Brasil: No hay tierra sin enfrentar a los militares

Las fuerzas militares, especialmente las denominadas auxiliares (Policías Militares – PM’s), son aquellas que emplean el uso de la fuerza para imponer la reintegración de la tierra a pedido de los usurpadores de tierras. La guerra de Canudos y la del Contestado no nos dejan mentir que la mayor expresión del ejército brasileño fue atacar a sus propios compatriotas. Y la misión es siempre la misma: defender los bienes de las élites e impedir que el pueblo acceda a la tierra y al territorio. Ahora estamos investigando la situación de genocidio del pueblo Yanomami y Yek’wana, pero hay que recordar que en mayo de 2022 supimos que el ejército



Teia Dos Povos

No hay tierra sin enfrentar a los militares

 

Joelson Ferreira y Erahsto Felício

Hay una ventana de oportunidad en el recrudecimiento de la crisis republicana que estamos viviendo. Una ventana para la izquierda y para todas las personas y pueblos que luchan por la tierra y el territorio. Es, sin duda, un momento único que nos invita a luchar contra el poderío militar en este país. Seamos objetivos desde el comienzo de nuestra conversación: no hay tierra y territorio en Brasil sin confrontar a los militares. Desde la génesis de la formación del poder militar, han sido los encargados de impedir el acceso de los pueblos a la tierra. Defender el sistema de tenencia de la tierra brasileño fue el pecado original de esta corporación que tanto daño ha hecho a la gente de estas tierras.

Creemos que hay dos maneras de explicar esto. El primero y más objetivo es entender que las fuerzas militares, especialmente las denominadas auxiliares (Policías Militares – PM’s), son aquellas que emplean el uso de la fuerza para imponer la reintegración de la tierra a pedido de los usurpadores de tierras. Estas fuerzas también están casi siempre donde los terratenientes reclutan a sus nuevos yagunzos: personas formadas en las filas de la policía militar, cuando aún no son policías activos, y son el brazo de seguridad y paramilitar de los latifundios. Los casos de acaparamiento de tierras en el Oeste de Bahía son un buen ejemplo. En marzo de 2021, geraizeiros (poblaciones tradicionales del Cerrado y de la Caatinga de la región conocida por «Gerais») de Formosa do Rio Preto (BA), se defendieron de los yagunzos que atacaron a la comunidad para destruir lo que habían construido y lograron detener a esos invasores. Entre ellos se encontraban cuatro policías militares que brindaban servicios privados a los acaparadores de tierras. Aún en el Oeste de Bahía, ese mismo año, se descubrió que al menos tres policías militares estaban entre los involucrados en la muerte del hombre que denunciaba el esquema de usurpación de tierras a la Operación Faroeste, conducida por la Policía Federal. La conocida historia de Marielle Franco nos recuerda que este rasgo no sólo se aplica a la propiedad rural, ya que la concejala mártir investigaba el acaparamiento de tierras urbanas cuando fue asesinada.

La segunda forma de explicarlo es pensar en el origen histórico de las fuerzas militares. La propia Policía Militar de Bahía reconoce que su historia se remonta a 1825. Es bien sabido que la formación de tal fuerza está directamente ligada al temor de la rebelión del Quilombo do Urubu por parte de nuestra gran guerrera Zeferina. En el caso del ejército, queda claro por qué todavía honran al Duque de Caxias como su patrón, recordando una vez más que el mayor asesino de la Balaiada (rebelión popular que pasó en el estado de Maranhão, entre 1838 e 1841) es la inspiración de esta fuerza terrestre. La guerra de Canudos y la del Contestado no nos dejan mentir que la mayor expresión del ejército brasileño fue atacar a sus propios compatriotas. Y la misión es siempre la misma: defender los bienes de las élites e impedir que el pueblo acceda a la tierra y al territorio. Ahora estamos investigando la situación de genocidio del pueblo Yanomami y Yek’wana, pero hay que recordar que en mayo de 2022 supimos que el ejército negó apoyo a la comisión parlamentaria que quería visitar y comprobar de cerca la situación. Que fue en el gobierno con más militares desde la redemocratización, que las invasiones de tierras indígenas ganaron tracción y se intensificó la destrucción de los biomas de la Amazonía y del Pantanal. Porque esto siempre ha sido un proyecto político de los militares.

El crimen organizado que corrió y victimizó a Dom y Bruno, las pistas de vuelo clandestinas en la Amazonía, las armas que cruzaron ilegalmente las fronteras, la nueva política de armas, la corrupción no investigada en la dictadura cívico-militar de 1964-1985, el incentivo desde ese entonces a la minería, el avión de las Fuerzas Aéreas Brasileñas (FAB) con cocaína, todo ello con la connivencia, omisión o firma de los uniformados. Y todo esto lo hacen con fondos públicos, pagados por el pueblo trabajador de nuestro país. Es necesario pensar en estrategias sobre cómo frenar este aparato represivo antes de que logren dar el golpe que no lograron en el 2022.

En la historia, cada vez que los gobiernos dan alguna misión relevante a los militares brasileños, regresan empoderados y dan un golpe de Estado. El gobierno imperial los mandó a masacrar a nuestros hermanos y hermanas paraguayos (1864) y toda la ideología golpista que impuso la república se formó en las siguientes décadas. Posteriormente, en 1956 el ejército ayudá a la represión de los pueblos árabes en la construcción del Canal de Suez y a la vuelta dio el golpe de 1964. Y, finalmente, los mandaron a reprimir al pueblo de Haití (Minustah) desde 2004 y el ejército participó y apoyó el golpe de Estado contra Dilma y la detención de Lula. Y se puede observar que los principales nombres del generalato brasileño que participó en el gobierno fascista, están entre los comandantes de la operación en Haití (Heleno, Azevedo y Silva, Tarcísio de Freitas y Santos Cruz).

Y aquí hay que señalar que sí hay una continuidad histórica muy bien documentada, es cómo la práctica sistemática de violación de derechos, torturas, secuestros, fusilamientos, desapariciones realizadas en la dictadura de 1964 logra mantenerse en la redemocratización simplemente cambiando el objetivo. Si antes la militancia de izquierda era la principal víctima, ahora los cuerpos negros y periféricos sufrirán los mismos tipos de crímenes que cometen las fuerzas militarizadas del Estado, solo que sin el clamor por Memoria, Verdad y Justicia por parte de las izquierdas que aceptaron e incluso participaron del genocidio negro. Y, vea, esta continuidad autoritaria de la persecución del enemigo interno tiene una historia aún más antigua con el proceso de persecución de los esclavos y ex-esclavos. El mantenimiento, por tanto, de un orden persecutorio y represor de los pueblos periféricos obedece –como en el período de la esclavitud– a la exigencia del capital de controlar y devaluar la fuerza de trabajo. El negro, la negra, violada, perseguida, estigmatizada, sigue trabajando, pero sigue perdiendo valor en su trabajo, en su condición de vida.

Sin embargo, si en el proceso de imposición de la república el ejército quiso ser la guía ideológica del pueblo, clavando su positivismo como doctrina superior que guiaría a la nación, hoy la fuerza del poder militar no tiene capilaridad en el pueblo para construir una dirección. Aunque nunca aceptaron pasar el poder de la república a los civiles, torcieron el pico y tuvieron que aceptar como líder a un mal militar, bebieron de la idiotez de Olavo de Carvalho por falta de inteligencia y sagacidad para proponer algo al pueblo y no lograron en cuatro años producir un marco que inspirara políticamente a la población en sus ideales. De ahí el uso de la bases de algunas iglesias neopentecostales y algunos protestantes históricos que cayeron en gracia del fascismo. Es este trabajo de base eclesiástico es el que reúne y crea las condiciones para una disonancia cognitiva absurdamente grave que vemos en la base bolsonarista. Basta para averiguar un rápida pasaje por los himnos y alabanzas cantadas en los ataques en Brasilia el 8 de enero.

Un tercer y último elemento participa en esta relación perversa: los financieros, parte de ellos del agronegocio. Sabemos que las investigaciones sobre los ataques del día 8 de diciembre de 2022 ya llegaron a los terratenientes. Aunque enriquecidos por las políticas económicas de los gobiernos del PT, importantes sectores de terratenientes odian a la izquierda. Existe un arraigo ideológico y un interés económico estructural en defender sus propiedades, así como en mantener una política agraria permisiva con el acaparamiento de tierras y la destrucción ambiental. Si son nuestros enemigos más antiguos, debe quedar claro que son los que los militares defienden en última instancia.

Hay aquí una simbiosis entre la estrategia de combatir al enemigo interno con la defensa de la propiedad de la tierra y la construcción de una masa ideológicamente preparada para hacer en la calle lo que militares y terratenientes todavía no se atreven a hacer públicamente. La tarea de recuperar la tierra pasa por afrontar esta situación. Hay que recordar que estos tres sectores (militares, pastores millonarios y terratenientes) crecieron mucho gracias a las políticas de los gobiernos del PT. Recordar esto es fundamental para saber qué empodera a cada uno y luchar contra ello. En otras palabras: es necesario desfinanciar (y se podría empezar por la seguridad social) a los militares, forzar la democratización de las tierras y reencantar a nuestros pueblos por las utopías de construir un mundo nuevo en esta vida. Estamos señalando que una parte importante de nuestros problemas dependen del dinero público y cualquier gobierno mínimamente serio, debería pensar en aprovecharlo mejor recortando la inversión en las fuerzas armadas y el crédito a los acaparadores de tierras y terratenientes en general.

No podemos seguir financiando la destrucción de nuestra tierra. El proyecto de un país vendedor de materias primas que necesita destruir nuestros biomas y suelos para ello es un proyecto defendido por los militares. Pueblos que avanzaron en la desindustrialización y la primarización de la economía que solo atenta contra la naturaleza. Tenemos que tomar la tierra, hacer educación, ciencia y tecnología para la emancipación de los pueblos. Pero nada de esto es posible sin vencer a los militares. Esta es la tarea de nuestra histórica ventana de oportunidad. Luchar todos los días para acabar con el poder de los militares.

Que no se engañe nuestra gente de los pueblos y movimientos sociales: hay tareas políticas urgentes mientras todavía estamos jugando un rol en la sociedad civil de esta democracia. Derrotar políticamente a los militares es una de ellas. No habrá tierra mientras la bayoneta de las fuerzas siga apuntándonos. Nuestra lucha pasa por reconocer este obstáculo en nuestro camino y, por tanto, tenemos que superarlo con la lucha popular.

¡Por el fin del poder de los militares!

¡Por tierra y territorio, libertad y dignidad!