Brasil: Una ocupación (toma de terreno) permite participar en el nacimiento de un barrio y pensar nuevas formas de convivencia

Helena Silvestre nació en 1984 en Mauá, en el llamado ‘ABC paulista’, región metropolitana de São Paulo. Creció en una favela y eso la llevó a involucrarse desde muy joven en las luchas por el derecho a la vivienda y principalmente en los movimientos de ocupación de tierras. Allí aprendió valiosas herramientas de organización política que le permitirían, años después, poner en pie la Escuela Feminista Abya Yala y la Revista Amazonas, espacios en los que milita hoy, volcada en la educación popular desde una perspectiva feminista.



“Una ocupación permite participar en el nacimiento de un barrio y pensar nuevas formas de convivencia”

Nazaret Castro

 
 

Foto: “Lo que vengo pensando es que la propia ciudad parece necesitar esa enorme desigualdad para existir; la ciudad representa un tipo de acumulación que se sustenta a partir de la extracción de todo lo que está alrededor: las favelas, las ocupaciones y el campo”, dice Helena Silvestre. En la imagen, favela Rocinha, en Río de Janeiro, Brasil. (Mauro Pimentel/AFP)

Helena Silvestre nació en 1984 en Mauá, en el llamado ‘ABC paulista’, región metropolitana de São Paulo. Creció en una favela y eso la llevó a involucrarse desde muy joven en las luchas por el derecho a la vivienda y principalmente en los movimientos de ocupación de tierras. Allí aprendió valiosas herramientas de organización política que le permitirían, años después, poner en pie la Escuela Feminista Abya Yala y la Revista Amazonas, espacios en los que milita hoy, volcada en la educación popular desde una perspectiva feminista. Silvestre ha publicado varios libros, entre los que destaca Notas sobre a fome (Notas sobre el hambre), que fue finalista del prestigioso Premio Jabuti de literatura, y, más recientemente Cochichos de amor e outras alquimias (Susurros de amor y otras alquimias). Hoy habla con Equal Times sobre un tema candente, el de la ocupación, ligado al derecho a una vivienda digna y, adicionalmente, al derecho a la ciudad.

¿Cómo llegó a los movimientos por la vivienda?

Sucedió a fines de 2002. En esa época yo militaba en un colectivo de jóvenes en el ABC paulista, una potente zona industrial de la región metropolitana de São Paulo que fue muy relevante en los años 70 y 80 por las huelgas –que ayudaron a la consolidación del Partido de los Trabajadores [PT, el partido de Luiz Inácio Lula da Silva] y del sindicalismo de la CUT [Central Única de los Trabajadores]–.

En aquel momento se estaba construyendo en São Paulo un movimiento de vivienda en los bordes de la ciudad, con la idea de “cercar la capital”, de instalarse dentro de las vías de las mercancías: así que se establecieron en el ABC y buscaron alianzas con colectivos locales. En 2003, el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo] hizo una ocupación muy grande en la localidad de São Bernardo do Campo [en el ABC]; fue entonces que yo me acerqué al MTST. Fue una ocupación polémica: en enero de 2003, Lula acababa de ser nombrado presidente y muchos grupos de izquierda decían que justo entonces era mejor no hacer ninguna acción porque eso sería fortalecer a la derecha. Es una locura: cuando la derecha gobierna, no puedes hacer nada porque la represión es brutal; cuando es la izquierda, tampoco puedes hacer nada porque haces daño al gobierno. Y mientras, las personas siguen en condiciones muy miserables. Pero, a pesar de las reticencias, las ocupaciones explotaron y se abrió una especie de ciclo de movimientos por la vivienda en São Paulo y en todo Brasil. Y yo, después de aquella primera ocupación en San Bernardo, acabé viciándome en eso de ocupar.

¿Cómo explicaría qué es una ocupación? ¿Por qué dice que es “viciante”?

Hay quien hace ocupaciones de edificios construidos que están cerrados, pero lo que yo más ayudé a construir son ocupaciones de terrenos vacíos, donde no hay ninguna construcción y que han sido dejados a la especulación por décadas. Nuestra lucha por la vivienda se hace a partir de la fijación de la gente a un terreno, con chozas [barracos] de plástico, muy precarias, sin luz, agua ni baños. Con el tiempo, se van transformando en lugares donde podemos vivir y organizarnos. Digo todo esto para explicar que lo que me generó “vicio” fue esa posibilidad de ver un barrio naciendo.

Yo vengo de la favela y era militante de barrios que son el resultado de antiguas ocupaciones que se estabilizaron y se fueron convirtiendo en periferias. Una ocupación de estas características implicaba participar en el nacimiento de un barrio y permitía pensar las formas de convivencia desde el comienzo, con una hoja en blanco, sin que la propia geografía y su dinámica de la precariedad te imponga límites; y como los barracos son lugares muy precarios y muy pequeños, y en Brasil hace sol, la vida transcurre fuera de la choza. Era necesario organizarse para resolver problemas prácticos: hacer baños, cavar fosas asépticas, hacer cocinas comunitarias capaces de alimentar a toda la comunidad; etcétera. Todo ello permite una sociabilidad diferente en la que las tareas básicas, como la producción de comida y el cuidado de la tierra son gestionadas colectivamente. Hay una percepción diferente del tiempo, no hay energía eléctrica y el trabajo colectivo construye la dinámica de los días. Y yo me dije: “es aquí donde acontece la lucha de clases”.

¿Qué tipo de organización política permite esa gestión colectiva de la vida comunitaria?

Construir organización política es de las cosas más difíciles que hay. Yo milité en el MTST entre 2003 y 2010; después me desligué y pasé a construir Luta Popular [Lucha Popular], un movimiento donde hemos reflexionado mucho sobre el desarrollo organizativo. Creo que una de las principales herramientas de organización era el grupo de trabajo que se encargaba de la cocina y el abastecimiento: eran en su inmensa mayoría mujeres, a veces superaban el centenar, y construían un espacio en el que no sólo se cocinaba, sino que se discutían todo tipo de temas que parecen muy filosóficos pero tienen que ver con lo cotidiano.

La división en grupos de trabajo organizaba el ritmo del día: a las 6 de la mañana, lectura de las cartillas para quien no sabe leer; a las 7, discusión con la gente de la cocina que después debía liberarse para ocuparse de la alimentación; a media tarde, con la gente de seguridad que deberá estar despierta a la noche; etc. Para cuando hacíamos una asamblea, ya se habían discutido los temas muchas veces y habíamos escuchado a todo el mundo y se habían incluido sus propuestas. Era una muy buena tecnología para que las asambleas fueran de verdad un espacio de toma de decisiones colectiva y no sólo una simulación. Porque las asambleas sirven para tomar ciertas decisiones o discutir ciertos temas, pero no son un lugar realmente participativo, sobre todo cuando, como en algunas ocupaciones, tienes 2.000 personas en la comunidad. Así que vimos que eran necesarios espacios de discusión más pequeños.

¿Por qué decidió dejar el MTST?

No me identificaba con esa relación jerárquica entre militancia y base de la izquierda tradicional, que se considera la vanguardia; empezó a hacerme mucho ruido, porque yo soy favelada y las familias que ocupaban eran iguales a la mía: ¿por qué yo coordinaba y no el resto?

Ese formato jerárquico llega a instrumentalizar a una gran cantidad de personas a las que no se les proveen herramientas para reivindicar esos derechos. Reivindican en tu nombre, pero les cuesta mucho salir del lugar protagonista. Por eso, en Luta Popular desarrollamos otro tipo de herramientas, desde una preocupación especial por las mujeres, a partir de espacios permanentes de encuentro en los que se discute todo tipo de temas; ante todo, descubrimos la importancia de encontrarnos entre nosotras.

Los movimientos por la vivienda pusieron en la agenda la cuestión del derecho a la ciudad. ¿A qué nos referimos con esa expresión?

En Brasil, y creo que en toda América Latina, los años 90 supusieron un avance neoliberal arrasador: el pueblo se empobreció y eso llevó a engrosar la periferia de las ciudades. En São Paulo, aquello tuvo que ver con ocupaciones de tierras que no eran hechas por movimientos organizados, sino por personas que no tenían dónde vivir y se iban cada vez más lejos del centro y de las infraestructuras urbanas. En los 2000, movimientos como el MTST colocaron en el centro la cuestión del derecho a la ciudad. No sólo nos referíamos a las infraestructuras y servicios, sino a participar de la toma de decisiones, a intervenir e incidir en el rumbo de la ciudad.

Cuando creamos Luta Popular en 2011, pensamos que además de las ocupaciones, había que hacer trabajo en los barrios y pensar la ocupación como antes se pensó la huelga, como una forma de acción que se puede utilizar no sólo para luchar por la vivienda sino para producir espacios culturales o de salud pública. También hicimos ocupaciones rurales y pudimos ver que la ciudad estaba en el campo y que tal vez la división campo-ciudad era muy insuficiente para designar esa diferencia o ruptura entre espacios.

En los últimos años me fui distanciando del cotidiano de las ocupaciones, pero seguí en el movimiento de las favelas y comencé a pensar que, como personas faveladas o sin techo, nuestro objetivo es el derecho a la ciudad porque es algo que nos han negado siempre. Las favelas fueron denominadas durante mucho tiempo “barrios clandestinos”; y queremos luchar por eso que nos niegan. Pero tal vez se trate de un deseo colonizado. Tal vez no sea el derecho a la ciudad lo que necesitamos. Lo que vengo pensando es que la propia ciudad parece necesitar esa enorme desigualdad para existir; la ciudad representa un tipo de acumulación que se sustenta a partir de la extracción de todo lo que está alrededor: las favelas, las ocupaciones y el campo.

En los últimos años, ha dado prioridad a espacios de militancia con mujeres y desde un intercambio con los feminismos. ¿Cómo ha sido ese camino?

A partir de 2008, comencé a percibir ciertos agujeros en la elaboración política de estos movimientos y respecto a mí misma. El feminismo, como instrumento de lectura de la realidad, tardó en llegarme, o tardé en aceptarlo, porque por ser de la favela no me identificaba con las primeras ideas que me llegaron bajo ese nombre. Creía que era una discusión externa que venía a decirnos cómo ser y vivir. Pero fui dándome cuenta de que en el movimiento de vivienda las mujeres son mayoría, no sólo las que ocupan sino las que participan de los diferentes espacios de trabajo; sin embargo, los espacios de dirección y coordinación están mucho más copados con hombres.

Conviví con esa realidad mucho tiempo y la lectura feminista me fue llegando poco a poco, cuando encontré feministas que tuvieron paciencia y apertura conmigo y me trajeron otras posibilidades. Entonces vi la fuerza tan enorme que tenía la organización de mujeres y puse mi energía a construir aquello.

En 2018 creamos la Revista Amazonas, un colectivo de mujeres en varios lugares del mundo, principalmente de América Latina y de España, que discute la situación de las luchas en diversos países a partir de las mujeres que protagonizan esas luchas. Ese espacio me fortaleció y todo aquello me lo fui llevando a la Escuela Feminista Abya Yala, un movimiento de mujeres periféricas y faveladas de la región sur de São Paulo donde hay habitantes de ocupaciones, profesoras de escuelas infantiles, trabajadoras domésticas, compañeras trans y travestis, mujeres afroindígenas, etc. Es también un lugar para pensar cuál es nuestro punto de vista acerca de lo que sucede, qué proponemos y qué aportamos desde un feminismo popular y favelado.

Para terminar, quisiera preguntarle por su otra pasión: la escritura. Ha publicado varios libros, entre los que destaca Notas sobre a fome. ¿Cómo llegó a la literatura?

Siempre escribí. Suelo decir que la militancia me robó la posibilidad del arte, porque siempre amé la literatura y la música pero me fui dedicando mucho a la militancia y no desarrollé esas otras pasiones, aunque siempre estuvieron en mi vida privada.

En 2018, el Sarau de Binho, que es un colectivo cultural de la periferia paulista, me propuso publicar un libro y yo acepté el desafío. De ahí salió mi primer libro, Do verbo que o amor não presta. En el proceso de escritura de ese libro, al revisar anotaciones que ya tenía, vi cómo se atravesaba el tema del hambre, que me acompañó muchos años, y de ahí salió Notas sobre a fome.

Encontré en la escritura una forma de organizar mis propias ideas pero también de intercambiar experiencias de vida con la gente. Fui descubriendo en la literatura una forma de militancia, de enseñar y aprender, de ampliar el campo de la imaginación que nos permite avanzar en política. Mi último libro es mi primera tentativa en el campo de la novela. Durante mucho tiempo creí, y todavía sigo creyendo, que el amor es un espacio de libertad: yo era muy pobre y todo estaba determinado por las adversidades externas, pero tenía la impresión ingenua de que el amor era el último lugar en que puedes escoger, te enamoras exactamente de aquella persona. Pero el amor tampoco está libre del racismo y del machismo, y eso lo descubrí con ayuda del feminismo, que me ha ayudado a revisar experiencias que creí que eran amor y no lo eran.

Publicado originalmente en Equal Times