La manifestación como aceptación de la derrota
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Publicado en Indymedia Argentina
La manifestación aparece como forma organizada de expresión política y protesta social tras la derrota de la comuna de Paris, en 1871. Hasta esta fecha las protestas sociales, fundamentalmente en el mundo del trabajo debido al desarrollo de las diversas fases de la llamada revolución industrial, eran básicamente o turbas espontáneas que ejercían su protesta a través del saqueo y el destrozo o insurrecciones más o menos organizadas, que podían tener su raíz en unas de estas turbas.
Tras una oleada de insurrecciones que duró más de 100 años, los diversos movimientos obreros y/o campesinos (que eran hasta el momento los artífices de tales protestas), que venían siendo masacrados en flagrantes derrotas militarmente hablando, reconocen su error, su derrota y la imposibilidad de ganar por la vía de las armas al Estado-capital y sus fuerzas de choque. Es entonces cuando replantean su estrategia y vuelven a recuperar el fenómeno de la turba (que nunca se perdió y que fue el “estadio primitivo” de la insurrección) o bien a canalizarlo y organizarlo a través de la manifestación como medio de articular una protesta. L*s luchador*s sociales reconocían que no podían vencer a su enemigo y moderaban sus formas buscando reunir fuerzas o al menos no perderlas hasta un momento propicio.
Pero este hecho del cambio de metodología de lucha no sólo parte de un análisis más o menos acertado o de un replanteamiento del conflicto, también es propio de un cambio de actitud, de posicionamiento y de una jerarquización de este movimiento, o al menos de parte de él. El cambio es sustancial, y no sólo es un mero cambio estratégico, algo que en determinados momentos y dependiendo de determinadas coyunturas y de l*s protagonistas es deseable (tampoco hay que darse de cabezazos contra la pared para tirarla si se ve que así el daño es muy superior al resultado, aunque estos asuntos son muy complejos y dependen de muchos factores, carentes siempre de reglas fijas).
La insurrección suele partir de un hecho espontáneo por algún motivo concreto cotidiano, a partir del cual también espontáneamente, aunque no sin organización, se articula poco a poco una insurrección que va tomando forma sobre la marcha y que al ser consciente de su fuerza trata de llevar a la práctica el verdadero deseo del acto espontáneo: cambiar el mundo. El acto puede empezar por un malestar general ante hechos como una subida de precios, más horas de trabajo, levas, … y en el transcurso del mismo puede generar en una insurrección que trate de cambiar las condiciones de existencia (y decimos puede porque también es cierto que la mayoría de la revueltas anteriores a la revolución francesa, conocidas como “revueltas del pan” acabaron tras el asalto de la panadería, y luego cada cual a su casa). En este momento el movimiento obrero, comunal o campesino, más o menos está unido y en general, más o menos carece de una jerarquía formal, estando influido por tendencias más bien anti-autoritarias (incluyendo en un primer momento el marxismo, aunque al principio no era predominante, antes de su brutal degeneración algo antes de la comuna de Paris de 1871), relativamente espontaneístas y muy románticas (en el sentido de que se creía en un mundo nuevo y el pragmatismo de la política no había contaminado todo el actuar, aunque no por ello era inexistente).
No obstante a partir de la derrota de la comuna de Paris, que iba a suponer a la larga la desaparición de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera internacional, hay un profundo replanteamiento de las luchas. L*s anarquistas, al menos una parte de ell*s, que eran espontaneístas e insurreccionales (a grandes rasgos, que siempre de todo hubo), fueron expulsados de la internacional, que adquiere el predominio paulatino de un degenerado marxismo impulsado por un totalitario Marx. Las organizaciones obreras que no desaparecen víctimas de la represión brutal que sucedió a la comuna (por parte de un*s sostenedor*s del Estado-capital totalmente aterrorizad*s por el hecho) deben articularse de nuevo o se ven en vueltas en un proceso de jerarquización brutal. Surge una nueva internacional de tendencia socialista que apuesta por la participación política y por la manifestación como forma de lucha. Se renuncia expresamente a la insurrección como desgastadora, inútil y peligrosa. Surgen los políticos obreros, los bomberos profesionales y los apagafuegos de la revuelta. Se contemporiza con el sistema. Se pierde todo.
Así pues surge la manifestación, aunque son tiempos de transición (sobre todo entre 1871 y 1917) en el que aun hay revoluciones y revueltas que pueden empezar a la mínima de cambio. Por si fuera poco la I guerra mundial cumple sus papel de, además de regeneradora del capitalismo a través de la destrucción/creación de mercados, aniquiladora de la protesta.
Tenemos pues un nuevo un nuevo modo de lucha. Ya no se quiere cambiar el mundo, en líneas generales y con consabidas excepciones, sino cuando más esperar el momento para realizar un cambio no muy traumático y cuando menos simplemente protestar, reivindicar migajas, derechos a l*s am*s.
Claro que antes la manifestación no era como se la conoce en estos tiempos de la paz del cementerio democrático. También la manifestación ha tenido degeneraciones. En un principio las manifestaciones eran mini-insurrecciones de baja intensidad, en las que los disturbios, los destrozos y las muertes estaban a la orden del día (protestas del G-8 del 2001 en Génova, que hoy parecen a la opinión pública bárbaras y brutales, eran por aquel entonces algo normal, lo mismo que hoy es normal ir a una manifestación y que sólo sea un paseo). Pero poco a poco con la asimilación del movimiento obrero por parte del Estado-capital, la pérdida del sindicalismo de su máscara revelándose como lo que realmente es (una correa de transmisión y un elemento parapolicial y controlador de l*s currelas por parte del sistema), y la aceptación democrática han convertido las manis en paseos cansados, cansinos y aburridos en los que la calaña democrática lava su conciencia, las castas políticas y sindicales del signo que sean tratan de presionar al gobierno de turno mostrando su “fuerza” y los hippies, buenrollistas, niñ*s de papa y cristian*s de base hacen el payaso con disfraces, malabares y florecitas olvidando que, aunque tal vez equivocada, la mani es un acto de lucha y no un carnaval y que el que la lucha pueda tener un carácter lúdico y festivo no significa que haya que hacer el payaso para caer simpátic*s a las viandantes.
Pero además de esta crítica a la manifestación como hecho derrotista (si bien es cierto que en estos momentos, ni de lejos es factible que se produzca una insurrección –algo que debe ser espontáneo – en esta parte del globo), como modo de bajar el nivel y la intensidad de la lucha y como elemento controlador, hay otra críticas u otras críticas.
A saber, por ejemplo que es fácilmente reprimible, al concentrarse las fuerzas en un mismo espacio, pudiendo canalizar la energía de una mani, vamos a decir “cañera” (caso de que ésta aun exista), en pequeños grupos que siembren el caos en el mismo tiempo por diferentes espacios, siendo más dañino, menos controlable, menos previsible y mas difícil de reprimir.
Además en las manis, no pasa nada, por regla general, no se rompe la paz social y cuando se rompe no tiene una continuidad, queda centrado todo en un tiempo y un espacio.
Para todo se hace una mani; hay una especie de mani-mania, una falta de imaginación, de recuperación de luchas perdidas o de invención/reinvención de otras nuevas (o no). Se hace todo por inercia, y ya ni eso, porque a la mani la sucede la concentración (porque no hay fuerzas) como forma de degradación y moderación aun más de la lucha, y a éstas otro tipo de actos aun más patéticos.
La pregunta, para ir acabando con este tema ya, es: si cuantitativamente no hay fuerzas para una lucha de “masas”, entonces ¿por qué narices seguimos empeñadas en llevar una lucha cuantitativa?. Si es cierto que no hay fuerza o gente para una insurrección, por qué se hace una mani, si no hay fuerzas para ella, por qué narices se repite rebajándose su intensidad. Por qué nos conformamos con lo que hay en vez de buscar otra cosa. O si se hace, hágase bien y rómpase la paz social, no demos un paseito para entretener a los transeúntes curiosos.
Para terminar: no decimos que haya que acabar con la mani, puede convivir, si realmente es combativa, con otras formas de lucha, pero sí decimos que hay que ir dándole un aire insurreccional y belicoso, un aire espontáneo y de revuelta hasta recuperar la insurrección, que no sabemos dónde, cuándo, ni cómo puede estallar. Ataquemos en todos los frentes. Destruyámoslo todo. Viva la revuelta, viva la Anarquía.