Lunes 14 de febrero de 2005
“Vivimos aquí para no mendigar trabajo en otros países”, expresa un poblador
Nuevo Limar, comunidad maya que resiste a las amenazas de desalojo
En el lugar, enclavado en Montes Azules, el gobierno aplica el doble rasero de decir que es reserva de la biosfera mientras construye proyectos turísticos destruyendo el ambiente
Libertad de los Pueblos Mayas, Chis. 13 de febrero. Llegar a Nuevo Limar, en Montes Azules, toma días, ríos navegables, brechas para caballo, montañas para alpinistas y una cantidad inmensa de pasos. Aquí, 30 familias choleras se reagrupan en el mismo territorio que el pueblo chol y sus ancestros han ocupado intermitentemente la mayor parte de los últimos mil 500 años, desde la aurora del periodo clásico maya, si no es que antes. Pero hoy, como a la llegada de los conquistadores españoles, lo tienen prohibido.
En las tierras altas de dos de los pocos ríos que nacen del fondo de la selva Lacandona, el Azul y el Negro, el pueblo de Nuevo Limar desafía un buen número de leyes, incluidas las de la física. Fundado en 1999, es producto de la resistencia a una larga cadena de expulsiones económicas y políticas que se inició en las serranías de la zona norte de Chiapas en los años ochenta y se curtió en los orígenes de la rebelión zapatista y los 11 años de guerra y resistencia.
Tras su caminar de la zona norte a la selva hace dos décadas, llevan en Nuevo Limar el lustro que va del siglo xxi. Los relativamente jóvenes padres y madres de la comunidad han crecido y viven en la resistencia y la autonomía. Ya no digamos sus hijos, que en éstas nacieron.
Puente de gran tamaño y costo millonario
Así que Nuevo Limar, en el corazón de Montes Azules, es territorio en rebeldía. No muy lejos, también adentro de la oficialmente llamada reserva de la biosfera, el gobierno termina ahora de construir un puente, al parecer inútil pero de gran tamaño y costo millonario, en las afueras de Nuevo Sabanilla. Para meter selva adentro sus camiones, materiales y maquinaria, la constructora tapó con rocas el río Azul, lo volvió inavegable y destruyó irremisiblemente un área vasta de vegetación en ambos lados de la vía fluvial. Este puente se suma al de Amatitlán y a las carreteras que se construyen actualmente para acceder a la laguna de Miramar y otros puntos del sur de Montes Azules (al parecer provisionales, pues el proyecto turístico es ambicioso), tanto en “terrenos nacionales” como dentro de la denominada “comunidad lacandona”.
Es decir, el “paraíso virgen” que las autoridades dicen proteger en nombre “de la humanidad”. Presuntamente para ello, los gobiernos federal y el estatal han intensificado una campaña de manipulación televisiva y despoblamiento forzoso del área, que a la vez acribillan con proyectos turísticos y vías de acceso a zonas deshabitadas o escasamente pobladas, sin justificación aparente.
Al margen de esta esquizofrenia gubernamental (proteger-arrasar), acá en las riberas del Jataté, el Azul y el Lacantún, la sierra de San Felipe y las cañadas profundas de la selva transcurren varias comunidades, todo un mundo indígena que no depende del voluntarismo oficial, sino de los ríos profundos de la resistencia y de la historia (dicho sea sin forzar mayormente la metáfora de José María Arguedas). En Nuevo Limar, dos comunidades rebeldes construyen un pueblo con el ánimo de quienes son los colonizadores más extremos de la selva Lacandona.
Apenas hace dos semanas los sobrevolaron a muy baja altura dos helicópteros (al menos uno militar), amagando con aterrizar. Reciben recurrentes “advertencias” y amenazas de sus vecinos de Villaflores, investidos como “guardabosques” por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y armados para tal fin por la propia dependencia oficial, según comentan los pobladores de Nuevo Limar. “Se coordinan con el gobierno, allí bajan los helicópteros. Pensamos que si les dan la orden, los pobladores de Villaflores van a tratar de expulsarnos.”
Cargar las láminas y los costales de cemento que envían la junta de buen gobierno Hacia la esperanza y el concejo autónomo de Libertad de los Pueblos Mayas para la renovada comunidad cholera está costando, como ellos mismos dicen, “mucho sufrimiento”. A cada jefe de familia le toca cargar cinco costales de 50 kilos, de a uno por viaje, y cada indígena soporta sólo tres o cuatro láminas. Lo tupido del esfuerzo no es lo lejos, sino lo alto que hay que llegar.
Estos indígenas no son los primeros en habitar aquí, sembrar maíz y construir un templo y una escuela, pero lo hacen con la conciencia, muy moderna, de que la naturaleza se debe proteger por el bien de todos, para lo cual han empezado por prescindir de la quema al preparar sus siembras. Deficientes como son, los mapas accesibles al público señalan varias zonas arqueológicas sin explorar, algunas de gran tamaño, en estas mismas montañas y cañadas.
Los indígenas procedentes de Doce de Diciembre ya iniciaron la construcción de sus nuevas casas; algunas están casi terminadas. Aquí se concentrarán casi todos los zapatistas que viven en el sur de Montes Azules, dentro del municipio autónomo Libertad de los Pueblos Mayas.
Estampas de un pueblo despierto
Los rostros de mujeres y niños, monolingües la mayoría, pintan los signos de la hospitalidad y la curiosidad. Por la tarde, todos los miembros de la comunidad se habían reunido con representantes del Comité de Solidaridad con los Pueblos de Chiapas en Lucha (de París, Francia) y La Jornada para escuchar los motivos y preguntas de los visitantes. Luego, tras ofrecernos “un taco”, o sea pollo entomatado con yuca, y té de limón, los pobladores de Nuevo Limar deliberaron durante una hora para resolver nuestras preguntas. Ya era de noche cuando vinieron a la cabaña donde nos hospedaron; tomaron asiento unos y los demás rodearon la puerta, y dieron el testimonio de su historia.
La gente se dispersa luego y va a dormir. Fidel invita una taza de café en su casa. La noche estrellada es muy oscura; la cocina de Fidel y Sonia, todavía más. Ofrecen café, tortillas (deliciosas, sin el menor rastro del sabor Maseca) y pacaya asada. En torno al fogón duerme sobre una frazada en el piso un número invisible de niños; tal vez cuatro, uno de los cuales repartirá a la mañana siguiente unos pequeños y dulces chicozapotes silvestres de un racimo que recogió en los alrededores.
“Estamos por nuestro propio derecho. Aquí como en otros casos la ley del gobierno no es de justicia”, dice Fidel en la penumbra, mientras hace dormir a un niñito entre sus brazos y lo regresa a la frazada con suavidad. “Y vivimos aquí para no mendigar trabajo en otros países.”
Tiene modo alegre para hablar. Muy animoso. Cuenta de los monos araña y faisanes que se ven en esta selva, de los tigres de monte que no son agresivos y los jabalíes que sí y hay que defenderse de ellos, sobre todo si vienen en piara.
El siguiente día, cuando hace de guía en el camino de regreso al río Jataté, Fidel se detiene a orillas de una milpa y arranca un jilotillo. Señala el segundo jilote en la misma caña de maíz y dice: “este va a crecer ahora más grande y jugoso”, mientras pela el primer jilote, lo muerde con gusto y sigue andando.
Realiza con nosotros este mismo trayecto un niño de once años que va reconociendo muchas plantas de uso medicinal, y las corta para mostrarlas. Una, morada y grande, contra la picadura de nauyaca. Otras para el dolor de cabeza, el cólico, las fiebres o la debilidad (”vitaminas”, dice). Con cierto orgullo, explica que está aprendiendo con el promotor de salud de la comunidad, “que conoce muchas más” y quien a su vez aprendió de los instructores en la clínica autónoma del municipio al que pertenecen.
Temprano esa mañana, durante un recorrido por los alredores de Nuevo Limar con Rogelio y una bola de chavitos, encontramos numerosas hojas de xate, palma silvestre de la selva Lacandona que en otras comunidades es vendida a razón de 10 pesos las 60 hojas; cada hoja, en Estados Unidos, vale un dólar. Se trata de una fibra vegetal que, según ciertas versiones, sirve de base para el peculiar y exclusivo verde de los dólares en billete. El coyote que recorre esta zona, un tal Alfonso, de Tenosique (Tabasco), paga 10 pesos por un ramo de xate, que mutatis mutandis y con la finalidad que sea, llegará al mercado negro estadunidense siete veces más caro. Es sólo un ejemplo, entre centenares, de los recursos naturales cuya comercialización potencial hace salivar a las compañías trasnacionales que rondan, no muy discretamente y sí confiadas, la selva profunda de Chiapas.