Pueblo diaguita: El camino es devolver los territorios a sus pueblos

Entrevista a Marcos Pastrana, del Pueblo Diaguita de Tucumán. Defensor del agua y los cerros, opositor a la megaminería y al extractivismo, es un pensador de su pueblo y de los territorios. Respetado y querido por las asambleas socioambientales y comunidades indígenas, es ignorado por la academia y funcionarios. Su voz, y su hacer, interpelan y son un llamado a la acción.



Marcos Pastrana: “El camino es devolver los territorios a sus pueblos”

Mariángeles Guerrero

 

Entrevista a Marcos Pastrana, del Pueblo Diaguita de Tucumán. Defensor del agua y los cerros, opositor a la megaminería y al extractivismo, es un pensador de su pueblo y de los territorios. Respetado y querido por las asambleas socioambientales y comunidades indígenas, es ignorado por la academia y funcionarios. Su voz, y su hacer, interpelan y son un llamado a la acción.

Cada palabra de Marcos Pastrana resuena como un sentir que sale de lo más hondo. Quizás en su decir emerjan los paisajes que quedaron en su memoria, tras años acompañando asambleas y pueblos de América Latina, siendo recibido con abrazos, compartiendo los dolores, las alegrías, el hambre y el frío, pero también las conquistas de la lucha compartida. Este integrante del Pueblo Diaguita vive en Tafí del Valle, tiene 77 años y siempre está dispuesto a dar testimonio.

“Para saber dónde vamos, hay que saber de dónde venimos y poner en valor cuándo y cómo comenzó la vida. Todos descendemos de los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. Eso está presente en la biodiversidad, en la flora, la fauna y en la especie humana. Si cuidamos el agua, la energía (el fuego), el aire y la tierra estaremos luchando por la vida, por los seres vivos, por los pueblos”, explica. 

Y agrega: “Hoy se quiere imponer el concepto de que para cuidar el ambiente se tienen que tomar medidas científicas, tecnológicas. Pero primero hay que tomar conciencia de qué significan esos valores para nosotros y cómo adherimos a la estética natural que se ha forjado hace millones de años para generar vida. Es infinita la dimensión de la biodiversidad: su integridad, su integralidad, su intelectualidad, su espiritualidad”.

Histórico luchador contra Minera Alumbrera, Pastrana fue uno de los oradores centrales del VII Congreso de Salud Socioambiental de Rosario. Entre otros temas, explica que la interculturalidad no se da sólo entre seres humanos. “Entre seres humanos circula la información, pero la cultura circula con la participación de todos los miembros de la biodiversidad. No hay carpintero si no hay un árbol. No hay artesanía ni arte ni nada, ni gastronomía si no es en colaboración con la biodiversidad. Esa es la verdadera universidad itinerante de la vida que está en todos los rincones. La universidad Madre Tierra”.

Su decir es pausado, pero incisivo: “El hombre, en su egocentrismo, cree que es sujeto de todo: de inteligencia, de espiritualidad, de derechos. Por eso se habla de derechos humanos, como si fueran los únicos que tienen derecho al agua, al aire sano, a la salud y a la vida. No: el derecho es de todos, es universal y es integral”.

Este sabio diaguita cuenta que de la educación formal aprendió a leer, pero que más aprendió de la vida, de la familia, de los animales, del cerro y del viento. Después llegó la universidad, pero al mismo tiempo las luchas sindicales de los 70. Y el retorno a las raíces: “Cuando consolidé mi identidad originaria en toda su dimensión espiritual e intelectual, entendí el sentido de la vida y me di cuenta de que por algo esa Pacha, este espacio y este tiempo me puso en los lugares que debía estar para tener la idea y difundirla. Mi rol es ese”.

A modo de contexto, afirma que vivimos en un «Estado transnacional minero, sojero y energético». Pero, también, que se está conformando una red planetaria unida por el sentimiento de volver a la naturalidad. En sus palabras: «Cuando reclamamos derechos, salud, buena educación, estamos reclamando el derecho de volver a la naturalidad, al derecho natural. Esa es la rebelión». 

—¿Cuál es el camino?

—El de un planeta que pueda ser habitado por todos los seres vivos. En qué forma, en qué espacio, en qué tiempo y cómo es lo que tienen que definir los jóvenes. Por mi parte lo que puedo hacer es recordar y contar. Lo que he visto, lo que creo que es la realidad.

—¿Qué es lo que ha visto?

—Tantas cosas, pero muchas más son las que no pude ver. Lo que pasa es que cada uno tiene cinco sentidos, que hacen que descubras tus dones y talentos. Con ellos percibes todo. Y a partir de ahí sos músico, sos artesano… Lo que quieras ser. Pero si te concentras únicamente en el celular, en las computadoras o en la tablet, en las estructuras fijas de esta nueva estética artificial, tus dones no se desarrollan. Ponte a analizar tu día, a mirar las palmas de tus manos y a ver cómo están, a preguntarte: ¿qué hago con las manos? ¿Qué he visto hoy? ¿Qué he escuchado? ¿Cuál fue el primer olor que percibí en la mañana? Ese desapego que produce la estética artificial respecto a los sentidos son distracciones en relación a la vida. Estás acallando tu inteligencia, tu espiritualidad. Esa es la razón de tanto estrés, confrontación, violencia e incomunicación. A pesar de que si aprietas un botón te comunicas con quien quieras.

La estética natural y la vida que persiste

—¿Qué es la estética natural?

—El concepto de estética natural es vital. Si adherimos, respetamos y valoramos la estética natural que generó la vida y que sigue evolucionando, mutando e innovando, vamos a respetar todos los entornos. Eso nos va a generar una ética diferente, con otro respeto y otra moral. Van a cambiar todos los conceptos. En cambio, si adherimos a una estética artificial creada por el ser humano para su gusto y confort, tenemos todas las posibilidades de dañarlo todo. Es lo que estamos viendo: guerras, masacres, muerte, dominación, esclavitud, trata de pueblos y de personas, exterminio, contaminación. Se ha ideado globalmente un mecanismo que dirige todas las acciones humanas: la tecnología y la virtualidad. Hoy la inteligencia artificial tiene preso al hombre. Hay que ver cómo desarmamos el mecanismo y nos quedamos con lo esencial. Y para quién y para cuántos. No lo vamos a hacer declarando áreas protegidas ni parques nacionales. Con la estética artificial, los procesos que están llamados a realizarse en millones de años para recrear los ecosistemas, el ambiente y la vida, el hombre los acelera y los destruye. Por eso tenemos siempre una sensación de estrés, porque nuestras cabezas van a más velocidad que el ritmo biocósmico. Y nuestras almas van por detrás, queriendo prenderse de algo que le dé una certeza

—¿Qué es el ecocidio?

—No sé si “ecocidio” es la palabra indicada… Es un atentado contra esa estética natural, contra el orden natural, pero “cidio” llama a homicidio, a exterminio. Es lo que mata. Ahí donde no termina de completarse, porque jamás van a poder matar la vida. A la vida no hay quien la mate. La vida continúa. Tu vida puede terminar, pero no tu vida en el sentido integral, sino tu existencia, ese espacio que tenés para vivirlo, para disfrutarla.

—¿Cómo llamaría a ese atentado?

—No sé. Lo que pasa es que cuando calificamos es con un fin, con un motivo y, generalmente, es de hacer justicia. Pero la justicia tiene dos caras, una represiva y una reparadora. Y se piensa más en la represión. Tanto para el perjuicio como para el beneficio. Para un homicida puede haber una pena de muerte o prisión de por vida. O puede quedar libre, si tiene plata. Todo es relativo en la represión. Y la reparación no se produce porque el daño se sigue produciendo. Reparar quiere decir que nunca más se va a producir. El cambio es más profundo.

El Pueblo Diaguita, la cosmovisión y los partidos políticos

—¿Qué puede aportar la cosmovisión diaguita para el cambio? 

—Cosmos es orden. Cosmovisión es la visión de ese orden, el orden cósmico. En verdad hay una sola cosmovisión y hay diversas visiones cósmicas. Cada pueblo, de acuerdo al lugar, la latitud y la longitud donde existe o la altura donde vive, tiene una visión cósmica. Un hombre de la selva es diferente que un hombre de los desiertos. Los andinos, por ejemplo, prestamos mucha atención a los astros. Toda nuestra obra intelectual y material es una réplica de lo que miramos y sentimos desde el espacio. Si los jóvenes tuvieran la oportunidad de estudiar y de profundizar en la incidencia que tiene el cosmos en los seres humanos, porque somos parte de él, las cosas serían muy distintas. Decir la “cosmovisión diaguita” es relativo porque muchas de nuestras sociedades comunitarias están a mitad de camino, en el caso de América, por 500 años de dominación sin concesiones ni licencias. Nos devoraron, nos quitaron la lengua, la cultura, el territorio, los derechos, todo. Ahora, ¿por qué los pueblos originarios del mundo siguen vivos, a pesar de tanto acoso y muerte, sin haber desarrollado ni un solo sistema de exterminio? No desarrollamos misiles, ni barcos, ni cohetes, ni balas, ni bombas, ni sistemas operativos para exterminar. Nunca invadimos un país. ¿Y por qué cayeron los romanos, los egipcios, los griegos, todos los imperios, con todo el poder político y económico que tuvieron? Por la violencia. Se mataron a sí mismos.

—¿Por qué perviven los pueblos originarios?

—Lo hacen en su cosmovisión y en sus saberes. Si vas ahora al interior, al norte, al sur, comprás sus artesanías, probás sus comidas. La música se nutre de los ritmos de los pueblos originarios del mundo. Son los guardadores del saber. Esa es una misión histórica de los pueblos originarios: mantener la idea de la naturalidad. Con eso sobreviven y sobreviviremos porque son los indicados, en un futuro muy cercano, para recordar al hombre que tiene que volver a sus fuentes.

—Usted habla de los cuerpos colegiados comunitarios.

—Cada conflicto genera resistencia porque va contra las costumbres y cultura de los pueblos. Las sacan de su letargo, de su ritmo normal de vida, imponen otro tipo de desarrollo para saquear, no para beneficiarlo. Esa resistencia al cambio genera, en cada pueblo, una asamblea o dos o tres, según la actividad. Y esos son cuerpos colegiados populares, autoconvocados, que sesionan permanentemente porque se reúnen en el almacén, en la carnicería, en la vereda. Después van a la plaza, marchan, estudian los problemas, preguntan, se informan, presentan notas a los políticos. La resistencia está ahí. No solo resisten los que hemos salido o salen, siguen saliendo a las rutas, a los cortes, a los escraches, a los acampes, sino el que sigue sembrando, el que sigue cocinando, el que sigue haciendo cosas con sus manos, el que sigue promoviendo música. Todo eso es territorio. Me gusta mucho escuchar a los chicos decir “territorio urbano». Por fin toman conciencia y se apropian de algo que se les está quitando: el territorio. Las bibliotecas, las plazas, los equipos de fútbol populares, las fiestas barriales. Antes cortaban una calle y hacían un carnaval. Eso también es territorio, es identidad.

—¿Cómo se da la relación entre esas asambleas y los políticos?

—La gente ya sabe de qué se trata ahora esa casta de políticos que viven como zánganos. Hace diez años recurríamos a las legislaturas, a los concejos deliberantes, a las universidades y encontrábamos representantes potables. Hoy no hay. No vas a encontrar a alguien que diga “soy asambleísta, estoy con las asambleas”; están totalmente comprados. Entonces se generan otros cuerpos colegiados, que son las asambleas. Por eso están reglamentando las protestas, lo que es un signo de debilidad del sistema supuestamente democrático. Ese orden es un monstruo vacilante porque se sostiene en la corrupción. De la corrupción a la estupidez hay un solo paso y ya lo han dado. De otra manera no se explica que puedan encontrar que la minería es un negocio rentable, cuando te dejan el tres por ciento de la renta. Supuestamente, porque eso lo determinan ellos. Liquidan divisas en el exterior. Encima tienen una deducción impositiva que hace que ese tres por ciento se vea reducido al 1,9. La megaminería produce daños ambientales, sociales y económicos 20 veces mayor que la renta que sacan. El pasivo es ciclópeo, monstruoso, sin medida. Contamina el agua, el aire, los suelos y la sociedad, la cultura, la integridad y la integralidad. Eso es lo que tienen que ver los jóvenes para decidir: vamos a seguir en esto o vamos a cambiar, y qué es lo que hay que cambiar, qué capacidad tengo de cambiar. El camino es devolver los territorios a sus pueblos y los pueblos a sus territorios.

«El litio es una nueva bandera del conquistador»

—¿Qué opina de la explotación del litio? 

—El conquistador siempre lleva una bandera. El litio es una nueva bandera del conquistador. Dicen que produce energías limpias, hablan de los autos eléctricos, te muestran la solución. Pero no te dicen que el litio está donde está como parte esencial de un equilibrio tectónico, geológico, natural. Como está el oro donde está, como está cada elemento que sabiamente ocupa su lugar después del caos de las grandes transformaciones. Por eso hablo de la integridad y la integralidad. Si me cortan un brazo, sigo siendo Marcos Pastrana. Pero ya no estoy íntegro, me falta un brazo. Ya no soy el mismo. Todo lo que está cumple una función. Y está para que lo use. Mi brazo está para que lo use, para que acaricie, para que trabaje, para disfrutar. Si no lo tengo, ya no puedo hacer nada de eso. Si sacás el litio, contaminás las aguas, destruís los ecosistemas e intervenís en el clima. De ahí vienen los cambios climáticos. Y además se llevan casi toda la tabla periódica de los elementos químicos. Se llevan las tierras raras, que valen muchísimo más que el oro, la plata y el litio. El litio es la zanahoria que le ponen al asno. Lo que viene por atrás es muchísimo más, es el bocado más grande de la humanidad.

—¿Cuál es ese bocado?

—Hoy es la biodiversidad. El Convenio sobre la Diversidad Biológica (de 1993) habla sobre acceso a los recursos genéticos, reparto de beneficios, propiedad intelectual. Dice: los pueblos originarios debieran tener el resguardo y respeto de sus usos y costumbres, todos los derechos. Al final también dice “acceso a los recursos genéticos, al saber ancestral”. Esa es la verdadera riqueza y lo que va a determinar quién va a vivir y quién va a morir en la próxima era de la humanidad. Están en búsqueda de eso. Eso vale más que el oro, la plata o el petróleo. Para eso son las áreas protegidas, los bancos de datos. Nosotros lo sabemos, por eso nos negamos. En el momento que caigamos en la trampa de aceptar que nuestros saberes se registren como propiedad intelectual, van a entrar en la administración de las Naciones Unidas. Y hay algo que hay que saber. La OMPI es la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Se puede pensar “la OMPI es el resguardo, ahí va a estar el cofrecito”. Pero no: es sólo para el registro. La administración, las licencias y las patentes corren por cuenta de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ahí está la trampa. Lo mismo ocurre con las áreas protegidas. Cuestiono la Agenda 2030, que dice que el 30 por ciento de la superficie terrestre sea área protegida. Eso significa que habrá lugar para el 30 por ciento de la humanidad y de los territorios. El resto, serán áreas sacrificables y quienes vivan ahí serán sacrificables. 

—Si se están viendo los impactos, por ejemplo con la crisis climática, ¿por qué se insiste en extraer los recursos?

—Porque es poder. Hay determinadas familias que dominan el mundo hace muchos años. Por eso vas a votar a la derecha, a la izquierda toda la vida y las cosas no van a cambiar. Pero se viene una era de cambio de la conciencia natural, porque hay muchas cosas que saben los pueblos originarios. Hay que volver a las fuentes. Hay que despertar. Y ese tiempo ha llegado. Hay mucha gente que es pesimista y dice que ya no hay nada que hacer, que todo ha terminado. Pero yo creo que ahora es cuando queda todo por hacer. Por eso hablo de re-evolución. Ya hemos hecho la revolución que ha sacado a la luz muchas cosas: genocidios, homicidios, latrocinios. Ya hemos revuelto el caldo. Ahora hay que re-evolucionar: saber qué somos, qué sentimos. 

—Entonces hay una esperanza.

—No se puede ser un luchador sin esperanza. Sin alegría, sin disfrute, sin satisfacción. En la lucha no existe el triunfo ni la derrota: es lucha, de siempre, para siempre, por siempre. Porque hay que luchar por la idea, para que la idea se mantenga vigente. Ganar o perder es un sentimiento que sacia tus egos o tu enojo, por un rato.

—Usted contó en una entrevista que José Flores, quechua de Perú, que le dijo una vez que, para aprender, había que leer el alma del pueblo. ¿Cómo hacemos eso hoy?

—Alguien me dijo una vez, también relacionado con eso, cómo se detecta el miedo escénico: subiéndose al escenario. Si no subes nunca al escenario, nunca vas a entender el pánico escénico. Esto es lo mismo. Para leer el alma de los pueblos, para interpretar a los movimientos, hay que ir a los pueblos, hay que hacer territorio. Yo tenía una visión cuando participaba de las asambleas, pero cuando empecé a participar de las marchas, cuando visité tres o cuatro veces los calabozos. Ah, entonces es así: este es el precio que debo pagar. Cuando vas preso aprendés un montón de cosas, cuando compartís noches de cero grados, cuando tenés que acampar rodeado de alacranes y víboras para cortar el paso a las mineras y ves a la gente, a tus compañeros, atribulados, afligidos, enojados, que lloran, que se lamentan, que se ríen, que igual tienen tiempo para preparar sus comidas, ¡de vivir! Ahí sentís el alma del pueblo. A veces se tiene el concepto de decir “yo colaboro mucho con esto, he ayudado allá, he dado una mano”. Te involucrás en la lucha, no estás ayudando a nadie. Eso entra en las máximas elementales de todos los pueblos originarios: solidaridad, complementariedad y reciprocidad. Son tres ejes fundamentales de la gobernanza comunitaria y de la vida comunitaria. Lo mismo que no mentir, no robar, no ser ocioso. Y lo más elemental de todo: no ser traidor.

Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva