De improviso, sin mediar anuncios previos que alertasen a la opinión pública mundial, los pueblos centroamericanos salieron a la calle consiguiendo en Guatemala hacer retroceder al Congreso y en Honduras que el gobierno baje la gasolina, mientras en El Salvador y Nicaragua los bloqueos paralizan ciudades y regiones enteras.
En Guatemala el Congreso intentaba discutir la ley de privatización de aguas, y decimos “intentaba” porque se vio obligado a retirar las iniciativas al respecto, nada menos que por la presión de 20 mil comunarios indígenas de las discriminadas regiones de Totonicapán, Quiché y Sololá, caracterizadas por el abandono en que las han mantenido las autoridades estatales. La población salió a las calles y carreteras poniendo el cuerpo y colocando en las vías diferentes objetos que obstaculizaron el tránsito. La sorpresa fue general, o coronel, da lo mismo, quedando en evidencia que Totonicapán tiene unas de las comunidades más organizadas del istmo, con mayor capacidad de movilización y de consecución de objetivos comunitarios. Poder popular y capacidad de negociación con las altas esferas.
Los alcaldes de esas regiones tuvieron que ponerse a la cabeza de las multitudes y dirigirse a la sede del Congreso para manifestar a los parlamentarios que la población no iba a transigir, o todo o nada, o se aceptaba la exigencia de mantener el agua en manos de las comunidades o se ampliaban las movilizaciones. Los congresistas recularon ignominiosamente manifestando que no se debían aceptar las presiones, como el canto del cisne, que grita cuando muere.
Bella lección al mundo y a las izquierdas de cómo las comunidades pueden obtener logros basándose en sus propias fuerzas locales.
En Honduras fue diferente, ya no se trataba de regiones o localidades, sino de amplias manifestaciones convocadas por el Bloque Popular, que reúne organizaciones sociales y de izquierda, algo similar a República Dominicana (que, dicho sea de paso, prepara fuertes movilizaciones contra las alzas), bloque que junto a taxistas y maestros consiguió poner en la calle miles de manifestantes además de bloqueos irreductibles en las principales zonas urbanas, en especial de la capital.
En Nicaragua las batallas se presentan en varios frentes, por una parte las comunidades de la región atlántica, donde predomina la nación Moskitia, declararon el cierre de las oficinas estatales y el bloqueo en todas las carreteras que van a Nicaragua en una severa demostración de fuerza que ha puesto en jaque al gobierno, mientras organizaciones sociales se movilizan en las ciudades contra el TLC. Y en El Salvador se bloquea la capital contra el alza de la gasolina.
No es casual este fenómeno social y menos cuando la ONU acaba de declarar que aumentan las distancias entre ricos y pobres en el continente. La situación es explosiva, potencialmente proclive al avance de la resistencia y de la autoorganización que asegure la continuidad en la construcción de fuerzas locales.
La coyuntura es altamente positiva para el desarrollo de la autonomía de las comunidades, aunque algunas organizaciones, en especial en Nicaragua y El Salvador, insisten en asociar las batallas sociales con la acumulación de fuerza electoral detrás de los líderes que serán candidatos, reproduciendo así las dinámicas anteriores que sólo han resultado en mayores conflictos internos de los sandinistas y los farabundos, así como en mayores problemas a la población, que lejos de resolver situaciones va de peor en peor. Tal parece que las formaciones de la izquierda tradicional no estuvieran interesadas en soluciones sino en aumentar la insatisfacción para capitalizar votos. En el Atlántico la cosa es diferente, pues las comunidades miskitas han manifestado su oposición al modelo neoliberal y a la propuesta humanizadora del sandinismo, que ha abandonado todas las viejas banderas revolucionarias, así como en El Salvador ocurre otro tanto.
Las perspectivas de desarrollo evidentemente se visualizan en las regiones anotadas de Guatemala, la costa atlántica nicaragüense y regiones de Honduras, donde la población pobre y marginada ha buscado salidas en base a sus propias capacidades más que en expectativas de algún nuevo gobierno.
Tampoco es casual que esto se realice en medio de la otra campaña zapatista y la retomada de las luchas sociales en Bolivia y Argentina, como tampoco parece distante de la emergencia de brotes protagonistas desde abajo en Venezuela, la lucha por la tierra de los nascas de Colombia y de las fuertes críticas a Lula.
Son expresiones concretas de los nuevos tiempos que corren, manifestaciones del claro fracaso de las izquierdas electorales y de retomada de caminos de búsqueda por parte de los propios protagonistas sociales sin esperar a que sus aspirantes a vanguardias les digan como y cuando.
En tanto búsquedas, avances y retrocesos, no hay que hacerse ilusiones ni perder las expectativas, sino que sobre la base de la objetividad de la nueva subjetividad que parece emerger de lo profundo de la sociedad habrá que hincar el diente en el apoyo y consolidación de las experiencias locales para que los brotes puedan mañana convertirse en coloridas flores diversas del jardín de la lucha emancipatoria.
Saludamos con alegría el vigor con que vienen las nuevas batallas continentales y creemos que hay que afianzar las dinámicas de intercambio de experiencias para iniciar caminos de articulación de una nueva izquierda que supere a la tradicional no sólo en la radicalidad, el lenguaje y las propuestas, sino en la acción práctica de tejidos sociales horizontales y de apoyo mutuo entre las autonomías, donde se gesta la nueva sociedad: el socialismo cotidiano del Che, el comunismo y la anarquía, esto es, el no gobierno, donde predomine el autogobierno de las localidades y el mandar obedeciendo.
Que hermoso ver desde estos territorios que hoy cumplen 32 años del golpe militar, como las comunidades se insurgen y hacen renovar nuestras capacidades de seguir la batalla por la sociedad sin clases, por un mundo donde quepan muchos mundos.
Abrazos
Profesor J
http://clajadep.lahaine.org