadoras 15
Prólogo
de cantidades ingentes de residuos y constituyen la parte del
león de las emisiones de gases de efecto invernadero.2
También son territorios vulnerables en el plano humano.
El urbanismo, con frecuencia, está orientado a la acumulación
de capital y a mantener sueños de crecimiento y dinamismo
económico que, en las últimas décadas —y todavía hoy—, han
estado marcados por la especulación.
Esa concepción de lo urbano ha organizado el territorio
según los deseos de inversores, cuya prioridad no es el bienes-
tar de las personas y que terminan agudizando las desigualda-
des en términos de clase, de género, de procedencia o de edad,
además de envenenar el aire que respiramos, crear puestos de
trabajo precarios —que engrosan las cifras de asalariados po-
bres—, expulsar a los márgenes a sectores de población que
algunos agentes del poder económico no dudan en calificar de
«población sobrante», e invisibilizar y desvalorizar la biodi-
versidad urbana y la existencia de otros seres, vegetales y ani-
males, que tienen valor en sí mismos por ser vida, además de
ser esenciales para conseguir la adaptación ante el cambio cli-
mático.
En muchas de las «ciudades del cambio» se han acometido
iniciativas en torno a la movilidad, la calidad del aire, los siste-
mas alimentarios, la renaturalización de espacios naturales, o
el freno a la turistización y gentrificación, que van bien enca-
minadas. El problema es que conviven con prácticas clásicas
centradas en la maximización del beneficio y en la especula-
ción con el suelo o la vivienda, como formas de obtener valor
en la ciudad, convirtiendo los cambios acometidos en anécdo-
tas o «buenas prácticas» aisladas.
2. En este ámbito, la acción de gobierno del Ayuntamiento de Barcelona se ha visto envuelta en una importante contradicción en relación con la creación de la empresa eléctrica municipal Barcelona Energia, concebida como una alternativa pública a las grandes operadoras del sector, pero que ha sido denunciada desde colectivos ecologistas por la obtención de la energía de fuentes contaminantes: bit.ly/2n5v4k1.
(N. de la E.)
Se alientan proyectos especulativos como los de toda la
vida, que generan una importante contestación social y, como
en el caso de Madrid, se saca pecho ante la capacidad de gestión
que permite desbloquear proyectos atascados desde hace déca-
das. Se insiste en la idea de que hay que gobernar para todos,
obviando unas desigualdades estructurales que hacen que ese
gobernar para todos implique, al final, no poner límites a quie-
nes tienen mucho más de lo que les corresponde.
En el plano del feminismo, nos encontramos con que, en
este momento de auge del movimiento, los gobiernos munici-
palistas hacen del feminismo un nodo central del discurso. Es
cierto que se ha producido una importante presencia de muje-
res en las candidaturas y la mayor parte de ellas son paritarias.
También existe una preocupación comprometida frente a la
lacra de las violencias machistas.
Sin embargo, feminizar la política es mucho más. Supone
cuidar, alentar la diversidad y no expulsar de las listas o los ór-
ganos a las personas que disienten. La contradicción y la dife-
rencia es un seguro de vida para la supervivencia política.
Arrinconar o invisibilizar a quienes molestan o tensionan es
un error enorme que se paga muy caro.
En ese sentido, las propuestas feministas se centran en su-
mar, reconocer la diferencia y el conflicto, no para depurarlo,
sino para incorporarlo y construir análisis y caminos acordes
con los problemas que afrontamos.
Finalmente, en este ciclo, se han producido importantes
desencuentros con las bases activas que construyeron las can-
didaturas y una desafección considerable, que ha acabado
transformando los proyectos municipalistas en opciones pro-
gresistas pero clásicas de gobierno.
Las candidaturas municipalistas que llegaron a los gobier-
nos municipales en 2015 no lo hacían bajo los supuestos de los
proyectos libertarios que se exponen en este libro, pero revi-
sarlos a la luz de lo que enuncian Biehl y Bookchin es un ejer-
cicio imprescindible para recuperar el latido que las impulsó.
De lo contrario, se corre el riesgo de evolucionar hacia una
opción amable, progre y multicolor (verde, violeta, arco iris…
que, al eludir y no afrontar los problemas estructurales, termi-
ne siendo parte de esos neoliberalismos progresistas3 a los que
alude Nancy Fraser, y se convierta en la autodemostrada evi-
dencia de que, después del «sí se puede», en realidad, «no se
podía».
3. Nancy Fraser: «El final del neoliberalismo “progresista”», Sin Permiso,
Madrid, 12/01/2017: bit.ly/2iqoPra.
 
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