Francia. ¿El macronismo se acaba pronto? El movimiento contra la reforma de las jubilaciones en el umbral de la rebelión. Balance de la etapa

El anuncio del 16 de marzo de la utilización del artículo 49.3 de la Constitución Francesa para que el gobierno pueda imponer su reforma de las jubilaciones, ha desatado el movimiento de rebelión en una nueva dimensión. Pese a una represión feroz, una extraña mezcla de cólera y alegría se propaga sobre todo el territorio: manifestaciones salvajes, bloqueo sorpresivo en los cruces de rutas, invasiones a los centros comerciales o vías ferroviarias, arrojo de basura sobre las calles, quema de basura nocturna, cortes de luz, etcétera. La situación está, desde ese momento, ingobernable.



Francia: ¿El macronismo se acaba pronto?

Comunizar

El movimiento contra la reforma de las jubilaciones en el umbral de la rebelión. Balance de la etapa.

El anuncio del 16 de marzo de la utilización del artículo 49.3 de la Constitución Francesa para que el gobierno pueda imponer su reforma de las jubilaciones, ha desatado el movimiento de rebelión en una nueva dimensión. Pese a una represión feroz, una extraña mezcla de cólera y alegría se propaga sobre todo el territorio: manifestaciones salvajes, bloqueo sorpresivo en los cruces de rutas, invasiones a los centros comerciales o vías ferroviarias, arrojo de basura sobre las calles, quema de basura nocturna, cortes de luz, etcétera. La situación está, desde ese momento, ingobernable y el presidente no tiene otra cuerda en su arco que prometer que será fuerte en su decisión, cueste lo que cueste, y no mostrar una necesidad de huida frente a la violencia. Los días que vienen serán decisivos: ya sea que el movimiento se canse (pero todo indica lo contrario) o que el mandato de Macron se hunda. Este texto propone hacer un balance de etapa y analizar las fuerzas en presencia tanto como de las estrategias como de los objetivos a corto y mediano plazo.

 

Solo contra todos

Si consideramos las dos fuerzas oficialmente en la calle, esta situación tiene de particular que ninguna puede permitirse perder. De un lado tenemos el “movimiento social” del que pensamos regularmente que había desaparecido. Sin embargo, vuelve siempre cuando no hay otra cosa. Los más optimistas ven en él el preludio necesario para la construcción de una relación de fuerzas que pueda llevar hasta la sublevación, es decir, a la revolución. Los más pesimistas consideran, por el contrario, que, a priori está comprometido, que la canalización de la situación de descontento popular participa de la buena gestión del orden de las cosas y, entonces, de su permanencia y su fuerza.
Sea lo que sea sobre el papel, este movimiento social tiene todo para ganar: los sindicatos están unidos, las manifestaciones son numerosas, la opinión pública le es muy favorable y si bien el gobierno es democráticamente elegido, es masivamente minoritario. Los astros se han alineado, los semáforos están verdes; en las condiciones tan objetivamente favorables si “el movimiento social” pierde, significa que no podrá jamás imaginar o pretender ganar sea lo que sea.
Enfrente está Macron, su gobierno y algunos fanáticos que creen en él. Se saben minoritarios, pero es allí donde empujan con fuerza. No es un presidente que se haya hecho elegir para ser amado o apreciado, sino que él encarna los términos de la política, su adhesión pura y perfecta a la economía, a la eficacia y a los resultados. No ve al pueblo, la vida, la gente; solamente ve átomos que hay que extraer del valor. Macron es una suerte de derecha mala que desea el “bien” de sus gobernados contra y frente a ellos. Su idea de política es una tabla Excel. En tanto que los cálculos sean buenos y el resultado positivo continuará avanzando a paso de hombre. Al contrario, sabe que si duda, tiembla o se desdice, no podrá pretender gobernar en nada.
Un cara a cara no es, sin embargo, una simetría. Lo que amenaza al “movimiento social” es la fatiga y la resignación. La única cosa que podría hacer renunciar al presidente es el riesgo tangible y próximo de una rebelión. Es lo que nosotros constatamos desde la aplicación del artículo 49.3 de la Constitución el día jueves 16 de marzo, que las reglas de juego están a punto de cambiar: toda la negociación del poder caducó. El “movimiento social” está a punto de desbordarse, lo que se ve a sus alrededores son valores pre insurreccionales. Resta una tercera fuerza informal, aquella de la inercia, aquella y aquellos que por el momento rechazan juntarse a la batalla por descuido o por miedo. En la actualidad juega para el gobierno, pero en cuanto la situación se haga más inestable más deberá tomar partido por el movimiento o por el poder. La proeza de los Chalecos amarillos hizo salir de la frustración y la insatisfacción detrás de las pantallas.

«La mejor jubilación es el ataque»

¿Qué es lo que se oculta detrás del enfrentamiento que vemos en escena? ¿Qué es lo que aprieta los corazones, da coraje o rabia? Lo que se juega es ciertamente el rechazo al trabajo. Evidentemente, nadie se atreve a formularlo así porque desde que se habla de trabajo una vieja trampa se cierra sobre nosotros. Su mecanismo es, sin embargo, rudimentario y bien conocido. Detrás del concepto mismo de trabajo se han confundido dos realidades bien distintas. Por un lado, el trabajo como participación singular de la vida colectiva, de su riqueza y su creatividad; por el otro, el trabajo como forma particular del esfuerzo individual en la organización capitalista de la vida, es decir, el trabajo como dolor y explotación. Si uno se aventura a criticar el trabajo, desear su abolición, eso será comprendido como un capricho pequeño burgués o un nihilismo de vándalos. Si uno quiere comer pan hacen falta los panaderos. Si uno quiere panaderos hacen falta panaderías, si uno quiere panaderías son necesarios los albañiles y gente para amasar el pan o la pasta que se mete en el horno, hacen falta campesinos que siembren, que recojan, etcétera. Nadie, evidentemente, está en condiciones de contradecir semejante evidencia, nuestro problema es que, si nosotros rechazamos en este punto el trabajo, si somos millones en las calles que salimos a pelear, a caminar el asfalto para que no se nos castigue con dos años suplementarios de trabajo, no es porque seamos haraganes o porque soñamos inscribirnos en un club de Bridge, sino porque la forma que ha tomado el esfuerzo común y colectivo en esta sociedad es invivible, es humillante, a menudo carente de sentido y mutiladora. Si uno reflexiona bien, uno no pelea contra la extensión de la edad jubilatoria. Es siempre contra el trabajo.
Reconocer colectivamente que vivimos, la gran mayoría, el trabajo como un dolor, es mostramos una realidad que el poder no puede instalar: tomar nota implicaría renunciar a todo el edificio social sin el cual no es nada. Si nuestra condición común es no tener ningún poder sobre nuestra vida y saberlo, aunque sea una paradoja, todo es posible. Notemos que las revoluciones no tienen, necesariamente, necesidad de grandes teorías y análisis completo. Es suficiente una minúscula reivindicación que se sostenga hasta el final. Sería suficiente, por ejemplo, rechazar ser humillado: por un ritmo, por un salario, por un gerente, por una tarea. Sería suficiente un movimiento colectivo que suspenda la angustia del empleo del tiempo, de la agenda. Sería suficiente reivindicar la dignidad, la más mínima, para sí mismo, los suyos y los otros. Entonces todo el sistema se desfondaría. El capitalismo no fue jamás otra cosa que la organización objetiva y económica de la humillación y el dolor.

 

Crítica de la violencia

Dicho esto, hay que reconocer que en lo inmediato la organización social que nosotros rechazamos no se mantiene solamente por el chantaje a la sobrevida que hace pesar sobre cada uno de nosotros. Está también, especialmente, la policía y su violencia. No volveremos a hablar aquí sobre el rol social de la misma y las razones que los lleva a ser tan detestables (ya que eso está perfectamente sintetizado en el texto que se llama “¿Por qué todos los policías son bastardos?”). Lo que nos parece urgente es pensar estratégicamente esta violencia, lo que ella reprime y ahoga con terror e intimidación. Estos últimos días hubo investigadores y comentaristas que han denunciado la falta de profesionalismo de los policías, sus excesos, sus arbitrariedades y, a veces, su violencia. Sobre la pantalla de la televisión uno se ha asombrado viendo a los 292 interpelados el jueves 16 en la plaza de la Concordia. Se ha asombrado que 283 de ellos hayan tenido una detención sin juicio y sin consecuencias, y que los 9 restantes sólo presentaron un simple llamado a la ley. El problema de este género de indignación es que al ver una disfuncionalidad del dispositivo se impide ver lo que no puede ser más que una estrategia en marcha. Si centenas de policías circulan a toda velocidad las calles de París para perseguir los reagrupamientos de los rebeldes, si desde el viernes la prefectura prohibía que la gente se junte en una superficie que ocupa la cuarta parte de la capital, es porque el señor Macron, con Darmanin y Nunez se han puesto de acuerdo sobre el método: vaciar las calles, chocar con la gente, aterrorizar los corazones… esperando que pase esto.
Repitámoslo: no se gana jamás “militarmente” contra la policía, es un obstáculo que hay que respetar, esquivar, anular, desorganizar y desmoralizar. Destituir a la policía no es esperar a que un día ella baje las armas y se junte con el movimiento, sino, por el contrario, asegurarse de que cada una de las tentativas de restaurar el orden con violencia produzca más desorden. Recordemos que el primer sábado de los Chalecos amarillos en los Campos Elíseos la multitud que se sentía particularmente legítima cantaba “la policía con nosotros”. Más tarde, algunas cargas y gases lacrimógenos convirtieron a la más bella avenida del mundo en un campo de batalla.

Sacar enseñanzas de la represión

Nuestras capacidades de decisión estratégica en las calles están muy limitadas, no disponemos de ningún estado mayor; solamente de nuestro buen sentido, de nuestra cantidad y de una cierta disposición a la improvisación. En la configuración actual de hostilidades podemos sacar, sin embargo, algunas lecciones de estas últimas semanas.
La gestión policial de las manifestaciones, es decir, su contención dentro de los límites de lo inofensivo, se comparte entre los responsables la fuerza de la policía; una manifestación que pase sin problemas es una victoria para el gobierno, una manifestación que desborde propaga la inquietud en la cima del poder, desmoraliza a la policía y nos acerca a una reducción del tiempo de trabajo; una multitud que no acepte más el recorrido marcado por la policía deteriora los símbolos de la economía y expresa su cólera en la alegría, en el desborde y, por lo tanto, lo convierte en una amenaza. Por el momento, y con excepción del 7 de marzo, todas las manifestaciones de masa fueron contenidas por el dispositivo policial. Las movilizaciones sindicales permanecieron perfectamente ordenadas y las manifestaciones menos contenidas se encontraban sistemáticamente aisladas y salvajemente reprimidas. En ciertas circunstancias un poco de audacia libera las energías necesarias al desbordamiento del dispositivo, pero en otras eso puede autorizar a la policía a cerrar violentamente cualquier posibilidad. Sucede a menudo que queriendo romper una vitrina uno se rompe la nariz sobre el borde del dispositivo policial.
Por la rapidez del desplazamiento, de la intervención y del hecho de su extrema brutalidad los policías son el obstáculo más temible. La confianza que han adquirido en estos últimos años, y más particularmente las últimas semanas, debe ser socavada imperativamente. Si no se puede eliminar la posibilidad de los pequeños grupos que condenan, ocasionalmente, al títere y reducen su audacia, la opción más eficaz sería que la multitud pacífica de los sindicados y manifestantes no toleren más su presencia y se interponga con las manos a cada uno de sus avances, los insulte y los rechace. Si su aparición en las manifestaciones provoca encima un desorden que no se restablece, Madame Nunez (ministra del interior) será compelida a sacarlos de la ciudad y encerrarlos en sus garajes de la calle Chanoainesse.
A continuación del anuncio del artículo constitucional 49.3, el jueves 16 de marzo, una manifestación sindical declarada y sus llamados más diseminados se juntaron en el otro lado del puente de la Concordia frente a la Asamblea Nacional. Siendo el objetivo primero del dispositivo policial, el de proteger la representación nacional, expulsó la multitud hacia el sur. Por esta maniobra, los manifestantes se encontraron propagados en las calles turísticas del híper centro. Los cúmulos de basura dejados por las huelgas de los recolectores fueron espontáneamente transformados en hogueras que impidieron las intervenciones policiales. Espontáneamente en numerosas ciudades del país la basura incendiada se transformó en la firma del movimiento.
El viernes 17 de marzo un nuevo llamado a juntarse en la plaza de la Concordia resultó contenido. Si los manifestantes eran corajudos y determinados, se encontraron presos en una trampa y una mordaza e incapaces de lograr la menor movilidad. La prefectura no reprodujo el mismo error del día anterior.
El sábado, un tercer llamado a encontrarse en la misma plaza convenció a los poderes públicos de prohibir toda aglomeración en la zona comprendida entre los Campos Elíseos y el Louvre y desde los grandes bulevares la calle Sebres, o sea alrededor de un cuarto de París. Miles de policías estacionados en la zona pudieron impedir todo comienzo de reunión, acosando a los que pasaban. Del otro lado de la ciudad, una cita en la plaza de Italia dio velocidad al despliegue policial que se lanzó en manifestación salvaje en dirección inversa. Grupos móviles pudieron, durante muchas horas, bloquear las calles, incendiar la basura y escapar temporariamente de la policía.

El principio y fin de la estrategia es que las tácticas no deben oponerse sino componerse. La prefectura de París ya presentó su narración de batalla: las manifestaciones de masa responsables pero inofensivas, por un lado, y los disturbios nocturnos en manos de franjas radicales e ilegitimas, por el otro. Quien estuviera en la calle esta última semana, sabía a qué punto esta caricatura es una mentira y cuán importante es que permanezca. Esto se debe a su última arma: dividir la revuelta entre buenos y malos, responsables e incontrolables. La solidaridad es su peor pesadilla. Si el movimiento gana en intensidad, las marchas sindicales terminarán por ser atacadas y, por lo tanto, tendrán que defenderse. Los bloqueos sorpresivos de las periferias por grupos de la CGT muestran, por otro lado, que las bases están resueltas a desbordar los rituales. Cuando la policía fue convocada en Fos-sur-Mer el lunes a fin de hacer aplicar las requisiciones del prefecto, los obreros sindicados fueron al enfrentamiento. Cuanto las acciones se multiplican más, la unidad policial se agrieta más. Gérald Darmanin (ministro del interior) menciona más de mil doscientas manifestaciones salvajes en estos últimos días.

 

«El poder es logística, bloqueemos todo»

Más allá de su propia violencia, la eficacia de la policía también radica en su poder de distracción. Al determinar el lugar, las modalidades y la temporalidad del enfrentamiento, bombea la energía del movimiento. Si apostamos por el desorden y la amenaza que supone para el poder que el señor Macron desista de ampliar la jornada laboral, el bloqueo es crucial y vital. Efectivamente, nadie esperará indefinidamente la huelga general de una clase obrera y un mundo del trabajo desmoronado por treinta años de neoliberalismo, el gesto político más evidente, espontáneo y efectivo ahora es el bloqueo de los flujos económicos, la interrupción del flujo normal de bienes y personas. Lo que fue organizado en Rennes durante dos semanas puede servir de ejemplo. En lugar de enfrentarse a la policía como objetivo principal, los habitantes de Rennes organizaron asambleas semipúblicas en las que se preparan acciones de bloqueo. Al amanecer del lunes pasado, una convocatoria de «ciudades muertas» hizo que cientos de personas se repartieran por varios puntos de la ciudad para bloquear las principales vías y la circunvalación de Rennes. Dos semanas antes, trescientas personas incendiaron contenedores de basura en plena noche para bloquear la rue de Lorient hasta altas horas de la madrugada. No se trata de enfrentarse a la policía, sino de tomarla por sorpresa, de ser sigilosos. Incluso desde el punto de vista de los que sólo confían en los números y siguen esperando la huelga general, esta multiplicación de los puntos de bloqueo y de los desórdenes es evidente. Si, desde la publicación del 49.3 el jueves pasado, sólo se hubiera convocado a manifestarse el jueves siguiente, todo el mundo habría sido dirigido hacia una demostración de fuerza y de derrota. Los bloqueos y los desórdenes generalizados dan el valor, la confianza y el impulso para proyectarse más allá de los plazos determinados, detrás de puertas cerradas, por la intersindical.

Ocupar para reunirse y organizar

El colapso de la política clásica, con sus partidos y sus decepciones, ha abierto caminos para experimentos autónomos innovadores. El movimiento contra el derecho laboral, Nuit Debout, los Chalecos amarillos, los Levantamientos de la Tierra y tantos otros han venido a confirmar en los últimos años que no sólo no había nada más que esperar de la representación sino que ya nadie la quería.
Cada una de estas acciones merece un análisis en profundidad tanto de sus fortalezas como de sus debilidades, pero nos ceñiremos aquí a una evidencia básica: deponer el poder implica inventar nuevas formas y para ello, en la atomización de la metrópoli, se necesitan lugares para encontrarse, pensar y desde donde proyectarse. Durante décadas, la ocupación de edificios, colegios u otros, ha sido una práctica evidente en cualquier movimiento. Un rector de universidad que aceptaba la intervención de la policía en su campus era inmediatamente condenado con rencor. Ni que decir tiene que la reapropiación colectiva y abierta de un espacio es el reverso mínimo de la privatización y la vigilancia del espacio público.
Está claro que hoy no se tolera ninguna ocupación. Se puede, como en Rennes, requisar un cine abandonado para transformarlo en Casa del Pueblo donde se reúnen sindicalistas, activistas y vecinos. Luego el alcalde socialista de la ciudad los desaloja en 48 horas enviando cientos de policías. En cuanto a las universidades, sus autoridades invocan descaradamente los riesgos de desbordamiento y la posibilidad del distanciamiento para cerrar administrativamente o volver a mandar a la policía contra sus propios estudiantes. Lo que todo esto expresa es que los lugares donde reunirse y organizarse son valiosos y permiten aumentar la potencia de los movimientos.
En París se intentó una ocupación de la Bolsa de Trabajo después de una asamblea frenética bajo el techo de cristal del movimiento obrero. Sin embargo, se marchitó en la noche, por la indecisión y la incomprensión. Necesitamos lugares para construir complicidad y solidaridad y necesitamos complicidad y solidaridad para mantener lugares. El huevo y la gallina.
En Rennes, el movimiento suspendió temporalmente la cuestión, una vez evacuada, la Casa del Pueblo se reunió a plena luz del día y siguió organizando bloqueos y reuniones. Mientras tanto, imaginamos estar unidos y lo suficientemente fuertes como para tomar un lugar con techo, agua corriente y calefacción. En París, los límites de la experiencia Nuit Debout parecen haber condenado la posibilidad de encontrarse al aire libre. La caricatura que queda sería que las discusiones al aire libre sólo producen monólogos absurdos.

Recordamos la posibilidad, incluso desde nuestras egocéntricas soledades metropolitanas, de tomar una decisión a la primera de cambio y precipitar a varios miles de personas hacia la casa del Primer Ministro. Que el Gobierno se empeñe en dejarnos sin puntos de referencia y reencuentro demuestra la urgencia de proporcionárnoslos.

 

Hacia el infinito y más allá

Como decíamos, los contornos del movimiento se están volviendo preinsurreccionales. Cada día, los bloqueos se multiplican y las acciones se intensifican. El jueves 23 de marzo será, pues, decisivo. Desde el punto de vista puro de la reforma, si las manifestaciones del jueves se desbordan masivamente, Macron se verá acorralado. O correrá el riesgo de un sábado negro en todo el país, es decir, la gilet-jaunización que teme por encima de todo, o dará un paso atrás el viernes invocando el riesgo de desbordamientos importantes e incontrolables.
Por lo tanto, todo está en juego ahora y más allá. La izquierda está al acecho, lista para vender un resquicio electoral, o la ilusión de un referéndum, incluso la construcción de la IV Internacional. En cualquier caso, la cuestión será  invocar a la paciencia y la vuelta a la normalidad. Para que el movimiento continúe y evite tanto el retroceso como la represión, deberá afrontar lo antes posible la cuestión central de cualquier levantamiento: ¿Cómo desplegar los medios de su autoorganización? Algunos ya se están preguntando cómo vivir el comunismo y propagar la anarquía.

 


Publicada en francés el 21 de marzo de 2023 por lundimatin. Traducción al castellano: Marita Yulita (Comunizar)