Mito y cultura originaria: Origen y gobierno de los Yaguas

23.Feb.05    Análisis y Noticias

Origen y gobierno de los Yaguas: leyenda

Leticia - Amazonas

Febrero 17 de 2005

Tupana fue el dios de los yaguas; vivió en Nahuarchí, la región de las fuentes divinas, situad más allá de Archiú, el cielo.

Un día resolvió poblar la tierra de criaturas humanas y como estaba muy cerca regó Ja, agua. Envió entonces la lluvia y una gota que se adelantó a las demás rebotó al tocar la tierra y se convirtió en el primer hombre; se llamó Ja.

Cayeron después más gotas que llegaron delante de los chorros se convirtieron en más seres humanos que se dispersaron por todos los lugares. Los chorros, al caer, formaron los ríos que hoy tenemos.

Los hombres que permanecieron en el lugar donde cayeron las primeras gotas formaron la tribu de los Ja, de los jáguanos, de los hombres del agua, de los yaguas como hoy se llaman, y como premio por habitar el lugar de origen, Tunupa les concedió todas las virtudes y todos los poderes: sabios, bondadosos, hábiles, inmortales, etc.

Su primer gran jefe fue Rajé y en su gobierno hubo armonía y felicidad; bajo su dirección aprendieron todos los secretos de la naturaleza, de las distintas formas y maneras de cazar y de pescar, el cultivo de la tierra y la astucia para librarse del tigre y saber emboscarlo. Cada uno aprendió sus oficios: los hombres a elaborar instrumentos musicales y a construir lanzas, cerbatanas y dardos, y las mujeres a hacer chimchorros, ropa, bolsas y utensilios para la choza.

Un mal día su armonía y felicidad fueron interrumpidas; dos de sus mismos descendientes, Turuna y Manunjo, descontentos por no poder hacer lo que querían y deseosos de quitar a Rejé el poder, alertaron a las tribus vecinas para que atacaran a los yaguas y así lo hicieron.

La guerra fue terrible; el pueblo hasta entonces eterno e inmortal, conoció la muerte. Los boras, tribu de caníbales, comían los cuerpos de los yaguas que morían en los combates o que eran tomados prisioneros; sólo los huesos escapaban para ser arrojados en las orillas del río Ampi – yacú-.

La ira de Tunupa no se hizo esperar y, temerosos de perder su protección, los más prudentes se reunieron para buscar la manera de poner fin al conflicto.

- Es necesario buscar la paz –dijo uno.

- Debemos aplacar la ira de Tunupa –comentó otro.

- Hay que buscar el origen de los males y eliminarlo –terció otro.

- El origen está en nuestros dos hijos –comentó un cuarto.

Todos estuvieron de acuerdo con este último raciocinio y optaron por repudiarlos y expulsarlos. Rajé aceptó complacido y dictó la sentencia que fue cumplida en el acto.

El gran Rajé continuó la reunió y después de intercambiar ideas y conceptos, resolvieron dictar normas que evitaran en el futuro los malos sucesos soportados; así nacieron los códigos y reglas de los yaguas.

Se convino que en adelante habrá un gran jefe, un gran curaca que gobernaría sobre todas las tribus; el elegido sería el mejor, el más justo y el más hábil y estaría encargado, no sólo de guiar sus destinos sino de resolver los asuntos principales y convocar a reuniones a los más ecuánimes cuando hubiera que tomar decisiones especiales.

En cada tribu habría un gran jefe local, un curaca local, que a más de reunir las mejores cualidades de los suyos, transmitiría el poder a su hijo mayor, y en su orden a su yerno o esposo de la hija mayor en caso de no tenerlo. El sucesor debería recibir desde un principio la formación correspondiente a un futuro jefe. Cuando éste llegara al pleno de la sabiduría tendría que abdicar a favor del descendiente respectivo y pasar a ser sacerdote, o sea chamán o dimará, que es lo mismo que jefe espiritual.

En realidad ésta es la principal jefatura ya que a más de ser el protector, tiene el poder de curar las enfermedades que no se ven, conjurar los espíritus malignos y conocer el secreto para fabricar el veneno del carare, paralizador de los cuerpos; el dominio de arma tan monstruosa debe estar en manos del más recto y virtuoso –concluyeron.

Los reunidos también convinieron reglas para el matrimonio y para la conservación no sólo de la raza sino de la inmortalidad; sobre ésta todos estuvieron de acuerdo en recalcar que la perderían definitivamente el día en que no hubiera armonía, bondad y justicia; el día en que el bien fuera remplazado por el mal.