Multitud. Nuevo texto de Negri y Hardt

17.Nov.04    Análisis y Noticias

Con Imperio , Michael Hardt y Antonio Negri se convirtieron en los teóricos visionarios del nuevo orden global. Ahora, en Multitud , disponible en el mercado a partir del 5 de noviembre, ofrecen una esperanzadora visión de cómo los ciudadanos del mundo pueden usar las estructuras del imperio contra el propio imperio.
Multitud expone la cuestión en tres partes: la primera parte, “Guerra”, explora los aspectos más oscuros del imperio. Nos encontramos sumidos en un punto crítico en relación a los asuntos de la humanidad en el que los circuitos de poder han sobrepasado la capacidad que los actuales circuitos de soberanía política y jsuticia social tienen para contenerlos. En la Parte II, titulada “Multitud”, explican cómo el imperio, mediante una constante y más profunda colonización e interconexión de más áreas de la vida humana, ha creado la posibilidad de un tipo de democracia nunca vista con anterioridad. Finalmente, en “Democracia”, los autores plantean su estrategia de cómo la multitud global puede formar un robusto terreno comunitario biopolítico en el que la democracia puede progresar a una escala global.
Multitud consolida a Hardt y Negri como los más interesantes y novedosos filósofos políticos actuales.

Prefacio

Vida en común

La posibilidad de la democracia a escala global emerge hoy por primera vez. Este libro trata de esa posibilidad, de lo que vamos a llamar el «proyecto de la multitud». Un proyecto que no solo expresa el deseo de un mundo de igualdad y de libertad, no solo exige una sociedad global democrática abierta e inclusiva, sino que proporciona los medios para conseguirla. Esa es la conclusión de nuestro libro, pero no es así como hay que empezar.
La posibilidad de la democracia está hoy oscurecida y amenazada por el estado endémico de guerra mundial. Por lo tanto, tendremos que empezar por ese estado de guerra. Es verdad que la democracia, en todas sus formas nacionales y locales, nunca dejó de ser un proyecto incompleto durante la época moderna. Y ciertamente los procesos de globalización de los últimos decenios han aportado nuevos desafíos, pero el obstáculo principal a la democracia es, actualmente, el estado de guerra global. O mejor dicho, el sueño moderno de la democracia puede parecer definitivamente perdido en nuestra era de globalización armada.
La guerra siempre fue incompatible con la democracia. Tradicionalmente, la democracia quedaba suspendida en tiempo de guerra, y el poder era temporalmente confiado a una autoridad central fuerte para afrontar la crisis. Hoy que el estado de guerra además de global es de duración indefinida, sin un término a la vista, la suspensión de la democracia también es indefinida si no permanente. La guerra reviste hoy un carácter generalizado, asfixia la vida social y plantea su propio orden político. En estas condiciones la democracia parece del todo irrecuperable, profundamente sepultada bajo los arsenales y los regímenes de seguridad de nuestro estado de guerra global.
14 PREFACIO Y, sin embargo, nunca ha sido tan necesaria la democracia. Ningún otro camino puede sacarnos de la inseguridad y de la dominación que saturan nuestro mundo en guerra; ningún otro camino puede conducirnos a una vida pacífica en común.
Este libro es una continuación de nuestro volumen Imperio, que se centra en la nueva forma de soberanía global. En aquel libro tratábamos de interpretar la tendencia del orden político global en su proceso de formación, de identificar de qué manera la variedad de los procesos contemporáneos va cristalizando una nueva forma de orden global, que llamamos Imperio. El punto de partida era el reconocimiento de que el orden global contemporáneo ya no puede entenderse en los términos del imperialismo que practicaron las potencias modernas, basado principalmente en la extensión de la soberanía del Estado-nación sobre unos territorios extranjeros. Lo que emerge hoy, en cambio, es un «poder en red», una nueva forma de soberanía, que incluye como elementos principales o nodos a los estados-nación, junto con las instituciones supranacionales, las principales corporaciones capitalistas y otros poderes. En la red del Imperio no todos los poderes son iguales, por supuesto. Muy al contrario, algunos estados-nación tienen un poder enorme, y otros casi ninguno, y lo mismo ocurre con las demás corporaciones e instituciones que componen la red. Pero a pesar de las desigualdades, se ven obligados a cooperar para crear y mantener el orden global actual con todas sus divisiones y sus jerarquías internas.
Así, nuestra noción de Imperio atraviesa en diagonal todos los debates que plantean como únicas alternativas políticas globales el unilateralismo y el multilateralismo, o el proamericanismo y el antiamericanismo.
Por una parte, planteábamos que ningún Estado-nación, ni siquiera el más poderoso, ni siquiera Estados Unidos, puede «ir por su cuenta» y mantener el orden global sin la colaboración de las principales potencias de la red del Imperio. Por otra parte, hemos postulado que el orden global contemporáneo no se caracteriza, ni puede sustentarse, por la participación igualitaria de todos, ni siquiera por la de una élite de estados-nación según el modelo de control multilateral bajo la auto- 15 PREFACIO ridad de Naciones Unidas. Más exactamente, nuestro orden global actual se define por rigurosas divisiones y jerarquías siguiendo líneas regionales, nacionales y locales. Afirmamos que ni el unilateralismo ni el multilateralismo, tal como nos los han explicado, son deseables, o mejor dicho ni siquiera son posibles, dadas las condiciones presentes, y ningún intento de seguir esas orientaciones serviría para mantener el orden global actual. Cuando decimos que el Imperio es una tendencia nos referimos a que es la única forma de poder que conseguirá mantener el orden global actual de forma duradera. Por lo tanto, podríamos replicar a los proyectos globales unilateralistas de Estados Unidos con este imperativo irónico, parafraseando al marqués De Sade: «Américains encore un effort si vous voulez être imperials!», «¡Americanos, tenéis que esforzaros más si queréis ser imperiales!».
El Imperio gobierna un orden global fracturado por divisiones y jerarquías internas, y abatido por la guerra perpetua. El estado de guerra es inevitable en el Imperio, ya que funciona como un instrumento de su dominación. Hoy día la Pax Imperii, lo mismo que en tiempos de la antigua Roma, es una paz ficticia, que preside un estado de guerra constante. Este análisis del Imperio y del orden global, sin embargo, forma parte de nuestro libro anterior y no hay necesidad de repetirlo aquí.
En este libro nos centraremos en la multitud, la alternativa viva que crece en el interior del Imperio. Simplificando mucho podríamos decir que la globalización tiene dos caras. Por una parte el Imperio extiende globalmente la red de jerarquías y divisiones que mantienen el orden mediante nuevos mecanismos de control y de conflicto constante. Pero, sin embargo, la globalización también crea nuevos circuitos de cooperación y colaboración que se extienden por encima de las naciones y de los continentes, y que hacen posible un número ilimitado de encuentros.
Esta otra faceta de la globalización no significa que todos vayamos a ser iguales en el mundo, pero brinda la posibilidad de que, sin dejar de ser diferentes, descubramos lo común que nos permite comunicarnos y actuar juntos. La multitud también puede ser concebida como una red abierta y expansiva, en donde todas las diferencias pueden expresarse de 16 PREFACIO un modo libre y equitativo, una red que proporciona los medios de encuentro que nos permitan trabajar y vivir en común.
En una primera aproximación conviene distinguir la multitud, en el plano conceptual, de otras nociones de sujetos sociales, como el pueblo, las masas o la clase obrera. Tradicionalmente, el pueblo ha sido un concepto unitario. La población, evidentemente, se caracteriza por diferencias de todo tipo, pero «el pueblo» reduce esa diversidad a unidad y otorga a la población una identidad única. El pueblo es uno. La multitud, en cambio, es plural. La multitud se compone de innumerables diferencias internas que nunca podrán reducirse a una unidad, ni a una identidad única. Hay diferencias de cultura, de raza, de etnicidad, de género, de sexualidad, diferentes formas de trabajar, de vivir, de ver el mundo, y diferentes deseos. La multitud es una multiplicidad de tales diferencias singulares. Las masas también son diferentes del pueblo, ya que no pueden ser reducidas a una unidad o a una identidad única. Es cierto que las masas están compuestas de tipos y especies de todas clases, pero, en realidad, no se puede afirmar que las masas estén compuestas de sujetos sociales diferentes. La esencia de las masas es la indiferenciación: todas las diferencias quedan sumergidas y ahogadas en las masas. Todos los colores de la población palidecen hasta confundirse en el gris. Estas masas pueden moverse al unísono, pero solo porque forman un conglomerado indistinto, uniforme. En la multitud, por el contrario, las diferencias sociales siguen constituyendo diferencias. La multitud es multicolor como el manto mágico de José. El desafío que plantea el concepto de multitud consiste en que una multiplicidad social consiga comunicarse y actuar en común conservando sus diferencias internas.
Por último, también es necesario distinguir multitud y clase obrera. El concepto de clase obrera se ha utilizado de un modo excluyente, no solo para distinguir a los trabajadores de los propietarios que no tienen necesidad de trabajar para ganarse la vida, sino también para separar a la clase obrera de otros trabajadores. En un sentido más estricto, este concepto se aplica solo a los obreros industriales, diferenciándolos de quienes trabajan en la agricultura, en los servicios y en otros sectores. En un sentido más amplio, se refiere a todos los obreros asalariados, separándolos de los pobres, de la fuerza de trabajo doméstica no remunerada y 17 PREFACIO de quienes no perciben un salario. En cambio, la multitud es un concepto abierto, inclusivo. Trata de captar la importancia de los movimientos recientes de la economía global: por una parte, la clase obrera industrial ya no desempeña un papel hegemónico en la economía global, aunque su fuerza numérica no haya disminuido a escala global. Por otra parte, hoy la producción no debe concebirse en términos meramente económicos, sino más generalmente por su carácter de producción social: no solo la producción de bienes materiales, sino también la de la comunicación, las relaciones y las formas de vida. Por lo tanto, en potencia la multitud se compone de todas estas figuras diversas de la producción social. De nuevo acudimos al símil de una red distribuida, a internet, como imagen o modelo para una primera explicación de la multitud. En ella los distintos nodos siguen siendo diferentes, pero todos están conectados en la red; además, los límites externos de la red son abiertos, y permiten que se añadan en todo momento nuevos nodos y nuevas relaciones.
Dos características de la multitud clarifican especialmente su aportación a la posibilidad actual de la democracia. La primera es su aspecto «económico», aunque teniendo en cuenta que la separación entre la economía y los demás dominios sociales desaparece rápidamente en este caso. En la medida en que la multitud no es una identidad (como el pueblo) ni es uniforme (como las masas), las diferencias internas de la multitud deben descubrir «lo común» que les permite comunicarse y actuar mancomunadamente. En realidad, lo común que compartimos no se descubre, sino que se produce. (Hemos evitado el empleo del término «el común», ya que tradicionalmente aludía a los espacios comunales, de uso compartido en la época precapitalista, y que fueron destruidos por el advenimiento de la propiedad privada. En cambio, «lo común», aunque de no muy cómodo manejo, subraya el contenido filosófico del término; no se trata de un retorno al pasado, sino de una evolución nueva.) Nuestra comunicación, colaboración y cooperación no se basan únicamente en lo común, sino que lo producen, a su vez, en una relación espiral siempre en aumento. Esta producción de lo común tiende a ser central para todas las formas de la producción social, aunque parezcan localmente circunscritas y es, de hecho, la característica prin- 18 PREFACIO cipal de las nuevas formas de trabajo dominantes hoy en día. El propio trabajo tiende hacia las transformaciones de la economía para crear y ser absorbida en redes de cooperación y comunicación. Todas las personas que utilizan en su trabajo la información y el conocimiento —desde el agricultor que desarrolla simientes dotadas de propiedades específicas hasta el programador informático— se apoyan en el acervo común del conocimiento que han recibido de otros, y crean a su vez nuevo conocimiento común. Esto se aprecia, de manera especial, en todos los trabajos que crean proyectos inmateriales, incluyendo ideas, imágenes, afectos y relaciones. A este nuevo modelo dominante lo llamaremos «producción biopolítica», al objeto de subrayar que, además de intervenir en la producción de bienes materiales en un sentido económico estricto, atañe a todas las facetas de la vida social, económica, cultural y política, y al mismo tiempo las produce. Esa producción biopolítica y su expansión de lo común constituye uno de los pilares fundamentales en que descansa la posibilidad de la democracia en la actualidad.
La multitud tiene una segunda característica especialmente importante para la democracia: su organización «política» (aunque no debemos olvidar que lo político se funde rápidamente con lo económico, lo social y lo cultural).
Percibimos esa tendencia al considerar la genealogía de las modernas resistencias, revueltas y revoluciones, que revelan una tendencia creciente a la organización democrática, desde las formas centralizadas de la dictadura revolucionaria hasta las organizaciones en red que excluyen la autoridad en las relaciones de colaboración. Dicha genealogía revela una tendencia de las organizaciones resistentes y revolucionarias, no solo a convertirse en medios para lograr una sociedad democrática, sino a crear relaciones democráticas dentro de su propia estructura. Por otra parte, hoy día la democracia a escala global se está convirtiendo en una reivindicación cada vez más extendida, a veces explícita y otras implícita en las innumerables quejas y resistencias que se manifiestan contra el orden global actual. El factor común que se halla en tantas luchas y movimientos de liberación del mundo contemporáneo, a escala local, regional y global, es el anhelo de democracia. Obvio es decir que el anhelo y la reivindicación de una democracia global no garantiza su realización, pero no deberíamos subestimar el poder que pueden tener tales reivindicaciones.
19 PREFACIO Téngase presente que este es un libro filosófico. Aunque citamos numerosos ejemplos de cómo trabaja hoy la gente para poner fin a la guerra y crear un mundo más democrático, nadie espere que nuestro libro vaya a resolver la pregunta «¿qué hacer?», ni que proponga un programa de acción concreto. Creemos que a la luz de los desafíos y las posibilidades de nuestro mundo es necesario pensar de nuevo los conceptos políticos básicos, como los de poder, resistencia, multitud y democracia.
Antes de embarcarnos en un proyecto político práctico para crear nuevas instituciones y estructuras sociales democráticas debemos preguntarnos si hemos entendido realmente lo que hoy significa (o podría significar) la democracia. Hemos procurado escribirlo en un lenguaje que todo el mundo pueda entender, dando definiciones de los tecnicismos y explicando los conceptos filosóficos. Eso no significa que la lectura vaya a ser siempre fácil. En algún momento se hallarán, sin duda, pasajes cuyo sentido no sea evidente en una primera lectura. Seamos pacientes.
Sigamos leyendo. A veces se necesita un poco de tiempo para asimilar las ideas filosóficas. Consideremos este libro como un mosaico, cuyo panorama general irá apareciendo de manera gradual.
El movimiento de un libro a otro, de Imperio a Multitud, sigue un camino inverso del que recorrió Thomas Hobbes entre De Cive (publicado en 1642) y Leviatán (1651). Esa progresión inversa responde a la profunda diferencia que existe entre los dos momentos históricos. En los albores de la modernidad, Hobbes definió en De Cive la naturaleza del cuerpo social y de las formas de ciudadanía más idóneas para la burguesía naciente.
La nueva clase no podía garantizar por sí sola el orden social; necesitaba un poder político superpuesto, una autoridad absoluta, una divinidad en la tierra. El Leviatán de Hobbes describe la forma de soberanía que se desarrollaría más adelante en Europa bajo la forma del Estado-nación. En los albores de la posmodernidad, emprendimos en Imperio el intento de delinear una nueva forma de soberanía global. Ahora, en este libro, tratamos de entender la naturaleza de la formación de la clase global emergente: la multitud. Mientras Hobbes pasó de la clase social en germen a la nueva forma de soberanía, hoy nosotros vamos de PREFACIO la nueva forma de soberanía a la nueva clase global. Hemos seguido el camino contrario al de Hobbes porque, así como la burguesía naciente necesitó recurrir a un poder soberano que garantizase sus intereses, ahora la multitud emerge de la nueva soberanía imperial y apunta más allá. La multitud va a crear, a través del Imperio, una sociedad global alternativa.
Y mientras que la burguesía moderna tuvo que apoyarse en la nueva soberanía para consolidar su orden, la revolución posmoderna de la multitud mira más lejos, más allá de la soberanía imperial. La multitud, a diferencia de la burguesía y de todas las formaciones de clase exclusivas y limitadas, es capaz de conformar una sociedad autónomamente y este aspecto, como veremos más adelante, es central para sus posibilidades democráticas.
Sin embargo, este libro no puede comenzar con el proyecto de la multitud y las posibilidades de la democracia. Esos serán los temas de los capítulos 2 y 3. Hay que empezar por el estado actual de guerra y de conflicto global, en el que percibimos un obstáculo a la democracia y a la liberación que puede parecer insuperable. Este libro se escribió bajo las nubes de la guerra, entre el 11 de septiembre de 2001 y la guerra de Iraq de 2003. Tenemos que investigar cómo ha cambiado la guerra en nuestra era con respecto a la política y a la soberanía, y poner de manifiesto las contradicciones que informan nuestro actual régimen de guerra. Confiamos, sin embargo, en que habrá quedado claro que la democracia, por lejana que parezca, es necesaria en nuestro mundo, que es la única respuesta a los acuciantes problemas de nuestros días, y que es el único camino para salir de nuestro estado de conflicto y guerra permanentes. Nuestro propósito en adelante será el de persuadir al lector de que la democracia de la multitud no solo es hoy necesaria, sino también posible.