La administración del capitalismo necesita recrear permanentemente oportunidades rentables donde dirigir el capital excedente. Las situaciones de crisis surgen cuando ese circuito se traba. ¿Qué situaciones lo destraban y qué tiene que ver Ucrania?
El exceso de capital, tanto en medios de producción como en dinero, provoca un cuello de botella que culmina en una desvalorización masiva. Esos ciclos, presentes en toda la historia del capitalismo, se agravaron en los últimos 50 años, a partir de la respuesta que desde los puestos de comando de la economía mundial, se elaboró para enfrentar la crisis de sobreproducción en el sector industrial internacional, privilegiando los intereses del capital, desde los años 70
La financiarización —la multiplicación del capital financiero— surge como respuesta a esa crisis, y sirvió, en el corto y mediano plazo, para paliar la situación, al tiempo que se agravaba el fondo del problema. La burbuja inmobiliaria fue un gran negocio para los bancos, al mismo tiempo que impulsaba la economía “real” promoviendo un auge en la construcción. Sus efectos no se quedaron solo en lo financiero, también llegaron a la producción multiplicando la demanda de cemento, hierro, cables, caños y tantas cosas más. En un momento el proceso llega a su límite y la burbuja se pincha.
Endeudar a la población facilitando el acceso a tarjetas de crédito cumple la misma función. Si hay sobreproducción de electrodomésticos, crear anzuelos que dirijan el consumo a ese tipo de objetos es una manera de paliar esa situación. Recurrir a estos mecanismos y otros como las devaluaciones de una moneda respecto a otra, ha sido parte fundamental de la caja de herramientas que los mandrakes macroeconómicos utilizan para regular los emergentes de las crisis, el lugar geográfico donde explotan y sus efectos sociopolíticos. Es un mecanismo esencial para asegurar el predominio del capital.
¿Qué tiene que ver esto con Ucrania? Aunque no puedan nunca admitirlo, la guerra es el mejor antídoto que el capital encontró para solucionar este problema. Podemos figurarlo con una ecuación sencilla. Boeing produce un misil y obtiene una ganancia por ello. Ese misil destruye un tanque, fabricado por otra empresa que también obtiene su ganancia. A su vez otros misiles, impactan en instalaciones industriales. Queda destruido el misil, el edificio, y los medios de producción que se hallaban dentro. Ese explosivo hace su aporte infinitesimal para paliar la sobreproducción industrial. Luego otros misiles impactan viviendas, redes eléctricas, puentes. Llegado el momento de la reconstrucción allí habrá oportunidades rentables hacia donde canalizar capital excedente. A escala de un país no es suficiente para el excedente de capital a nivel mundial, pero es un aporte significativo.
Quiénes trabajan en el diseño de la destrucción, nunca van a admitirlo pero es posible encontrar los emergentes de este mecanismo en sus propias palabras. Como siempre, el think tank umbilicalmente ligado al complejo militar industrial, la Rand Corporation es el más crudo: “Si bien los contribuyentes estadounidenses merecen examinar cómo se gasta el dinero estadounidense, el hecho es que, en general, hasta ahora Ucrania ha demostrado ser una inversión militar con un rendimiento notablemente bueno”.
“La guerra de Ucrania ha sido y sigue siendo una valiosa fuente de inteligencia. Al igual que la guerra árabe-israelí de 1973 hace medio siglo, Ucrania se ha convertido en una prueba de fuego real del armamento estadounidense. Desde un punto de vista militar, Estados Unidos está averiguando qué sistemas funcionan y cuáles no en un campo de batalla del siglo XXI, todo sin costar vidas estadounidenses”.
Rand no es la única que habla así. El general de cuatro estrellas Jack Keane en Fox Business: “Hemos invertido, y digo bien, invertido, 66.000 millones de dólares en Ucrania este año, alrededor del 1,1% [del presupuesto]. ¿Qué conseguimos con esta inversión? Hemos dejado de lado a Putin durante años (…). Entonces, por 66.000 millones, lo que tenemos, es que Ucrania está luchando, literalmente está destruyendo al ejército ruso en el campo de batalla, lo que lo retrasará años y privará a Putin de la capacidad de lograr su ambición de recuperar el control de ciertas repúblicas soviéticas.(…) Por eso pienso que esta inversión, vale la pena”.
En el curso de la guerra, Estados Unidos se preocupó por dirigir correctamente esa inversión. Por eso los países europeos que pertenecieron al Pacto de Varsovia enviaron armamento que había sido fabricado por la URSS para ser destruido en Ucrania. De esta manera, se destruye equipo obsoleto que no está dentro de los estándares de la OTAN, que será reemplazado por equipo moderno proveniente de Estados Unidos. Se ciñen más los nudos de dependencia en materia de defensa de esos países respecto a Washington y, al mismo tiempo, Lockheed and Martin, Boeing, Raytheon, Northrop Grumman y la británica Bae Systems recibirán una larga lista de pedidos.
En palabras de la Rand, “la asistencia militar estadounidense en Ucrania también fortalece al ejército estadounidense de otras maneras. Gran parte de la asistencia militar proviene de reservas militares existentes, en algunos casos anticuadas, lo que significa que cuando el Congreso paga la ayuda militar a Ucrania, está permitiendo que Estados Unidos reemplace sus armas más antiguas por otras nuevas. La ayuda a Ucrania también impulsa la industria de defensa y la economía estadounidense”.
Una parte del aumento del gasto en defensa de los países europeos irá a Estados Unidos, ya que es el fabricante de una fracción desmesurada del armamento mundial: “Los estadounidenses tienen razón al exigir que Europa pague su parte justa. Tanto Alemania como Francia prometieron recientemente aumentar el gasto en defensa en un tercio. Polonia ha aumentado su presupuesto en un 70 por ciento desde la invasión inicial de Rusia a Ucrania en 2014. (…) Así, Estados Unidos está lejos de asumir solo la carga financiera”.
Según información oficial —rusa— hasta el 23 de febrero, Ucrania perdió entre muchas cosas que serán reemplazadas:
· 387 aviones militares
· 210 helicópteros
· 3.222 drones
· 405 sistemas de misiles tierra-aire
· 7.994 tanques y otros vehículos blindados de combate
· 1.038 lanzacohetes múltiples
· 4.189 cañones de artillería de campaña y morteros
· 8.501 piezas de equipo de vehículos militares especiales
Un despacho de la agencia Reuters cita a Michal Strnad, quien ostenta el buen oficio de propietario de Checoslovak Group, dedicado a la producción de munición de artillería de 155 mm, estándar de la OTAN. El bueno de Michal salta de contento: mientras el desempleo a una escala desconocida amenaza a todo un continente, él consiguió trabajo para una década: “Las municiones de artillería son bienes muy escasos hoy en día. Calculo que llevará entre 10 y 15 años reponer las existencias [de los ejércitos occidentales]”. Checoslovak produce entre 80.000 y 100.000 proyectiles por año, entre el 25% y el 30% de la capacidad europea. Strnad supone que Ucrania dispara ¡40.000 por semana! A razón de 3.300 euros por cada uno.
Según el servicio secreto ruso, Ucrania recibió 609.000 proyectiles antitanque y 9.800 misiles. Nada es barato.
Primero destruir, después reconstruir
Después de las armas, viene un negocio más grande, la reconstrucción. El think tank que se abocó a pensar en ella es The Atlantic Council, que calculó en octubre pasado, un costo de entre 349.000 millones y un billón de dólares.
Recomienda empezar por los 140.000 edificios residenciales destruidos, y continuar por carreteras, servicios públicos y toda la infraestructura para la cosecha y almacenamiento de alimentos. Este último punto es muy interesante, pero para armar el puzle es necesario sumar dos frases que aparecen en otras partes del documento. La primera es “crear condiciones y vías logísticas para que Ucrania exporte cereales y revitalice su economía”. Y la segunda “iniciar reformas agrarias para permitir la propiedad de tierras agrícolas por personas jurídicas”.
Tenemos tres elementos distintos respecto al mismo tema que aparecen desconectados en el documento: reconstruir la infraestructura para la producción agrícola, que sirva para exportar y cambiar la estructura de propiedad de la tierra. ¿Por qué no aparecen conectados?
Las tierras fértiles de Ucrania —el chernozem— son junto con el Medio Oeste estadounidense y la Pampa Húmeda argentina, las tierras más productivas del mundo. Ucrania supera en cantidad y calidad de tierras fértiles a los dos países americanos.
Tanto en Estados Unidos como en Argentina, el capital financiero internacional disfruta de una estructura legal que privilegia sus intereses.
Ucrania es distinto. Heredera de una revolución que modificó toda la estructura de propiedad, las empresas nacionales y extranjeras podían arrendar pero no comprar la tierra. Recién en 2020 se permitió la venta de suelos y en 2024 se iba a definir por referéndum si se podía o no vender tierra a empresas extranjeras.
Allí está el sentido de esas frases dispersas de The Atlantic Council. No se trata de que los ucranianos coman o no, sino de abrir un fabuloso espacio en el agro ucraniano para la realización ampliada del capital. Ingreso del capital a un terreno en el que no podía participar, acumulación originaria y nuevas oportunidades rentables de inversión.
Ese espacio no se restringe al agro. La totalidad del país se debe convertir en una oportunidad de negocios para el capital extranjero. Después de la invasión rusa, viene otro ejército —“occidental” y tecnocrático— menos letal, pero no menos dañino, a tomar el control del país: “Kiev probablemente necesitará emprender reformas institucionales significativas y actualizar su marco regulatorio. Las prioridades clave para el apoyo externo incluirían el fortalecimiento del Estado de derecho, continuar su progreso en los esfuerzos anticorrupción, desregulación, privatizar empresas estatales que generan pérdidas, racionalizar sus procesos de adquisición, e iniciar reformas agrarias para permitir la propiedad de tierras agrícolas para personas jurídicas”. Allí aparece otro elemento a ser conquistado, empresas públicas que deben ser privatizadas.
Hay más, “el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo informa que una de cada dos empresas ha cerrado por completo”. Una fabulosa destrucción de capital ha dejado un espacio vacío para ser ocupado. Como presumiblemente los propios ucranianos carecen de los medios para hacerlo, una buena parte será ocupado por empresas extranjeras.
Para ello “occidente” debe “proporcionar apoyo de asesoramiento y fomentar la inversión (…) en industrias más lucrativas y sostenibles. La guerra destruyó su base industrial en el este y el sur. Occidente puede ayudar a incentivar el desarrollo de la producción de acero, la fabricación de armas y las industrias automotriz y aeroespacial en el oeste y el centro de Ucrania”. También “utilizar los fondos para modernizar la infraestructura (es decir, reemplazar los edificios o carreteras existentes de la era soviética)”.
La energía es siempre un pastel apetecible. Occidente debe “ayudar a Ucrania a integrar su política energética con la de la UE. Esto implicará el desarrollo de fuentes autóctonas de energía” y “aumentar la eficiencia energética doméstica” (o sea vender miles de aparatos que reemplacen la calefacción o los lavarropas energéticamente ineficientes).
Y por supuesto la defensa para el día después: “Asistir en la transición de Ucrania a los sistemas y tecnologías militares defensivos y ofensivos occidentales durante los próximos tres años, principalmente incentivando a los principales proveedores privados de defensa para que forjen asociaciones con empresas ucranianas”.
Los cinco elementos —producción de armas, reconstrucción de infraestructura, propiedad de la tierra, empresas públicas para ser privatizadas, y la pérdida de capacidades productivas que deben ser reemplazadas— conforman un paraíso para la realización del capital. Los ucranianos no se enteran, pero Ucrania es un buen negocio.