La Sexta Declaración zapatista, es el vehículo para que las resistencias se encuentren, pero hoy también, se entrelacen para construir el mañana

24.Ago.05    Análisis y Noticias

Releyendo la sexta
Enrique Pineda y Pablo Reyes
Indymedia Barcelona

Una nueva etapa del zapatismo ha comenzado; la Sexta Declaración de la Selva Lacandona abre otro horizonte de lucha. Horizonte que paradójicamente no se vislumbra entre más alto sea la mirada, si no que se encuentra cuando los ojos buscan por lo bajo.

Desde la marcha del Color de la Tierra en 2001, el EZLN ha actuado, como ellos mismos han dicho, de manera muy cuidadosa frente a la agenda nacional. Lenta, silenciosamente, construyeron durante todo este tiempo la autonomía y autogestión de facto: los Caracoles Zapatistas. Este ejemplo de alternativa de vida que le ha dado la vuelta al mundo. Son visillos a través de donde se imagina verse ese otro mundo.

Las llamadas Juntas de Buen Gobierno, de los mayores logros del EZLN, corrían el riesgo de parecer procesos cómodos para el régimen. En las zonas y comunidades zapatistas mandan otras formas de hacer política, de hacer educación, salud y comunicación. En territorio zapatista se construye “otra cosa” que no es el mercado y tampoco la vieja estructura del Estado. Pero, afuera de lo que algunos han llamado “la Comuna de la Lacandona”, México se resquebraja por la disputa por la hegemonía entre la clase política; por el avance del narcotráfico y de la reformas estructurales neoliberales; por el flujo de mano de trabajo hacia Estados Unidos, que deja a comunidades fragmentadas; por la polarización entre una elite económica que figura en la lista de Forbes y una población de más de 50 millones de mexicanos que los signa la pobreza y la exclusión. Afuera el sopor, el letargo, un sueño que nadie llama por su nombre, aunque suene en la radio, se oiga en los periódicos, se escuche en la cualquier ventana: pesadilla…

Afuera de territorio liberado, el desastre continúa. El EZLN no podía permanecer inactivo frente a ese panorama. Pero sobre todo el EZLN no podía quedar en silencio frente a enormes luchas de resistencia que surgen a lo largo y ancho de todo el país: centenares de comunidades, pueblos y organizaciones que comenzaron a tejer redes de resistencias frente a los planes macroeconómicos como el Plan Puebla Panamá. Decenas de Pueblos Indios que empezaron a construir autonomías de facto en varias partes del país. Un sindicalismo activo que ha empezado a rearticularse después de décadas de corporativismo. Un movimiento campesino que trata de organizar su agenda, y que ha sido visible en las calles, resistiendo.

El EZLN no podía quedar en silencio frente a esas luchas. El EZLN tenía que volver a ser un actor nacional. Pero también, en todo este tiempo, el EZLN ha madurado la idea de ser un referente global activo. El zapatismo quiere ligarse a las luchas globales, no sólo como un movimiento que recibe la solidaridad del mundo, sino como un actor que lucha junto con el resto de los movimientos del mundo. De alguna forma, los movimientos globales, aunque sigan enviando la solidaridad al último rincón de Chiapas, deben quizá comprender que la Sexta Declaración les hace una invitación para caminar, soñar y luchar juntos. El zapatismo no podía quedar inactivo frente a los nuevos referentes de lucha global y a los nuevos movimientos que en América Latina han surgido en los últimos años con una fuerza arrasadora. El EZLN ha sabido mirar, como siempre, hacia abajo.

Si los movimientos de abajo y a la izquierda han hecho hablar al zapatismo, éste también ha calculado los tiempos con precisión. La Sexta Declaración aparece justo en el momento en que la pelea por el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, el jefe de gobierno de la Ciudad de México, había terminado. Aparece en el momento en que ha iniciado la transición del poder en México. Es el momento del realineamiento de la clase política. Es el momento que la clase política nos muestra sus lados más débiles.

El zapatismo, después de la traición legislativa en 2001, ha madurado también la idea de que no hay nada que negociar con los de arriba. No hay nada que hacer con las instituciones y los partidos políticos. No hay condiciones de diálogo, porque los acuerdos no se cumplirán. En la Sexta Declaración no aparecen señales de que el zapatismo espere algo del actual Gobierno…ni del próximo. No esperan a un nuevo gobierno, ni nuevos dirigentes partidarios, ni señales de paz.

Con estas dos enormes conclusiones, - el movimiento de abajo, nada que esperar arriba - no había que esperar más tiempo. Han lanzado una nueva Declaración de la Selva Lacandona, que, como todas las declaraciones anteriores, son un vehículo para proponer una estrategia. El zapatismo se rearticula en función de esta nueva estrategia, aunque las anteriores etapas no desaparecen. Esta nueva etapa se suma a las anteriores, como capas concéntricas:

Conservan un núcleo armado, una retaguardia militar podríamos decir. Mantienen, fortalecen y potencian su construcción de carácter local con la experiencia de autonomía de los Caracoles. Estos son el corazón de la propuesta zapatista, pero no es todo. Reabren una tercera pista de actuación, que es el ámbito nacional, esta vez, con una estrategia de acumulación y articulación con otros movimientos en México. Abren, quizá pronto de manera más concreta, una cuarta pista de lucha: lo global.

Frente a la crisis de representación que se vive en el país, frente a la separación de la clase política de la sociedad civil, de los movimientos, de la multitud, del pueblo, el zapatismo propone una herramienta de representación colectiva construida desde abajo, por los de abajo. Esa herramienta es “la otra campaña” que viene a intentar arrebatarle a la clase política la iniciativa, visibilizando a las pequeñas y múltiples resistencias y no a los candidatos y a las personalidades. La propuesta de recorrer el país para construir un programa nacional de lucha, es una estrategia de movilización, articulación y organización que permita ir uniendo, construyendo o fortaleciendo redes, optando por mirar hacia abajo y no hacia la institucionalidad. La otra campaña apuesta a que abajo y a la izquierda hay mucho por hacer y es ahí, en los movimientos, en las resistencias, donde reside la posibilidad de transformación radical y no arriba en el Estado y sus partidos.

La otra campaña, tiene riesgos. El más obvio es que ese movimiento en construcción quede opacado frente a los enormes flujos de poder y de dinero que son las campañas electorales. Un segundo peligro es que el zapatismo no pueda articular desde la otra campaña a las resistencias en México. Que quede atrapado en la vieja forma de hacer política que varios sectores de los movimientos mexicanos siguen repitiendo en sus prácticas. Si el EZLN trata de hacer “otra política” quizá sea incomprendido por los movimientos tradicionales, acostumbrados a pactar arriba, a negociar entre cúpulas de dirigentes. Pero si el EZLN cae en la tentación de hacer política tradicional y ganar así a esos movimientos, el zapatismo puede perder su poder como referente nacional y global de ser una alternativa, de ser otra cosa. Pero quizá el peligro mayor es que al criticar a la izquierda partidaria - muy justamente- sin embargo, el zapatismo no sea comprendido abajo, en la calle, en la gente sin organización, que ha tenido desde siempre, una simpatía enorme por el zapatismo. El mayor peligro es decir claramente lo que se piensa de la clase política, y, si reservas, criticar al poder y a la izquierda partidaria y con ello quedar aislados.

Hasta ahora, una cortina mediática ha cubierto las verdaderas intenciones zapatistas. La otra campaña:

No es una campaña contra la izquierda parlamentaria, como muchos han entendido. Es una campaña para que desde abajo y a la izquierda pueda construirse un movimiento más allá de lo electoral. No es una campaña que pide definiciones políticas y adhesiones incondicionales al zapatismo. Se pide, eso sí, que si alguien va a hacer trabajo electoral, no utilice a “la otra campaña” para montarse con en esas intenciones. No es una campaña contra las elecciones, ni una campaña para no votar. Pero sí será un espacio para construir “otra cosa” abajo y a la izquierda. El EZLN ha insinuado que la otra campaña podría hacer una pausa los días de la elección. No es una campaña para juzgar o excluir a quien ha decidido hacer trabajo electoral, especialmente aquellos movimientos y organizaciones que todavía ven alguna esperanza en esa vía. Es una campaña abierta, pero con la petición expresa de no combinar ambas dinámicas. Cualquiera puede votar por quien guste, e incluso hacer trabajo electoral, y participar en la otra campaña pero sin utilizar ese espacio como plataforma electorera. Eso es todo. La posición del zapatismo no es sectaria, es una posición clara y abierta frente a los movimientos. La posición del zapatismo no es dogmática, es una estrategia que mira lejos, al mañana.

El zapatismo, como hemos dicho en otro espacio, está pensando en tiempo largos. Piensa más allá de la elección presidencial de 2006. Propone - con ello ha sabido leer a los movimientos en México- un programa nacional de lucha hacia una nueva constitución.

Ese puede ser el crisol que quizá posibilite la construcción de un movimiento que frente a un escenario de regresión autoritaria (que el viejo Partido Revolucionario Institucional regrese al poder) exista un movimiento nacional que resista la embestida, que, por cierto, será enorme.

Pero también, que frente a un escenario en donde el candidato de izquierda llegue a la presidencia, exista un movimiento nacional que obligue a quien gobierne, sea quien sea, a mandar obedeciendo. Construir, hilvanar, un movimiento nacional no electoral, autónomo, que pueda exigir rendimiento de cuentas y seguir luchando por sus propias demandas, gobierne quien gobierne. Quizá como lo hace el Movimiento Sin Tierra en Brasil. Un movimiento que pueda crecer en el mediano plazo, y quizá, pueda convertirse en una fuerza constituyente. Tal vez, como en Bolivia, un enorme movimiento buscará una asamblea para crear una nueva constitución, pero a diferencia de el Pachakuti, o el Movimiento al Socialismo Bolivianos, este movimiento no buscaría tomar el poder.

La Sexta Declaración propone la otra campaña, el programa nacional de lucha y la demanda de una nueva constitución, como vehículos estratégicos para potenciar ese movimiento.

Es una propuesta que intenta cambiar la correlación de fuerzas entre los de abajo y los poderosos, reconociendo que ese cambio no se logrará centrando la lucha en la institucionalidad. Esta correlación cambiará en medida que el tejido social, las redes de resistencia que ya existen, crezcan, se fortalezcan, construyan redes de redes, oponiéndose y presionando a lo institucional pero actuando de manera autónoma.

Por ello, la Sexta Declaración es una propuesta estratégica, por ahora más clara para las resistencias en México, quizá, muy pronto para los movimientos globales. Es una propuesta, que lejos de ser una propuesta sectaria o intolerante, es, como muchas veces hace el zapatismo, una propuesta de primer orden, totalmente compatible y en congruencia con la el zapatismo que todos conocemos. La Sexta Declaración, es el vehículo para que las resistencias se encuentren, pero hoy también, se entrelacen para construir el mañana.