Domingo 11 de septiembre de 2005
Guillermo Almeyra
La Jornada
El viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) resultante de su Sexta Declaración de la Selva Lacandona ha quitado un tapón y una mordaza. El primero, a la discusión, que el largo silencio inmovilista anterior (teorizado por muchos, sin embargo, como modelo de lucha) y el encierro en el localismo chiapaneco reducía y hasta reprimía. La segunda, porque ha debilitado el tabú según el cual sólo la derecha criticaba al EZLN porque toda otra crítica, por positiva y propositiva que fuera, le hacía el juego a la reacción.
Al declararse de izquierda y anticapitalista, el EZLN ha entrado en un terreno en el que reconoce no tener el monopolio. Por consiguiente, debe argumentar, definirse, precisar su pensamiento, someterse a autocríticas bajo la acción de la crítica previa de quienes sin embargo lo apoyan, y debe modificar sus hábitos de discusión. Es muy importante, por ejemplo, la inmediata respuesta autocrítica de Marcos a la valiente nota de Rosa Rojas que informaba sobre las prepotencias y violencias que habían debido sufrir las organizaciones de mujeres y las zapatistas que recurrían a ellas en las zonas controladas por los zapatistas. Lástima que esa autocrítica no nace de una iniciativa propia, y que no se hizo en el momento de los hechos sino recién después de la denuncia, pero más vale tarde que nunca y, además, la reacción de Marcos -como en el caso de las reiteradas propuestas al zapatismo para que saliera de su aislamiento y rompiera su silencio haciendo política nacional, o en el de las opiniones críticas sobre las limitaciones de una autonomía encarada sólo localmente, que condujeron a cambios- prueba una vez más que el EZLN no es insensible a la opinión pública de izquierda, aunque a veces lo parezca.
Sería un signo muy positivo que aceptase también las excelentes observaciones de Maderas del Pueblo del Sureste sobre la ecología y que aplicase el mismo valioso método autocrítico que acaba de utilizar ante la protesta de las mujeres prozapatistas, para revisar los anteriores y abundantes ninguneos e insultos a personas u organizaciones que, aunque tengan diferencias con el EZLN, defienden su causa. Porque para construir alianzas hay que hacerlo sobre la base de la confianza mutua y de la total claridad, diferenciando la abierta y plena discusión de las divergencias políticas de la absolutamente indispensable fraternidad entre quienes luchan en la misma trinchera, aunque quizás con opiniones no totalmente compartidas.
La grilla universitaria acostumbró a la izquierda mexicana a recalcar lo que divide. Construir un movimiento de masas y, sobre todo, la independencia política y el pensamiento crítico en las clases subalternas obliga, por el contrario, a buscar lo esencial, lo que une, lo que permita luchar juntos aunque sin olvidar ni subestimar las diferencias, que la lucha conjunta ayudará a dirimir. En un movimiento de masas aparecerán quienes son, a la vez, zapatistas y perredistas, o quienes, por ejemplo, son de izquierda pero miembros de una secta religiosa o esotérica. Por consiguiente, nadie puede ser condenado de antemano por haber cometido “el pecado mortal” de estar equivocado en cuanto a la elección de un frente de lucha según la opinión del obispo laico de turno que lo excomulga a riesgo de quedarse solo. Y conste que no me refiero sólo a Marcos en su posición frente a los miembros del PRD, sino a las tradiciones canibalescas de la izquierda mexicana que, entre otras cosas, la llevaron a su impotencia y división.
Más que nunca, hay que golpear juntos pero marchar separados. Sobre todo si se quiere mantener el ejemplo de los caracoles y extenderlo a otras realidades políticas. Y aún más si la otra campaña espera incidir participando en las luchas y movilizaciones obreras y campesinas que concentren la atención en un plan de lucha y no en los candidatos electorales, y que no se oponga a las elecciones sino que las encarrile.
También es imperioso evitar los dogmas. Por ejemplo, el gobierno de Venezuela no ha acabado con el capitalismo y las sinceras intenciones socialistas de Hugo Chávez son aún confusas. ¿Significa eso que no hay que apoyar a Venezuela contra el imperialismo y a Chávez en su propio avance teórico, pero sin convertir su confusión y caudillismo en nuevo dogma? Hay ultraizquierdistas inconsecuentes que apoyaron al zapatismo cuando éste sólo se consideraba rebelde y se oponía a hacer política, y que apoyan hoy a la Venezuela “burguesa” pero creen, como Petras o Zibechi, que es “traición” trabajar por la victoria electoral de Evo Morales en las elecciones generales, las cuales son sólo uno de los momentos de la revolución rampante en curso en ese país y, además, un proceso inevitable dada la relación de fuerzas real entre las clases para imponer no el socialismo sino una constituyente progresista. Si Evo Morales consiguiese la primera mayoría, ¿no habría que apoyarlo porque las elecciones “son burguesas”? ¿Y las relaciones con las organizaciones que forman su partido pero que también dirigen los movimientos antimperialistas no deberían existir porque todas ellas integran un partido con registro? Es obvio que el PRD no es ni siquiera el MAS boliviano y Evo no es el Peje, pero la cuestión de principios es la misma. Convendría reflexionar colectivamente sobre esto.
galmeyra@jornada.com.mx