Argentina: Crónica de estos días

Mas que «los ojos muy lejos», como imaginaba la vejez el joven García, la madurez se reconoce como pasado creciendo adentro. Así lo escribió Jean Amery y así se siente. El último fin de semana largo, el entrelazamiento entre el tiempo y la historia se presentificó de un modo agobiante.




Crónica de estos días

Diego Sztulwark

Lobo Suelto
 

Mas que «los ojos muy lejos», como imaginaba la vejez el joven García, la madurez se reconoce como pasado creciendo adentro. Así lo escribió Jean Amery y así se siente. El último fin de semana largo, el entrelazamiento entre el tiempo y la historia se presentificó de un modo agobiante. Abro la primera página de Melancolía de izquierda, libro de Enzo Traverso, y leo: sobre el final del siglo XX la llamada democracia liberal «asumió la forma de una teodicea secular que, en el epílogo de una centuria de violencia, incorporaba las lecciones del totalitarismo». Pocas frases aciertan tanto en agudeza y precisión a la hora de dar cuenta de estos días. Sin embargo, no sé si me gustará el libro, porque en su introducción sitúa a Walter Benjamin como maestro del «prisma de la melancolía». También Gershom Scholem -que algo entendía del asunto- empleó ese término para describir al autor de las Tesis sobre el concepto de historia. Y aun así, presiento una confusión en torno a esa melancolía, que no alude a la tristeza que adhiere una potencia a un pasado determinado ya cerrado. Benjamin no se refiere al pasado tal y como fue, un recuerdo de como vencieron entones las clases dominantes (que es el pasado citado por las modas), sino al pasado tal y como no llegó a ser, aquel de la “tradición de los oprimidos”. El primer pasado, confirmatorio del presente, pertenece a la historiografía. Mientras que el segundo, capaz de descarrilar la historia, es el secreto que asiste a los sujetos en peligro (aquel que importa al materialista histórico). 

Los días sábado 17 y domingo 18 se celebró una feria del libro independiente en la ciudad de Mar del Plata. Frente a abundantes volúmenes concebidos fuera de todo formato convencional se apiñaban varios cientos de lectores. En un salón pequeño de la planta baja del edificio junto al mar, Francisco Casadei -filósofo y librero de la fabulosa Gran Pez- y Branco Troiano -escritor y futbolista, autor de la novela El cielo de los monos– me esperaban para dialogar en público sobre un sutil mal entendido. La idea original era conversar libremente «a partir de Spinoza» (ese era el título escogido). Pero el flayer que circuló decía «partir de Spinoza». Lo que entraba en litigio era el vaivén entre lectura y actualidad. Un par de citas de la filósofa brasileña Marilena Chauí vinieron en nuestro auxilio: sin llegar nunca a conocer a Spinoza lo leemos para pensar con el mayor rigor posible quienes podemos llegar a ser, porque confrontándonos con él llegamos a sentir y a pensar cosas que no sentiríamos ni pensaríamos sin su lectura: un interlocutor privilegiado. Es en tanto que lectores que asistimos a los hechos violentos que atraviesan la ciudad y simultáneamente, en tanto que seres conmovidos por esa violencia que buscamos socorro en los libros.

Esa escena de lectores dobles, que procuran construir una coherencia siempre perturbada entre la ciudad y los libros, nos arrojaron a la brutalidad que estos días sacudió al país. El sábado fue desalojada en la Ciudad de Buenos Aires la Casa Pringles, al tiempo que los diarios hablaban de un tremendo femicidio en el Chaco y apenas informaban sobre el modo en que el gobernador de Jujuy descargaba la violencia policial sobre pueblos que defienden -porque el conflicto persiste- salarios y derecho a organizarse sin ser masacrados. ¿La represión y el horror en medio de la campaña electoral anuncia una nueva etapa para el conflicto social?

El día jueves 22, a propósito de cumplirse cinco décadas de la masacre de Ezeiza, se celebró un encuentro en el CCK. Allí se discutió sobre el libro Ezeiza, del periodista  Horacio Verbitsky, junto con la investigadora Mónica Peralta Ramos, la filósofa Mariana Gainza y la periodista Luli Trujillo. La Masacre como pedagogía insistente de las derechas (peronistas y no peronistas). Ese mismo día 22 se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de un pensador argentino crucial, Horacio González. Crucial no sólo porque pensó todos los temas que nos importan, sino porque supo hacerlo del mejor modo: el más libre, autoexigente y generoso. Imposible transitar estos días sin leer su libro póstumo Fusilamientos, muerte en primera persona. Esa páginas fuerzan a pensar en una política que no nos obligue a consentir masacres. Esa política falta. El mismo día 22 se conoció la supuesta candidatura de un hijo de militantes desaparecidos a la presidencia. Imposible eludir la escena estremecedora de una segunda vuelta electoral en la que Wado de Pedro enfrentase a Patricia Bullrich. La militante Cali -que participó de la reconciliación entre Rodolfo Galimberti y el torturador de la Esma, el marino Jorge Rádice, y con los Born (de Bunge y Born- derrotada por el hijo de militantes que no acepta ese camino.) Eso pensé, no sin enormes contrariedades. Enormes, no sólo por el temor a que la cosas no sucedan así, y la Argentina fascista obtenga una nueva y trágica victoria. Sino también porque junto al anuncio de esa candidatura presidencial parece confirmarse un peronismo confinado a una confrontación entre ministros de un gobierno que, como el actual, incumplió con el mínimo indispensable. Uno que, por empobrecer a quienes lo encumbraron no merece eternizarse. La intención de la estrategia destinada a evitar que la derecha triunfe en las próximas elecciones es tan acertada como desacertado es proponer gobiernos incapaces de reformas mínimas, que luego no encuentran sustento popular suficiente para limitar a las fuerzas enemigas. Mientras tanto hay un frentismo eternamente pospuesto con el mundo de las izquierdas. Y sin embargo, todo siempre puede ser peor. El día de ayer, 23 de junio se conoció antes de las 21 horas, la fórmula más temida de Unión por la Patria: Massa-Rossi. Garantía de que gane quien gane, la ley en la Argentina la imponen sin matices los capitales.   
 
El próximo lunes 26 se cumple un nuevo aniversario de otra masacre. La de la Estación Avellaneda, que marca el fin de 2001 y da comienzo a la etapa que aun transitamos. En la que la organización popular desde abajo e indócil, es sancionada con el fusilamiento o el encarcelamiento ilegal. Narrado al detalle por dos libros fundamentales –Darío y Maxi, Dignidad piqutera, del Movimiento de Trabadores Desocupados Aníbal Verón, y Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo» de Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey-, el asesinato de los militantes piqueteros se sigue escribiendo en las políticas que se nos ofrecen. El Gobernador Morales plateó claramente su punto de vista esta semana con las siguientes palabras: “se está generando en Jujuy un debate que debe darse a nivel nacional sobre los límites de la protesta. El tema de los cortes de ruta tiene que formar parte del debate nacional. Ya han anticipado que va a correr sangre, es la consigna del kirchnerismo y la izquierda, que lo único que quieren es la violencia y el caos. Necesitamos reestablecer la paz y el orden en la República Argentina». Al identificar la enemistad con los nombres “el kirchnerismo y la izquierda”, Morales elige y propone los términos de un antagonismo. Pero esos nombres no se ajustan bien al archivo, ni a las movilizaciones del presente. Son nombres confrontados a cimbronazos de la historia y de la actualidad. Nombres que quizás perduren, si son capaces de nombrarse y reunir fuerza desde ellos mismos. Es decir, desde una tradición otra, que pide nuevas delimitaciones. 

 

(para La Tecl@ Eñe)