Rusia, este verano en guerra

El tema del que más se habla y al mismo tiempo del que menos se habla en Rusia es la guerra. Moscú, con las noticias mundiales de los drones sobre el Kremlin, la impasibilidad de la información oficial y los rumores de todo tipo, está disfrutando de un hermoso verano que recién empieza. Todo el mundo se ve sumergido en la explosión de los infinitos matices del verde, olfateando las flores en los árboles y arbustos, paseando contemplativos por los parques, con todos sus sentidos absorbiendo el frágil milagro de la vida a sólo a unos 500 kms de la guerra en línea recta. Una guerra en la que es casi imposible creer, viendo la tremenda tranquilidad y despreocupada vida de la capital rusa.



Crónicas de las luces y de los ruidos

 

Rusia, este verano en guerra

Oleg Yasinsky

 

El tema del que más se habla y al mismo tiempo del que menos se habla en Rusia es la guerra. Moscú, con las noticias mundiales de los drones sobre el Kremlin, la impasibilidad de la información oficial y los rumores de todo tipo, está disfrutando de un hermoso verano que recién empieza. Todo el mundo se ve sumergido en la explosión de los infinitos matices del verde, olfateando las flores en los árboles y arbustos, paseando contemplativos por los parques, con todos sus sentidos absorbiendo el frágil milagro de la vida a sólo a unos 500 kms de la guerra en línea recta. Una guerra en la que es casi imposible creer, viendo la tremenda tranquilidad y despreocupada vida de la capital rusa.

Obviamente todos, rusos, ucranianos y latinoamericanos que vivimos en Moscú, casi no podemos hablar de otro tema. Atrapados por una realidad que no elegimos ni nunca quisimos, estamos libres de ejercer toda nuestra imaginación y todo nuestro conocimiento de historia, sicología o literatura para explicarnos lo inexplicable: ¿cómo ha sido posible?

Entendemos, que los que se enfrentan en esta guerra leyeron los mismos libros y vieron las mismas películas. Los soldados de ambos ejércitos fueron educados por el mismo ejemplo de sus bisabuelos que juntos lucharon contra el nazismo alemán y ambos están convencidos de que “los fascistas” modernos son exactamente sus adversarios. Estos adversarios son la misma generación de soviéticos que trataron de convertir en occidentales. Unos parecen ser espejos de otros, entienden muy bien cada gesto y cada sentimiento de su enemigo, por eso el odio se multiplica en esta guerra, presentada por los medios al mundo, como una guerra entre Rusia y Ucrania, pero que en realidad contempla todas las características de una guerra civil. Ambos bandos luchan con entrega y heroísmo, como lo saben hacer los eslavos. Todos con sus miles de razones y equivocaciones, pero por igual, destinados a morir, a la extinción.

Esta guerra es el mayor y el mejor negocio que le ha resultado al poder neoliberal globalizado. Es un proyecto soñado y preparado desde hace décadas. Los dos pueblos más grandes de la Unión Soviética matándose entre sí, para poder enterrar con sus cuerpos la memoria histórica de su pasado, dividir y desmembrar lo que quedará de sus tierras y terminar con el botín de sus enormes recursos.

El gobierno ucraniano, que en los últimos 9 años, después del golpe del Maidán, evolucionó en un régimen donde ya no existe ninguna diferencia entre su parte neoliberal y la nazi, ha cumplido con su misión encomendada por Washington y Londres: provocar a Rusia para generar un choque armado. Al parecer, el gobierno ruso, tratando de cambiar el gobierno de Kiev con un ataque quirúrgico, cayó en una trampa, subestimando al adversario, se dejó engañar en varias de las negociaciones de paz donde su enemigo fingió cosas que nunca pensó llegar a hacer ni a cumplir, y al final quedó envuelto en una larga y sangrienta guerra que no estaba prevista. La OTAN y el nacionalismo ucraniano obtuvieron todos los argumentos que querían para acusar a la Rusia de Putin de todo y lavarse las manos. El resto del trabajo lo hizo la prensa internacional democrática, estrenándose una nueva temporada de su reciente teleserie sobre los buenos y los malos muy malos.

Puede (y creo que debe) haber mucha discusión sobre la legitimidad del ataque ruso contra el gobierno de Kiev. Como nadie tiene suficiente información confiable, la mayoría de las opiniones de lado y lado parecen más bien simples creencias. No hablo aquí ni de los buenos ni de los malos, sólo del método elegido, que además no funcionó como se pensaba. Tengo la impresión de que el principal problema es otro, porque ni el pueblo ni el gobierno rusos todavía no entienden el tamaño del monstruo al que se enfrentan. Obviamente, no hablo de Ucrania, que hoy sólo es la excusa y el tablero.

Defender o por lo menos tratar de entender a Rusia en Occidente ahora es un muy mal negocio. Es fácil perder el trabajo, ser suspendido, cancelado, demonizado. Ser comprensivo con la OTAN es otra cosa y vemos como la izquierda intelectual progresista antiautoritaria cierra las filas del mundo civilizado y así, salva su democrática relación con las fundaciones corporativas para poder obtener recursos para su “lucha contra el capitalismo”. Este comportamiento de los intelectuales que conocemos muy bien desde los tiempos de las luchas populares en América Latina, cuando los movimientos indígenas, campesinos y sociales no se dejaban utilizar para sus portadas o partidos, se convirtieron de “hermanos” y “compañeros de lucha” rápidamente, a “elementos intransigentes y violentos”, casi tan maléficos como el mismo Putin.

Curiosamente los rusos, los que no son intelectuales, los que no se autodenominan de izquierda citadora de los clásicos del marxismo-leninismo, sino los de abajo, la mayoría, los que no hablan idiomas extranjeros y sobre todo, los de provincia, exigen de su gobierno justamente lo contrario de lo de que lo acusan los demócratas intelectuales. Quieren que sea más decidido, radical y mucho más duro. Saben muy bien que en el gobierno ruso hay muchos elementos admiradores del Occidente, nostálgicos por los tiempos de Yeltsin, anticomunistas y simpatizantes del régimen de Ucrania. Una quinta columna que desea que Rusia pierda y que vuelva a ser como en los tiempos de Yeltsin. Muchos de ellos siguen dirigiendo los grandes medios de comunicación rusos. La gente exige mano dura contra ellos. No los fusilamientos, sino los despidos, reemplazarlos por verdaderos ciudadanos patriotas. Hablan mucho de la necesidad de volver a las raíces de su cultura y dejar de copiar los modelos ajenos.

En ningún otro momento desde los tiempos de la Perestroika en Rusia se extrañó tanto a la Unión Soviética ni se habló tanto ni tan contundentemente de la necesidad urgente de construir, entre todos, un nuevo proyecto ideológico diferente al capitalismo. También se habla de la necesidad de un gran diálogo nacional con los que piensan diferente, porque ya nadie cree en las verdades únicas.

Muchos de los que salieron del país en los primeros meses de la guerra están volviendo a Rusia, igual que muchos jóvenes que se fueron escapando de la movilización militar. Hay muchos sentimientos encontrados con ellos, resentimiento, desprecio, envidia, comprensión, todo junto. La mayoría coincide que no son enemigos, que son parte del país, enorme, diverso y contradictorio como pocos otros. La división no está entre los “pacifistas” y los “guerreristas” sino entre la imagen del futuro que tienen ellos. Muchos jóvenes rusos fueron educados con valores del sistema y sueñan con irse a vivir a Estados Unidos buscando la “verdadera libertad”, “porque la vida es una sola”. Y también muchos que dicen estar “indignados con la guerra” porque quieren vivir en una colonia de Occidente, sólo anhelan ofrecer a un imperio occidental sus servicios de capataces y gerentes porque Rusia les avergüenza, su cultura, su pasado. Dialogar con ellos es bastante desgastador e inútil.

En esta guerra hay muchas cosas raras, las que por lo menos no se explican desde la lógica de las guerras del pasado. Pero también existen claridades. Ahora Rusia, aunque quisiera, no puede dar marcha atrás. No hay un posible retorno a un estatus quo, la exigencia de la OTAN es de una rendición incondicional y el sometimiento a sus tribunales y castigos. El gobierno de Kiev es un enemigo mortal que si queda en el poder seguirá la guerra de mil formas hasta la derrota del gobierno ruso y su reemplazo por un régimen pro occidental, según su imagen y semejanza. Incluso, aunque el gobierno ucraniano quisiera, negociar con el gobierno ruso es inútil. No cumple. Obedece a sus amos. Y el proyecto de sus amos es una guerra de exterminio entre rusos y ucranianos por igual, para ellos son lo mismo.

Mientras seguimos hablando y hasta soñando. Nos equivocamos tantas veces con nuestros sueños y esperanzas que tal vez, éste, sea el momento de equivocarnos con este pronóstico de pesadilla.