El fin del paisaje (durante la batalla)

¿Seremos capaces de sentir la guerra en Ucrania como una agresión a nosotras y nosotros? La pregunta se vale, también, para quienes aún no sienten las agresiones en Chiapas o en Oaxaca, en Jujuy o en Perú, como parte de un ataque generalizado del arriba contra los abajos. Como dijo Brecht, si no reaccionamos ahora, cuando nos llegue el turno será ya demasiado tarde.



El fin del paisaje (durante la batalla)

Raúl Zibechi

 
 

Cuando comenzó la guerra, un oportuno comunicado del EZLN analizando los primeros días del conflicto, concluía de este modo: “Hay que parar ya la guerra.  Si se mantiene y, como es de prever, escala, entonces tal vez no habrá quien dé cuenta del paisaje después de la batalla”.

Año y medio después, el periodista Rafael Poch de Feliu, que fue corresponsal durante más de 20 años en Moscú, Pekín, Berlín y París, y es un profundo conocer de esos mundos, coincide plenamente con la valoración zapatista. Cita extensamente al periodista estadounidense Matthew Hoh quien publicó un articulo en counterpunch.org el 30 de junio, titulado “Destruir el este de Ucrania para salvarlo”:

“Quienquiera que «gane» en el Este de Ucrania ganará una tierra despoblada y llena de infraestructuras destruidas. Esta tierra estará contaminada durante generaciones por las toxinas militares de la guerra y plagada de minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar. Es muy probable que las madres ucranianas sufran lo mismo que las madres iraquíes, afganas y del sudeste asiático, dando a luz durante generaciones a niños muertos, deformes y enfermos debido a los legados tóxicos imperecederos de la guerra moderna. Los niños y sus familias, dentro de décadas, serán castigados por esta locura en Ucrania, al igual que los niños y sus familias siguen siendo castigados en todos los países post-conflicto”.

El artículo de Poch se titula “Ucrania está perdiendo la guerra, pero Rusia no la está ganando”, y no toma partido por ninguno de los bandos, aunque asegura que el 70% de la responsabilidad de la guerra recae en Estados Unidos y sus aliados.

Comienza hablando del fracaso de la contraofensiva ucraniana, en gran medida por “deserciones, reclutamientos forzosos y rendiciones al enemigo de efectivos ucranianos”, noticias que la prensa europea oculta rigurosamente. Los jóvenes sencillamente se niegan a ir a integrarse a las fuerzas armadas, ya que sólo uno de cada cinco citados acuden al reclutamiento.

Continúa explicando que en el frente de batalla se registra una verdadera carnicería. “Hay un cuadro horrible de hombres jóvenes muertos y mutilados”. Algunos analistas consideran que la esperanza de vida de un joven que es enviado al frente es de apenas ¡¡cuatro horas!!

Por el lado de Rusia, las cosas no están mejor. El país justificó la invasión de Ucrania para defender la población rusa del Donbas, pero las cosas se están volviendo en su contra: “La población del Donbas – y parte de la de las regiones limítrofes rusas de Bélgorod y otras – sufre ahora bombardeos y calamidades mucho peores que antes de la invasión”. Peor aún, las regiones mayoritarias de Ucrania serán inestables por largo tiempo y cada vez más anti rusas, sentimiento que Poch estima que perdurará durante generaciones.

Lo cierto es que la paz es cada vez más lejana, los dos bandos se aferran a sus posiciones sin la menor capacidad para prever hacia dónde va la guerra que, como estimó el EZLN, tiende a escalar en un conflicto entre potencias nucleares.

Buena parte de las personas de izquierda que hemos escuchado durante estos meses, coinciden con el análisis de los geopolíticos de que estamos ante una guerra destinada a cambiar la relación de fuerzas entre Norte y Sur, entre el G-7 y los BRICS, y en particular entre China y Rusia y Estados Unidos. Algunos ya especulan sobre el tiempo que durará el dólar como moneda de reserva y la previsible erosión del poder de la superpotencia. Creen que ser antiimperialista se reduce a ser anti yanqui. Como si fuera el único imperialismo en el planeta.

El gran problema de esta posición política es que deja en la cuneta a los seres humanos, a los pueblos que son víctimas de una guerra que no eligieron. Y este punto enlaza la guerra en Ucrania (y en Yemen, en Siria y en todo el planeta) con las guerras de despojo que sufrimos los pueblos de América Latina. Por eso debemos ser claros en que hay una única guerra: la del capital contra los pueblos. No es relevante que ese capital esté hoy asentado en Europa, en Estados Unidos, en China o en Rusia. Es el capital, y punto.

¿Seremos capaces de sentir la guerra en Ucrania como una agresión a nosotras y nosotros? La pregunta se vale, también, para quienes aún no sienten las agresiones en Chiapas o en Oaxaca, en Jujuy o en Perú, como parte de un ataque generalizado del arriba contra los abajos. Como dijo Brecht, si no reaccionamos ahora, cuando nos llegue el turno será ya demasiado tarde.