¿Viraje del MST en Brasil? Se decide que el enemigo principal es la burguesía de la agro industria. Ya era hora

19.Jul.04    Análisis y Noticias

La agroindustria modifica la lucha social en Brasil
Los campesinos latinoamericanos enfrentan realidades inéditas y más complejas que los obliga a replantear su discurso, objetivos y formas de lucha. Un síntoma de estos cambios lo está protagonizando el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, que sostiene que su principal enemigo en la actualidad ya no es el latifundio tradicional sino la agroindustria.

La profundización del capitalismo en las áreas rurales está provocando cambios económicos, políticos, sociales y culturales en América Latina. El cultivo de soya en Argentina, segundo productor mundial tras EEUU, provocó entre 1991 y 2001 la migración de 33% de la población activa rural, una fuerte polarización económica y social y la destrucción del patrimonio cultural y natural del país. Ahí donde es cultivada de forma intensa y extensa, «la soya deja secuelas devastadoras».

En Brasil, el agronegocio está al alza en lo económico y en lo político. En 2003, primer año del gobierno de Luiz Inazio Lula da Silva, el agronegocio fue responsable del mayor superávit comercial en su historia. Con 30.000 millones de dólares exportados, el negocio agropecuario representa 42% de las exportaciones.

El llamado «complejo soya» aporta 25% de las exportaciones del sector, que en 2003 crecieron un espectacular 35%. El alza de precios internacionales y la contracción de mercados importantes, sobre todo China, explican este suceso. Pero la exportación de productos agropecuarios por el agronegocio obliga a la importación de otros productos, tanto de consumo popular como para la industria. Así, Brasil exporta algodón, pero debe importar algodón para abastecer la industria nacional, en tanto, importa alimentos básicos: arroz, frijol, maíz, trigo y leche.

El agronegocio no sólo afecta la soberanía alimentaria del país, también los equilibrios políticos. En los próximos años crecerán las exportaciones del agronegocio y con ello su poder político, representado en el gabinete de Lula por el ministro de Agricultura, Roberto Rodrigues, ex ejecutivo de Sadia. Una de las razones de la apuesta de Lula por el agronegocio es que el aumento de las exportaciones (crecieron 22% en 2003) disminuye la vulnerabilidad externa del país, mejorando la relación entre producto bruto y deuda externa.

La trampa es evidente: las exportaciones sólo crecen en rubros dominados por las multinacionales (soya y el agronegocio son el mejor ejemplo de su dominio absoluto), lo que a su vez provoca desequilibrios internos que redundan en un aumento de la dependencia (alimentaria) y, sobre todo, en un crecimiento de su poder. El caso argentino debería eximir cualquier comentario.

Los desequilibrios sociales que provoca el agronegocio están modificando la geografía de las luchas sociales. Bernardo Mançano Fernandes, asesor del MST, sostiene que las grandes empresas del campo brasileño concentran más la tierra y la renta, no generan empleos ni alimentos y sus exportaciones se destinan a pagar los intereses de la deuda externa. Por eso «los Sin Tierra no luchan sólo contra el latifundio», ahora «su principal enemigo es el agronegocio», dice, y concluye: «El latifundio improductivo está siendo arrendado para plantíos de soya. Eso no genera empleo ni mueve la economía local».

Tampoco es cierto que la explosión exportadora del agronegocio redunde en una menor vulnerabilidad internacional. Según un informe de la OMC, a escala mundial entre las exportaciones agrícolas crecen los productos procesados, pero Brasil redujo las exportaciones de alimentos procesados en siete puntos entre 1990 y 2002. En el mismo periodo crecieron las importaciones de productos agrícolas procesados. Se trata del mismo proceso de «reprimarización» de las exportaciones que registró Argentina desde la aplicación del modelo neoliberal a comienzos de 1990.

A los desequilibrios se suma la desigual distribución de la ayuda estatal. Los pequeños productores de Brasil (responsables de 40% de la riqueza producida en el campo y de 70% de los alimentos que llegan a la mesa de los brasileños) ocupan a 14 millones de personas, mientras el latifundio exportador a sólo 421.000 trabajadores. Pero esos latifundios concentran el grueso de la ayuda estatal: el primer año del gobierno de Lula se otorgaron 4.500 millones de reales de apoyo a la agricultura campesina, la misma cifra que recibieron 15 empresas trasnacionales, entre ellas Nestlé, Cargill, Bayer y Monsanto. Según previsiones, para la zafra 2003/2004 el Estado apoyará con 7.000 millones de reales a la agricultura campesina pero con 38.000 millones al agronegocio.

Los campesinos sin tierra brasileños enfrentan un enemigo poderoso que intenta expulsarlos de las áreas rurales. La capacidad de las grandes multinacionales agropecuarias de avanzar sobre la tierra es mucho mayor que la de los campesinos de recuperarlas. Mançano Fernandes asegura que en la zona más conflictiva del estado de Sao Paulo, el Pontal do Paranapanema, los sin tierra recuperaron en 10 años 100.000 hectáreas donde se asentaron 5.000 familias. Pero el reciente avance de la soya en la misma región ocupó 100.000 hectáreas en apenas dos años.

Uno de los escenarios que está cambiando tiene que ver con el tipo de argumentos que utilizan los sin tierra. Se señala que el latifundio es improductivo, pero no puede decirse lo mismo del agronegocio. Se trata de poner en cuestión el carácter de la producción: o está dirigida al mercado internacional o a las necesidades de la población; o a las exportaciones o al mercado interno. Ambas opciones son incompatibles. Nadie puede negar la importancia de las exportaciones, pero la producción como tal no puede dirigirse sólo al mercado internacional.

Un segundo cambio se relaciona con el carácter de las luchas. Como dice Mançano Fernandes en el Jornal Sem Terra, la táctica de las ocupaciones se acentuará hacia las áreas del agronegocio. Esto supone una confrontación inédita, ya no con la vieja oligarquía terrateniente, sino con el más pujante sector neoliberal.

En tercer lugar, el agronegocio está sólidamente instalado en el gobierno de Lula, lo que crea una situación nueva y compleja al movimiento, que no podrá enfrentar con tácticas simplistas, en virtud de la relación de fuerzas existente en Brasil. Hasta ahora, el MST ha demostrado que ningún gobierno, ni siquiera el de Lula, es capaz de cooptarlo o domesticarlo. Las luchas desarrolladas en el «abril rojo», mes en el que fueron ocupadas unas 100 haciendas, es señal de que la autonomía del MST no decae sino que mantiene su vigor. Construyen un nuevo escenario, más complejo, pero que a su vez abre nuevas posibilidades de profundizar la lucha que libran desde hace más de 20 años. -

BRASILIA
Tomado de Gara