El bolsillo roto (Las Altas Finanzas según los zapatistas)
Subcomandante Marcos
La Jornada
Con un auditorio lleno, en una mesa de reflexión en la que participaron Pablo González Casanova, Adolfo Gilly, Javier Elorriaga, Adriana López Monjardín y Sergio Rodríguez Lazcano, se celebró el segundo aniversario de la revista Rebeldía. Al término del acto, el Sistema Zapatista de Televisión Intergaláctica transmitió un video donde el subcomandante insurgente Marcos leyó este texto.
La revista Rebeldía es cumpleañera y me ha pedido un texto para su aniversario. Yo les he respondido que ya no hago textos, ahora produzco videos para el Sistema Zapatista de Televisión Intergaláctica (SZTI), “la única televisión que se lee”.
Necios como son (por algo llevan ya dos años publicando), los de Rebeldía han replicado diciendo que poseen la tecnología necesaria para enlazarse con el SZTI y que basta con saber qué programa se transmite a la hora de su mesa redonda (que seguro es cuadrada) para que un número indeterminado de jirafas, perdón, de televidentes, se apersonen frente a la pantalla (o sea la cartulina) de la televisión zapatista.
Así las cosas, nuestro selecto público (por el número, se entiende) podrá ahora deleitarse con nuestro programa de finanzas zapatudas que, como todo economista posmoderno sabe, tiene como ejes fundamentales los siguientes: la paga, el crédito, las cuentas y un saldo.
Así que saquen sus calculadoras, sus ábacos y sus tablas de multiplicar, porque ya en la cartulina, o sea que en la pantalla, aparece…
I. La paga
Ignoro si la Eva todavía atesora el video de Escuela de vagabundos y si aún suspira cuando Pedro Infante le canta al oído a Miroslava. La Eva ya tiene 15 años y es, como decimos acá, toda una soltera. Eso quiere decir que al aleteo de sus ojos se sienten convocados vientos jóvenes que rondan su casa (cosa que, dicho de paso, no le causa ningún entusiasmo a su papá).
Hace casi diez años, cuando la Eva cumplía 4 y entraba en 5 (o sea que tenía 6 años), metió en un paliacate sus pocas pertenencias y salió, junto con todo su pueblo, al exilio. El 10 de febrero de 1995, de la mano de la traición de Ernesto Zedillo (ése que, junto con Dios, está en el altar del “cambio” foxista), helicópteros artillados, tanques de guerra y tropas de elite del Ejército federal mexicano tomaron su pueblo, Guadalupe Tepeyac, y, violando el derecho internacional, irrumpieron en la sede del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), donde los pobladores tojolabales se habían refugiado.
El CICR, como luego lo habría de refrendar en el campamento de refugiados de Polhó, en los Altos de Chiapas, tiene vocación por la buena mesa y los halagos gubernamentales, y no por la labor humanitaria, así que nada dijo. El neoconverso a la democracia Gustavo Iruegas (quien, en una borrachera con Bernal y Del Valle, dio su memorable receta de “diálogo”: “hay que acabar a las comunidades zapatistas; sin ellas, el EZLN no vale nada”), entonces arquitecto de la política zedillista contra el EZLN, consoló a la delegación de la Cruz Roja Internacional con una opípara cena en un restaurante de lujo en la Ciudad de México.
Mientras los “próceres” del humanismo y la neutralidad del CICR cenaban con el asesino desmemoriado, los pobladores de Guadalupe Tepeyac subían la montaña e iniciaban lo que serían siete años de exilio, mismos que no habrían de terminar hasta que la movilización de “sociedades” civiles nacionales e internacionales, en el contexto de la Marcha del Color de la Tierra, obligaron al gobierno de Fox a retirar el Ejército de esas tierras, posibilitando así el retorno de los autodenominados “tepeyaqueros”.
Pero dejemos al discípulo dilecto de George Castañeda intentando engañar bobos con cenas y escritos con posiciones supuestamente democráticas, y permitamos que la Cruz Roja Internacional acumule ridículos y desprestigios en todo el planeta. Dejemos que en el carnaval de arriba siga el intercambio de máscaras y la venta de dignidades.
Dejemos eso y vayamos con la Eva. Ahora la Eva tiene 15 años y serios problemas económicos por delante. Hace diez años la Eva no iba a la escuela y no tenía más problemas que lavar ropa y cargar leña. Ahora va a la escuela y sus problemas no sólo crecieron, también se complicaron. Sin embargo, no tienen que ver con la suma, la resta, la multiplicación y la división. O bueno, sí, pero no en el salón de clases.
Resulta que la Eva no tenía la paga para conseguir un su cuaderno y un su lapicero. Alguien le ha ofrecido regalárselos, pero la Eva respondió con un: “Acaso estoy pidiendo que me den lo que no tengo”.
Nadie entendió entonces a la Eva. Tampoco cuando la vieron ocupándose, hacendosa, en la cría de conejos. Mucho menos cuando pudo vender dos conejos y conseguir un poco de paga. La sorpresa vino cuando, en lugar de comprarse un su prensapelo, un su medio fondo o un su portapechitos, la Eva se mandó a comprar un cuaderno nuevecito que tiene muchas hojas: unas en blanco, otras con rayas y otras con cuadrícula. En la portada del cuaderno hay dibujada una Jirafa rosa cargando unos libros y la Eva, que también se mandó comprar un lapicero y un juego de plumines, le ha pintado un pasamontañas azul a la Jirafa.
“Acaso los zapatistas usan pasamontañas azul”, le dice el Heriberto (su hermanito, que ahora tiene 13 años) cuando la Eva le muestra su cuaderno. La Eva vuelve a mirar su Jirafa y replica: “Acaso te estoy preguntando, si yo lo conseguí la paga de mi cuaderno y yo le pongo el pasamontañas del color que se me da la gana”.
El Heriberto (que durante algunos años logró rehuir la escuela argumentando que qué iba a hacer si el maestro le preguntaba algo, porque él no sabía nada), está enojado, pero no con la Eva. Bueno, no sólo con la Eva, sino con el mundo entero. Está enojado porque no le dan un su caballo, a pesar de que ya ha demostrado que, subido en una piedra, puede alcanzar con su pie el estribo. El Heriberto se desespera, pero aprende, y no precisamente en la escuela.
Después de la respuesta de la Eva, el Heriberto va y se planta frente a sus papás y les dice: “Acaso estoy pidiendo que me den lo que no tengo. Yo lo voy a juntar la paga y me voy a comprar un mi caballo y lo voy a pintar de azul”, y voltea a mirar a la Eva como pidiendo apoyo.
La Eva sigue haciendo la tabla del 7 y, sin siquiera voltear a verlo, le dice: “Acaso hay caballos azules”.
“Hay”, dice el Heriberto.
“No hay”, dice la Eva.
“Hay”, dice el Heriberto.
“No te doy dulce”, dice la Eva.
“No hay”, dice el Heriberto, que comprende que debe ser flexible y que, después de todo, todavía no tiene la paga y a él le gustan los caballos negros porque, dice que el Sup le dijo, “los caballos azules son para las niñas”.
No le crean al Heriberto, los está mentirando. Yo no dije que los caballos azules son para las niñas.
Lo pensé, pero no lo dije.
II.- El crédito
En las conquistas de territorios en los siglos pasados, los poderosos buscaron siempre la coartada de la civilización. Civilizar no era otra cosa que domesticar. El despojo de riquezas continentales se llamó entonces “nacimiento de nuevas civilizaciones”, y el fraude humano que significó no se refiere sólo a que nunca han podido demostrar que lo construido es mejor que lo destruido. También, y sobre todo, a que la “domesticación” fracasó.
Una y otra vez, en la historia que arriba se escribe, la “pacificación” después de una guerra de conquista no era sino una definición del nuevo estatus de los contrarios: unos ganaron, otros perdieron. Es decir, unos domesticaron a otros. O en términos más llenos: unos pasaron a mandar y otros a obedecer.
En los grandes trancos que la humanidad ha dado desde entonces, para la historiografía del Poder las cosas no han cambiado mayormente: siguen habiendo guerras, siguen habiendo vencedores y vencidos, siguen las domesticaciones, y siguen quedando unos mandando y otros obedeciendo.
Una de las muchas consecuencias de esta manera de entender la historia es que define los acontecimientos con resultados definitivos de triunfo y derrota. En la historia de arriba no hay gradación en el éxito obtenido: se vence o se es vencido.
Y en el reparto de gracias y desgracias, el Poder es tan magnánimo como lo permita el pincel de quienes le adornan el rostro al de arriba y al de abajo.
Así, el consuelo para el derrotado no es la revancha, sino la belleza. De esta forma se construye la estética del derrotado: “Perdimos, sí, pero éramos tan hermosos”.
Sin embargo, la derrota no tiene ninguna belleza. La aparente hermosura de la nostalgia que la adorna no ha sido construida desde abajo. Es sólo una mala pintura para que nosotros, los derrotados de siempre, sigamos siempre derrotados, enamorados de la caída y convencidos de que la victoria no nos pertenece porque su fealdad sólo atañe al poderoso.
Lo que el Poder quiere es, simple y sencillamente, que volvamos a luchar, sí, pero sin otro objetivo que acumular esas bellezas que no son sino la triste moneda de la derrota. Ahora tenemos los almacenes repletos de ella, y sólo la podemos comercializar con otros como nosotros, abajo.
En suma, en las finanzas de la desmemoria, el que gana cobra al contado, el que pierde paga a crédito y a largo plazo. El sistema bancario del Poder sólo ofrece a los de abajo crédito para la derrota. Mientras más crezca la cuenta de nuestras caídas, más fastuosa será la bienvenida que recibamos en el sistema bancario de la desesperanza.
Sin embargo, algo no embona. Como si fueran piezas de rompecabezas en un tablero equivocado, la resistencia a la domesticación y la rebeldía contra la cadena de mando/obediencia, rompen con la lógica de una historia impuesta y se niega a adquirir el póster tridimensional del hermoso ángel caído.
Cuando el Poder escribe la palabra “FIN”, la resistencia agrega el signo de interrogación que no sólo cuestiona el fin de la historia, sino que, también, se niega a aceptar un mañana que sólo la incluye como derrotada. De esta forma, apostando a transformar el futuro, la resistencia apuesta a cambiar el pasado.
La resistencia es así el doble vaivén de la mirada, el que niega y el que afirma. El que niega el fin de la historia y el que afirma la posibilidad de rehacerla.
III. Las cuentas
Hacer realidad las cuentas en La Realidad no es sencillo. Sentado junto a mí, Andrés está “enseñándome” a contar. Manteniendo la respiración, Andrés empieza por el uno y pasa sin dificultad hasta el 77. Al llegar ahí acelera y, ya morado, termina con un “97, 98, 99 y siento que ya no puedo más”. Andrés se me queda viendo. Yo entiendo que tengo que felicitarlo (y, por supuesto, no debo hacer notar que omitió los números del 37 al 66), así que aplaudo discretamente.
El Andrés vive en La Realidad y tiene 7 años y está entrado en 8. Nació el mismo día en que se firmaron los primeros Acuerdos de San Andrés, donde el gobierno federal se comprometía a reconocer, en la Constitución, los derechos y la cultura de los pueblos indios de México.
Ahora estamos con el Andrés sentados a la orilla del arroyo donde se bañan los caballos. Llegamos ahí corriendo, después de tomar por asalto la tiendita La Nana, en el caracol de La Realidad. Ahora podemos descansar, porque todavía falta para que encuentren al Moy y le digan que “Vino el Sup con unos niños y se llevaron los Totis, las galletas Marías, los chicles y los refrescos, y dijeron que van a pagar hasta cuando ganemos la guerra”, lo que no es sino una mentira flagrante, porque no había refrescos.
Pensando que me ha conmovido con su “cuenta” hasta el cien, Andrés me confiesa que tiene roto el bolsillo del pantalón y que se le cayó todo su botín. Yo hago como que no vi que lo escondió detrás de un arbusto y le convido de mis Totis.
Con la boca repleta de frituras y con un tono mantecoso, Andrés me dice que él, cuando sea grande, va a ser contador. Yo entiendo que Andrés no quiere decir lo que quiere decir, y le pregunto qué va a contar.
“Estrellas”, me dice, como si dijera “vacas”.
“Mmh, pero ésas son muchas”, le digo tratando de orientarlo a una profesión más lucrativa.
El dice: “No importa, yo aquí voy a estar hasta tarde”.
Yo le iba a pedir que me firmara un autógrafo cuando llegan el Olivio y el Marcelo a invitarme a cazar “gallinita de agua”. Yo les pregunto si no tienen miedo. Ellos se indignan.
“Ya somos grandes ya”, me dicen-informan-advierten.
“¿Cuántos años tienen, pues?”, les pregunto.
“Ya no alcanzan las manos para hacer la cuenta”, me dicen, así que yo debo deducir que tienen 11 años.
Viendo un rollo de galletas Marías, el Olivio me dice: “Oí Zup, en el caracol ya llegaron ya los promotores de salud”.
“Sí”, dice el Marcelo, “…¡y traen muchas inyecciones!”
Les di las galletas Marías. De todos modos a mí las que me gustan son las Pancrema.
El Olivio y el Marcelo prometieron avisarme cuando se vayan los promotores, así que sigo escondido en la Ceiba, mientras el Andrés está de guardia.
Aunque ya está oscuro, sé que sigue ahí. Claro escucho que cuenta:
“35, 36, 57, 58, 59…”
De pronto se detiene y, hasta la copa de la Ceiba avienta una pregunta:
“Oí Zup, las estrellas que se caminan, ¿cuentan o no cuentan?
IV. Un saludo
(In) definición financiera de la rebeldía: “Una cantidad indefinida de jirafas que de pie sueñan que en su cuenta aparecen estrellas feas y no hermosas derrotas. No son sujetas de crédito y, sobre todo, ni se venden ni se compran. De rendirse mejor ni hablar.”
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, noviembre del 2004, 20 y 10.
P.D. Aquí termina nuestro programa de finanzas globalizadas. Siga sintonizando el Sistema Zapatista de Televisión Intergaláctica, “la única televisión que se lee”.