Progresismo colombiano: ¿Salir de sus propios límites?

Dice Petro: “Las asambleas populares en cada municipio son para gobernar. Quiero que ustedes, hombres y mujeres, trabajadores, estudiantes, se sientan gobierno. No soy yo el gobierno, son ustedes, yo soy apenas un mandatario de ustedes, un sirviente de ustedes”. Dar este paso implicaría una transformación sustancial al modo de hacer política en Colombia, y en cierto sentido la insistencia de Petro a que sea el pueblo quien le presione para llegar a decisiones más radicales puede verse como un lavado de manos del mandatario ante la incapacidad y límites del mismo proyecto progresista a la hora de gobernar. Es fácil decir que la responsabilidad está en el pueblo, pero ¿se están abriendo los escenarios para que la participación sea una realidad y no simplemente un comité de aplausos?



Entre la luz y la sombra

Progresismo colombiano: ¿Salir de sus propios límites?

 

Felipe Martínez

 

Gobernabilidad cambiante. Entorpecimientos y trabas para la aprobación de los proyectos de reformas de salud, trabajo y pensiones en el Congreso. Tensiones y rupturas en la coalición de gobierno. Escándalos mediáticos semanales que afectan la imagen del presidente y su administración, sean ciertos o falsos. Discursos de Gustavo Petro casi diarios en eventos internacionales y nacionales. Búsqueda permanente del cese al fuego con múltiples estructuras armadas en el país. Movilizaciones de la oposición y a favor del gobierno.

Así podría decirse transcurre la mayor parte de la agenda política colombiana en los últimos meses. Un ambiente que al mirarlo a través de un caleidoscopio, pareciera vislumbrar un prisma de colores oscuros para el tiempo que se avecina. Pero que, a lo mejor, al reflejar este caleidoscopio a la luz adecuada, el panorama podría acomodar la mirada en el destello de los colores de la esperanza para la lucha de los pueblos.

¿Salir de los propios límites?

Después de diez meses en el gobierno, el proyecto progresista no logra avanzar en las expectativas de cambio que desató en medio de la contienda electoral. Las razones de esta situación son múltiples y de distinto tinte, pero una de las principales que expresan desde la institucionalidad, es la limitante al no contar con mayorías absolutas en el Congreso, quedando encerrados y maniatados a los acuerdos que se logren tranzar con los sectores políticos tradicionales del país, que lo único que quieren es burocracia y que nada cambie.

En medio de estas conciliaciones que no llegaron a ningún fin, el presidente decidió sacar de su gabinete ministerial a aquellos que representaban los partidos Liberal, Conservador y de la U. A partir de esto tomaron más fuerza los llamados de Petro a la sociedad, a quien demanda que se movilice de manera masiva para defender las reformas y al gobierno mismo. El tono va cambiando con el paso de las semanas, y en su última movilización convocada el pasado 7 de junio, el mandatario declaró:

“La fase que sigue es el gobierno popular, y vamos a demostrar cómo se hace y cómo se ejerce. Las asambleas populares en cada municipio son para gobernar. Quiero que ustedes, hombres y mujeres, trabajadores, estudiantes, se sientan gobierno. No soy yo el gobierno, son ustedes, yo soy apenas un mandatario de ustedes, un sirviente de ustedes” (1).

Aunque el discurso suena interesante, pasar de las palabras a los hechos es un acto muy complejo en este momento, pues realmente no existe ningún proceso de movimientos sociales u organizaciones fuertes que puedan asumir el reto que se le plantea al conjunto del pueblo colombiano. Así mismo, un llamado de este tipo incluiría que la participación de la sociedad en dichas asambleas planteadas sea de carácter vinculante y definitorio, lo que implicaría que las decisiones de la política se tomen en ejercicios de la democracia radical y asamblearia, algo que a nivel institucional seguramente no se va a materializar ni aceptar como por arte de magia.

Dar este paso implicaría una transformación sustancial al modo de hacer política en Colombia, y en cierto sentido la insistencia de Petro a que sea el pueblo quien le presione para llegar a decisiones más radicales puede verse como un lavado de manos del mandatario ante la incapacidad y límites del mismo proyecto progresista a la hora de gobernar. Es fácil decir que la responsabilidad está en el pueblo, pero ¿se están abriendo los escenarios para que la participación sea una realidad y no simplemente un comité de aplausos? Más aún, ¿existen las condiciones para que sea el conjunto del pueblo quien decida por sí mismo participar en dichos escenarios? Seguramente hoy las preocupaciones de cómo sobrevivir diariamente y el generalizado escepticismo a las instituciones y la política no motivarán esta participación que necesariamente implican proyectar y diseñar la ingeniería social y política de otra sociedad, de un nuevo país.

Avanzar hacia esa propuesta del presidente necesariamente implicaría consolidar un proyecto político democrático que toque el corazón y alma de eso que Gaitán denominaba el “país nacional”. El proyecto de Gustavo Petro no buscó esa construcción desde el inicio y el Pacto Histórico es reflejo de esto, allí lo que existe es una plataforma electoral que internamente tiene fracturas profundas y que hace lo posible por mantenerse unido.

Pese a esto, si el presidente realmente se propusiera dar el salto a un nuevo ejercicio, seguramente estaría a tiempo de lograr encender una llama para que comience un ejercicio popular de participación, sin embargo, ¿Es posible salir de los límites del progresismo, cuando se insiste en seguir los lineamientos económicos internacionales del FMI? ¿Se puede construir una nueva fase de gobierno popular manteniendo las relaciones conciliadoras con el poder económico y político tradicional de Colombia? ¿Es posible avanzar en una nueva fase del gobierno sin el apoyo de Estados Unidos? ¿Estaría realmente dispuesto el Gobierno nacional a someterse realmente a una voluntad popular que le obligue radicalizar su quehacer poniendo en juego la vida, sus propias comodidades y beneficios?

Seguramente la respuesta a cada pregunta será negativa. Pero en el hipotético caso que fuera diferente, ante el mínimo cambio de este tipo, ¿Cuál sería la respuesta de la derecha? Sin duda la más feroz, compleja y violenta. Si hoy la oposición habla de la “radicalidad” del gobierno y no sale de sus planes imaginar la implementación de un golpe blando ¿Cómo se comportarían ante un mínimo cambio realmente radical? (2).

¿Horizonte?

Nos encontramos en un momento político complejo en Colombia, donde la sociedad, si no encuentra sus propios rumbos y caminos que le brinden esperanza de un mejor futuro, una vez más podría ser utilizada para beneficios de los sectores y clases del poder tradicionales, que mediante discursos ideológicos hará creer que el país está en crisis por culpa de Petro únicamente y así volverán a tomar el poder para seguir profundizando la miseria, el hambre y la pobreza, esta vez con un rostro de ultra derecha más radical.

Hace unas semanas terminé de leer la novela “Viento Seco” de Daniel Caicedo, en dónde se narra de manera desgarrada las masacres sufridas en el Valle del Cauca en el año 49 después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. En el prólogo escrito en el año 1953, el gran intelectual colombiano Antonio García Nossa dejó plasmadas frases que tienen total vigencia para el momento político contemporáneo:  

“(…) por debajo del enriquecimiento de las grandes familias o de la gloria delicuescente de los caudillos, sólo hallamos un piso de lágrimas y sangre. Ahí está el pueblo, en ese subsuelo anónimo, invisible a los ojos, fuera de todo horizonte político. Nadie ha querido verlo: los republicanos de todos los partidos han hablado de su soberanía y han escarnecido su incapacidad de moldear y conducir su propia suerte. Le han movilizado para las guerras electorales o para las guerras civiles y le han dejado ahí, al margen de la historia, aislado de una patria que no está presente en sus necesidades, en sus problemas, en su drama biológico y espiritual” (Pág. 29).

Son muchos los retos que tenemos ante nuestros ojos, y solo la imaginación y la acción podrá tejer otro país posible, no olvidemos que: “Toda nuestra historia es una revolución inconclusa, porque el pueblo –como suma inorgánica de clases trabajadoras, manuales e intelectuales–ha carecido de un instrumento propio, suyo, ajustado a sus necesidades y sus problemas, de lucha política.” (Pág. 41).

Antes de cerrar, quisiera pedir excusas a lxs compas de Desinformémonos, como a quienes siguen esta columna por la no publicación el mes pasado y la salida de esta después de varios días de retraso. A veces el pensamiento se nubla tanto que no deja escribir ninguna palabra.