Todas las alarmas han sido encendidas. Llegó la inteligencia artificial (IA). y todo parece anunciar el fin de una época –una larga época– dominada por el pensamiento humano. Lo que quiera que sea eso. Muy ampliamente, los investigadores en el tema, los académicos, los grandes medios de comunicación y otras voces y canales advierten de los peligros de la IA. ¿Qué será, en el futuro inmediato, del pensamiento crítico? La educación, el derecho, los modos de trabajo, las empresas, y los gobiernos elevan sus temores. La IA tomó a todos por sorpresa. La IA ha llegado para quedarse. Veamos.
Una mirada pausada pero crítica al pensamiento humano
Hay una asunción generalizada y vaga. Se trata de la idea de que existe algo así como “el pensamiento humano”, esto es, un modo genérico y universal de caracterizar la forma como los seres humanos piensan. Cuando piensan, claro. Esta asunción es etérea y errónea.
En primer lugar, no existe, en absoluto algo así como “el ser humano”; a menos que se entienda la expresión en términos biológicos, y entonces hablaríamos de la especie humana, sobre el trasfondo de sus diferencias y especificidades con respecto a otras especies. Occidente pivotó siempre con la idea –de corte platónico-aristotélico– de que existe “la” razón, “el” entendimiento, en fin, “el” ser humano.
La verdad es que la historia de la experiencia humana de la vida consiste exactamente en el desarrollo y el reconocimiento de diferencias y multiplicidades. Ante todo, porque los seres humanos existen en relación directa con el medioambiente, y dada la diversidad de nichos ecológicos, los seres humanos comen, se visten, se alimentan y demás de manera diferente de un tiempo al otro, y de un lugar al otro.
De manera atávica, el pensamiento humano puede estar representado, no sin buenas justificaciones, por algunos de los nombres y productos más excelsos del espíritu. Platón o Bach, Bosch o Shakespeare, Einstein o M. Curie, por ejemplo. Y de manera correspondiente, la filosofía o la música, la pintura o la poesía, la ciencia o la investigación; por ejemplo.
Pero esta es una mirada al pensamiento desde arriba.
Es igualmente posible observar al pensamiento humano desde abajo. En este sentido, se trataría de la comida y la cocina, el deporte y el comercio, las músicas autóctonas, en fin, el folklore y las artesanías y las artes decorativas. En este otro plano, los nombres son numerosos y aluden siempre a grupos, culturas, tribus, pueblos y etnias, notablemente. Y entonces por sobre un nombre particular emergen numerosas referencias de tipo antropológico, arqueológico en ocasiones y siempre con un anclaje en la microhistoria.
Como se aprecia, dos perspectivas perfectamente distintas. En rigor, contra el atavismo consistente en subrayar la visión desde arriba, la visión desde abajo alude a esa expresión, fundamental, que es la vida cotidiana de los pueblos y culturas, y los innumerables nombres anónimos que sostienen a la experiencia humana.
Un tema altamente sensible desde donde se mire. Observamos así, literalmente, la complejidad del tema, presuntamente evidente, acerca de lo que es el pensamiento humano.
Breve examen al pensamiento crítico
La crítica emerge históricamente por primera vez, en la filosofía gracias a la obra de Kant. De esta suerte, el pensamiento crítico consiste en la determinación de las condiciones de posibilidad –de la experiencia, del mundo, de la libertad o de la necesidad, del arte o del juicio moral, muy especialmente. Kant se encuentra exactamente en la bisagra entre la filosofía moderna y la filosofía contemporánea.
No obstante, el ámbito en el que se extiende y germina el pensamiento crítico es en las ciencias sociales y humanas, dicho en general y de manera puntual como la erección de alternativas al status quo, como distanciamiento de la institucionalidad, en fin, como ruptura de cualquier tipo de pensamiento canónico.
Dicho de manera general, el pensamiento crítico es propio de los excéntricos, los alternativos, los disidentes y los marginados. Con un nombre u otro.
Hay una expresión que permite condensar lo anterior. Se trata del reconocimiento del pensamiento crítico en contra de, o relativamente a, “el régimen de verdad” (o los regímenes de verdad), una expresión procedente de M. Foucault. El régimen de verdad se referiere al modo en que el acto de manifestación de la verdad tiene lugar, notablemente, en la forma de la confesión, y está acompañado de determinadas formas de obediencia, de coerción política y de obligaciones jurídicas que, precisamente, la exigen y regulan en sus formas.
Dicho en una palabra, el régimen de verdad hace referencia a la institucionalidad y sus modos de pensar, de hablar, de comportarse y de vivir.
Sin más ni más, la verdad es, en resumen, un sistema de obligaciones, y es exactamente de este sistema que emerge y toma forma, como correlato, el pensamiento crítico.
El pensamiento crítico supone el pensamiento institucionalizado –en la forma de la Iglesia, la Corporación, el Gobierno o el Estado la Empresa, las Fuerzas Militares y de Policía, en fin, los organismos multilateral y las instancias jurídicas, muy especialmente. Siempre, todas y cada una, con mayúsculas. En una palabra, el pensamiento crítico se erige en contra de cualquier tipo de poder; y de micropoder.
La era de la inteligencia artificial y el pensamiento crítico
La IA nace a finales de los años 1950, pero atraviesa un relativamente tortuoso camino marcado por su dependencia de diversas fuentes, ritmos y desarrollos; en especial de los desarrollos de la ingeniería de hardware, la ingeniería de software, el nacimiento de internet, y el proceso de digitalización del mundo y de la realidad.
Dicho de manera directa, el reto que plantea la IA es si podrá superar a la inteligencia humana. Una observación se impone inmediatamente.
Lo que la mayoría de las personas consideran como inteligencia –incluidos psicólogos y educadores, notablemente– es simple y sencillamente inteligencia algorítmica. Esto es, en otras palabras, inteligencia funcional. Exactamente en este dominio entra la famosa teoría de las inteligencias múltiples; incluida, naturalmente, la inteligencia emocional. Eso no es para nada inteligencia; ciertamente no si se lo considera desde tres puntos de vista, a saber: las neurociencias, la filosofía de la mente y las ciencias de la complejidad.
Si la inteligencia humana es entendida como inteligencia algorítmica, sin duda podrá ser superada por la IA. Punto. Manifiestamente, un escándalo para todos los tipos de humanismo existentes y en boga.
La inteligencia algorítmica, y entonces los seres humanos funcionales y normalizados, no es otra cosa que inteligencia –y formas y estilos de vida– institucionalizados. Es aquí cuando, en toda la extensión de la palabra, el institucionalismo y el neoinstitucionalismo tienen toda la palabra. Institucionalismo y neoinstitucionalismo económico, sociológico, político, y otros.
La cultura es una enorme, y en muchas ocasiones insalvable fuerza. Análogamente a la fuerza electromagnética o la fuerza de la gravedad, para establecer una analogía. En el lenguaje común y corriente puede entenderse como la presión social. Son numerosos, muy sofisticados, abiertos y tácitos los mecanismos de presión social que intentan normalizar a todos y a cada uno. Entonces la sociedad y el mundo se explican con base en la ley de grandes números, la estadística, medias, medianas, promedios vectores y matrices. Y consiguientemente las ciencias sociales y humanas hablan de “tendencias” (horribile dictu).
En otras palabras, el mundo se explica y es posible: pensando y viviendo dentro de la caja (in-the-box), en términos de mayorías –abierta o tácitamente ingenierilmente dominadas–. El nombre más sofisticado para designar esta dimensión es el de “políticas públicas”; políticas para las mayorías.
Se trata de la desvalorización y acaso el desprecio de quienes piensan y viven por fuera de la caja (out-of-the-box), los no-integrados (outliers), los marginales, alternativos y los críticos; precisamente. Ya E. Canetti lo estudió de manera magnífica en un texto hoy desconocido: Masa y Poder.
El pensamiento crítico es, literalmente, pensamiento al margen. No-institucionalizado, en ninguna acepción de la palabra.
Modos del pensamiento crítico
La historia de la ciencia arroja luces sobre uno de los modos del pensamiento crítico. Giordano Bruno, Galileo Galilei o Copérnico, por ejemplo.
Contra el manejo de la Inquisición, en la cabeza del obispo jesuita Roberto Bellarmino, que fue quien llevó a la pira a Bruno e intentó hacer lo mismo con Galileo, la ciencia moderna emerge como pensamiento crítico señalando: a) las falsedades de la visión medieval imperante hasta el momento; b) los modo reales o verdaderos de la estructura del universo. Desde este punto de vista, la ciencia clásica surge como pensamiento crítico fundado en otros lenguajes –la matemática, muy especialmente–, otras interpretaciones y otra explicación del mundo y de la realidad.
La historia del arte sirve igualmente para ilustrar en qué consiste el pensamiento crítico.
De un lado, I. Stravinsky revolucionó el ritmo en la música clásica para siempre, mientras que, de otra parte, la pintura del siglo XX es imposible ser entendida sin la revolución que fue P. Picasso, o la revolución en los tiempos literarios es imposible sin atravesar por el Ulises, de J. Joyce, por ejemplo. Estos tres ejemplos consideran a gente que, literalmente, se jugó la piel, una apuesta más radical que sencillamente alcanzar una voz propia. Stravinsky, Picasso y Joyce, por mencionar sólo tres casos, imprimieron una inflexión en el arte en marcado contraste con toda la tradición, pasada e imperante en su momento. También en el arte, para no intelectualizar el tema, existe y es posible el pensamiento crítico.
Finalmente, por razones de espacio, cabe un tercer modo de pensamiento crítico, esta vez en el marco de la historia de la filosofía y las ciencias humanas. Nietzsche, K. Gödel y M. Bloch constituyen tres ejemplos conspicuos en este plano.
Nietzsche, particularmente desde la filología se lanza, particularmente gracias a un estilo acaso menor, el aforismo, a destruir –pars destruens– la historia de la filosofía occidental y a construir –pars construens– una nueva visión no solamente del ser humano sino de la vida. Por su parte, Gödel produce el más grande de los cismas que jamás ha tenido la lógica (formal) y de la cual no ha podido recuperarse a la fecha. Todo el modo de pensamiento occidental fue tautológico, dicho en una sola palabra. Por ello mismo, fue y sigue siendo incompleto, a saber, por su presunción de consistencia. Finalmente, M. Bloch descubre/se inventa algo que jamás había existido en la historia de la familia humana: la historia de la vida cotidiana, la historia desde abajo, la historia de prácticas, saberes y personas, hasta entonces, anónimas.
Tres ejemplos de pensamiento crítico.
La piedra de toque del problema
El pensamiento crítico no sucede en medio de y gracias a la cultura dominante en un momento dado. Todo lo contrario. La cultura constituye una enorme fuerza de un inmenso poder eminentemente conservador. Los cambios, las transformaciones, las revoluciones tienen lugar en contra de la cultura, nunca gracias a ella. La cultura hace acríticos a los seres humanos, y por ello mismo, dóciles. M. Harris, con todo el acierto, puso en evidencia que la antropología es ciencia de la cultura, y qué significa ello. Exactamente en este sentido, se trata del estudio de las costumbres, los hábitos, los atavismos y sus mecanismos de refuerzo, tales como los distintos rituales y relatos, prácticas y mecanismos de refuerzo de la cultura. En una palabra, la cultura designa al status quo.
La IA, dicho en general, y los LLM –Large Language Models-, que son la expresión más reciente del tema y que son los que han despertado toda clase de alarmas y entusiasmos, de un lado y del otro, carecen de un elemento central: la capacidad de preguntar; digamos, de cuestionar, de refutar, de interrogar. Todos los modos y variantes de ChatGPT son modelos de respuestas –poasibles gtracias, esencialmente, al aprendizaje de máquina (Machine Learning).
Hemos desarrollado máquinas pensantes, sin la menor duda; a condición de que por ello se entiendan máquinas que hacen cosas, que siguen algoritmos. Es lo que la inmensa mayoría de la gente hace. En este sentido, la IA sí superará a la inteligencia humana – normal; promedio, estándar, digamos. De hecho, ya la está superando.
Desde el punto de vista computacional, el gran reto consiste en lograr que la IA conciba problemas; incluso no que solamente formule preguntas. Lo cual, social y culturalmente es ya altamente sugestivo, pues la inmensa mayoría de las personas no cuestionan, sólo obedecen y se someten –a los poderes, a las circunstancias, a los momentos.
Pues bien, pensar de manera crítica significa ante todo cuestionar. Tres referentes sólidos emergen, por consiguiente. Sócrates inaugura la democracia en Grecia, después de la Tiranía de los Treinta, interrogando los lugares comunes, los saberes circulantes. Heidegger despliega una filosofía como pregunta, y nadie como Heidegger hizo de la pregunta un asunto serio, hasta el límite mismo de la errancia. Finalmente, en el marco de las lógicas no-clásicas, la lógica erotética pone de manifiesto que una pregunta no implica, en absoluto, una respuesta, sino que una pregunta puede ser respondida con otra pregunta. Preguntar es, en los tres casos, un distanciamiento de los poderes, abiertos y de facto, o sutiles y simbólicos.
En otras palabras, el pensamiento crítico no responde, cuestiona; no obedece, ni se pliega; es disruptivo, insurgente, excéntrico incluso, en fin, no sabe doblar la cerviz. Todo lo contrario a cualquier tipo de pensamiento de corte institucional: el del partido y el de la Iglesia, el de la empresa y del gobierno, el del Estado y el de la Corporación, y sus variantes.
Reformulando la pregunta
Existen a la fecha más de cinco mil (¡5000!) aplicaciones de IA, para prácticamente todas las finalidades. Manifiestamente que existen enormes temores de que la IA pueda derrotar a la inteligencia humana –lo que quiera que ello sea–, e incluso poner en peligro a la especie humana. Las voces son numerosas (1). Sin embargo, la inmensa mayoría de las voces temerosas de las consecuencias de la IA coinciden, a pesar de numerosísimas diferencias, en la creencia, abierta o tácita de que los seres humanos son necesarios e inevitables. Una creencia que no ha sido justificada para nada; ni por parte de Troyanos ni de Tirios.
Un argumento evolutivo salta inmediatamente ante la mirada sensible, a saber: la evolución no comenzó con los sistemas vivos, y ciertamente no se detiene con los seres humanos.
¿Puede el pensamiento crítico superar las limitaciones del marco eminente o distintivamente antropomórfico, antropocéntrico y antropológico? Hasta donde sabemos este interrogante: a) ni ha sido explícitamente formulado, ni b) consiguientemente ha sido abordado, acaso respondido. Ciertamente, este último interrogante requiere una reelaboración más cuidadosa.
La pregunta formulada se refiere explícitamente a la dimensión crítica, no solamente al interior del marco –social, o político, o histórico, por ejemplo– de la experiencia humana, sino, mucho mejor, a la contrastación entre dos formas –distintas, por definición– de pensar. Y, à la limite, de vivir.
No hay, y ciertamente no a priori, una manera de establecer de manera taxativa que el pensar humano sea el mejor –digamos, evolutivamente el mejor–. La crisis climática en curso, y la posibilidad de la próxima catástrofe climática, ya irreversible, pone en evidencia que la forma humana de la vida –con todo y sus mecanismos sociales, económicos y políticos– de vida no supo vivir. El argumento evolutivo es contundente, así: los saurios dominaron el planeta durante 250 millones de años; los cefalópodos, por su parte, dominaron los mares durante 500 millones de años. Los homínidos difícilmente llevan en la faz de la Tierra cerca de 200.000 años, incluyendo al hombre de Neardenthal, al hombre de Cromagon, a los denisovanos y varios más, hasta llegar al homo sapiens. Y en menos de doscientos mil años, el ser humano se revela como el peor depredador que ha existido jamás en la biosfera.
En efecto, los demás depredadores –digamos, saurios, felinos, y otros–, son solamente depredadores de organismos. El ser humano es depredador de especies enteras y, mucho peor aún, de ecosistemas.
Asistimos al final de una civilización: esa civilización que se llamó a sí misma como “Occidente”, y cuyo rasgo más sobresaliente fue su talente exclusivamente antropocéntrico.
Es posible el pensamiento crítico aprendiendo y conviviendo con otras formas de vida y de inteligencia. Convivir, cooperar: algo que Occidente jamás tuvo y ni siquiera sospechó. Convivir con otras formas de inteligencia y de vida: un motivo más de optimismo.
1. Entre muchas otras, véase: https://www.indiatoday.in/technology/news/story/ai-likely-to-cause-extinction-of-humans-warn-oxford-and-google-scientists-2000970-2022-09-16; https://greekreporter.com/2022/09/16/artificial-intelligence-annihilate-humankind/; https://www.dailymail.co.uk/sciencetech/article-11677653/Artificial-intelligence-kill-human-race-make-mankind-extinct-MPs-warned.html; https://www.forbes.com/sites/forbestechcouncil/2022/06/28/as-ai-advances-will-human-workers-disappear/?sh=6943475c5e68; https://newatlas.com/technology/ai-danger-kill-everyone/; https://nypost.com/2022/02/20/could-artificial-intelligence-really-wipe-out-humanity/. Sería muy fácil elaborar un cuadro de argumentos, fuentes y razones para el temor contra la IA.
Referencias
Canetti, E., (2013). Masa y poder. Madrid: Alianza
Harris, M., (2006). El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura. México, D. F.: Sigloveintiuno
Maldonado, C E., (2023). Indicios del nacimiento de una nueva civilización. Bogotá: Ed. Desde Abajo