El agua en el Antropoceno

Ningún territorio puede apostar a la estacionariedad de los fenómenos hídricos que ha conocido en el pasado. El derretimiento de los glaciares, la elevación del nivel de los océanos, la impermeabilización de las tierras, la ocurrencia acrecentada de fenómenos extremos y el incremento de la contaminación en diversos medios, son unos de los tantos fenómenos ligados al agua que modifican profundamente las condiciones de vida en la Tierra. El antropoceno, la era geológica actual que se caracteriza por el papel central que asume la humanidad en la generación de transformaciones geológicas y biosféricas (Crutzen, 2000; Swampa, 2019) también se conjuga con A de agua.



El agua en el Antropoceno

Francisco Javier Velasco Páez

Ecología Política Venezuela

 
Con los pavorosos incendios que están azotando los bosques canadienses y cubriendo de cenizas los cielos del noreste de los Estados Unidos,  las sequías que afectaron seriamente a España, Italia y Portugal en el primer cuatrimestre de 2023 o las inundaciones y deslaves que causaron estragos en Venezuela, con saldo decenas de muertos y desaparecidos, la actualidad nos recuerda que los desarreglos inducidos por el desorden climático y las degradaciones ambientales en curso agravan los riesgos asociados al agua y sus impactos. Tales problemas no afectan y probablemente no afectarán a todas las regiones con la misma intensidad. No obstante, ningún territorio puede apostar a la estacionariedad de los fenómenos hídricos que ha conocido en el pasado. El derretimiento de los glaciares, la elevación del nivel de los océanos, la impermeabilización de las tierras, la ocurrencia acrecentada de fenómenos extremos y el incremento de la contaminación en diversos medios, son unos de los tantos fenómenos ligados al agua que modifican profundamente las condiciones de vida en la Tierra. El antropoceno, la era geológica actual que se caracteriza por el papel central que asume la humanidad en la generación de transformaciones geológicas y biosféricas (Crutzen, 2000; Swampa, 2019) también se conjuga con A de agua.

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El término antropoceno resulta útil para comprender la amplitud de esas grandes transformaciones actualmente en curso, pero no evoca las desigualdades relativas a sus impactos negativos. Hay poblaciones que, en términos comparativos, emiten poco carbono en la atmósfera y ejercen impactos relativamente menores en la naturaleza, pero hay también territorios que han sido fuertemente explotados y sacrificados, sin que por ello hayan podido tener acceso a las promesas de la modernidad. Los términos alternativos a antropoceno, tales como capitaloceno, plantacioceno, faloceno (Haraway, 2015; Moore, 2017) han permitido politizar la gran aceleración geológica, culpando específicamente al sistema capitalista, al imperialismo y el patriarcado como motores de una trayectoria que ha conducido a una acumulación extremadamente desigual de riquezas. En particular, las críticas centradas en los modos de organización de la producción tienden a subestimar los resortes culturales de consentimiento de ciertos grupos sociales a sus formas de poder y al establecimiento de jerarquías. Es decir, el poder blando que ejerce el modo de vida moderno constitutivo del antropoceno, históricamente construido por las energías fósiles y la acumulación. Las transformaciones necesarias para permanecer al interior de los límites sostenibles se disputan también en el campo cultural, ejerciendo un derecho de inventario sobre el imaginario moderno en sentido amplio.

En ese sentido ¿Qué podemos hacer? Es difícil dar una respuesta global a esa interrogante, pero, dado que el antropoceno se conjuga también acuáticamente, utilicemos al agua por su virtud heurística. En efecto, el agua ofrece numerosas ilustraciones del modo de vida hegemónico en el mundo contemporáneo, así como de sus impactos y permite cuestionar lo que se tiene por deseable y sostenible o insostenible, y lo que una transformación ecológica puede significar desde el punto de vista cultural.

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En la modernidad el imaginario del agua (que entronca con el imaginario extractivista) es primero que todo una ilusión de un agua inerte, como un yacimiento, que podría ser separada de las relaciones que ella mantiene con lo vivo. Las extracciones, desviaciones y almacenamientos afectan no solo al flujo de agua, sino a toda la red de interdependencias sociales y ecológicas que ha sido construida a lo largo del tiempo, a medida que avanzan las variaciones del régimen hídrico y las adaptaciones de los seres a las especificidades de los lugares. Pero el agua moderna sale del grifo a disposición del usuario, como si ella no viniera de ninguna parte y como si su cuenta pagada valiera el saldo de todas las cuentas con relación al ambiente.

Debido a su énfasis en el papel de la producción y el soslayo que hace de las condiciones de reproducción, de perpetuación ecológica, esa visión luce muy limitada. No piensa en la reproducción de los árboles cuyas raíces retienen el suelo que filtra el agua que será bombeada. Olvida que hacen falta condiciones propicias de recarga sedimentaria para que las obras de extracción no sean arrastradas por la erosión. No se preocupa del mantenimiento de las zonas húmedas que contribuyen a la recarga de las capas freáticas, a la regulación de las inundaciones, a las condiciones de existencia de especies centinelas, capaces de acumular contaminantes en sus tejidos y servir para detectar anticipadamente riesgos para el consumo humano. Ignora que almacena las redes de distribución en amianto-cemento y las conexiones y ramificaciones en plomo, cada vez más cuestionadas por sus efectos nocivos sobre la salud. Es un imaginario que celebra a un individuo autónomo, independiente de sus fuerzas de reproducción. Pero la humanidad necesita a numerosos no humanos para sobrevivir, la biosfera los necesita para no colapsar. Mas que una reivindicación universal de un derecho al agua para todos, hay lugar para establecer límites a los usos humanos del agua para garantizar los procesos que hacen vivibles a nuestros espacios, para garantizar la permanencia de la trama de la vida.

Ese imaginario hegemónico es también el de la ilusión del control. La promesa del control está en el fondo de todos los aspectos de la modernidad, bastante más allá del individualismo que venimos de evocar. El racionalismo seduciría porque propone un medio de controlar las emociones. La burocracia se desarrollaría porque organiza un control de la actividad colectiva mediante procedimientos. La democracia promete al ciudadano un control de la política. La nación representa la comunidad ideal dueña de su destino. El capitalismo y el socialismo ofrecen un medio de controlar el trabajo que la industrialización completa supervisando la producción con máquinas y estandarización. Pero todas esas promesas de control se estrellan contra la realidad. El antropoceno es la era de la pérdida de control del sistema Tierra. A nivel local, el consumidor de agua abre su grifo y el agua no sale más.

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Las fallas ponen en evidencia infraestructuras vulnerables. No solo se trata de que el mundo depende tanto de los humanos como de los no humamos, sino que esos no humanos poseen también capacidades para hacer venir un futuro no anticipado por los humanos. Esto último no es nada nuevo para aquellos y aquellas que trabajan con lo vivo. Las acciones planificadas sobre la base de una hipótesis de estacionariedad caducan, este es un asunto claramente identificado por los hidrólogos. Los eventos extremos serán cada vez más frecuentes. Todas las rutinas de la acción pública ligadas al agua, basadas en indicadores surgidos de crónicas, como los umbrales de alerta, los volúmenes extraíbles y los factores de dilución. van a tener que ser revisados más de una vez. El status quo no es más una opción creíble. Todas las reglas colectivas, cuyas virtudes fueron subrayadas por Elinor Ostrom (2011), están basadas en un buen conocimiento de los contornos del sistema. Tales contornos se mueven. Se trata entonces más de un asunto cultural que de aceptar esas fuerzas mayores.

El imaginario en cuestión nos seduce por su rapidez. La promesa de control no hace solo coincidir el objetivo y el resultado, lo que es ya satisfactorio. Pero cuando una acción planificada es exitosa, entonces se gana tiempo. Si el agua no sale del grifo (circunstancia harto conocida en la Venezuela actual), hay que comprar botellones, aprovisionarse en las fuentes, llenar los baldes durante las escasas horas de funcionamiento del servicio. Las oficinas vinculadas con redes de saneamiento puestas fuera de funcionamiento por una inundación, no pueden recibir personal. En consecuencia, todos los servicios brindados in situ por los empleados ya no están más asegurados. Claro está que la pandemia nos mostró que los servicios se pueden deslocalizar mediante el teletrabajo, pero las transferencias de población implican transferencias de consumo de agua y la solicitud de infraestructuras que no han sido previstas. Las tareas de producción y reproducción no son todas realizables a distancia, aunque mas no fuera que para evacuar el agua al momento del declive y restaurar las redes de distribución.

Todos esos retos son intrínsecamente sociales. Entonces, el asunto es también cómo salir de la moral individual y refundar lo colectivo en torno al bien común que el agua representa.