Ayacucho.
Los Chasquis de la paz iniciaron hace 85 días una caminata en el interior del país. Llevan un mensaje de solidaridad. En Mollepata, los familiares de los desaparecidos les contaron su dolor.
IMPRESIÓN. Aunque Piura no tuvo altos índices de víctimas a causa de la violencia política, los chasquis encontraron allí los pueblos más pobres, como Polvosal, un poblado de Huancabamba, donde el agua escasea, y solo se siembra frejol para el autoconsumo.
TESTIGOS. También descubrieron el grado de aislamiento en el que vivimos, pues gran parte de los comuneros altoandinos no sabían nada del Capac Ñan. En Parcos Choca, en Piura, un grupo de ronderos los creyeron subversivos. Los convencieron los afiches que llevaban alusivos a la paz.
APOYO. Recibieron la solidaridad de los que menos tienen. Los campesinos les daban techo para dormir y compartían sus alimentos.
CHASQUIS LLEGARON A AYACUCHO • Esta semana los caminantes llegaron a la emblemática ciudad de Huamanga.
• A su paso recogieron pedidos de justicia de familiares y víctimas de la guerra interna.
• Ellos refieren cómo esta iniciativa ha transformado sus vidas.
Pobreza, desnutrición y abandono, son tres de los principales problemas que los chasquis de la paz y reconciliación han palpado de cerca en la mayoría de los pueblos que han visitado durante su recorrido por el Capac Ñan (Camino Inca) en recuerdo de las víctimas de la violencia interna.
Sin embargo, en todos ellos han encontrado también la inagotable esperanza de que algún día alcanzarán la paz, la justicia y el desarrollo que tanto anhelan. “Nos han abierto sus casas y su corazones. Han compartido con nosotros lo poco que tenían, su papita, su maicito, su quesito, y seguimos adelante”, cuenta Felipe Varela Travesí, guía del grupo que hace 85 días inició la Caminata por la Paz y la Reconciliación y la recolección del Gran Quipu de la Memoria.
“Nos han pedido que contemos cómo viven, qué necesitan, qué es lo que quieren. Pero además, nos han mostrado la fuerza interior que los hace seguir adelante”, refiere.
Mensaje solidario
Esta semana los cuatro chasquis llegaron a Ayacucho, la región con mayor índice de muertos y desaparecidos durante los 20 años de violencia política que castigó al país.
Sudorosos y cansados el lunes pasado ingresaron a Huanta. Se veía tan apacible y cálida que hacía muy difícil creer que alguna vez fue una ciudad tomada por las fuerzas represivas.
Vigilia en el estadio
En memoria de los muertos y desaparecidos, realizaron una vigilia en el Estadio de Huanta, que entre 1983 y 1985 fue utilizado por los efectivos de la Marina como centro de detención y tortura de presuntos subversivos.
A pesar del tiempo transcurrido, los familiares de las víctimas se veían tan conmocionados y dolidos como el primer día. Algunos lloraban, otros callaban, un grupo de ancianas entonaba canciones contando sus vivencias.
“A nuestros hijos han llevado, a nuestros esposos han matado… a todos lados hemos llorado, a todas las autoridades hemos pedido, pero nadie nos ha ayudado. Ojalá los caminantes puedan ahora ayudarnos”, cantan en quechua las “mamitas”. Una de ellas es Pelagia Chanamé Quispe, que en 1984 perdió a su esposo Teodoro Bermedo, y 5 años después a su hija Liliana.
Como ese, escucharon cientos de relatos. Uno tras otro, contaron sus historias. Todos con la esperanza de que estos “caminantes” llevarán su mensaje a las más altas autoridades, y que de una vez los responsables sean sancionados, los restos de sus seres queridos les sean entregados y sus sufrimientos sean reparados.
Hacia Huamanga
El martes, a las 11 y 30 de la mañana, iniciaron el recorrido hacia la ciudad de Huamanga. Felipe iba adelante, llevaba un asta en la que ha recolectado las decenas de banderines que le han dado en el camino. A su lado, están –también incansables– Aydeé Soto Quispe y Nilo Niño de Guzmán, dos jóvenes huérfanos por la violencia política, así como Abel Simeón, maratonista, que está desde el principio.
A su paso se fueron sumando diversos pobladores, quienes mostraban su respaldo a esta iniciativa. El alcalde de Huanta, Alejandro Córdoba, los siguió hasta las afueras de la ciudad y familiares de algunas víctimas marcharon con ellos hasta el pago de Espíritu Santo, donde unos niños los recibieron con aplausos.
Luego siguieron hasta el centro de desplazados Villa Florida, donde unos escolares del Colegio Hiraoka los siguieron hasta el poblado de Huayhuas. A las 2 de la tarde, los chasquis llegaron a Pacaycasa, ingreso a la provincia de Huamanga. Allí pernoctaron.
Cuestión de principios
Ni Felipe, ni Abel, ni Aydeé, ni Nilo, tienen alguna afiliación política o partidaria. Incluso sólo los dos últimos son afectados directos de la guerra interna y han participado en actividades a favor de la defensa de los derechos humanos. Los cuatro decidieron participar en esta caminata por una cuestión de principios.
“No entiendo cómo algunas personas pueden decir que no sabían lo que ocurría en el país si los diarios y la televisión informaban de matanzas de los policías y militares”, afirma Felipe. La impotencia de no haber podido hacer nada entonces, lo llevó a idear una manera de mostrar su apoyo a las víctimas. Y decidió hacerlo de la mejor manera que sabía: andando.
Aydeé decidió su participación por un tema personal. “Me enteré por la asociación de huérfanos en Ayacucho. Mi hermano es de la junta directiva y él iba a participar, pero tuvo un problema en las rodillas. En cambio yo he participado en campeonatos locales, así que me eligieron”, dice orgullosa.
En el caso de Nilo la suerte lo llevó hasta ese lugar. “Es una gran experiencia. He aprendido muchas cosas. He visto que hay personas con más problemas que yo y que merecen ser ayudadas”, refiere, y afirma ser ahora más comprensivo, más humano.
Recogiendo los pasos
El miércoles, los chasquis partieron de Pacaycasa a las 11 de la mañana. Antes, un grupo de pobladores de Angaraes, Huancavelica, llegó para darles la despedida. Abrieron las coloridas mantas que llevaban en la espalda para ofrecer a los “caminantes” compartir su sencilla merienda: un poco de cancha, habas sancochadas, queso seco y chicha de molle.
La llegada a San Cristóbal de la Frontera, en el sector de Mollepata fue tal vez la parte más emotiva. El 85 % de la población de este lugar es desplazado, muchos de ellos tienen familiares que fueron detenidos y desaparecidos por las fuerzas del orden. Los pobladores llegaron allí hace cinco años, pero aún está presente la memoria de las víctimas, pues en este lugar y en la cercana quebrada de Puracuti, cientos de cadáveres con huellas de tortura fueron hallados a principios de la década de los 80.
La ceremonia central y oficial se realizó a las 4 de la tarde en la Plaza de Armas, donde les entregaron decenas de quipus representando a las víctimas del horror y la violencia. Y luego del necesario descanso, el jueves por la mañana partieron rumbo a Vilcashuamán, a donde deben llegar hoy día.
Aún les falta recorrer alrededor de 700 kilómetros para llegar a la meta en Desaguadero. El plazo final es el 25 de agosto. Ellos están convencidos de lograrlo, pues afirman que el recuerdo de las 69,280 víctimas los acompaña.
Caminan en nombre de la justicia
1. Felipe Varela Travesí, 39 años, limeño. Maratonista, quien en agosto del 2004 presentó el proyecto de Capac Ñac. Lo primero que hará al volver a Lima es abrazar a sus hijos Amanda y Raymi, de 12 y 4 años.
2. Nilo Niño de Guzmán Velásquez, 19 años, apurimeño. Su padre fue desaparecido en 1989 por efectivos de la Base Militar Santa Rosa, en Apurímac. Al retornar piensa postular a la universidad, aún no sabe si a comunicaciones o antropología.
3. Aydeé Soto Quispe, 20 años, ayacuchana. En 1983 su padre fue sacado de su casa en la comunidad de Urccuhuasi, en La Mar. Su madre fue violentada por militares cuando andaba en su búsqueda. Vive en Lima, trabaja en una empresa de limpieza. Piensa estudiar enfermería.
4. Abel Simeón Solís. Nació en Acolla, Junín. Maratonista de profesión, fue invitado por Felipe Varela, dada su trayectoria como deportista en zonas de gran altura.