Jueves 15 de septiembre de 2005
Adolfo Gilly
La Jornada
El triángulo y las campañas
Primero, que sobre la explotación del trabajo asalariado, la historia de este país -y de muchos otros de esa América Latina de la cual ahora nos quieren separar- está fundada desde la Conquista sobre el desprecio y el despojo.
Desprecio, porque desde la invasión europea del siglo XVI el racismo es la matriz originaria sobre la cual se sustenta la dominación en estas tierras.
Despojo, porque desde aquella invasión, pero sobre todo desde la institución de la República, la apropiación del patrimonio común de los mexicanos -tierras, aguas, bosques, mares, atmósfera, subsuelo- por sucesivos propietarios privados cada vez más voraces -ahora el despojo va sobre la biodiversidad, el agua potable, los códigos genéticos- es la constante invariable de la historia mexicana.
Sobre el despojo y el desprecio se sustenta la forma específica de la explotación de los trabajadores asalariados, apenas atenuada por leyes hoy derogadas
o ignoradas y por resistencias visibles o invisibles de esos trabajadores. Esa explotación incluye a los que se ven obligados a emigrar a Estados Unidos para ser explotados allá como los menos protegidos de los asalariados.
Despojo, desprecio y explotación son el triángulo maldito sobre el cual se sustenta la presente dominación del capital en la República Mexicana -y también en otras latitudes de nuestro continente latinoamericano.
Es ese triángulo común a todos nosotros, y el idioma y la cultura y los modos y la historia, lo que nos une y termina siempre por impedir que se cierre el cerco sobre Cuba o sobre Venezuela o sobre Bolivia o sobre Ecuador o sobre cualquier otro país del continente -incluido este México al cual quieren anexar al Norte con el TLC, las “maniobras perimetrales” con el ejército de Estados Unidos o la exigencia de visa a brasileños y ecuatorianos porque Washington ha resuelto correr su “frontera de seguridad” hasta el Suchiate.
Contra ese triángulo, y sobre todo contra el despojo y el desprecio, se alzaron los ejércitos campesinos de la Revolución Mexicana, más antes que todo el ejército indígena de la revolución del sur. Un fruto postergado pero maduro de esas insurrecciones -la del norte y la del sur- fue la reforma agraria de los años 30, cuyos principios y cuya matriz legal estaban inscritos en el artículo 27 de la Constitución. Ese artículo era una respuesta jurídica a los despojos paralelos del suelo y del subsuelo, es decir, del territorio como patrimonio común de mexicanos y mexicanas. La reforma agraria cardenista y la expropiación petrolera fueron la respuesta práctica.
En el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el Congreso de la Unión y la Presidencia de la República destruyeron el artículo 27 y desarticularon los artículos tercero (educación) y 123 (derechos sociales). Esta contrarreforma, conocida por todos, abrió las puertas a una nueva y arrasadora ola de despojo del patrimonio común y de constitución de grandes fortunas cuyos nombres son de todos conocidos. El TLC y las privatizaciones fueron sus otras manifestaciones prácticas. Es por esto una hipocresía y un engaño inventar en Salinas un espantajo para descargar las responsabilidades de todos ellos. La demonización de Salinas de Gortari es una estafa política usufructuada por buena parte de quienes fueron sus cómplices y beneficiarios.
La rebelión cívica de 1988, donde confluyeron los movimientos sociales y ciudadanos surgidos del terremoto de 1985, de las universidades, de las empresas públicas, de los ejidos y de tantos otros sectores de un país entonces en movimiento, fue un enorme intento de contener el aluvión neoliberal ya iniciado con el presidente De la Madrid y sus colaboradores. El aluvión, sin embargo, logró derribar el improvisado dique y, como Katrina sobre Nueva Orleáns, se abatió sobre el territorio mexicano y lo cubrió con privatizaciones, flexibilizaciones, desregulaciones, aperturas externas, impuestos al consumo y otros despojos de todo tipo, más una negra espuma de crímenes políticos que culminaron en los días de la insurrección indígena de enero de 1994.
Ahora, un destacado conjunto de políticos que fueron parte de ese verdadero asalto desde el poder (1988-1994, y su secuela zedillista) contra el patrimonio y los derechos de los mexicanos, se ha apoderado por derecho de conquista del PRD, la organización política que se formó en 1989 para luchar precisamente contra los asaltantes cuyos jefes visibles, pero no únicos, eran Carlos Salinas de Gortari y su “grupo compacto”.
Leonel Cota, Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Federico Arreola, Socorro Díaz, a los cuales hay que agregar la nueva joya de la corona: Arturo Núñez, fueron partícipes desde el poder, en el sexenio de Salinas, de la destrucción del artículo 27 y de la firma del TLC, entre muchas otras decisiones menores pero similares, y ahora son los pilares de la campaña presidencial del PRD y de su candidato Andrés Manuel López Obrador.
Es una torpe falacia decir que también la campaña de 1988 salió de una ruptura del PRI, porque esa ruptura tuvo lugar precisamente contra la política neoliberal que esos destacados colaboradores de Salinas llevaron adelante. Aquella fue una ruptura cuya primera manifestación programática, antineoliberal, se dio a conocer en octubre de 1987 en Morelia, Michoacán. Esto no es ninguna ruptura, sino un éxodo de los desplazados del neoliberalismo de Salinas y Zedillo, pero que no han reconocido ninguna de sus responsabilidades en las medidas funestas de ese neoliberalismo. Ruptura es una cosa, éxodo de descontentos e inconformes es otra. Asimilar ambos es una falacia tan evidente que me resisto a creer que quienes la repiten no se den cuenta de lo que están diciendo.
Esta ocupación tiene lugar desde las cúpulas. Hace ya tiempo que el PRD adoptó el método de dar asilo como candidatos a gobernador a políticos perdedores en las disputas internas del PRI o a figuras empresariales. Entre los candidatos perredistas estuvieron, en Hidalgo, José Guadarrama, el de la larga fama (PRI); en Tlaxcala, Maricarmen Ramírez (PRI); en Oaxaca, Gabino Cué (PRI-Convergencia); en Tabasco, Raúl Ojeda (PRI); en Nayarit, Miguel Angel Navarro (PRI); en el estado de México, Yeidkol Polevnsky (empresariado); en Guerrero, Zeferino Torreblanca (empresario), y en Yucatán, mejor todavía, el actual gobernador Patricio Patrón, del PAN y de la oligarquía yucateca. Esta lista puede ampliarse.
No me interesa analizar aquí las acciones o la honestidad personal de cada uno de esos políticos. No se trata de eso. Se trata de que, cuando ellos promovieron o apoyaron desde el PRI o el PAN las contrarreformas neoliberales del salinismo actuaron, supongo, conforme a su conciencia y sus convicciones. Ahora bien, ellos ocupan hoy las cúpulas del PRD sin que esas convicciones, que se sepa, hayan cambiado o hayan sido declaradas por ellos equivocadas. Del artículo 27, de la firma del TLC, del aumento del IVA, de todo eso, precisamente, se trata.
El equipo dirigente de la precampaña presidencial del PRD, este nuevo “grupo compacto” reunido en torno a Andrés Manuel López Obrador, sumado a los contenidos de sus 50 puntos programáticos, a sus silencios o evasivas sobre Estados Unidos, el TLC, Cuba, América Latina y otros temas cruciales para el presente y el futuro inmediato de México, y al conjunto de sus enunciados discursivos, me lleva a afirmar una vez más que su propuesta es una versión desarrollista y asistencial de estabilización de las reformas neoliberales ya realizadas. Es una propuesta para ser aplicada bajo la forma de políticas públicas, con exclusión de toda otra forma de organización independiente y autónoma desde la sociedad. No otra cosa dice, desde un principio, su antiguo lema: “Para bien de todos, primero los pobres”. No es de extrañar que en el desastre social y la desmovilización en que hoy vivimos este lema encienda muchas esperanzas.
Es preciso subrayar que Andrés Manuel López Obrador no está engañando a nadie. No se trata pues de denostarlo o descalificarlo: se trata de tomarlo muy en serio. Está diciendo con claridad qué se propone hacer y con quiénes piensa hacerlo. No hay engaño, por ejemplo, en su visita en cada ciudad al obispo o al arzobispo del lugar.
Pero de lo que hoy se trata, precisamente, es de organizarse desde la sociedad, como en todos los tiempos de marea ascendente en las movilizaciones, desde los explotados, los despojados, los humillados y los oprimidos, en forma independiente y autónoma de los poderes estatales, sin importar por quién voten o no voten el día de la elección, para imponer a esos poderes y a los dueños del capital y de la tierra las propias demandas, las propias conquistas, los propios derechos, la soberanía y la independencia amenazadas de esta nación.
El PRD, en cuyo llamamiento fundador de 1988 estaban en primer lugar esos objetivos, hace mucho que los mandó al cajón de los recuerdos. No sólo ha sido ocupado y conquistado por quienes fueron sus enemigos. Sumisos, sus dirigentes se han plegado a los conquistadores y a quienes se aliaron con ellos, y hasta los justifican y los adulan. Dirigentes y nomenclatura del PRD, todo el aparato político pagado por el presupuesto federal, se suman en tropel al programa desarrollista de estabilización del orden neoliberal.
El PRD responde hoy, punto por punto, a la descripción de los partidos de la república de Weimar en la Alemania de la primera posguerra hecha por Max Weber en su célebre ensayo La política como vocación, en el lejano año de 1919:
“Se enfrentan entre sí partidos totalmente desprovistos de convicciones, puras organizaciones de cazadores de cargos, cuyos mutables programas son redactados para cada elección sin tener en cuenta otra cosa que la posibilidad de conquistar votos.”
El PRD, ocupado, conquistado y humillado por sus nuevos jefes importados, ha cerrado su ciclo. Quien de entre sus dirigentes históricos, altos, medianos o bajos, acepte conciliar o negociar con este estado de cosas, terminará inevitablemente subordinado a los conquistadores, a su jefe máximo y a sus objetivos y programa político.
Que politólogos, escritores, analistas, periodistas, intelectuales, artistas, gente culta, leída y respetable por sus obras, gente que desde hace mucho rodeó y apoyó (incluso con legítimos argumentos críticos) al área política del PRD, que esas personas, digo, que no buscan cargos ni prebendas, no se den cuenta o no quieran ver este estado de las cosas, podría ser un motivo de asombro, si no lo fuera de desencanto.
Ni modo. Lo último que se pierde, dicen, es la esperanza, cualquier esperanza, incluso una modesta esperanza de dos centavos como las que en estos tiempos se acostumbran.
¿Y entonces qué con los otros, con esa vastísima área popular que rodeó desde un principio al PRD, al que ayer se decía cardenista y a éste de hoy que se declara desarrollista? Esa área se ha volcado en gran parte hacia Andrés Manuel López Obrador, acude a sus actos, espera de él, le da su confianza. Esa amplia área popular que hizo al PRD de abajo (porque sí hay un PRD de abajo, que no aspira a puestos ni a huesos sino, como alguna vez dijeron en sus cartas, nomás a “vivir con decoro, justicia y dignidad”), no puede ser descalificada o denostada por lo que hacen los funcionarios del PRD o los conquistadores desembarcados de las naves quemadas del salinismo.
Esa área popular, trabajadora, indígena, explotada, despojada, discriminada, tiene una inmensa experiencia de vida y de resistencia, sin cuya experiencia, vivida y heredada por sucesivas generaciones, ningún movimiento de reivindicación y lucha puede organizarse en esta sociedad mexicana.
Quien se proponga organizar y salga a los caminos, a los pueblos, a las colonias y los barrios y los lugares de trabajo, tendrá que contar con ellos y con ese su tesoro más preciado, la experiencia, ese patrimonio inmaterial del cual nadie los puede despojar. Ellos saben lo que saben, y sin lo que ellos han vivido y sabido, también en su paso por el área PRD, seguirá en buena parte faltando lo que falta.
Este es uno de los grandes desafíos que tiene por delante, no la campaña electoral, que pasará con sus espots y con sus trampas, sino la otra campaña, la que se propone organizar en los hechos y en la vida contra el triángulo infernal del despojo, el desprecio y la explotación, si es que esa campaña diferente y duradera está destinada a prender en el pueblo, y no sólo en la izquierda, y a durar en sus vidas y en sus empeños.