Poder, contrapoder y no poder

24.Oct.04    Análisis y Noticias

Hay dos planos en el tema del poder: su ejercicio y su discusión. Normalmente los que trabajan el concepto es porque lo practican o aspiran a él, por lo que críticos y no críticos coinciden en que de una u otra forma resulta válida alguna modalidad del poder, y ambos concuerdan en que se trata del uso del Estado como instrumento para su ejercicio, de allí que se habla de toma del poder cuando se refieren al control del aparato estatal. El reformismo camufla ese concepto y los revolucionarios lo usan a diario, en ocasiones llamándolo de asalto al poder. Bastantes ángulos del asunto fueron desnudados en el debate entre John Holloway y Atilio Borón, al que nos remitimos.

A diferencia del reformismo, en el campo revolucionario no se entiende la toma del poder como el acceso progresivo y aliancista a la máquina del Estado, sino que se habla de construcción del poder popular o contrapoder, a veces poder dual o paralelo o doble poder. Ahí encontramos dos visiones: los que consideran que se trata de fuerza social y material para la toma del poder en la forma de ocupación del Estado, y los que piensan que es la forma de desarrollar el no poder, esto es, relaciones económicas y sociales de no propiedad, sin clases, gobierno, partidos y estado.

La polémica se instala histórica e ideológicamente, aunque sin continuidad analítica sino que su acceso se sostiene en elementos de la arqueología del saber, en el Egipto imperial con las constantes pugnas entre los mosaicos, más organizados que los demás en base a la continuidad férrea de la estructura patriarcal predominante dentro de la identidad tribal, y los hapirus, que eran el resultado de la suma de los esclavos y demás capas pobres y oprimidas egipcias con los cientos de miles, si no millones, de seres traídos de otras regiones. Los hapirus se levantaban en sangrientas batallas y planteaban la destrucción del aparato que los dominaba, sin más anhelo que respirar la libertad, en tanto los mosaicos, sólidamente dominados por sus patriarcas, programaban la reinstalación de su comunidad en otros territorios. La salida intempestiva de los patriarcas con sus columnas tribales en un orden y disciplina envidiables para cualquier estratega de las guerras modernas, arrastró tras de si a una gran cantidad de hapirus poco dispuestos a quedar a merced de la furia del faraón. En la región del Sinaí los mosaicos adoptaron la ideología de los adoradores de Jehová, como forma adecuada de darle un sello moral y argumentativo al ejercicio del poder, que demoró 200 años en estructurarse como estado bajo el reinado unitario de Saul. Por eso el Deuteronomio, las leyes de Jehová, no era más que el conjunto de normas jurídicas que intentaban mediar los conflictos internos y los producidos entre mosaicos y hapirus, que continuaron acusándose unos a otros de rebeldes, herejes, adoradores de estatuas, etc. Posteriormente el Deuteronomio quedó sólo como denominación de uno de los libros bíblicos, serie cuyo inicio hace énfasis en que del caos deviene el orden y la dominica potestas (como se le llamará posteriormente en la Lex romana) –poder señorial- que cuida de dicho orden, lo que llevado al plano de la epistemología nos dice que hay que entender el mundo como sometido a leyes.

Así, poder e ideología van juntos, por lo que la idea del no poder es al mismo tiempo la ruptura con toda ideología.

El conjunto de ideas sistematizadas del comunismo nos explica la no propiedad y el anarquismo nos explica el no gobierno, con lo que ambas concepciones dan cuenta de partes del problema que nos ocupa, manteniendo la dicotomía entre el pensar y el vivir, donde vivir el pensamiento se convierte en una racionalidad instrumental y pensar lo que se vive resulta ser una actividad elitista. Los primeros irracionalistas modernos, hartados del abuso de la racionalidad, destacan el mundo de la vida, donde los existencialistas consiguen poner el dedo en la llaga y llamar la atención, sin arribar, como tampoco el psicoanálisis, el surrealismo y el dadaísmo, ni aún el pensamiento pop o el situacionismo, a la médula o punto de inflexión donde es posible separar aguas para una actividad epistemológica y social de carácter emancipatorio en si mismo y no sólo en su voluntad teleológica.

Esa disposición teleológica, en pos de un objetivo diseñado previamente, es una de las bases de las ideologías: darle una razón o una meta al ser y estar en el mundo, cuestión que sólo puede hacerse por vías lógico-racionales, con lo que las personas son capturadas e incorporadas como perlas de un collar según la capacidad de argumentación del emisor o fuente de la idea. Habermas pretendió torpemente, haciendo una elipse con la racionalidad instrumental hacia lo que llamó racionalidad procedimental, erigir su acción comunicativa donde debemos enlazarnos vía argumentativa para descolonizar el mundo de la vida de los subsistemas del poder y del dinero que nos dominan. Las ideologías religiosas hacen lo mismo introduciendo en la mente de los niños la pregunta de “para qué” estamos en el mundo, cuestión imposible de imaginar para una flor, un ave o un pez, por lo que se usa y abusa de la capacidad racional para introyectar el anhelo finalístico: un fin a alcanzar, el cielo en este caso, o la utopía de Tomás Moro, que es el cielo en la tierra basado en la religiosidad de los ateos, que se deslumbran con el Big Bang como “origen” del Universo.

De esa manera la toma del poder resulta ser una acción finalística donde los futuros administradores engarzan perla tras perla el collar del partido o de los prosélitos, collar que engalanará el cuello estrangulado del movimiento social hasta la total ausencia de aire.

Los proyectos de convenciones sociales, o el pacto social, se refieren al anudamiento de voluntades, la racionalidad entretejida en acuerdos, las lógicas encontradas e identificadas en el plano intersubjetivo actual y finalístico, con lo que se mantiene la separación artificial -estructural- de los cuerpos, para que nuestras comunicaciones sean estrictamente discursivas y el cuerpo a cuerpo quede solamente para la intimidad, como parte de la reproducción de la ideología de la propiedad privada y excluyente del cuerpo del otro.

Lo importante para el poder es que la pregunta siga siendo el para qué, ya que si la abandonamos para preguntarnos el por qué estamos en este mundo, podrían surgir respuestas incómodas, ya que el auto-conocimiento implica un viaje extraordinario hacia nosotros mismos y hacia las relaciones con los demás, y de allí a descubrir que nos tienen dentro del horno hay un paso. La vacuidad del poder queda al desnudo.

Seguiremos hincando el diente en el asunto.

Profesor J