¿A quiénes sirven los paramilitares en Chiapas?

El fenómeno del paramilitarismo es histórico y ampliamente estudiado en América Latina. Los paramilitares son grupos de “civiles” armados, entrenados, financiados y/o permitidos por los estados. Por medio de la violencia, su tarea consiste en mantener el control de la población, eliminar a las resistencias y sostener a los grupos de poder locales, regionales o nacionales. Los paramilitares son la tropa irregular que hace las tareas que, por leyes y acuerdos, los ejércitos regulares no suelen llevar a cabo. Estos grupos tienen intereses políticos o sirven a quienes los detentan.



¿A quiénes sirven los paramilitares en Chiapas?
 
Raúl Romero*
La Jornada
 
El fenómeno del paramilitarismo es histórico y ampliamente estudiado en América Latina. Los paramilitares son grupos de civiles armados, entrenados, financiados y/o permitidos por los estados. Por medio de la violencia, su tarea consiste en mantener el control de la población, eliminar a las resistencias y sostener a los grupos de poder locales, regionales o nacionales. Los paramilitares son la tropa irregular que hace las tareas que, por leyes y acuerdos, los ejércitos regulares no suelen llevar a cabo. Estos grupos tienen intereses políticos o sirven a quienes los detentan.

En la segunda mitad del siglo XX, su tarea en América Latina tuvo como fin contrarrestar los avances de ejércitos populares y guerrillas revolucionarias. Gilberto López y Rivas ha descrito cómo los paramilitares son utilizados para poner en marcha tácticas como la del martillo y yunque, en la que el ejército se encarga de contener o inmovilizar a las fuerzas rebeldes y los pueblos que las sostienen, mientras los paramilitares ejecutan los ataques. Esto da la posibilidad de que los gobiernos que utilizan dichas estrategias puedan negar que se trata de operaciones de Estado, e incluso llegan a argumentar que son conflictos intracomunitarios.

En México los antecedentes de estos grupos son las guardias blancas, al servicio de latifundistas para facilitar procesos de despojo de tierras y reforzar el control sobre las poblaciones indígenas esclavizadas. Algunas de estas estructuras sobrevivieron a la etapa colonial y supieron adaptarse y actualizarse a la formación del Estado-nación independiente con su ejército formal y su reclamo del monopolio de la violencia legítima. Hacendados, finqueros y terratenientes contaban con sus ejércitos privados para garantizar su poder y el control de campesinos e indígenas.

También en la segunda mitad del siglo XX, el Estado mexicano recurrió de manera sistemática a grupos paramilitares para reprimir a los movimientos. En la memoria popular se guardan los nombres del Batallón Olimpia y los Halcones, al servicio del gobierno federal utilizados para reprimir los movimientos de 1968 y 1971, respectivamente. Aliados con las derechas y sus juventudes, en estados como Puebla y Jalisco, existen experiencias de cómo gobiernos locales formaron o dejaron actuar con total impunidad a organizaciones paramilitares que reprimieron a integrantes de estructuras populares que luchaban por un mundo más justo.

La aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994 fue otro de los momentos en que se pudo observar la pervivencia de grupos paramilitares, su vínculo con el ejército y la permisividad e impunidad que se les garantizó. Grupos como Paz y Justicia, Chinchulines o Máscara Roja atacaron a comunidades zapatistas y no zapatistas, con el fin de hacerle la guerra al EZLN, pero también de sembrar terror entre la población. La masacre de Acteal, donde un comando de paramilitares asesinó a 45 personas indígenas, es un hecho inolvidable.

En el caso de Chiapas, desde la llegada de la alternancia democrática, en 2000, los grupos de poder y sus paramilitares cambiaron los colores de su playera tricolor para ajustarse a los del gobierno en turno: azules, amarillos, verdes, guindas. La justicia no los alcanzó, pues cuando algunos fueron investigados, se movieron poderosas estructuras para defenderlos, tal como sucedió con parte de los paramilitares responsables de la masacre de Acteal que fueron defendidos por Hugo Erick Flores.

Igualmente, antiguas organizaciones populares fueron cooptadas para operar a favor del Estado. Hoy también se habla de paramilitares de segunda generación, grupos que heredaron armas, contactos, estrategias, impunidad y que hicieron del paramilitarismo una forma de vida. Aunque el origen sea distinto al de la formación tradicional, su función es la misma: por medio de la violencia, mantener el control de la población, eliminar a las resistencias y sostener o sostenerse como grupo de poder.

Con la expansión de las corporaciones criminales por todo el país, los grupos armados del crimen organizado llevan a cabo operaciones iguales y ampliadas a las de los paramilitares, pero al servicio de una forma de Estado paralelo que converge y se entrelaza con el Estado formal. Los paramilitares del Estado formal y los grupos armados del crimen organizado llegan a coincidir y coordinarse en sus tareas de control territorial y expansión de las economías criminales o extractivas. En algunos casos, como se ha documentado en Oaxaca, el gobierno de Ulises Ruiz recurrió directamente a los grupos del crimen organizado para hacer tareas de contrainsurgencia y represión.

Identificar, en el confuso panorama chiapaneco, a quiénes sirven y cuáles son los intereses de los grupos paramilitares es clave para encontrar a los responsables de años de guerra y a quienes hoy la invocan.

En lo que la verdad y la justicia llegan, por ahora algo se vuelve urgente: detener la guerra en Chiapas.

*Sociólogo

@RaulRomer_mx