En Movimiento
Impresiones de la “nueva” Venezuela
Raúl Zibechi
Quien haya estado en Venezuela entre 2016 y 2018 debe concluir que en este momento se registra una reactivación importante pero relativa. El país ha dejado atrás la aguda escasez que provocaba filas interminables para conseguir alimentos, y ahora se puede encontrar todo lo imaginable pero a precios imposibles para trabajadores que ganan entre 15 y 20 dólares mensuales.
Aquellos años fueron un verdadero terremoto, económico, social, cultural y político. Sólo recordar que el mes con mayor inflación mensual fue septiembre de 2018 con 233% y en febrero de 2019 la hiperinflación interanual llegó a 2.295.981%. Cifras astronómicas que desafían la imaginación.
En junio de 2016, en mi última visita a Barquisimeto, las calles lucían desiertas, circulaban muy pocos coches de los años 70. La iluminación era casi inexistente, las calles tapizadas de baches, las colas para comprar alimentos, sobre todo la harina con la que se elaboran las arepas, eran interminables y muchas personas pasaban la noche en las filas para conseguir un kilo de harina y otro de arroz. La emigración se llevó seis millones de personas, el 20% de la población.
En contraste, ahora se ven coches de los años 2000, muchas de ellos vendidos a precios bajos por los migrantes. Las carreteras y las calles lucen relativamente pobladas de vehículos (nunca con los atascos de las ciudades latinoamericanas), hay mucha más iluminación y las carreteras han sido reparadas. Todas las personas con las que pude hablar esta semana, coinciden en que hay mayor actividad, menos delincuencia y mayor estabilidad, ya que los precios “sólo” se incrementan un 400% por año. El Banco Central informó que en los primeros cuatro meses los precios crecieron un 86,7%, que aún siendo una cifra muy elevada contrasta con las de años anteriores.
En 2019 el gobierno decidió liberar los precios que el gobierno de Hugo Chávez había decidido regular y se liberó el tipo de cambio. Aún circulan billetes de un millón de bolívares. Con diez de ellos Yhonatan Rodríguez paga los peajes, que representan apenas medio dólar, que se cotiza a 26 bolívares. En consecuencia, hay más estabilidad y el mercado está inundado de productos importados pero también de los fabricados en Venezuela, ya que ahora las pocas industrias que sobrevivieron resultan rentables.
La contracara es el crecimiento de la pobreza y la desigualdad, lo que revela la profundización del capitalismo en la sociedad venezolana. Se multiplicaron las “bodeguitas” que desde licores hasta frutas y verduras a precios razonables, aunque muy superiores a los que pueden pagar los sectores populares. Una maestra recibe 300 bolívares al mes, 11 dólares, pero un litro de aceite cuesta dos dólares y el de harina un dólar. Por eso llevan nueva meses en huelga, con el resultado de que hay sólo uno o dos días de clase a la semana. En algunas barrios las familias se organizaron para resolver la compra y el transporte de las maestras para que sus hijos e hijas pueden recibir enseñanza.
El transporte público ha mutado radicalmente, por lo que puedo ver en las calles de Barquisimeto donde estoy visitando a la red de cooperativas Cecosesola. Siete años atrás funcionaba un moderno sistema llamado Transbarca, un sistema de transporte rápido tipo metrobus. El sistema se inauguró en 2013 y fue muy exitoso por el bajo precio y la rapidez del transporte y las conexiones.
Hoy la flota está paralizada en un “cementerio de autobuses”, las paradas están vacías y los pocos que circulan lo hacen cada hora, cuando antes la frecuencia era de 15 minutos. Lo cierto es que fueron sustituidos por una infinidad de busetas particulares que prestan servicio a la inmensa mayoría de la población, aunque su precio sea de 7 bolívares frente a 1,50 del bus Transbarca. Es una pequeña muestra de una sociedad que va resolviendo los problemas que el Estado ha creado por ineficiencia y corrupción.
Los problemas están muy lejos de solucionarse. Las colas para cargar gasolina son interminables. La refinería de Puerto Cabello ha sido reparada pero la de Falcón se paralizó (son las dos mayores con 70 y 60 años en funcionamiento respectivamente), ambas con graves problemas de mantenimiento. En este momento no hay gasolina o va llegando con cuentagotas, lo que paraliza la actividad y recuerda los peores tiempos de la escasez. Los conductores pueden pasar días enteros para llenar el tanque.
Son apenas postales de una realidad contradictoria. Lo más importante, desde mi punto de vista, es el completo fracaso de las políticas estatistas que todo lo centran en la capacidad del Estado para dirigirlo todo, desde decidir qué se produce hasta los precios y lugares de venta.
Mientras ese camino colapsó en Venezuela, como antes lo hizo en la Unión Soviética, la sociedad muestra su dinamismo y capacidad creativa. En cada cuadra hay hasta cuatro negocios familiares que utilizan la propia vivienda como espacio de venta. Es a la vez una estrategia de sobrevivencia y de abastecimiento popular desde abajo.
La imagen es la del colapso de la vieja Venezuela, aunque lo nuevo aún no está naciendo –salvo las iniciativas como Cecosesola que abordaré en unos días- pero el Estado enseña su enorme capacidad destructiva que aún puede seguir dañando a los pueblos. Una guerra del Estado contra la sociedad que crea enormes dificultades para quienes resisten y quieren crear mundos nuevos.