Jordi Soler Alomà
Rebelión
La conciencia de clase, o sea, el saber dónde se está dentro de la trama de las relaciones de producción —este fundamento escondido de la realidad— y la asunción de los deberes y derechos que ese saber dónde se está implica, ha desaparecido, por lo menos en Europa, de sus depositarios tradicionales.
En Europa, los sindicatos, que eran los portaestandartes antonomásticos de la conciencia de la “clase” trabajadora, son, ahora por ahora, organismos quasi-mafiosos, mientras que los partidos de “izquierda”, otrora celosos centinelas de la conciencia de clase, ahora no son más que diletantes prostitutas que hacen la calle política. Ello no obsta a que, en ambos tipos de organización, podamos hallar dignas y honestas personas, cuya existencia suscita el interrogante ¿qué hace alguien como tú en un sitio como este? Los partidos de derecha se atribuyen el centro político, en paradójica disputa con la izquierda “centrada”: lo que en verdad quieren es ser el centro de todo. Con todo, la noción de centro se encuentra fuertemente aquejada de relatividad.
Según la doctrina oficial del pensamiento único, que es la versión actualizada de la antigua Inquisición, ahora ya no hay burgueses ni, en consecuencia, proletarios: todos somos iguales; simplemente, unos han tenido la suerte de nacer ricos y otros no; pero eso no es culpa del sistema, no: simplemente, la fortuna favorece a unos más que a otros. En consecuencia, los partidos de “izquierda” ya no aspiran a transformar la sociedad ¡menuda blasfemia! sino a tener unos llevaderos servicios sociales que, previo paso por un calvario de humillaciones y burocracias, haga la miseria de los más desfavorecidos más llevadera. Las damas cristianas caritativas no exigían a los pobres, para darles caridad, nada más que serlo; a la burocracia política hay que pagarle, aunque sea en especies.
Tanto sindicatos como partidos de izquierda se han acomodado, así en lo material como en lo espiritual, al estado de cosas existente, y se han vuelto mentalmente conservadores: sólo aceptan el cambio que no altere las estructuras del sistema . Eso es a lo que la derecha pensante ergo cínica llama “cambiar algo para que todo siga igual que antes”. Todo y que hay que saber si queremos lo que hacemos , no podemos ir poniendo trabas al futuro como si estuviéramos asegurados ante las contingencias en este planeta: el conservadurismo mental no contempla la posibilidad que cualquier día se puede ir todo al carajo, que la vida misma es una contingencia que quizá nosotros, si trabajamos lo suficiente, podemos preservar —con la inestimable ayuda de los avances de la ciencia i de la tecnología civilizada — de las posibles amenazas en que se puede ver incursa. Claro que siempre hay riesgo, pero el riesgo es un fenómeno relativo inherente a toda decisión, a todo movimiento. Si de A siempre se siguiese B, el porvenir sería determinista, hecho que, probablemente, dispararía el índice de suicidios a causa de lo difícil que sería encontrar un sentido a la vida.
Conciencia de clase y sentido de la vida se hallan estrechamente vinculados. Precisamente en el mismo lugar en que aún hay atisbos de conciencia de clase es donde también se encuentra un sentido a la vida; me explico:
El problema del sentido de la vida no es tan irresoluble como parece. Paradójicamente, se puede encontrar este sentido en la lucha reivindicativa y altruista. Nuestra cultura política no es plenamente democrática, en el determinado y profundo sentido del término, como tampoco lo es nuestra realidad política. La democracia no consiste en escoger, cada cuando toca y en el marco de una campaña masiva de manipulación de las conciencias, a los políticos de turno para que se puedan sentir “legitimados”— entonces es una politicocracia —; democracia quiere decir participación, y la participación conlleva derechos y deberes.
La historia, que es un seguido de errores con algún acierto entremedias, nos ha acostumbrado a que hay unos que mandan y otros que son mandados; que hay unos que tienen y otros que no tienen; que hay unos que son amos y los otros que trabajan para ellos. La clase política se ha acomodado a las estructuras del poder sin cambiarlas y, así, nos encontramos con que la Administración actúa sistemáticamente sin tener en cuenta las necesidades de los ciudadanos, en base al despótico “ ordeno y mando ” o amparándose en razones de orden superior, como la “razón de estado” que, a fin de cuentas, es la “razón” de los individuos que en un momento dado tienen el poder.
Dentro este estado de cosas, la entidad reivindicativa nace como un núcleo de autodefensa y de carácter reivindicativo ante la incapacidad de la Administración de hacer una política social, territorial y sectorial satisfactoria. La entidad reivindicativa quiere conseguir —en el caso, por ejemplo, de la entidad reivindicativa paradigmática: la Asociación de Vecinos— un territorio con un urbanismo pensado para la gente que vive en él; con una red viaria bien distribuida; con unas aceras anchas y libres de obstáculos; con una red de equipamientos completa; un barrio limpio y tranquilo, con placitas, espacios verdes, espacios con juegos para infantes… en fin, un barrio donde se pueda pasear, trabajar, ir a comprar, hacer vida social y cultural, desplazarse en transporte público o en bicicleta, y todo lo necesario para vivir, en lo básico, dignamente.
La cultura dominante, muy influida por la idiosincrasia anglosajona, hace referencia, siempre, al individuo: propiedad privada, libertades individuales, promoción individual, intereses individuales, realización del individuo… y se centra , básicamente, en la posesión: el tener; pero no tener aquello que debería ser propio de la persona como ser humano, sino tener cosas, objetos materiales y el objeto por excelencia: el dinero. La posesión de cosas se convierte, así, en el objetivo de la existencia humana, y la vida se organiza de modo frenético en función de algo humanamente tan irrelevante. En vez de ser las cosas para las personas, son las personas para las cosas.
Como es natural, con estos presupuestos el común ciudadano es bastante ajeno a eso que se dice “tejido social” y que es el entramado de entidades entre las que hay las Asociaciones de Vecinos ¿como se explica, pues, que determinadas personas se unan , se organicen y constituyan y mantengan estas entidades?
Un de los rasgos que caracterizan a los miembros de una Asociación de Vecinos es su visión colectivista de la sociedad, a la que ven como un conjunto de personas interdependientes, que se necesitan las unas a las otras. Este hecho supone una emancipación, en lo concerniente a este punto, respeto de la ideología imperante o pensamiento único. Supone un esfuerzo mental para situarse más allá de los cuatro dogmas ideológicos que impone la economía de mercado.
Pero esta visión colectivista de la sociedad no se queda en una simple contemplación intelectual, sino que asume que esta interdependencia, esta necesidad mutua exige una práctica, una acción que contribuya si no a la mejora de la sociedad al menos a atenuar los efectos perversos del sistema. Por eso una Asociación de Vecinos se articula en vocalías temáticas; cada Vocalía se ocupa de un asunto en el que se hace patente el mal funcionamiento del sistema social, político y económico capitalista; nada más hay que repasar los nombres de las vocalías: URBANISMO, SANIDAD, PERSONAS MAYORES, MEDIO AMBIENTE, TRANSPORTES, MINUSVÁLIDOS, MUJER, JÓVENES… en todos estos ámbitos existe una problemática, efecto del funcionamiento perverso del sistema, que la sociedad alienada no puede solucionar, y estos son los ámbitos en los que nos necesitamos unos a otros, los humanos, que somos miembros de la misma especie y formamos la misma sociedad.
La Administración, malaventuradamente, no escapa a esta dinámica infernal y, en lugar de servir los intereses del pueblo, tiende a servir sus propios intereses, los cuales, con demasiada frecuencia, únicamente coinciden con los de los poderosos.
Las Asociaciones de Vecinos están en un constante estira y afloja con las Administraciones, siempre en aras de que su actuación tienda al bien común. Sin embargo, de manera nada excepcional, se encuentran con el engaño, la hipocresía y la política de hechos consumados; ante eso solamente existe la alternativa de la movilización, el único idioma que entiende la Administración cuando es incapaz de razonar y hacer uso del tino; la movilización vecinal es como un prototipo de movimiento revolucionario a pequeña escala, pero que no persigue el derrocamiento de la clase dirigente, sino que su objetivo es que esta actúe de manera adecuada. Pero es posible que llegue el día en que las Asociaciones de Vecinos concluyan que la única solución para los problemas del territorio y de la sociedad —que son los mismos— es el derrocamiento del orden existente, cuya anacronía clama al cielo a voz en grito.
Ahora nos podemos acercar más al asunto que nos ocupa, encontrar una respuesta a la pregunta que nos formulábamos sobre el sentido de la vida. La vida reivindicativa es una de las posibles respuestas. Veámoslo: para poder averiguar el sentido de la vida, antes hay que responder honestamente y en primera persona a dos cuestiones:
1.- La [ mi ] vida, para mí ¿es un medio o es un fin?
2.- La especie humana, para mí ¿es un medio o es un fin?
Quien considera que su vida es un fin en si misma la está elevando a valor absoluto, al margen de cualquier otra consideración. Por ejemplo, en caso de un deterioro que reduzca las condiciones de vida a las más propias de un vegetal, haciendo recomendable, por lo tanto, la eutanasia, si la vida individual es considerada como un valor absoluto, aquella solución no se aplicará: es la postura egoísta. Considerar, en cambio, la vida como un medio equivale a pensar que la vida debe servir para hacer alguna cosa y, por lo tanto, que el sentido de la vida radica en lo que se hace. Esta última es la postura altruista, porque nada más confiere sentido a la vida en el marco colectivo, que es el ámbito donde las obras de cada cual toman su significado y permanecen.
Por otra parte, quien considera su especie como un fin sabe que él mismo es un medio para la especie, y que el sentido de su vida radica en este ser útil a la propia especie. En cambio, quien considera la especie como un medio se pone a si mismo por delante de su especie, y, en consecuencia, no dudará en utilizarla y explotar a los otros para sus fines —ejemplos de esta actitud los tenemos en aquellos dirigentes que no dudan en sacrificar vidas humanas y, si hace falta, condenar el mundo entero al desastre para conseguir sus egoístas propósitos—.
Vemos, asimismo , que nada más encontramos sentido a la vida si consideramos la vida como medio y la especie como fin. Precisamente así es como piensan y actúan las personas que trabajan por los otros en Asociaciones de Vecinos: ponen su vida a disposición de la especie, de manera que, quizás sin saberlo, consideran la vida como medio, y trabajan por conseguir hitos que benefician la colectividad, dando prioridad a esta tarea altruista sobre la propia vida privada, de manera que, para tales personas, la especie no es medio sino fin.
Ya tenemos, consecuentemente, una respuesta: el sentido de la vida consiste en considerar la vida como medio y la especie como fin y actuar en consecuencia. En términos más filosóficos: el sentido de la vida es el autotrascendencia en el seno de la especie, y esto lo podemos conseguir, por ejemplo, en el seno de la lucha vecinal.
En la Asociación de Vecinos la conciencia de clase se define por oposición a las clases antagónicas con los intereses del territorio, que son los distintos capitalistas que interfieren en el urbanismo y en las condiciones de vida de los barrios y la clase política que les sirve.
Esta oposición a las arbitrariedades genera la conciencia de pertenecer a un mismo grupo social, máxime cando se da el caso que los barrio ricos están exentos de sufrirlas; en consecuencia, en la conciencia del ciudadano común surge la ecuación “clase política=palanganera de ricos”.
La alta concentración de capitales en el sector inmobiliario hace del territorio la víctima de la depredación más salvaje. La expresión más cruda y sintomática de este proceso es el llamado “mobbing” inmobiliario, que consiste en que una empresa somete a todo tipo de presiones, agresiones y vejaciones a los habitantes de las casas y solares que tienen como objetivo codiciado cuando no quieren abandonarlos.
No deja de ser curioso que el antagonista del territorio sea el mismo que el del trabajo. Sin embargo, la relación antagónica es más clara en el primer caso que en el segundo: la relación capital-trabajo consiste en un paradójico antagonismo simbiótico, en cambio entre lujoso edificio de oficinas y equipamiento publico no hay término medio.
Vista la situación moral e intelectual de las organizaciones de izquierda, lo único con posibilidades transformadoras que aparece en el horizonte social son las Asociaciones de Vecinos. Por eso, cuando en Europa pase lo que ha pasado en Bolivia: que el Movimiento Vecinal deviene vehículo revolucionario, el capital empezará a oir las primeras notas de su marcha fúnebre.