Un mundo complejo que sé auto organiza

13.Mar.05    Análisis y Noticias

Eugenia Gutiérrez
Revista Rebeldía
La Fogata

Imaginaos […] a la humanidad, sin pasiones,
teniendo todos los mismos gustos,
pensando todos del mismo modo,
y decid si no sería preferible morir de una vez
a sufrir la prolongada agonía,
que no otra cosa sería el vivir
en tales condiciones.

Ricardo Flores Magón

Casi nada es absoluto. Casi todo es relativo. Durante muchos siglos, la humanidad ha planteado y desarrollado un gran número de propuestas para tratar de explicar el mundo. A lo largo de nuestra historia, los humanos hemos generado creencias y sistemas de estudio que nos permitan imaginar cómo funciona el universo y cuál es el papel que nos toca desempeñar en él. Ya sea por medio de la religión, de la filosofía, de la magia, del arte, de la política o de la ciencia, en cada momento de la historia nos hemos planteado muchas preguntas para encontrar algunas respuestas. Vivimos buscando certezas. Además, somos cíclicos. Y siempre que algún gran ciclo se cierra aprovechamos para sacudir los rincones de la memoria y hacer una revisión de nuestros aciertos y nuestros errores que nos ayude a modificar el futuro. Así, al finalizar un siglo-milenio y comenzar otro nos han surgido muchas dudas. ¿Por qué en el siglo XX fuimos tan violentos? ¿En qué nos equivocamos tanto como para que murieran por hambre, por olvido o por guerras decenas de millones de personas? ¿Por qué los conflictos bélicos más violentos de la historia se dieron en la supuesta era de la razón y la modernidad? Eso, por un lado. Por el otro, también nos asombramos ante nuestra gran capacidad de creación y sobrevivencia. Confiamos en que es posible continuar vivos. En pocas palabras, seguimos tratando de explicarnos el mundo. Y en esta búsqueda continua, de principios del siglo XXI, hay una duda de lo más interesante: ¿por qué no encontramos las certezas que buscamos?
Las respuestas a esta clase de preguntas son complejas. Para buscarlas, un abanico muy amplio de personas interesadas en el estudio de las ciencias y las humanidades se dispone a enfrentar una nueva era. Desde mediados del siglo anterior, muchos investigadores han propuesto abordar una enorme lista de temas que deben estudiarse en toda su complejidad. En esa lista de temas aparecen términos que nos parecen lejanos, como “fractales”, “ecuaciones no lineales”, “conflicto”, “estabilidad”, “autoorganización”, “zonas y sociedades abiertas”, “procesos de la materia”, “incertidumbre”. Pero por muy lejanos que parezcan, se trata de elementos que inundan nuestra vida diaria, que pueden ser estudiados así, en lo cotidiano, y que son parte de una nueva materia de estudio: los sistemas complejos.
Entre las muchas disciplinas que han decidido estudiar la complejidad se encuentran las matemáticas, la física, la biología, la antropología, la sociología, la ecología, la lingüística y la informática. Es como si los investigadores actuales estuvieran buscando acortar la distancia que se abrió hace tiempo entre las ciencias exactas y las no tan exactas, o entre las ciencias y las humanidades, para tratar de entender la diversidad que nos rodea a diferentes escalas y en distintos ámbitos. A simple vista, esto puede parecer algo normal. Pero en el caso de la física y la matemática estamos hablando de disciplinas que, durante muchos años, se han concentrado en el estudio de las certezas y que ahora están estudiando, de manera sistemática, la incertidumbre, el desorden, lo impredecible, los umbrales o las fronteras que nos mantienen al borde del caos. Se trata de un enfoque novedoso que abre la posibilidad de descubrir, en las fotografías ya conocidas, una gran cantidad de colores y paisajes que no habíamos visto. Esto resulta alentador porque, como nos dice Ignacio Rozada, “si todo fuera estadísticamente predecible (…) la naturaleza sería una mancha uniforme, en lugar de presentar la diversidad con la que nos maravillamos día a día”1. Por si fuera poco, este nuevo enfoque nos está dando algunas sorpresas.

Sin marcapasos

Es bien sabido que de lo pequeño se aprende lo grande. Conscientes de ello, muchos científicos se han dedicado a estudiar el comportamiento de algunas de las colonias de insectos mejor organizadas del planeta: las hormigas, las termitas, las abejas y las avispas. Los resultados de los estudios han demostrado que esas sociedades son exitosas en su funcionamiento y que, después de varios millones de años de evolución, han aprendido a sobrevivir de manera armónica. Pero eso no es novedad. Hace muchísimo tiempo que los científicos lo saben. Entonces, ¿dónde está lo novedoso? En que todo parece indicar que el éxito del funcionamiento de estas colonias no radica, como se pensaba, en las grandes decisiones de sus “líderes” sino en las pequeñas decisiones que toman, cotidianamente, cada una de sus “bases”. Acostumbrados a esperar que alguien nos indique el camino o nos marque el paso, los humanos hemos llegado a suponer que un hormiguero debe funcionar así, con líderes y bases, y tiene que subsistir como nosotros, de manera no muy exitosa y gracias a los “marcapasos”. Pero en su libro Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, Steven Johnson nos cuenta otra historia. Según estudios llevados a cabo en las décadas más recientes, las colonias de hormigas no tienen líderes, la hormiga “reina” no es tal, pues sólo se dedica a procrear, y las hormigas responden a situaciones de crisis o de emergencia interactuando una con otra. Las hormigas no actúan atendiendo la orden de ninguna otra hormiga, pero nosotros las hemos visto de esa manera porque “el deseo de encontrar ‘marcapasos’ en esos sistemas ha sido siempre poderoso, tanto en el comportamiento grupal de los insectos sociales como en el comportamiento humano colectivo que crea la vida en una ciudad”2. Lo que los estudios recientes han mostrado es que en sistemas tan complejos como un hormiguero existe una combinación de orden y anarquía llamado “comportamiento emergente”. Ese comportamiento se da cuando hay problemas. Son problemas que nosotros, los humanos, acostumbramos resolver por medio de un sistema de mando, de alguien que dé las órdenes. Sin embargo, Johnson explica que las hormigas no cometen semejante equivocación. Sus decisiones suelen ser atinadas: “Dado que el proceso de toma de decisiones se distribuye en miles de individuos, el margen de error es despreciable”3. El mismo autor nos dice que este fenómeno también ha sido estudiado en colonias de hongos donde la “complejidad organizada” reacciona ante determinadas situaciones de una manera repentina y acertada, “como si se hubiera encendido un interruptor. Pero no hay quien encienda el interruptor, no hay marcapasos, sólo un enjambre de células aisladas en colisión unas con otras que dejan a su paso huellas de feromonas”4 (la sustancia que usan las hormigas para comunicarse). Los resultados de este tipo de estudios han despertado la curiosidad por investigar cómo funciona un colectivo que se autoorganiza. Y si en las colonias de insectos y de hongos ha habido grandes sorpresas, en los colectivos de seres humanos podría llegar a haber descubrimientos todavía más sorprendentes y muchísimo más complejos.

Lo diverso se autoorganiza

Una de las características de los sistemas complejos es que tienen la capacidad de autoorganizarse. Cuando los estudiosos de esta nueva materia de la complejidad hablan de autoorganización se refieren a lo que explica Octavio Miramontes:
Se trata de un orden generado sin la intervención de un control central o de un plan predefinido, ya sea en el diseño estructural de los elementos o codificado en los mecanismos de interacción. Este nuevo orden se conoce con el nombre de autoorganización y se manifiesta generalmente como una ruptura espontánea de simetría, en la que existe formación de patrones donde antes no los había, y por la posibilidad de conductas colectivas altamente organizadas, aun en la ausencia de diseños prefijados.5
Para que esta autoorganización sea posible, son necesarias la interacción entre vecinos y la retroalimentación, aspectos fundamentales del entendimiento humano que tanto molestan a los defensores del neoliberalismo. Es decir, la cooperación, la solidaridad, lo que nos relaciona con el otro y nos vuelve parte de un todo, lo que nos motiva a estar al tanto de lo que hacen quienes nos rodean, conscientes, como señala Johnson, de que “la información local conduce a la sabiduría global”6.
Ahora bien, para entender la autoorganización en los colectivos hay que analizar muchos aspectos al mismo tiempo y en distintas escalas. En el caso de las sociedades humanas, uno de los investigadores de este tema ha sido Alberto Melucci. En su obra Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, Melucci habla de una forma de acción colectiva “basada en la solidaridad”, “que desarrolla un conflicto” y “que rompe los límites del sistema en que ocurre la acción”7.
Pero ya sea en sociedades humanas o animales, en hongos o en insectos, el comportamiento complejo de un colectivo se basa en la interacción, el contacto cotidiano, la comunicación dinámica entre los miembros de ese colectivo, y se caracteriza, como señala Johnson, por un seguimiento de “reglas locales e independientes de cualquier instrucción de un nivel superior”8.
La importancia de la interacción de las partes ha sido destacada por todos los investigadores de lo complejo. Germinal Cocho, uno de los pioneros en el estudio de la complejidad en México, explica en un artículo escrito con Octavio Miramontes que un sistema puede llegar a un grado tal de integración “que todas sus partes se influyen entre sí, a un nivel tal de existencia colectiva que lo que afecta a uno de sus componentes lo resienten los demás”9. Dentro de esta concepción de lo colectivo, cada integrante del grupo tiene su lugar en la historia del mundo y todos los procesos de interacción encuentran, en el caso de los humanos, un sentido social. Podría parecer un enfoque común en los estudios científicos, pero hay que señalar que a lo largo del siglo pasado predominó la tendencia a estudiar las partes sin que, necesariamente, se les tratara de entender en su funcionamiento dentro de un todo. Sin embargo, parece que la genética y la selección natural, por sí mismas, no nos pueden llevar a la comprehensión del universo. Por eso, cuando se estudian los sistemas complejos, la propuesta es distinta. Cocho y Miramontes señalan: “Partículas, genes o individuos no son suficientes para explicar la urdimbre de las acciones colectivas. Es como saber que Romeo y Julieta vivieron y murieron en Verona y no tener idea de la maravillosa trama que fue su transcurrir sobre la Tierra”10.

Un desorden ordenado

Otra característica de los sistemas complejos es que parecen moverse en el filo de la navaja. Es como si vivieran en lo que los investigadores han llamado “el borde del caos” o, como explica Gustavo Martínez Mekler, en “una situación intermedia, con suficiente orden para poder sustentar procesos pero con una dosis exacta de desorden para poder explorar y adaptarse a situaciones novedosas”11.Cualquier parecido con la realidad contemporánea no es ninguna coincidencia. A estas alturas de la historia resulta claro que es necesario estudiar el orden dentro del caos, el desorden ordenado que se autoorganiza desde abajo, sin instrucciones desde arriba. En sus distintos ámbitos de estudio, los investigadores de la complejidad coinciden en que las reglas simples pueden llevar a las sociedades a conductas muy complejas, muy organizadas. Melucci habla de desacralizar lo sagrado en las redes de movimientos sociales o de la necesidad de mantener sociedades lo más abiertas posible para contrarrestar la violencia. Por su parte, Johnson opina:
Las imágenes que asociamos con las protestas antiglobalización nunca son las de una multitud fervorosa que levanta sus puños en alto en solidaridad con un orador en el podio. Ésa es la iconografía de un modelo anterior de protestas (…) Para los progresistas de la vieja escuela, los manifestantes de Seattle parecían acéfalos, fuera de control, un enjambre de pequeñas causas sin principio organizativo… y hasta cierto punto tienen razón en su aseveración. Lo que no saben es que puede haber inteligencia y poder en un enjambre, y si estamos tratando de presentar batalla a una red distribuida como es el capitalismo global, es mejor transformarse también en una red distribuida.12
Los investigadores de lo complejo han abordado el tema del conflicto como parte integral y movilizante de las sociedades. José Luis Gutiérrez señala que si se busca un estado de equilibrio permanente, sin conflicto, “se justifica entonces el nacimiento, en la historia cultural de los pueblos, de un sistema de valores conservador y de una organización política controlada por grupos sociales de elite cuya misión es preservar la estabilidad y reprimir las fuerzas internas que impulsan el cambio en sus sociedades”. Así, explica el autor, surge el engaño y nace la “ideología de la dominación” en la que “es natural que unos manden y otros ejecuten”13. Por otro lado, Ignacio Rozada afirma que, “más allá de las preguntas que conteste la teoría de sistemas complejos, son muy importantes las preguntas nuevas que surjan a partir de ella”14.
El estudio de lo complejo nos lleva a imaginar un nuevo ser humano en su contexto local, mundial, universal. Surgen, entonces, más y más preguntas. ¿A qué nos puede llevar, en todo caso, una redefinición del ser humano en toda su complejidad? Los investigadores de lo complejo reconocen que se trata de una materia de estudio que se encuentra, apenas, en sus inicios. El rigor y la inflexibilidad de muchas teorías políticas y sociales del siglo XX parecen ir quedando atrás, y con ellas, toda su secuela de intolerancia. Y como en todo camino que comienza, los investigadores no saben a qué se van a enfrentar. Pero muchos ya han detectado una serie de necesidades que mueven a los científicos a utilizar un vocabulario cada vez más extenso en el que destacan palabras como “incertidumbre”, “caos” y “desorden” en convivencia directa con términos como “sistemas de acción”, “diversidad”, “cambio”, “imaginación”, o incluso “inteligencia ascendente y distribuida” frente a “inteligencia descendente no unificada”. Este sabroso coctel de palabras raras anuncia una nueva etapa en la investigación. Según algunos estudiosos de los sistemas complejos, por extraño que parezca, en pleno apogeo de la tecnología y el neoliberalismo podríamos estar dando pasos firmes para humanizar la ciencia, abrir las mentalidades y ampliar nuestra visión de lo humano hasta que llegue el momento en que, como afirma Ernesto Vicente Vega, “quizás aprendamos a ver el mundo de otro modo”15.

Notas:
1. Ignacio Rozada, “Descifrando el caos en la naturaleza: fractales, sistemas complejos y fenómenos emergentes”, p. 48.
2. Steven Johnson, Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, p. 32.
3. Ibid, p. 71.
4. Ibid, p. 58.
5. Octavio Miramontes, “Orden y caos en la organización social de las hormigas”, p. 34.
6. Steven Johnson, op.cit., p. 72.
7. Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, p. 46.
8. Steven Johnson, op.cit., p. 19.
9. Germinal Cocho y Octavio Miramontes, “Patrones y procesos en la naturaleza. La importancia de los protectorados”, p. 18.
10. Ibid, p. 20.
11. Gustavo Martínez Mekler, “Una aproximación a los sistemas complejos”, p. 6.
12. Steven Johnson, op.cit., p. 201.
13. José Luis Gutiérrez, “Sociedad, política, cultura y sistemas complejos”, p. 52.
14. Ignacio Rozada, op.cit., p. 51-52.
15. Ernesto V. Vega Peña, “Ecología, arcos de vegetación y sistemas complejos”, p. 24-31.
Referencias:
— Cocho, Germinal y Pedro Miramontes, “Patrones y procesos en la naturaleza. La importancia de los protectorados” en Ciencias, Revista de difusión, Facultad de Ciencias, UNAM, No. 59, septiembre 2000, pp. 12-20.
— Gutiérrez Sánchez, José Luis, “Sociedad, política, cultura y sistemas complejos” en Ciencias, Revista de difusión, Facultad de Ciencias, UNAM, No. 59, septiembre 2000, pp. 46-54.
— Johnson, Steven, Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Trad. María Florencia Ferré, Turner/Fondo de Cultura Económica,Colección Noema, Madrid, 2003, 258 p.
— Martínez Mekler, Gustavo, “Una aproximación a los sistemas complejos” en Ciencias, Revista de difusión, Facultad de Ciencias, UNAM, No. 59, septiembre 2000, pp. 4-7.
— Melucci, Alberto, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. El Colegio de México, 1999, 260 p.
— Miramontes, Octavio, “Orden y caos en la organización social de las hormigas” en Ciencias, Revista de difusión, Facultad de Ciencias, UNAM, No. 59, septiembre 2000, pp. 32-40.
— Rozada, Ignacio, “Descifrando el caos en la naturaleza: fractales, sistemas complejos y fenómenos emergentes” en Ciencia, Revista de la Academia Mexicana de Ciencias. Vol. 54, No. 3, julio-septiembre 2003, pp. 45-52.
— Vega Peña, Ernesto Vicente, “Ecología, arcos de vegetación y sistemas complejos” en Ciencias, Revista de difusión, Facultad de Ciencias, UNAM, No. 59, septiembre 2000, pp. 24-31.