Guerra mundial híbrida

Decía el Subcomandante Marcos que las guerras mundiales son momentos de reordenamiento geopolítico. Ya sea mediante una estrategia u otra, el resultado final de toda guerra mundial es el surgimiento de un nuevo mapamundi. Pues bien, ya es claro que el mapamundi en emergencia es el resultado del reacomodo multipolar global y la conquista de territorios en dos bloques: uno, con epicentro en China y sus aliados, y otro, con el viejo bloque hegemónico liderado por Estados Unidos y la OTAN.



Guerra mundial híbrida

Omar Felipe Giraldo*

 

Se hace cada vez más verosímil la tesis de muchos geopolíticos de que estamos ya en una guerra mundial. La invasión de Rusia a Ucrania es apenas la punta del iceberg de una guerra híbrida en el que se reordenan las potencias económicas mundiales, con un componente bélico, por supuesto, con misiles y tanques de artillería (se calcula que esta guerra ya deja medio millón de muertos), pero que además incluye, como todas las guerras, cambios económicos, energéticos, políticos, tecnológicos y monetarios. Esta guerra mundial híbrida es el resultado de una crisis crónica del capitalismo, en la que la hegemonía estadounidense se encuentra en franco declive mientras asciende un bloque asiático multipolar liderado por China.

Decía el Subcomandante Marcos que las guerras mundiales son momentos de reordenamiento geopolítico. Ya sea mediante una estrategia u otra, el resultado final de toda guerra mundial es el surgimiento de un nuevo mapamundi. Pues bien, ya es claro que el mapamundi en emergencia es el resultado del reacomodo multipolar global y la conquista de territorios en dos bloques: uno, con epicentro en China y sus aliados, y otro, con el viejo bloque hegemónico liderado por Estados Unidos y la OTAN. Todos los sucesos que están ocurriendo en los últimos días, deben analizarse en el contexto de las tensiones imperiales por el nuevo orden global, que cobran la cara de una guerra mundial en curso, como circunscribió recientemente el presidente sirio Bashar Al Assad http://bit.ly/3ZdrAvu.

Ucrania es apenas el territorio prestado para librar una batalla de esta guerra. Pero el territorio puede cambiar y expandirse a otras regiones. Se piensa que el próximo escenario de la guerra estallará en algún lugar del Pacífico. Hoy todos los ojos están puestos en Taiwán, pero podría ser en cualquier otro territorio. Y para preparar el escenario todos están armándose hasta los dientes: el Pentágono aprobó un presupuesto récord para el 2023 de $842.000 millones de dólares para intentar ponerse al día con en la desventaja tecnológica que arrastra desde hace años con respecto a sus adversarios. Y eso sin contar con los rearmes de la Unión Europea y demás países de la OTAN para prestar asistencia bélica a Ucrania. Por su parte el partido comunista chino aprobó su presupuesto militar anual para 2023 en $224.000 millones de dólares (un aumento del 7%), mientras Rusia se retira del acuerdo antinuclear y amenaza a Occidente diciendo que se defenderá con cualquier arma, mientras sugiere que va a duplicar la producción de misiles de alta presición.

La explicación más inmediata sobre esta guerra de potencias es la lucha por el control territorial. Esto es cierto, pero hay más. La guerra es lo sensato, no lo loco, cuando hay crisis capitalistas, como viene ocurriendo desde hace décadas, pues el sistema sufre de una crisis de sobreacumulación crónica expresada en la caída de las tasas de ganancias.

 

¿Qué significa esto? Que la rentabilidad cada vez es menor y, en consecuencia, los capitales encuentran cada vez menos salidas rentables de inversión. Es decir, los capitales permanencen ociosos: no encuentran donde acumular. Un dato que demuestra que esto es en realidad lo que ha estado ocurriendo, es que antes de iniciar la pandemia el capital ocioso se había incrementado de $6.6 billones a $14.2 billones de dólares entre 2010 y 2020: una cantidad superior al total de todas las reservas en divisas de los gobiernos centrales del mundo.

Debemos recordar que, como analizó Karl Polanyi, la segunda guerra mundial fue la respuesta sensata ante una crisis crónica de sobreacumulación que no había logrado corregirse durante décadas. Una vez acaba la segunda guerra inicia el gran crecimiento económico liderado por Estados Unidos, lo que es constatación de que la guerra es consustancial a la lógica de la acumulación de capital.

Tyler Cowen, un experto económico en el área de estancamiento económico, expresó la necesidad de la conflagración bélica del tamaño de nuestros tiempos en un polémico artículo publicado en 2014 en The New York Times titulado: “La falta de grandes guerras puede estar perjudicando el crecimiento económico” https://nyti.ms/3FBy7sP. Según Cowen la guerra no solo aumenta el gasto público que pone a la gente a trabajar, como pensaba Keynes, sino ante todo “la posibilidad misma de una guerra centra la atención de los gobiernos en tomar algunas decisiones básicas acertadas”. Cowen hace una confesión que no muchos se atraven a hacer: la única forma de activar un capitalismo estancando es mediante la guerra.

Y es que en un contexto de caída de las tasas de ganancia, el escape para capitales ociosos en búsqueda de rentabilidad atractiva, durante décadas, ha sido la especulación financiera. Es allí donde se ha refugiado y encontrado donde crecer y crecer. Pero esto tiene límites. El capitalismo, como un todo, no puede durar acumulando indefinidamente en el mercado financiero. Tiene que abrir fuentes de economía real. Y para ello lo mejor es la guerra, porque, permite una “destrucción creativa” para la reconstrucción futura, abre oportunidades de inversión muy rentables en la industria bélica, y, en general, dinamiza una cantidad de sectores donde puedan impulsarse nuevos polos de acumulación de capital.

Aun no sabemos si la quiebra del Silicon Valley Bank y de otros bancos, se traducirá en una crisis financiera como la del 2008 que obligue a los capitales salir en masa a buscar nuevas fuentes de inversión en la economía “real”. Pero de algún modo el terreno ya ha estado preparándose, con el falso discurso de la transición energética. Porque además de la industria militar, los estados están alentando inversiones en paneles solares, energía eólica, hidrógeno verde y transporte eléctrico, lo que a su vez impulsa la megaminería, principalmente cobre, litio, cobalto, zinc, cadmio y tierras raras, y aumenta la demanda en petróleo y carbón. La crisis energética europea, precipitada por las sanciones a Rusia, aceleró la inversión en esta transición hacia las mal llamadas energías renovables, y esto está aumentado la demanda de minerales y recursos fósiles, en un escenario donde ya hemos pasado el pico del petróleo.

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) acaba de asegurar http://bit.ly/3nbzGY9 que la oferta de petróleo para el segundo semestre de 2023 no podrá satisfacer su demanda. Esto significa muchas cosas, pero en lo inmediato precios altos, que no hará sino aumentar la inflación mundial, incrementar aún más el precio de los alimentos, en un escenario muy adverso para Estados Unidos, pues en esta guerra híbrida China acaba de aceitar un histórico acuerdo entre las potencias petroleras de Arabia Saudita e Irán, hecho que amenaza el control estadounidense sobre el Medio Oriente. Es muy claro que estamos en una guerra geopolítica por los recursos: petróleo, carbón, gas, minerales, tierra, agua, y toda la cadena de suministros para los semiconductores, y en eso el bloque asiático tiene toda la ventaja, no solo porque desde hace tiempo está asegurando acuerdos por el control de los propios en el continente, sino también en África y América Latina. China tomó la delantera hace muchos años en la mayoría de los frentes, y sin duda su apuesta más importante es la nueva ruta de la seda y su renovada alianza con Rusia reiterada en el encuentro de esta semana entre Putin y Xi Jinping.

Algo muy importante está ocurriendo en el contexto del capitalismo global: el declive del capitalismo neoliberal. China demostró que un capitalismo de Estado puede llegar a ser muchísimo más eficiente para la acumulación de capital, que el capitalismo de libre mercado. Y Estados Unidos, la Unión Europa y los países aliados lo saben. Hay varios análisis económicos recientes que muestran cómo las naciones occidentales están coproduciendo una crisis financiera mediante el incremento de la tasa de interés para llevar al sistema financiero comercial a la ruina, enterrando poco a poco la economía de mercado, para hacer un reordenamiento monetario mediante divisas digitales de los bancos centrales. En otras palabras, según estos analistas estaría en marcha una operación para reducir bancos, concentrarlos y nacionalizar la banca, de modo que todos los depósitos en el futuro queden en la cuenta del banco central de manera digital, mientras se va eliminando el dinero en efectivo.

La guerra híbrida se da también en el sistema monetario, y el bloque occidental está haciendo estas apuestas en un escenario muy adverso, pues los países con materias primas podrían ligar las divisas digitales a activos reales, lo cual de consolidarse acabaría con la hegemonía del dólar y del euro. China, Arabia Saudita, Rusia, Irán pueden crear una super divisa respaldada en sus riquezas naturales, y de ahí la necesidad de hacer reordenamientos del sistema monetario. Aunque aún es muy temprano para asegurarlo, no es descabellado sospechar que el capitalismo de mercado está mutando a un sistema económico planificado en un escenario de reordamiento político global.

Tyler Cowen tenía razón: solo la guerra permite dar un nuevo impulso a los procesos dinámicos de acumulación de capital mediante el tipo de reacomodos económicos, políticos, tecnológicos y energéticos que estamos atestigando, y que muy seguramente se aprestan a profundizar mientras se abren nuevas batallas en el frente de combate.

1 Profesor de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, ENES Mérida, Universidad Nacional Autónoma de México.