Francia: Frente a un poder radicalizado, hace falta una nueva estrategia

Se trata de organizar la agitación económica permanente, precisamente porque lo que fundamenta el sistema productivo es sobre todo la estabilidad, la previsibilidad y la confianza en el futuro. Al golpear ahí, se toca la economía en profundidad. En otras palabras, hay que llevar la lucha a los lugares de trabajo para que el debate político se amplifique.



Francia: Frente a un poder radicalizado, hace falta una nueva estrategia

Romaric Godin

Sin Permiso

15/04/2023


Después de tres meses de movimiento social contra la reforma de las pensiones, la radicalidad del poder hace necesaria una revisión de la estrategia sindical. Las grandes jornadas de manifestaciones han llegado a sus límites. ¿Cómo ir más lejos? Con un objetivo: hacer que el mundo del trabajo sea ingobernable.

¿Cómo no resignarse al agotamiento del movimiento contra la reforma de las pensiones? El “Día Nacional de Acción” del jueves 13 de abril podría marcar un momento clave en el movimiento contra el proyecto del gobierno. Y no solo porque tiene lugar el día antes de la decisión del Consejo Constitucional sobre dicha reforma. Pero también porque la necesidad de una revisión de la estrategia de oposición parece imponerse.

Para entender cómo hacerlo, hay que medir la singularidad de este movimiento ya de tres meses, que puede considerarse un momento importante en la historia social reciente del país. Por varias razones.

En primer lugar, la magnitud de las manifestaciones, que se explica en parte por la unidad sindical, también notable. Las imponentes manifestaciones han estructurado el movimiento, permitieron renovarlo y dieron voz a la oposición de la población contra la reforma, con una energía y una creatividad no vistas en décadas.

En segundo lugar, porque las movilizaciones han sabido renovarse y cambiar. Después del punto algido del 31 de enero, los días del 7 de marzo y luego del 23 de marzo dieron lugar a un resurgimiento de la participación, en reacción a la falta de reacción positiva del gobierno y al uso del artículo 49-3 de la Constitución. Nuevas convocatorias que han incorporado nuevos sectores a la oposición a la reforma de las pensiones, incluidos estudiantes, jóvenes y estudiantes de secundaria.

Finalmente, el movimiento se difundió en la sociedad: se acompañó de una agitación permanente y polimórfica, en forma de bloqueos de lugares, manifestaciones espontáneas y, por supuesto, de una serie de huelgas clásicas. Estos días permitieron crear ese “algo”, como señala la autora Lola Lafon en Libération: una reflexión común, una atmósfera, una determinación, una solidaridad.

Pero hay que rendirse a la evidencia: la repetición de estas manifestaciones no es una condición suficiente para hacer ceder a un poder “radicalizado” (término utilizado por la nueva secretaria general de la CGT, Sophie Binet). Para el ejecutivo, el desafío es disciplinar definitivamente el movimiento social, obligandole a reconocer su derrota.

La escalada de los “días de movilización”, multiplicados como un reflejo por la intersindical, no ha movido ni un ápice al gobierno en el fondo. A la indiferencia y al desprecio se ha añadido incluso la represión. Desde el 23 de marzo, y los incidentes en la plaza de la Ópera, las manifestaciones sindicales legalizadas son en sí mismas objeto de violencia policial.

Al mismo tiempo, y este es el segundo límite del movimiento, la movilización masiva, la unidad sindical y el apoyo de la opinión pública no han dado lugar a ningún bloqueo de la economía. Si bien la crisis social se ha convertido muy claramente, a pesar de la negación del gobierno, en una crisis política y de régimen, ha permanecido casi inocua desde el punto de vista económico.

Las huelgas son ciertamente numerosas, pero siguen siendo puntuales, locales y poco coordinadas. El impacto en el crecimiento es imperceptible y el control general de la economía no se cuestiona. La cuestión del “bloqueo” de la economía se ha puesto en el orden del día, pero sin una estrategia coherente. El 7 de marzo, cuando la intersindical pidió el bloqueo por un día, agregó este llamamiento a un nuevo “día de manifestación” y, por lo tanto, disolvió los efectos: la huelga se hizo menos por el bloqueo que por la manifestación.

Además, un bloqueo de un día no tenía mucho sentido desde el punto de vista estratégico. Pero sin coordinación y en una lógica de conflicto “a la carta”, tal enfoque no tenía ninguna posibilidad de permitir un bloqueo del país o de constituir una amenaza para la economía. Hay que tener en cuenta que incluso un movimiento duro como el de 1995 tuvo un impacto menor en el producto interno bruto (PIB): 0,2 puntos en el trimestre en cuestión.

Veintisiete años después, un movimiento puntual y poco coherente no podía tener la ambición de hacerlo mejor. Durante las protestas, la economía sigue funcionando. Lo que permite que el poder siga funcionando mecánicamente. “Que no me expliquen que el país está parado. ¡No es cierto! Podía presumir Emmanuel Macron desde China. Y dado que la economía no está en peligro, el ejecutivo puede permitirse confiar en la represión y el agotamiento.

El inevitable cuestionamiento de la estrategia sindical

Lógicamente, una gran parte de los ciudadanos movilizados se preguntan sobre la relevancia de la estrategia de las confederaciones sindicales. En el equilibrio de poder con un poder cuya identidad se ha construido sobre el rechazo de cualquier concesión a “la calle”, pedir cortésmente no es suficiente. Y no prever una respuesta diferente a la obstinación del poder es peligroso.

Sin embargo, si bien muchas cosas se han movido desde el 19 de enero, una ha permanecido inmutable durante tres meses: la misma noche de cada manifestación, se fijó una nueva fecha para el próximo “día de acción”. En otras palabras: todo ha cambiado excepto la estrategia, que ya era la de las antiguas movilizaciones de 2010, 2016 y 2019-2020.

Por lo tanto, el riesgo es que el movimiento se agote. Y si esta hipótesis se hace realidad, los sindicatos tendrán que explicar cómo han podido fracasar cuando las condiciones de un movimiento social nunca han sido tan favorables en décadas, tanto por el apoyo global de la población como por la capacidad de varios sectores económicos y sociales para movilizarse.

Por lo tanto, debemos plantear ahora la cuestión de la estrategia, para revivir el movimiento. Pero también, sea cual sea el resultado de la lucha actual, para construir en el futuro, contra el espíritu de derrota, una resistencia duradera y eficaz.

La insuficiencia de la escalada de los “días de movilización” es evidente. Pero el riesgo sería entonces cambiar, en respuesta a las provocaciones del poder y a la inercia de esta estrategia, a una lógica de “acción directa” y vanguardia insurreccional. Esta lógica a menudo se avanza como una posible salida, avalándose en el “éxito” de los “chalecos amarillos”. Pero este último movimiento fue demonizado y fuertemente reprimido.

En cuanto a las “concesiones” hechas por el gobierno en diciembre de 2018, fueron principalmente… recortes de impuestos. Lo que está en juego hoy es más central para Emmanuel Macron, es el corazón de su proyecto: presionar al mercado laboral mediante una reforma de las pensiones, complementarias a las del seguro de desempleo.

Esta vez, la represión se adelantó a la violencia de los manifestantes, desde los acontecimientos de la Place de la Concorde, el 20 de marzo, la noche de la votación de la moción de censura. Y cualquier respuesta con un aumento de la violencia bruta solo acelerará el surgimiento de una nueva agenda de poder basada en una lógica de “partido del orden”. La reforma de las pensiones pasará entonces a segundo plano detrás del discurso de regreso al orden social.

Organizar la agitación económica

Por lo tanto, el único camino posible parece ser el que ha apoyado parte de la intersindical en los últimos años: la masificación del movimiento dirigido contra el funcionamiento normal de la economía. Pero sabemos que el simple llamamiento a la “huelga general” no es una solución milagrosa.

Esta es una objeción que a menudo se escucha en defensa de la continuación de la estrategia sindical actual: los sindicatos hacen lo que pueden, dada la debilidad de la movilización en las empresas. El realismo cerraría las puertas a otras opciones, obligando a la eterna repetición de lo mismo.

Este argumento es serio. Después de cuatro décadas de bombardeos neoliberales y repetidas derrotas de los movimientos sociales, el estado de la cultura de lucha no es bueno, incluso en Francia. Incluso es un milagro que la Francia de 2023 encuentre la fuerza para levantarse contra una reforma de las pensiones después de la violencia real y social que siguió a los fracasos de 2010 y 2016. Además, las condiciones son particularmente duras. La inflación golpea a las clases populares con gran fuerza y hace que la huelga sea aún más difícil de llevar a cabo.

Sin embargo, dar por sentada la imposibilidad de endurecer el movimiento no es viable. Esto equivaldría a reconocer una forma de inutilidad sindical, más cuando estas organizaciones están implantadas en las empresas y han vuelto a ser populares en la opinión pública. Por lo tanto, hay que intentar poner en marcha otra estrategia.

Ciertamente, la huelga general no puede decretarse. Pero la magnitud de la movilización actual y su inscripción en la realidad cotidiana del país constituyen elementos que potencialmente permiten modificar esta pasividad global. Pero para ello, es necesario, como se decía antes, “aprovechar el momento adecuado”. En pocas palabras: si no lo intentas, no puedes tener éxito.

El fracaso del 7 de marzo no es convincente desde este punto de vista, lo hemos visto. En un artículo previo a ese día, mencionamos la necesidad de “ampliar el frente” “endurecer el tono”. La idea era intentar tomar en serio el principio de una ofensiva económica a gran escala inspirándose en la estrategia de “huelga de masas” defendida por Rosa Luxemburg.

El matiz con la visión clásica de la “huelda general” no es solo una cuestión de simple vocabulario: implica un trabajo más largo y sistemático en la sociedad para organizar una forma de desestabilización permanente del sistema productivo. La idea es, de hecho, permitir la organización de un movimiento a gran escala basado no en un “gran momento” sino, por el contrario, en una miríada de acciones determinadas y sucesivas en las empresas, perturbando la seguridad económica y tratando de imponer permanentemente un orden del día político.

Se trata de organizar la agitación económica permanente, precisamente porque lo que fundamenta el sistema productivo es sobre todo la estabilidad, la previsibilidad y la confianza en el futuro. Al golpear ahí, se toca la economía en profundidad. En otras palabras, hay que llevar la lucha a los lugares de trabajo para que el debate político se amplifique.

Tal estrategia puede basarse en el movimiento actual buscando ampliarlo y coordinarlo tanto como sea posible. No se trata de acabar con las manifestaciones, sino de capitalizar lo que han aportado. La espontaneidad de las luchas que describe Rosa Luxemburg no es inexistente, pero es claramente insuficiente hoy en día.

Y aquí es donde los sindicatos sin duda tienen un papel que desempeñar, en la coordinación y el mantenimiento del movimiento. Esta fue la estrategia propuesta recientemente por la socióloga Aurore Koechlin. La unidad sindical es sin duda el buen punto de partida para esta ampliación, que permitiría llegar a sectores hasta ahora poco movilizados, en particular el de los servicios, el corazón de la economía actual.

¿Una politización necesaria?

Para evitar las trampas de la represión, la putrefacción y el regreso de un “partido del orden”, parece necesario reactivar el movimiento social. Y no retroceder ante la politización de este movimiento. Este último término puede ser confuso: politizar no es vincular el movimiento social a tal o cual movimiento político. La politización no significa la entrada en el juego electoral, significa la ampliación de la lucha a los determinantes políticos y económicos que han producido esta reforma y sus consecuencias.

Esto permite vincular concretamente los conflictos salariales con la lucha contra la reforma, organizar la agitación permanente mencionada anteriormente y dar lugar a momentos de socialización entre los trabajadores que refuerzan y organizan la acción. La clave es la misma: evitar la pasividad del espectador y de espera dentro del movimiento social.

Sin duda, corresponde a los trabajadores y trabajadoras, dentro y fuera de sus sindicatos, determinar las formas concretas de tal estrategia. Pero el objetivo es hacer que el mundo del trabajo sea ingobernable y fomentar una conciencia que prepare las luchas futuras.

Dicho esto, hay que reconocer que hay tres obstáculos ante una estrategia de este tipo. Primero, el rechazo de cualquier “politización” del movimiento social por parte de varios sindicatos, que quieren evitar cualquier recuperación por parte de un movimiento político. La tradición sindical francesa está fuertemente arraigada en esta lógica. Es obvio el caso de la CFDT, pero también de la CGT, que está traumatizada por sus años de vasallaje del PCF.

Recordemos, sin embargo, que la carta de Amiens, adoptada en 1906 por la CGT, o la CFDT de los inicios ciertamente rechazaban el estatismo y la dimensión electoral de la política, pero planteando proyectos altamente políticos de transformación social. Y eso es lo que se trata hoy de reanudar.

De nuevo, las condiciones son ideales: la cuestión de la jubilación ha abierto una reflexión y un debate más amplios sobre el tema del trabajo. Esta pregunta es estructurante en el régimen capitalista y plantea inmediatamente sobre la mesa otros temas hoy candentes: la remuneración, las condiciones de trabajo, la finalidad de la producción. Por lo tanto, plantear seriamente la cuestión de la jubilación equivale inevitablemente a cuestionar la estructura de la economía.

Aquí es donde el debate actual es político: amplía la lucha. Sin embargo, esta ampliación es también una condición concreta de la victoria. Porque cualquier “suspensión” de la reforma equivaldría a hacer que la cuestión vuelva en el futuro. Y, por tanto, abrir el camino a una posible derrota futura. Este fue el caso en 1995: el poder reformó la Seguridad Social al año siguiente, luego las pensiones en 2003. Aquí es también donde la lucha sindical debe asumirse como política: debe construir los medios para dificultar estas futuras derrotas.

La consecuencia de esta situación conducen al segundo obstáculo: los sindicatos se han relegado en gran medida a la lógica de las negociaciones dentro de las empresas. Por lo tanto, ahora les es mucho más difícil llevar batallas más globales a los lugares de trabajo. Es probablemente también por esta razón que la unidad sindical no ha podido conducir a una importante ola de huelgas: el marco sindical ya no permite esta traducción microeconómica de la lucha macroeconómica.

Finalmente, la unidad sindical se hizo con el menor denominador común, el rechazo del aumento de la edad legal de jubilación. La estrategia de los “días de acción” refleja sin duda esta unidad mínima. Ir más allá requiere una toma de conciencia de los límites de esta estrategia.

El movimiento está, sin duda, en curso. El secretario general de la CFDT, Laurent Berger, ha observado las respuestas del poder a la moderación y la razón, y por lo tanto ya ha movido varias de sus propias líneas rojas. En la CGT, la nueva secretaria general, Sophie Binet, ha endurecido claramente el tono al rechazar cualquier “pausa” en el movimiento.

Queda por ver si esta unidad sindical es capaz de sobrevivir a un cambio de estrategia. O si esa unidad, que es la fuerza del movimiento, se convertirá en su límite. Hay que tomar nota del momento estratégico crucial que vive el movimiento social: la violencia económica y social, simbólica y concreta, que seguiría a una derrota sería tal que hace necesario hacer todo lo posible para evitarla. Los sindicatos serían los primeros en pagar el precio.

 

Periodista, es analista político de Mediapart, Francia.

Fuente:

https://www.mediapart.fr/