Francia: «¡Es la guerra!»

Texto de Alèssi Dell’Umbria sobre las recientes revueltas y motines en Francia tras el asesinato de Nahel M. por integrantes de la policía francesa (27 de junio de 2023), publicado en lundimatin, núm. 390, 3 de julio de 2023.



 

«¡Es la guerra!»

 

Alèssi Dell’Umbria

Artillería Inmanente


Texto de Alèssi Dell’Umbria sobre las recientes revueltas y motines en Francia tras el asesinato de Nahel M. por integrantes de la policía francesa (27 de junio de 2023), publicado en lundimatin, núm. 390, 3 de julio de 2023.

 

En Vitry-sur-Seine (Val-de-Marne), durante los motines del jueves 29 de junio, saquearon una armería y robaron al menos dos escopetas de bombeo y tres rifles de caza. Hace quince años, la Mafia K’1 Fry, cuyos miembros proceden en su mayoría de Vitry-sur-Seine, pronunció en una famosa canción de rap: «¡Es la guerra!». Y aquí estamos.
«Negarse a acatar las órdenes», el argumento asesino. Hay incluso una ley, aprobada en 2017, que lo oficializa. El pasado 14 de junio, en Angulema, Alhoussein Camara, un guineano de 19 años, murió de un disparo durante un control policial cuando se dirigía a su trabajo a las 4 de la madrugada, sin que hubiera testigos a esa hora tan temprana. Un detalle alucinante que dice mucho de la supuesta independencia de la justicia: mientras que la muerte de una persona conlleva automáticamente el archivo de las investigaciones, la fiscalía de Angulema abrió inmediatamente una instrucción contra el fallecido por «negativa a acatar las órdenes y violencia con arma», un procedimiento puramente mediático para desprestigiar a la víctima y justificar el asesinato. El 27 de junio en Nanterre, para mala suerte de los policías, había alguien que filmaba y grababa las palabras.1 «No te muevas o te meto una bala en la cabeza», «¡Dispárale!». Es la guerra.
También es una guerra civil. Porque, desde el 27 de junio, los franceses promedio que aprueban el asesinato de Nahel vierten a diario su racismo y sus neurosis de seguridad en las redes asociales, y la simple convivencia con estas personas es cada vez más problemática. Un fondo de apoyo a su asesino ha recaudado 850 000 euros de un objetivo de 50 000. En un país en el que Cyril Hanouna y Éric Zemmour hacen estallar los índices de audiencia, no podíamos esperar nada mejor que oírles repetir a coro, como los canallas pavlovianos que son, la cantinela de que los jóvenes rebeldes de los barrios son dealers, cuando los jefes del carbón siempre se han opuesto a la revuelta que perturba sus negocios.2 No podemos ni imaginar lo que algunos policías estarán tentados de hacer si el mensaje es matar a alguien para conseguir un premio gordo de un millón de euros.

 

*
*          *

 

Desde principios de año se han producido en Francia dos secuencias muy diferentes. En los primeros meses, hubo manifestaciones masivas contra la reforma de las pensiones, que, según los sondeos, era rechazada por tres cuartas partes de la población. Siguieron itinerarios acordados y procedimientos bien conocidos, y se repitieron cada mes, en cada día de acción, hasta el inevitable y esperado agotamiento. Salvo algunas manifestaciones salvajes y bloqueos, todo se desarrolló según lo previsto, hasta el punto de que el gobierno quiso saludar el civismo de las organizaciones sindicales. El espectáculo de una protesta digna y responsable, expresada con toda civilidad y legalidad, dio al gobierno todo el margen para sacar adelante su proyecto de ley, permitiéndose el lujo de burlarse abiertamente de la representación nacional y de sus desafortunadxs votantes, a lxs que ahora no les queda más remedio que tragarse la vergüenza.
Y de repente, a principios de verano, estalla brutalmente una revuelta incontrolada, tras un crimen policial de más, que supera a las fuerzas del orden y deja por el camino a todos los rackets o chanchullos políticos. Aquí no hay protesta, hay venganza por doquier. Y a diferencia de lo que ocurrió en 2005, no sólo está ocurriendo en las urbanizaciones, sino también en los centros de las ciudades, e incluso en los pueblos pequeños. Se han incendiado gendarmerías en ciudades de 5000 habitantes… Una revuelta que cuenta con la simpatía de una gran parte de los jóvenes, más allá de los barrios populares, causa consternación entre algunos adultos. Esto se debe a que, como comentó una vez uno de nuestros compañeros, «los chicos tienen una extraña capacidad para pensar fuera de las estructuras simbólicas que nos confinan». Esta potencia escapa a todos los rackets, aunque inevitablemente se agote ante la represión policial. Expresión de una rabia más que legítima, este desahogo colectivo adquirió también aspectos carnavalescos, subrayados por los fuegos artificiales y la alegría de los saqueos.3
La Francia bien pensante puede al menos deplorar la muerte de Nahel —¡incluso Macron dijo que era «inexcusable»!—, pero juzga severamente el estallido de cólera que le siguió. «Si estás enfadado es porque no eres capaz de razonar lógicamente, porque, al menos en Occidente, la ira es enemiga de la reflexión, eso es algo paternalista, sabes, esas formas de decir básicamente que eres primitivo, no sabes organizar tus pensamientos, es una forma de descalificarte, de descalificar el discurso y también es una forma de asegurarte una cierta comodidad, es decir, no me importa escucharte pero dímelo amablemente para que no sea incómodo: no, a veces lo que quiero es escupirte en la cara para que lo entiendas, eso es la verdad, así es…» señalaba la rapera Casey hace unos años.
En eso estamos ahora, con toda esta gente en el poder deplorando la muerte de Nahel pero condenando la violencia. Después de la ejecución sumaria de un chico de 17 años, ¿habrían querido que los jóvenes se reunieran con la policía con una rama de olivo en la mano? ¿Después de todas las muertes y mutilaciones? Pero a fuerza de repetirlo una y otra vez, el llamamiento a la calma ha quedado definitivamente rayado.
Cada vez que asesinan a un policía, vemos salir de nuevo a los partidarios del statu quo, a todos esos mediadores profesionales; SOS Racisme, por supuesto, que no dejó de emitir su comunicado de prensa, firmado por personas que no hacen más que llamar a la calma desde hace cuarenta años. No pasa un mes sin que haya policías a los que se les ha dado el derecho de hacer cualquier cosa ejecutando a alguien, casi siempre una persona racializada, con el apoyo de sus colegas y de toda la jerarquía.
La violencia no traerá de vuelta a Nahel, seguimos oyendo. Pero al menos tendrá el mérito de alimentar la memoria, y eso ya ha contribuido mucho a inaugurar una tradición política de revueltas. Si no, ¿quién se acordaría todavía de Zyed y Bouna? Los adultos, tan razonables y en realidad tan resignados, deploran la violencia ciega de la revuelta, pero ¿qué han transmitido a los jóvenes, a esta generación en revuelta por la muerte de uno de los suyos? Nada más que un vacío político total que descalifica inmediatamente sus juicios moralistas.

 

*
*          *

 

En Marsella, la revuelta desembocó en una ola de saqueos sistemáticos, varios centenares de comercios según la prensa, indignando incluso a gente que creíamos cercana. Hace treinta años, la escena del rap marsellés cantaba a «los bad boys de Marsella». Pues bien, aquí están, los bad boys en cuestión, en la calle, y ¿cuánta gente, incluso en el mundo del rap, los repudia ahora por sus excesos? «El rap representa», por utilizar una expresión tan común en los círculos del hip-hop, pero ya no se trata de representar, se vive directamente.
Por eso oímos llorar a los tenderos, la mayoría de los cuales no han visto más allá del contenido de su caja registradora y no pierden ocasión de pedir más policía: pero no habíamos oído demasiado de ellos, los que pedían calma y dignidad, los que lloraban por los escaparates rotos y la mercancía saqueada, por el asesinato de Zineb Redouane a manos de las CRS el 1 de diciembre de 2018, durante otro motín en la ciudad. Sin embargo, el recuerdo sigue vivo entre nosotros…
Por otro lado, se oye a la gente quejarse de que estos días se saquean y/o incendian tiendas Lidl y Aldi en las banlieues, argumentando que probablemente sea gente de barrios populares la que trabaja ahí: es curioso porque, utilizando este mismo argumento, se puede llegar a la conclusión contraria, es decir, que algunos de los saqueadores e incendiarios actuaron precisamente PORQUE TRABAJABAN AHÍ. ¿Destrucción ciega? En el Quartiers Nord, unos jóvenes incendiaron un Aldi y atacaron el centro comercial Grand Littoral, pero nadie tocó el Après-M.4 Aprovechemos para saludar la destrucción sistemática de las cámaras de vídeovigilancia.
Se culpa a estos actos porque atacan «al barrio». Como si el barrio fuera una Arcadia dichosa, como si no fuera también un lugar de conflicto, donde se ejerce la explotación y reina la frustración. Sin embargo, no es tan difícil comprender que para los jóvenes que viven en las urbanizaciones, esas grandes tiendas de descuento son un entorno hostil, sospechoso desde el momento en que entran, bajo la atenta mirada de guardias de seguridad y cámaras, condenados a salir con sus deseos elementales insatisfechos. Es el lugar donde la privación se ha enriquecido. Ahorrémosles las lecciones de moral más indecentes que nunca, viniendo de gente a la que nunca le ha faltado de nada. Además, no se contentaron con adquirir pantallas planas y pares de Nike. En Montreuil, donde todos los grandes almacenes han sido saqueados, los adultos pueden dar fe: «Los vi anoche, gente muy joven, saliendo con bolsas de comida llenas hasta los topes, era impactante». «¡Era como si estuvieran comprando para sus madres!». «Se lo han llevado todo, la tienda está vacía», dice el guardia de seguridad de una tienda Auchan de Montreuil: en estos tiempos de inflación galopante, ¿a quién le puede sorprender?
Mientras tanto, otros jóvenes, que en realidad no tienen el mismo perfil, alzan la voz: «Todo se desmorona», «Estoy en el final de mi vida»… No porque hayan asesinado a Nahel, sino porque han cancelado el concierto de Mylène Farmer a causa de los disturbios. «Mylène, vuelve pronto con nosotros, estoy tan triste y desolada, no he parado de llorar desde el viernes»… La abyección de una época puede medirse por sucesos como éstos. Entre eso y el fondo recaudado para el policía asesino…

 

*
*          *

 

Vehículos blindados en las calles, empezábamos a acostumbrarnos, desde el ataque a la ZAD en la primavera de 2018 y la represión de los chalecos amarillos. Pero cruzamos un umbral con la intervención del RAID, una unidad especializada contra los terroristas. ¡Vimos a robocops armados con fusiles de asalto de alta gama intervenir para detener a unos jóvenes que acababan de buscar dulces y refrescos en una tienda destrozada! «¡Es la guerra!».
Son los mismos policías que, no hace mucho, se tomaron la libertad de manifestarse en París en plena noche, encapuchados y con sus armas de servicio, a la llamada de sus sindicatos abiertamente facciosos, exigiendo de nuevo el derecho a matar y recibiendo el apoyo de casi todos los representantes electos, desde Éric Ciotti a Fabien Roussel. Son los niños mimados de este régimen, que ven satisfechos todos sus caprichos represivos y están equipados con todos los últimos juguetes tecnológicos diseñados para mutilar y matar.
Esta policía, que se constituye cada vez más como un poder autónomo dentro del propio Estado y reivindica plenos poderes sobre una justicia que ya está en gran medida a sus órdenes, se verá reforzada en las calles por grupos fascistas (Identitaires, GUD, AF, etc.). En varias ciudades, sobre todo del oeste de Francia, grupos de «patriotas» han organizado ataques multitudinarios para complementar a las fuerzas policiales desbordadas, e incluso han realizado detenciones. Si se tiene en cuenta hasta qué punto la extrema derecha y algunos policías están implicados en el tráfico de armas, en un contexto de complicidad ideológica, es preocupante.
También hay que saludar la valentía política de lxs participantes en el anulado Orgullo de Marsella, que se manifestaron el domingo a pesar de la prohibición de la prefectura. «No es una fiesta, estamos de luto»: reunidxs en la Porte d’Aix, lxs participantes recorrieron la ciudad bajo una pancarta en la que se leía: «Ningún orgullo para los policías y ningún policía en nuestro Orgullo» y al grito de «Nahel, Souheil, Zineb y Adama, no olvidamos, no perdonamos», «Ni justicia, ni paz. Muerte al Estado policial», «Darmanin, te bloqueamos de Marsella a Mayotte», a veces con el eco de los espectadores.
Porque, desde los chalecos amarillos hasta la manifestación de Sainte Soline, la experiencia de la violencia de Estado es hoy ampliamente compartida y ésta es una base sobre la que debería ser posible construir alianzas. Porque esta violencia no es anecdótica, como quieren hacer creer los que llaman a la calma y abogan por una policía republicana que respete a los ciudadanos. La policía, que siempre ha sido el brazo armado de la clase dominante, es el último pilar de estos debilitados regímenes liberal-autoritarios.
La gente objetará que no es lo mismo sufrir el hostigamiento policial a diario y estar en peligro de muerte en cada control policial, que sufrir la represión durante acciones puntuales como una marcha de chalecos amarillos o el bloqueo de una obra ecomonstruosa. Pero para las personas que quedaron desfiguradas o mutiladas durante estas acciones, y que lo llevarán el resto de sus vidas, para sus seres queridos, para sus compañeros, es algo que nunca desaparecerá.
La revuelta que estalló en varias ciudades estadounidenses tras el asesinato de George Floyd en mayo de 2020 llevó a plantear públicamente la cuestión de la disolución de la policía. En Francia, es una cuestión que nadie se ha atrevido a plantear todavía, y es una lástima. Porque cuando un régimen sólo se mantiene gracias a su policía, significa que una situación decisiva está a punto de llegar, y que hay que reflexionar sobre ella sin demasiada demora.

 

1 de julio de 2023

 



1 «Si la información espectacular nos hace insensibles al mundo, bastó que una adolescente tuviera el valor de filmar con su smartphone el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis para hacer sensible una realidad que suele estar fuera de la pantalla. Que los afroestadounidenses son víctimas de la violencia policial no es, desde luego, ninguna novedad, pero las imágenes de un hombre asfixiado hasta la muerte por un policía impasible destilan mucho más que poder informativo. La deshumanización de la víctima y la inhumanidad de su asesino aparecen con tal fuerza en estas crudas imágenes que bastan para establecer un auténtico plano narrativo: funcionan como señal de lo reprimido […]. Y la obscenidad de mostrar la muerte de un ser humano se invierte entonces: es la obscenidad de la condición de los afroamericanos lo que emerge a través de esta terrible escena. Y es notable que la emoción provocada por estas imágenes tomara inmediatamente una forma común en la calle», Alèssi Dell’Umbria, Antimatrix, París, La Tempête, 2021, tesis 305.
2 Por cierto, lo que la propaganda de Zemmourian no menciona es que, si bien la mayoría de los traficantes de drogas están racializados, la mayoría de sus clientes son blancos…
3 «En tiempos de reunión, uno no debe elegir su camino arbitrariamente. Existen fuerzas secretas que conducen juntos a quienes tienen afinidades entre sí. Debemos entregarnos a tal atracción; entonces no cometeremos falta alguna». I Ching, Libro de los Cambios.
4 Este ex-McDonald’s, situado en el corazón de los Quartiers Nord de Saint-Barthélemy, estuvo ocupado por sus empleados durante mucho tiempo después de que la dirección ordenara su cierre. Era uno de los pocos lugares de socialización de estos barrios degradados. Los propios ocupantes, procedentes de las viviendas sociales de los alrededores, consiguieron finalmente convertirlo en un restaurante autogestionado en 2020.