Poder, contrapoder y no poder (4): Poder social y poder político

14.Jun.05    Análisis y Noticias

Ha llegado a nuestras manos el libro “Contrapoder. Una Introducción” de Ediciones De Mano en Mano, del Colectivo Situaciones de Argentina. Recomendamos su lectura y su estudio. La capacidad exploratoria de los textos allí presentes es impresionante. También pensamos que vale la pena emitir algunos comentarios, justamente explorando. Aquí vamos.

Del texto llamado “Por una política más allá de la política”, del Colectivo Situaciones, tomamos y comentamos las siguientes partes:

“Por fin hemos aprendido que el poder no es –para nada- el lugar político por excelencia”.
“Una época signada por la supremacía de lo estatal como clave del cambio se ha agotado, pero ¿es posible que se acaben las luchas por la libertad y la justicia?, ¿es que puede la humanidad claudicar, sin excepciones, ante la desigualdad extrema y la barbarie?
“Si la política bajo condiciones de soberanía estatal se ha agotado, sin embargo, poco hemos experimentado aún sobre la política del contrapoder”.

Comentamos:
El único lugar posible para la política es el poder. Fuera de ello puede ser cualquier cosa, pero no política, por lo tanto, si hay política en el contrapoder, o si el contrapoder hace o tiene política, llámese como se llame, sigue siendo poder, por lo tanto resulta extraño afirmar que el poder no es el lugar político por excelencia. Parafraseando a Foucault sería un micropoder, o tal vez un microcontrapoder. Quizás muchos micropoderes o microcontrapoderes harían un poder comparable al macropoder o poder central o estatal.
Hacer política desde fuera del poder no es posible. Podemos decir mejor hacer política desde fuera del poder central o estatal, que tampoco son sinónimos. Para hacer política desde fuera del poder central o estatal, hay que considerar la configuración de otro poder, el contrapoder en este caso, o los contrapoderes, para ser más exactos.

Si continuamos la lógica de la microfísica del poder, llegaremos, por ejemplo, hasta el poder familiar o profesoral, donde habrá que discutir si se hace política. Discutámoslo, pues: Poder y política nacen juntos, por lo tanto ambos existen desde antes del poder central y más antes aún del poder estatal.
Pero, entonces ¿qué es el poder y qué es la política?
Según el estructuralismo althusseriano el poder es la capacidad de una clase de imponer su voluntad a otra, por lo que no habría poder en la fase inicial del patriarcado, hasta que se constituye en clase. ¿Es posible eso? Veamos:
Si eso es así, esto es, si existe poder antes de la existencia de la clase dominante, habría que profundizar y distanciarse del concepto de Althusser. Resulta absurdo imaginar que al surgir el patriarcado se separan muchos varones simultáneamente de la comunidad y se ponen por encima de ella para agarrar cada uno a una mujer para someterla. Resulta más aceptable para el sentido común pensar que se trató de un proceso, una diferenciación progresiva, con fuertes batallas, avances y retrocesos, alianzas entre hombres y quiebres de esas alianzas, alianzas entre mujeres y quiebres entre ellas, pues nada, salvo el prejuicio machista puede llevarnos a pensar que la mujer se entregó mansa, tierna y dulce a la dominica potestas, la potestad del señorío. Poco a poco, gracias a la fuerza bruta, se deben haber constituido los colectivos de hombres, las agrupaciones o conglomerados o agregados que podemos llamar clases ya que resulta inverosímil suponer que las comunidades matriarcales sólo tuvieron cambio de mando, tipo golpe de estado. A lo más es razonable que la gens matriarcal haya sido una intermediación entre la comunidad y el autoritarismo, el límite o la frontera entre ambos, donde se estableció la autoridad biológica de la portadora exclusiva del fruto salido del vientre propio. Es dable suponer que coexistieron en duro enfrentamiento, a veces en coexistencia pacífica, simultáneamente esos tres tipos de sociedad, la comunitaria, la matriarcal y la patriarcal. La linealidad historicista es una convención.

En la sociedad comunitaria obviamente no existe poder ni política. Deben haber sido espacios libertarios donde llegaban las mujeres, hijos y parientes en fuga de los machos golpistas y terroristas de la época. Ahí las mujeres constituían ejércitos y se daban fuertes batallas campales contra los hombres en los momentos más desarrollados de la lucha. Ya hemos comentado anteriormente como fueron pasadas a cuchillo las heroicas defensoras de Lesbos.

Por razones que desconocemos, el matriarcado se establece cuando una mujer se diferencia de las otras por la condición de madre y por el cuidado exclusivo de la prole, que ya no fue más compartida por diferentes pechos fraternos y solidarios. No había la figura materna, pues cualquiera de ellas que tomara al recién nacido en sus brazos debería amamantarla con cariño, en especial las que portaban leche y aún las que no tenían, por el placer de sentir la boca del niño o la niña y por la aproximación natural de éstos al pecho más próximo. Es posible que se hayan establecido rituales de circulación por diferentes pechos o que el hambre hiciese que los pequeños succionasen para calmarse. No olvidemos que en esa etapa debían andar todos juntos, conservando el carácter gregario atávico. Hoy es espantoso como se entrega un chupete y el niño se calma estropeando los dientes que vienen. En aquella época debía pasar de mano en mano y de pecho en pecho hasta dormirse.

Al tener los niños una madre diferenciada del resto, se establece la descendencia lineal, ya no hay más eso de los hijos de todas y de todos. La verticalidad en esa exclusividad establece la autoridad, lo que es intrínseco en toda propiedad. Sólo que es una autoridad biológica, natural, por eso no es fácil hablar aquí de fuerza, de dominación, de poder. Suponemos que la madre no manda al hijo o a la hija, que corren libremente al compás del viento. Podemos imaginar la riqueza de estudios psicológicos que se podría haber hecho y más aún si se pudiera comparar la estructura de la personalidad en cada una de esas experiencias de fases diversas.

Lo que está claro es que no había padre, ya que ningún hombre tenía exclusividad en el trato con una mujer y, de no mediar análisis de ADN, no se sabía quien era, y aunque se supiese, esa categoría biológica no otorgaba ninguna distinción, ningún derecho, ningún deber. No como ahora …

De modo que optaremos por la hipótesis de que en el matriarcado, si bien había una verticalidad sobre la cual se asienta el poder posteriormente, aún éste no se presentaba. Lo mismo sucede con el excedente productivo, su existencia permite la apropiación, pero esta última viene después. Por eso no es posible hablar de propiedad privada en el momento que aparece ese excedente. Sabido es que la importancia que asume explica la necesidad de la apropiación exclusiva posterior de la unidad productiva, el coto.

La simultaneidad de la aparición del excedente y del reconocimiento social de la exclusividad de la descendencia no debe ser casual, por lo que podemos escarbar otro poco:

La unidad productiva existe, se trata de un pedazo de tierra, un ganado, una porción de agua, unos árboles, etc. de donde se extraen productos, bienes de consumo. El excedente originado por el desarrollo de las fuerzas productivas mejora la situación biológica de la comunidad, que ya no pasa hambre ni frío, ha superado el nivel de la sobrevivencia para vivir una vida más holgada. También existen más medios materiales, mejor uso del fuego y capacidad de trabajos artesanales más sofisticados junto con una mejor defensa contra la agresividad de animales, variaciones climáticas y depredación de otros grupos humanos con menos ventajas. Aparecen las primeras agrupaciones sedentarias, que ya no necesitan circular buscando donde nutrirse. Las mujeres ya pueden separarse de los hombres y constituirse en retaguardia. Son ellas prácticamente las que van a determinar el perfil del sedentarismo, son las que permanecen ahora más estacionarias, son liberadas de las funciones de la producción directa, su presencia inmediata, antes necesaria, ahora es un obstáculo.

Así podemos deducir que la aparición del matriarcado se efectúa en estas mejores condiciones de vida, por lo que suponemos una relación de causa-efecto. La gens o clan se organiza en torno a la mujer, que determina la descendencia y la pertenencia al grupo.

El hombre, por su fuerza física es el portador de los principales instrumentos, por tanto es quien atiende directamente el uso de las unidades productivas y la extracción de bienes, los transporta y los lleva a donde podrá compartir sus afectos, una parte al grupo de la mujer del cual es descendiente y otra parte a la mujer que abrirá las puertas de su ternura para su solaz. Ya no es llegar y agarrar del pelo como antes. Ahora hay que ganarse la voluntad de la dama en cuestión, que no puede ser de la gens de su madre, el Romeo debe ir a otra gens a conseguir su Julieta. La proximidad y el entrecruzamiento entre clanes constituyen las fratrías y muchas de ellas la tribu. Se establece el chalaneo, el intercambio en la modalidad del regalo, de la atención, etc. para recibir los favores de la elegida, quien por su vez no se los negará al siguiente. Si la afortunada es hija de la matriarca, será esta última la que recibirá el presente. He ahí el precedente de las futuras dotes. Los niños que resulten del intercambio quedan allí y el sujeto ni se entera que son de él, ya que muy luego aparece el próximo. Los hombres no tienen hijos, no existe la figura del padre. No existe ningún vínculo entre una mujer grávida y algún hombre. El parto es asunto de mujeres. No está en ellos reivindicar paternidad ninguna, aunque se sabía que provenían de algunos de la misma fratría, los únicos autorizados a acercarse a revolotear en torno a la amada de turno. Así las mujeres de la fratría eran las mujeres de los hombres de la fratría, con excepción de las de su propio clan, y los hombres eran los hombres de las mujeres, con excepción de los de su clan, donde la matriarca vigilante imponía el respeto necesario. Se supone que luego hubieron modificaciones del tipo que ya no era posible más el intercambio sexual dentro de la fratría y había que hacerlo en dirección a otras fratrías de la misma tribu, el conjunto de fratrías.

En esta situación el excedente comienza a cumplir otras funciones, primero de acopio para tiempos duros. Luego de transformaciones, como materia prima, se diversifica la utilidad de los productos. Más adelante viene el intercambio y ahí comienza la debacle, pues quien tiene para cambiar tiene un poder, o una capacidad de negociación, o de chantaje, se puede denominar de muchas formas parecidas. Mientras más tiene, más cosas puede adquirir. No sólo lo que produce, sino otras cosas que no produce. Se trata de un poder material que empuja a la inocencia hacia los brazos del egoísmo y la ambición. Para apropiarse de ello hay que apropiarse de la unidad productiva, única manera de sobrevivir. Nace la propiedad privada. La alienación, esto es, la pérdida de la autonomía, la dependencia de las cosas en circulación por fuera de la voluntad decisoria, no proviene de la propiedad privada, sino del intercambio que es su causa. Es inconsistente imaginar que el objetivo sea la propiedad de los medios de producción, ya que aún hasta hoy, ellos son simplemente instrumentos para elaboración de productos que irán al cambio, o sea, mercancías. Las distancias entre personas comienzan en este proceso, la disgregación de la comunidad está en sus inicios. La alienación es también la pérdida de la esencia, la transmutación. Hemos perdido nuestra esencia gregaria. La economía nos separa, hay que aniquilarla para volver a reunirnos. Costará mucho llegar a esa convicción, que recién comienza a abrirse paso. Sólo hoy es posible, pues ya contamos con la capacidad de acabar con el intercambio y pasar a la libre circulación de los bienes.

Al haber más excedentes, también se agudiza y encarece la disputa por las buenas mujeres que recibirán de brazos abiertos a sus galanes. Pero sería muy simplista imaginar que por eso fueron sometidas a la privacidad del señor, para evitar que fuese otro el que compartiese sus cariños, algo como un Otelo. La verdad es más prosaica, cruda y cruel, nada de novelesca. El problema estaba en garantizar la continuidad de las unidades productivas. Ya que el caballero compartía más tiempos con algunas de las señoras de sus afectos que con su madre y hermanas, eran los hijos varones de su dama, de la otra gens, a los que veía más y que se iban correteando detrás de él o del otro, claro, a jugar, acompañarlo y ayudarlo en sus trabajos. Recordemos que no había manera de que los niños hombres se referenciaran en un adulto más próximo. Lo mismo le sucedía en las otras gens donde era acogido sentimentalmente. En la suya, la de su madre, los hijos de su hermana correteaban con los pretendientes de ella, que eran las figuras visibles y palpables de su ser hombre en crecimiento. El tío era un ausente. El caso es que al morir el propietario se generaba una crisis de sucesión, pues de hecho la actividad laboriosa estaba ya en manos de los hijos de sus queridas, siendo que la propiedad formal correspondía a la gens de la madre del occiso, cuyos nietos, hijos de sus hijas, andaban en las propiedades de sujetos que no pertenecían a su gens, y sus hijos cuidando las propias. Así las propiedades se dividían, se disputaban, se fusionaban, se paralizaban y hubo que dar un corte a tal situación. Había que asegurar la propiedad, único modo de continuar la circulación en la forma que había alcanzado. La estructura de la comunidad llegó a ser un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas que arrasaban con la libertad, que no podían ser dominadas por nuestros ancestros. La alienación llega al seno de las relaciones sexuales, la transmutación se expande a todos los terrenos de la vida. Gracias al intercambio, la alienación en torno a las unidades productivas llega a la constitución de unidades reproductivas, lo que después se llamó familia. Empieza con ello lo que hoy se llama la biopolítica, el ejercicio del poder sobre los cuerpos.

Tomar conciencia de ese poder no es más que la estructuración de un nuevo valor, que se impone como nueva ética, que no es la ética de los poderosos, sino una ética que va atravesando las distintas capas sociales impregnando las conductas.

Ciertos historiadores o investigadores nos quieren decir que el excedente comenzó a quedar en manos de personas que ejercían cierta autoridad, como que hubiesen motivos previos para la estratificación social. De ser así, hubieran sido las mujeres las que habrían asumido el poder, las únicas que contaban con cierta capacidad de influir en los comportamientos del grupo, además de ser ellas las que recibían y distribuían en la gens los alimentos y los excedentes iniciales antes del intercambio en mayor escala. Habría sido entonces una disputa por el poder, donde los hombres se lo arrebataron a las mujeres. La otra posibilidad, que también es incoherente es que habrían sacerdotes o administradores que contaban con el ascendiente necesario como para hegemonizar y acumular bienes, pero ello es sólo una traslación a ese tipo de sociedad de las formas posteriores. No olvidemos que constantemente las clases dominantes han tratado de demostrar que ciertas estructuras sociales “siempre han sido así”, cuestión fundamental para evitar la peligrosa idea de querer cambiar alguna cosa. . Nosotros partimos de la base de que las llamadas funciones grupales eran más bien compartidas en aquella vida comunitaria anterior y muy presentes de esa manera en el matriarcado, que comienzan a diferenciarse cada vez más justamente por la importancia de controlar el desbande producido por las modificaciones que introducían los machos. El poder no es un capricho, sino una necesidad de esos hombres que establecen el patriarcado. Necesidad de mantener el privilegio y el status alcanzado y que será continuado por el primogénito, figura social que antes no existía.

Así el hombre se asegura la continuidad de la propiedad del la unidad productiva mediante la constitución de la unidad reproductiva que le asegura el heredero, una prolongación de si mismo, su extensión en el tiempo. Para ello la mujer no debe tener intercambio sexual con otros, pasa a ser de su exclusividad, se apropia, la hace su propiedad también, así asegura que ese hijo sea carne de su carne y sangre de su sangre. Si lo hace, si se toca con otro, la mata, ya no le sirve, pasa a ser objeto de uso, prescindible. Allí hay un ejercicio de poder y eso es política. La mujer que escapa y lucha por su vida no aspira a ese poder ni a ningún otro. No hay acción política por parte de ella, ni aún cuando erigen la fortaleza de Lesbos, donde podemos decir que habitaba un espíritu libertario, el no poder, la vuelta a los orígenes de la vida en comunidad, y como los hombres estaban en otra dinámica, las vidas personales eran entre ellas mismas en todo sentido, salvo que no tenían hijos, lo que era una liberación, pues es tema pasó a ser una carga, que posteriormente se fue humanizando y suavizando hasta crear una ideología, valores y una nueva ética que acepta la situación establecida históricamente mediante la fuerza.

Esos poderes o micropoderes de los patriarcas se articulan en lo que llamamos poder central, la clase organizada para si, con conciencia de clase, donde confluyen dos modalidades de ejercicio del poder masculino, el poder social que le otorga la propiedad de los medios de producción, poder que no se establece sobre los medios, sino sobre otros hombres, a los que excluye, domina y explota y el poder sobre las mujeres. No existe el poder económico de una clase sobre otra, sino el poder social derivado de la posición que ocupan en lo económico, con el cual obligan a acercarse o a distanciarse al resto, les permiten la aproximación y el uso a condición de que cumplan ciertos requisitos.
Florestán Fernández, el notable teórico brasileño, fundador del PT, principal orientador de la línea revolucionaria inicial y muerto misteriosamente después que Lula empezó a distanciarse de la izquierda a comienzos de los años 90, decía que hay tres tipos de poderes, el poder social, el poder político y el poder público. Del poder social ya hemos hablado, el poder político lo ejerce la clase dominante organizada y el poder público el aparato del estado, que pretende intermediar entre las clases, no siendo más que un instrumento de dominación de una(s) sobre la(s) otra(s).

La distinción marxista tradicional entre poder político y poder público tiene su antecedente en la caracterización de Engels de la formación del estado, donde indica que primero la clase se organiza y desarrolla destacamentos armados, y además habla de que se trata de una fase.

Para nosotros el poder social engloba no sólo la capacidad de determinar o no el acceso de otros a los medios de producción, las formas en que ello es posible y al producto (esto es, efectuar la práctica de la llamada economía), sino también, y de forma muy especial, aquella constitución de la unidad reproductiva, el apéndice de la unidad productiva, y sobre la cual se monta el hombre para estructurar al conjunto de la sociedad que le rodea. De allí vienen también las jerarquías, pues sólo algunos gozarán de los privilegios, mientras el resto conforma la categoría llamada de fámulus, donde se integran la mujer, o las mujeres para ser más exacto, los hijos, exceptuando el mayor que era una autoridad sobre el resto, y los demás parientes, además que luego se incorporaron a viva fuerza los esclavos que en principio eran prisioneros de otras tribus que eran obligados a trabajar para acrecentar el excedente. Notamos que nace la categoría del trabajo, que es una relación no libre, puesto que antes no trabajaban, sino que mantenían una relación mucho más profunda e interactiva con la naturaleza.

Así volvemos atrás y revisamos juntos lo afirmado sobre el poder y la política en el caso de los inicios del patriarcado. Habíamos dicho por razones metodológicas que esa relación era de poder y por tanto política, que el hombre hacía política cuando sometía a la mujer, ahora precisamos y decimos que ese es nítidamente poder social y no poder político, de modo que cuando los patriarcas se agrupan en consejos de ancianos, ya están constituyendo la agrupación de clase, allí comienza la política propiamente dicha, la administración, el control y la represión en conjunto de los dominados, otro conjunto, o conjuntos, las familias, conjuntos de fámulus. Así el poder central se establece no como un lugar o una posición, sino como un punto de encuentro de los jerarcas. En las sociedades llamadas del modo de producción asiático ese espacio de decisión se concentra en la familia del patriarca más poderoso al cual pertenecen todas las tierras y animales y que a su vez ha subordinado al resto.

La formación del estado, como instrumento de ejercicio de un poder público por medio del cual se manifiesta el poder político y social, viene mucho después.

La formación del contrapoder tiene como antecedente la constitución de un poder social basado en la autoorganización de la multitud en sus espacios de vida, el desarrollo y expresión de su potencia. Ese contrapoder tiene dos destinos: transformarse en poder político para disputar el poder central y con ello el poder público, o avanzar hacia el no poder o anti poder. Con esa frase retomaremos el hilo en el siguiente número.

Abrazos
Profesor J
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Números anteriores:

Poder, contrapoder y no poder (1): Introducción
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Poder, contrapoder y no poder (2:) El deseo carnal y la dominación social
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Poder, contrapoder y no poder (3): La domesticación http://clajadep.lahaine.org/articulo.php?p=3823&more=1&c=1