Rostros de Cuba Indígena: la huella que no perdimos

Hoy día vivimos muy alejados de esta forma de vida. Estamos encerrados en nuestras ciudades y dentro de ellas en nuestros barrios y en nuestros reducidos apartamentos, juzgando como enemigos a los vecinos con los que compartimos la vida. No existe un concepto colaborativo de convivencia, como en las comunidades de montaña, donde los límites de lo privado se desdibujan en favor de lo grupal. La generosidad y la bondad de la gente de la montaña han calado profundamente en mí.



Rostros de Cuba Indígena: la huella que no perdimos

Conversación con Héctor Garrido, director de Cuba Indígena, un proyecto que puso de relieve la vitalidad de la herencia amerindia en la isla.

 

Nacido en Huelva, España, hasta hace muy poco Héctor Garrido no se figuraba que en su código genético portaba un discreto, pero notable —sobre todo por su improbabilidad— 1 % de genes amerindios.

La obra fotográfica del onubense, hoy residente en Cuba, es vasta y elocuente. Su carrera, en particular su especialización en fotografía científica y aérea, lo ha llevado a los más recónditos lugares del planeta Tierra. Ni el desierto del Sahara, la Patagonia o la Antártica le son indiferentes a su lente nómada.

Pero, de toda su obra, la que más me conmueve es la que Garrido ha dedicado por años a responder la pregunta que yo, por más que los libros de Historia insistieran en su sinsentido, nunca dejé de hacerme: ¿La huella indígena vive en Cuba?

Movido por esta curiosidad que el Dr. Alejandro Hartmann, historiador de la ciudad de Baracoa, plantó en él, en 2018 embarcó en una aventura en la que ciencia y fotografía se fueron, río Toa arriba, en busca de respuestas.

El proyecto Cuba Indígena, cuyos resultados se hicieron públicos en 2022, no da margen a la duda: los descendientes indígenas de la isla encontraron una forma de resistir por siglos a las más diversas intemperies, incluso las de una narrativa histórica sesgada que les —y nos— había negado, hasta hoy, la ilusión de reivindicarla.

Sobre el surgimiento del proyecto y sus futuros rumbos OnCuba conversó con Garrido, su director. 

Un cómo, un cuándo y un porqué 

La propuesta inicial que me hizo el Dr. Alejandro Hartmann, Historiador de la ciudad de Baracoa, era realizar una serie fotográfica que mostrara la pervivencia de descendientes de indígenas en el Oriente de Cuba. Hartmann llevaba años trabajando en la identificación de descendientes amerindios en la región y para él era importante hacer pública esa realidad. El objetivo era demostrar que, contrariamente a la creencia de su extinción absoluta, aún quedaban núcleos importantes en determinadas comunidades indígenas en las áreas montañosas de las provincias orientales de la isla.

La idea era muy interesante, pero su planteamiento era insuficiente, ya que una fotografía, de por sí, no puede demostrar de forma indiscutible un hecho de tal complejidad. Por eso decidí estructurar un gran proyecto que diera respuestas definitivas y que implicara, además de la fotografía, la ciencia. Así nace Cuba Indígena. Fue diseñado casi por completo en una sola noche de trabajo, tras visitar las comunidades en Baracoa a principios del año 2018.

La implicación de la genética comparada (rama que estudia las diferencias en los genomas de individuos de una misma especie) era la piedra angular que diferenciaría el proyecto de tantos otros anteriores que se habían llevado a cabo.

Además, se realizaría una aproximación histórico-documental, etnográfica y antropológica a las comunidades. Y en cada una de estas especialidades debíamos incorporar a las personas más reconocidas en cada campo. Así, además de Alejandro Hartmann, entraron a formar parte del equipo la doctora Beatriz Marcheco (médico genetista, Directora del Centro Nacional de Genética Médica de Cuba), Enrique Gómez Cabezas (sociólogo, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas-CIPS), Julio Larramendi (fotógrafo, investigador y editor) y, parcialmente, José Barreiro (antropólogo).

En busca de rostros

La primera vez que subimos con Hartmann a las montañas de Baracoa en busca de descendientes de indígenas fue en 2018. Habíamos estado antes, en más de una ocasión, pero nunca con la intención de llevar a cabo un proyecto de este tipo.

Después de eso, se ha realizado una decena de expediciones, muchas de ellas meramente exploratorias con la intención de buscar nuevas comunidades y otras para estudiar y trabajar en las conocidas. Las expediciones han sido de diversa duración. Las que menos han durado nos han tomado diez días. La más extensa duró dos meses y medio.

Al principio trabajamos sobre el catálogo que durante treinta años habían compuesto Hartmann y Barreiro y que conforma lo que hoy se conoce como “la gran familia indocubana”. Pero una vez que visitamos todas estas comunidades ampliamos la búsqueda, convencidos de que había más. Así, a veces viajábamos hasta una comunidad de la que teníamos alguna referencia (bibliográfica, documental o incluso de boca a boca).

Otras veces preguntábamos al azar dentro de aquellas regiones que considerábamos con altas probabilidades de acoger comunidades de descendientes amerindios. Hablamos de la Sierra Maestra, los valles de San Andrés y Yateras, toda la región de Baracoa, el área de Barién, Dos Ríos, La Jatía; son espacios que han sido fundamentales para los resultados que el proyecto ha obtenido.

Cuba Indígena puso de relieve y documentó la vitalidad de la cultura amerindia en la isla, algo que los cubanos creíamos perdido. ¿Cómo fue testimoniar el proceso y registrarlo en imágenes?

Muchos investigadores habían señalado la presencia de descendencia aborigen en algunas de las áreas en las que hemos trabajado nosotros. Ellos construyeron los cimientos sobre los que se ha sustentado el proyecto Cuba Indígena.

Más allá de ello, es muy importante señalar que muchas de estas comunidades nunca perdieron su identidad indígena; o sea, perduró entre ellos la tradición, heredada de sus ancestros, de recordar que ante todo eran indios, descendientes de indios. Y así se identifican.



Recuerdo a Panchito, el Cacique de la Montaña, narrando cómo sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos defendían que eran indios y les pedían a sus descendientes que nunca lo olvidaran, aunque ese hecho les fuera negado por la sociedad.

Esa conciencia, defendida durante más de quinientos años, es un legado intangible pero de gran importancia. Aunque se haya perdido una buena parte del rastro cultural e incluso los miembros de estas comunidades presenten mezclas raciales en su genética —como la mayoría de los seres humanos en este mundo global—, tienen una conciencia que los agrupa y los ha hecho perdurar e identificarse como indios hasta hoy.



Fueron cinco años y seis expediciones en busca de los Rojas, los Ramírez, los Romero y los Rivera del Oriente de Cuba. ¿De qué forma su proceso creativo coexistió con la rutina en campo de los investigadores?

Durante este tiempo se sucedieron diferentes momentos creativos, marcados por la cercanía o la familiaridad que surgió entre las comunidades y el equipo del proyecto. El tiempo nos ha ido uniendo y mezclando. La convivencia ha hecho que los límites se diluyan y que, al final, los habitantes de la montaña se sientan parte activa del proyecto.

Por su parte, los miembros de Cuba Indígena han cohabitado en igualdad en las comunidades. Se integraron a las labores diarias.



El momento más importante fue la convivencia durante dos meses y medio en el tiempo en que realizábamos la filmación del documental, dirigido por Ernesto Daranas. De todo eso nació una relación poderosa que se ha tornado de algún modo familiar. Perdurará por siempre.

La función de la fotografía en el proyecto no fue pasiva ni se limitó a recoger la memoria visual de las comunidades indígenas vivas en Cuba. Su trabajo y el de Julio Larramendi contribuyeron activamente ofreciendo a los analistas un instrumento (la foto) para el estudio del fenotipo de los habitantes de las comunidades. Cuéntenos un poco sobre esta experiencia.

Así es. La fotografía se utilizó como materia artística y herramienta de trabajo. De ese modo se llevó a cabo, mediante fotografías, el fenotipado de cada persona a la que se le realizó el estudio de ADN. Las fotografías fueron tomadas en idénticas condiciones de luz, frente a un fondo blanco uniforme, junto con una tablilla de patrones de color y una escala en centímetros. Primero de frente, después de perfil. Paralelamente Julio Larramendi realizaba fotografías del entorno en el que los miembros de las comunidades vivían, sus rutinas, a modo de documentación etno-antropológica: cómo son sus casas, cómo cocinan, qué herramientas usan, etcétera.

¿Había tenido experiencias de trabajo similares? ¿Tuvo algún desafío creativo?

Durante los años que trabajé para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España realicé el acompañamiento fotográfico a un buen número de expediciones a diferentes partes del mundo: Australia, Patagonia, Antártida, Magreb, desierto del Sáhara… y además desarrollé mis propios proyectos, que conllevaron este tipo de viajes exploratorios en diferentes países y bajo condiciones generalmente bastante extremas.

Los desafíos creativos forman parte consustancial de este tipo de trabajos. A veces tienes que enfrentar condiciones muy difíciles, tanto medioambientales como técnicas. Lo más importante es que los equipos humanos de trabajo estén bien seleccionados para que puedan llevar su labor con cohesión.

Hay una parte fundamental, que es la preparación y producción de las expediciones. Generalmente hay un equipo de personas que hace este trabajo de apoyo previo y en el transcurso de las travesías, a veces desde la distancia. Es importante que haya una hoja de ruta bien trazada: no perder de vista nunca cuáles son los objetivos y dirigir todos los esfuerzos del equipo a lograrlos.

¿Qué se mantiene vivo de las cosmovisiones de taínos, siboneyes y guanajatabeyes en estas comunidades?

Realmente en el conjunto de comunidades se mantiene lo que podríamos denominar como una pequeña herencia cultural, pero que es en realidad común a muchos pueblos de Cuba y el Caribe en general. Hablamos, por ejemplo, del uso de la palma real para construcción de viviendas (bohíos), alimentación y medicina. También de algunas fórmulas culinarias —el casabe, por ejemplo—, el uso de plantas medicinales y remedios mágico-naturales, la fabricación de útiles a partir de elementos vegetales —como las cutaras de guano—; puntualmente el toque de la guamica, la pervivencia de la coa, etc.

Además de eso en la comunidad de la Ranchería se profesa especialmente un culto de respeto a la tierra y a la naturaleza. Se hacen una serie de rituales que tienen el tabaco en su centro.

A ciencia cierta no podemos saber el origen de estas ceremonias, cuánto realmente se ha mantenido vivo y cuánto, al fin, es sobrevenido o creado con posterioridad al mestizaje. Lo que sí es cierto es que todo lo anterior hoy es seña indiscutible de identidad de estas comunidades. Son saberes y rituales que se perpetúan entre generaciones, por lo que podemos hablar de cultura, independientemente del tiempo que lleven sus miembros realizando cada una de estas manifestaciones.

En la mayor parte de los casos se trata de comunidades sustentadas por la agricultura a pequeña escala y forman parte de la estructura social de la región, tanto como las demás. La principal diferencia es la marcada identidad de grupo y la identificación de la figura del Cacique como entidad de respeto, que asumen todos los integrantes de la comunidad.

Cuando se hicieron públicos los resultados del estudio, tuvimos acceso a una imagen conmovedora de su autoría en la que el Cacique de la montaña y líder de la comunidad de La Ranchería, Panchito, recibió los resultados de su examen genético, que mostró su ascendencia taína. ¿Cómo fue testimoniar el momento? ¿Cómo fue para usted conocer y retratar a un Cacique cubano?

El Cacique de la Montaña, Francisco Ramírez, Panchito, es, hasta la fecha, la persona con mayor porcentaje de ADN de origen amerindio de todas las analizadas en nuestro estudio y en todos los estudios conocidos en Cuba.

Ha dedicado su vida a cohesionar las comunidades de montaña y crear vínculos férreos entre ellas, que trascienden la filiación familiar.

Su legado es la identificación de grupo que estas comunidades han ido construyendo en el último medio siglo. Él recibió de su abuelo la encomienda de ser el Cacique, aún siendo niño, porque se destacaba en su espiritualidad, muy ligada a la tierra como madre.

Durante los últimos quinientos años, generación tras generación, los miembros de estas comunidades han mantenido viva la idea de que son descendientes de indios, que son indios, ante todo. Pero la historia, tanto las sucesivas versiones de la narración histórica, como el presente histórico, ha negado ese origen.

Varios investigadores de diferentes nacionalidades han intentado dar respuestas definitivas en sucesivas ocasiones, sin que sus conclusiones hayan logrado darles la razón definitivamente a los que se consideraban indios. Y llegó el día en que nos reunimos en La Ranchería con el Cacique de la montaña para abrir el sobre que contenía los resultados de su análisis de ADN, que le habíamos realizado para nuestro proyecto meses antes.

Fue un momento mágico y muy hermoso y, por suerte, pudimos filmarlo para el documental que está realizando Ernesto Daranas.

Antes de que la doctora Beatriz Marcheco comenzara a desvelar los resultados, El Cacique Panchito rompió a llorar. Era como un llanto que manaba después de quinientos años contenido por la espera; era el llanto de muchas generaciones de indios, de abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y, así, hasta los tiempos en que los europeos vinieron a mancillar “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.



En aquel momento, junto a su mujer y sus hijos, en Panchito se rompía el maleficio que los había hecho invisibles a los ojos de la sociedad. La doctora Marcheco les confirmó lo que durante tanto tiempo habían sabido: realmente eran descendientes de amerindios. Ese día su genética develaba un rico tesoro, guardado pacientemente durante más de medio milenio.

Durante las expediciones los miembros del equipo también se sometieron a pruebas genéticas. A usted estas pruebas le revelaron un resultado inesperado sobre su ascendencia. ¿Cómo fue descubrir su origen arahuaco?

Fue en un acto público en España, poco antes de la pandemia. La doctora Marcheco presentó por primera vez diversos resultados del proyecto. Comenzó a dar detalles sobre la ascendencia de los participantes y, de pronto, propuso un juego con el público. Consistía en adivinar la mezcla genética de cada uno de los presentes en la mesa de ponentes. Tras jugar un rato a esta adivinanza, para sorpresa de todos —y para la mía, más aún— la doctora presentó mis resultados.

Evidenciaron una antigua ascendencia amerindia, pequeña, muy pequeña, pero nítida: mayor de un 1 %. Según parece, mi familia desciende de una mujer arahuaca que tuvo hijos a principios del siglo XVIII.

Fue absolutamente inesperado y añade un enlace entre mágico y poético a mi participación en el proyecto. Es algo que llevo con orgullo desde entonces. En lo personal, el proyecto se ha convertido en una forma de rendir homenaje a ancestros indios que nunca llegué a conocer. Y me une más, si cabe, a los habitantes de la montaña, ahora de una forma auténticamente familiar.

Más allá de la publicación del libro, las fotos y el documental, ¿de qué formas el proyecto puede contribuir con la reparación y preservación de nuestros pueblos originarios y con el despertar de las instituciones?

Creo que es tiempo de continuar y completar las investigaciones. Este proyecto apenas ha destapado una parte del tesoro genético y cultural que se oculta en las montañas del Oriente de Cuba. Aún hay mucho trabajo por hacer. La doctora Beatriz Marcheco, por su parte, tiene por delante una muy interesante hoja de ruta. Nos encontramos en la búsqueda de los fondos económicos para que la pueda completar desde el Centro Nacional de Genética Médica, que ella dirige. Aún puede aportar mucha información nueva que enriquecerá el conocimiento sobre los ancestros de esta hermosa isla y sobre la identidad transgeneracional de Cuba.



¿Las fotografías realizadas por usted y por Julio Larramendi serán expuestas en Cuba?

Fueron expuestas durante la pandemia en algunas ocasiones, tanto en Cuba como en España, en una pequeña muestra itinerante bajo el título Aborígenes. Probablemente se llevarán a cabo nuevas muestras en un plazo breve.

¿Qué aprendizajes se llevó de la convivencia con estas comunidades durante los cinco años de duración del proyecto?

Ha sido una experiencia muy importante para mí. Hoy día vivimos muy alejados de esta forma de vida. Estamos encerrados en nuestras ciudades y dentro de ellas en nuestros barrios y en nuestros reducidos apartamentos, juzgando como enemigos a los vecinos con los que compartimos la vida.

No existe un concepto colaborativo de convivencia, como en las comunidades de montaña, donde los límites de lo privado se desdibujan en favor de lo grupal. La generosidad y la bondad de la gente de la montaña han calado profundamente en mí. Estos años, desde luego, han sido un tiempo de aprendizaje y de crecimiento junto a personas que ahora considero mi familia.

 


Cuba Indígena es un proyecto de fotografía y ciencia que explora la posible existencia de descendencia indígena viva en Cuba. De él han derivado un libro, publicado en 2022 por la Editorial Polymita y diversas exposiciones fotográficas. Un documental del realizador cubano Ernesto Daranas se encuentra en proceso de rodaje y edición en el momento de la publicación de este artículo.

Más información sobre el proyecto disponible en: Cuba Indígena (Instagram).