El caso chileno. Gramscianos de derechas
Mauro Salazar J
“A diferencia de lo que ocurría hace dos años (…) podemos respirar un poco más tranquilos y decir, con responsabilidad y esperanza, que hoy es el primer día de un futuro mejor para el país. Es el primer día de un nuevo comienzo para Chile”. José Antonio Kast. Discurso de la Victoria. Santiago, 07 de mayo.
Tras las recientes elecciones al Consejo Constitucional, hemos asistido al triunfo abrumador del naciente Partido Republicano (2019). Todo indica que el organismo que redactará la nueva Constitución chilena, ha precipitado un «tiempo espartano» que viene a defenestrar los partidos de la transición chilena (1990-2019). Una vez que el conglomerado alcanzó 23 escaños con facultad de veto, lo prevalente será -obviando matices- una legalidad de derechas con vocación post-pinochetista. Ello se podría plasmar en una “subsidiariedad activa”, sin devoción hayekiana, pero sin un ethos de gobernabilidad. Tampoco podemos descartar que, en nuestro mundo gaseoso, el texto constitucional salga del escritorio presidencial con una pluma apretada. Un rictus o una sombra que, en este caso, sería la risa como “espasmos del diafragma” que son -vaya teología- “espasmos del alma”. Quizá, en medio de tanta beatitud y luego de la resaca, vendrá un tiempo de enmiendas, e intersticios, que “mitigará” las desdichas kafkianas de Apruebo-Dignidad.
En semanas editadas desde una agenda securitaria (histeria y clamor) por un «Estado policial» derivamos en la producción de miedos que han capturado la subjetividad del mundo popular y las capas medias. De allí que el líder del Partido Republicano ha sido enfático en restituir el «principio de autoridad» ante la agonía de instituciones, élites, dinastías políticas y empresarios, sin capacidad de restituir pax social. En un paisaje donde el pánico es una tecnología de gubernamentalidad, José Antonio, ha restituido las estéticas xenófobas, aludiendo a un tiempo reconstructivo. En su discurso con visos de estadista señaló, ‘recuperaremos Santiago para los chilenos y juntos derrotaremos al narcotráfico’. Y agregó con tono barroco, «no hay nada que celebrar»
A su vez ha fustigado a los grupos que han corrompido la probidad institucional y el dictum de las tradiciones nacionalistas. En suma, el texto anfibio de Kast cuestiona derechas aliancistas y economías concertacionistas cuando compromete un verbo lumínico. Una vez que se esfumaron los fetiches de la revuelta (2019), irrumpió un conservadurismo mitológico que expresa un orden sensorial y fáctico -veridicción- donde la Kastización deviene en un proyecto gramsciano. Y así. se ha colonizado el sentido común, a saber, el taxista, el profesional de capa media, el vendedor minorista, el trabajador despolitizado y la porosidad popular, han suscrito con beatitud al mesianismo conservador.
La promesa refundacional del «líder» de Republicano ha interpelado los estratos de lo popular y nos promete una tierra de expiaciones luego de un tiempo narcotizante donde han primado travesías licenciosas. En suma, el narcopoder, las migraciones, los especuladores de la oferta, los mayordomos transicionales y el fraude empresarial, serían parte de consumos frenéticos, que carecen de tradiciones, ni familias. Toda la economía de la orgía, violencia, delincuencia y corrupción, ha migrado hacia un mundo que carece de tomistas. A no dudar, luego de la derrota en el plebiscito de entrada, el «progresismo posible» -sin espacio político- tendrá que tolerar los espolonazos de un Kast napoleónico contra aquel clivaje de acuerdos transicionales -liberalizante- que habría desdibujado las bases doctrinales del Chile Portaliano.
A la sazón, una izquierda en su más penosa orfandad hermenéutica, acorralada y sin promesas, no ha superado la ficción de la supremacía ética. Tras el domingo de comicios, la dirigencia política y sus empleados cognitivos aún susurran con sofismas transformadores, especulan con mandatos populares, y se empecinan en sostener, de modo abstracto-conjetural que el grueso del voto nulo (inflado), respondería a un deseo anti-oligárquico que puja por un orden post-neoliberal. Tal espejismo supone que la ciudadanía sin domicilio electoral -aquella que enjuició al presidente Boric-Font- volverá en diciembre (2023) a renovar sus votos democráticos en favor de Apruebo-dignidad. Ante tamaña audacia cabe preguntarse si tal retorno del electorado cautivo, sería parte, o no, de una disputa hegemónica con el monopolio mediático que viraliza los pánicos, o bien, nos enfrentaremos a un voto ético-testimonial. Todo indica que luego del 04 de septiembre de 2022, y tras la colosal derrota del domingo 07 de mayo -dos profanaciones sucesivas al Allendismo- el gobierno de Boric-font (que abrazó la estrategia Alwynista y el ritual del perdón) padecerá una incesante agonía divorciante. Una tormenta cultural llamada “body positive” ha perpetrado los códigos y lenguajes del nuevo realismo. Entonces, al gobierno transformador no le queda más que estetizar su decadencia en el tiempo lúdico de las porcelanas. En suma, el polo de izquierdas sólo tendría su doloroso momento de reconstitución y reagrupamiento una vez que José Antonio Kast asuma una eventual presidencia de la República (2026). A poco andar, precozmente, muchos proyectan una especie de «Frente Popular» en tiempos algorítmicos
Dado que el presidente del Partido Republicano ha tenido una destreza felina para imponer una «gramática proyectual» -un mesianismo conservador- ha pautado el debate de la seguridad. Hoy no es una ficción sugerir que la izquierda, producto de su «anorexia imaginal», agudice sus concesiones y terminé negociando su agonía administrativa frente a la agenda hegemónica del mundo conservador (Kastización).
En suma, «familia, orden y autoridad» es el lema del Partido Republicano frente a la descomposición orgánica de las instituciones. Pese a sus complicidades con el bolsonarismo, no podemos agotar el proceso en un «pinochetismo monolítico» -sin fisuras- que pueda ser tildado de mero fascismo, cual golpe de Putsch. La nueva derecha, generosa a la hora de compartir sus goces napoleónicos, ha sentenciado a las «élites de curules», emplazando a los grupos de poder apostados en oficinas y círculos elitarios. Todo ello supone nuevos «pactos culturales» y «contratos simbólicos», pero en el marco de una ofensiva neoconservadora. La reducción demográfica de la derecha transicional revela de facto la fuerza decisional -épica- del eje integrista.
A la luz de los resultados del domingo anterior, Kast representa el fin de la transición chilena y un conservadurismo (re)fundacional. En suma, el líder de Republicano impugna la permisividad del pacto transicional, restituyendo la autenticidad del «milagro chileno». El orden implica volver al mito cincelado en los años 80’, bajo las coordenadas del modelo chicago-hacendal (Jaime Guzmán) pero obviando la viciada agenda de la gobernabilidad transicional. El sujeto de marras deja offside el paradigma transitológico y su adicción a lo «político-virológico» (“Chile Vamos/RN/PS/PPD y DC”).
Ha sonado la última trompeta del último jinete y es admisible un neoliberalismo constitucional. No habrá segunda modernización si el deseo constitucional no se somete a la pasión autoritaria (orden qua orden). Sin duda, la kastización de la política tiene una dimensión erotizante donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial. Pero aquí también irrumpe la parte masoquista del deseo: ¿Todos deseamos un Kast?
A no dudar, qué chileno endeudado, abusado por las instituciones crediticias, o bajo la amenaza de narcos en el vecindario, no reclama a su justo líder, a saber, José Antonio. Por su parte, un segmento de la izquierda chilena fuera de sí, dirá ¿y qué alemán endeudado en 1923 con el capitalismo bancario no esperaba su Reich?
Por fin, una somera aproximación psicoanalítica nos dice que aquí es donde víctima y victimario anudan el drama de una relación masoquista. De otro modo, el masoquista se proyecta en el objeto del sadismo higienizante para re-encontrar placer en su accionar purgador.
Un placer en el dolor del «otro» que posee un efecto restitutivo. ¡El «superyó» hace una promesa de goce al «yo»; debes renunciar a tu placer inmediato y después tendrás más y mejor! Por ello, los angustiados, los endeudados, los depresivos, los bipolares, y todos los vulnerables del mercado laboral, buscan placer en una retórica de la «limpieza étnica». Limpieza conservadora que hoy reclama estatalidad. Placer que detiene la aniquilación propia. El Partido Republicano nos alecciona que es necesario el goce de la «violencia institucionalizada» para legitimar una «figura autoritaria» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que irrumpa un Kast, doloroso y gozoso, ante la masificación del abuso.
Una vez destruidas las leyes del obrar humano aparece el Líder de nuestra época. Un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «Sin autoridad no hay modernización posible».