Latinoamérica: auroras y crepúsculos

10.Oct.05    Análisis y Noticias

Nuestro subcontinente ofrece variados ejemplos de gobiernos y partidos que surgieron levantando las banderas de la causa popular y que, al calor del Estado, terminaron por sucumbir al “realismo político” que los hizo cambiar de trinchera y los transformó en gestores del gran capital. Una muestra destacada de esos “crepúsculos”, por su indudable gravitación, lo constituye el gobierno de Lula. Mas, también emergen experiencias alentadoras como lo son el movimiento Bolivariano de Venezuela y el zapatismo mexicano, los que anuncian promisorias auroras bajo el cielo de Latinoamérica.

Jorge Luis Cerletti
jlcerletti@gmail.com
La Fogata

El gobierno de Lula en Brasil, en menos de tres años de gestión, frustró las expectativas que había despertado y sumergió en una profunda crisis al partido que prometía constituirse en una auténtica alternativa popular.
El Partido Trabalhista fundado por Lula, se formó a lo largo de veinticinco años y no obstante regirse por patrones tradicionales, se rodeó de un aura nueva y tonificó las perspectivas de la izquierda de nuestro continente. Surgió del movimiento obrero paulista bajo la conducción de un operario metalúrgico que provenía de una familia muy pobre. Ese operario, Lula, llegó a la presidencia de la nación en enero de 2003 luego de ganar la elección con más del 60 % de los votos y después de dos intentos anteriores fallidos.

Pero ya desde el inicio de su gestión se perfiló la política neoliberal que llevaría adelante y aún su propuesta de “hambre cero”, un paliativo para las acuciantes necesidades de la mayoritaria población pobre del país, terminó sin disminuir el hambre pero conservando el cero como calificación de sus logros. Asimismo, la serie de acuerdos y enjuagues con el centro y la derecha y su obsecuencia para con los sectores del poder financiero y el FMI socavaron su bien ganada popularidad y lo mostraron como un hombre que resultó funcional al sistema. Sin embargo, muchos sectores del establishment no le perdonan su origen obrero ni lo anteriormente actuado en su vida política y atacan al gobierno y al partido denunciando múltiples casos de corrupción de la que precisamente ellos son actores históricos.

Quizás lo peor sea el deterioro del P.T. vulnerable al fuego de la derecha quien sacó a relucir la corruptela de un partido que prometía ser un aire vivificante y que apareció como uno más entre los artífices del tufo que brota de la “clase” política tradicional. El duro juicio de Frei Beto que en diciembre último renunció a su cargo en la lucha contra el hambre, sintetiza la situación: “…aseguró ayer que el daño que ese partido le ocasionó a la izquierda `es mayor que el que podría haberle hecho la derecha´…” (Clarín del 27/8/05, citado del artículo de Oscar Raúl Cardoso).

Recientemente y como corolario del desmadre vivido, un importante sector de dirigentes, legisladores, funcionarios y militantes rompió con el partido en oposición a la política oficial la que renunciara a principios básicos que informaron su existencia. De ese modo, gobierno y partido debilitado y unificado por derecha, armonizan un mandato que responde a los intereses que habían prometido combatir. Este lamentable fenómeno no hace más que confirmar la poderosa fuerza centrífuga que ejerce el Estado sobre quienes se avienen a su carácter reproductor que, en buen romance, significa ajustarse a las exigencias del poder hegemónico del capitalismo reinante en nuestros días.

Lo paradojal de esa situación surge del diferente papel que ha cumplido el gobierno de Lula en el campo internacional. Allí se ha movido tomando distancia de los designios de los EE.UU., con una participación destacada en el complejo realineamiento regional en busca de crear un lugar de mayor independencia. Incluso apoyó en momentos difíciles al gobierno de Chávez cuando la oligarquía venezolana golpeaba con fuerza y pretendía despojarlo del control de la principal riqueza de su país, el petróleo. Semejante contradicción entre la política interna y la externa nos sugiere que ésta última se liga a los intereses de la fuerte burguesía industrial brasileña proclive a ampliar sus mercados y de preservar el suyo. Lógicamente, manteniendo su proverbial naturaleza explotadora.

Este otro caso de la transmutación de las intenciones, vuelve a mostrar que la gestión de Estado asociada al eufemismo de la “gobernabilidad” constituye la antesala común de los virajes que ilustran el ciclo que indicamos más arriba. Es la adecuación al discurso del poder dominante que controla la red de relaciones inherentes al Estado y en cuya maraña se terminan por enredar hasta las mejores figuras. Y la cuestión de fondo no emana de las debilidades humanas ni del “realismo que exige la función de gobernar”. Lo que está en crisis y por eso traemos este ejemplo a colación, es la política que remite al Estado y hace espejo con aquél, tanto en la metodología de construcción como en la concepción que lo asume como el principal instrumento de cambio.—

Contrapuestos al generalizado fenómeno de prometer lo que no se va a cumplir y al posterior cambio de “camiseta”, aparecen experiencias originales de gran importancia porque demuestran que las alternativas se cierran cuando no existe una real disposición a crearlas e impulsarlas. Nos referimos al movimiento Bolivariano de Venezuela que ha abierto expectativas con su política de Estado y al zapatismo en Chiapas que está produciendo una innovadora experiencia al margen del Estado.

A pesar del opresivo e incierto panorama mundial reinante, surgió en Venezuela el movimiento Bolivariano y la figura de Hugo Chávez que generaron expectativas propicias para la causa popular. Se puede decir que su nacimiento se produjo el 4 de febrero de 1992 con el frustrado golpe militar nacionalista encabezado por Chávez. Después de dos años de prisión y transcurridos trece años de aquel suceso, el dinamismo de lo producido ha alcanzado una insospechada magnitud. Enumeremos los hechos principales: derrotó y prácticamente borró de la escena a los partidos tradicionales que se relevaban en la gestión de gobiernos pro oligárquicos; revirtió la utilidad que presta la democracia representativa al poder dominante ganando nueve elecciones en el término de siete años; conjuró dos golpes dados por la oligarquía venezolana con la complicidad de los EEUU.; modificó la constitución del país con una clara orientación popular; recuperó y robusteció los resortes de la economía estatal; recientemente asumió el socialismo como objetivo dentro del océano capitalista mundial e impulsó la democracia participativa. Afín a ella, sentó un precedente inédito a nivel de Estado introduciendo en la constitución la posibilidad de que un referéndum popular destituya a un gobierno a mitad de su mandato y volvió a derrotar en otra elección a la oligarquía que, dueña de los medios masivos de comunicación, pretendió utilizar aquel recurso en su tercer intento por derrocarlo. Asimismo, es el principal gestor que impulsa la formación de un bloque latinoamericano para contrarrestar la enorme gravitación de USA. en nuestra región.

Este proceso combina formas tradicionales de la política con otras potencialmente innovadoras. Por un lado, se vale del dispositivo del Estado y los clásicos liderazgos para desarrollar una apertura de claro sesgo popular. Por el otro, al proclamar el “Socialismo del siglo XXI” en esta etapa regresiva, se diferencia nítidamente de quienes promueven la reedición de “capitalismos progresistas” amparados en un pragmatismo afín al orden imperante. Pero, sobre todo, el planteo de la democracia participativa abre perspectivas auspiciosas. Muestra un rumbo divergente con relación al clásico esquema de la dictadura del proletariado revalorizando el rol de una democracia de contenido real en donde el protagonismo de la sociedad aparece como una propuesta original y un objetivo político. Dependerá de lo que se llegue a concretar para que se creen puentes entre lo viejo y lo nuevo. Y si se avanza por ese camino, se favorecerá el desarrollo de alternativas que por fuera del Estado vayan desligándose de su gravitación para ir construyendo trayectos emancipatorios que incorporen una nueva forma de pensar y de hacer política. Podríamos decir que esta experiencia ejemplifica la tensión existente entre los tiempos políticos. El control del Estado, desde esta alternativa, configura una herramienta política decisiva en el presente para luchar contra la reacción interna y el imperialismo. Pero para que no reedite la inveterada historia que desempeña el Estado como dispositivo de dominación, se tendrán que crear los necesarios anticuerpos como para que la sociedad termine constituyéndose en la auténtica protagonista del cambio social. Y en ese sentido pensamos que la democracia participativa deberá transformarse en el principal motor de la transformación.

Obviamente, se trata de una posibilidad abierta y supeditada a la creatividad de la sociedad venezolana. Y demás está decir que los obstáculos internos y externos que acechan a este movimiento son muy poderosos, pero independientemente de los resultados de este proceso, la experiencia es válida en sí misma.

Otra expresión aunque de distinto signo es el zapatismo. Tomó estado público al calor de la lucha armada en lo que parecía una reedición de las viejas fórmulas guerrilleras. Se lanzó el 1º de enero de 1994 con la transitoria toma de San Cristóbal de las Casas simultánea a la entrada en vigencia del NAFTA, tratado parido por la colusión PRI – USA, y asestó una verdadera bofetada a la venal conducción política mexicana. A partir de allí se fue perfilando un modo distinto de hacer y de pensar la política. Producto de una verdadera simbiosis entre las culturas de las distintas etnias indígenas de Chiapas y cuadros político militares de formación tradicional, fueron generando el fenómeno más original que se produjo en los últimos tiempos. A lo largo de once años y asediados por el ejército y la corporación política, desarrollaron una praxis innovadora cuyas ideas repercutieron en los más diversos ámbitos de la geografía mundial. Es el primer caso en el que una guerrilla se niega a sí misma en su rol de vanguardia y repudia las armas que sólo empuña para defender a sus comunidades y que deberá ser sustituida por la sociedad civil, destinataria y protagonista del cambio por el que se juegan.

La esencia de su propuesta radica en una construcción política al margen del Estado y que denuncia el cerrojo de una democracia falaz al servicio del poder dominante con su engañosa escenificación electoral que desvirtúa los intereses populares que dice representar. Lejos de bajar línea proponen “un mundo donde quepan todos los mundos” y plantean la consigna de “mandar obedeciendo”, que podría considerarse una forma de transición hacia una cultura política igualitarista donde circule el poder. Asimismo, promueven el respeto más amplio a la diversidad social y el enfrentamiento a las injusticias apadrinadas por el orden capitalista local y mundial. La creatividad y consecuencia de su accionar se refleja en sus múltiples experiencias y se traduce, a su vez, en un lenguaje sencillo, jovial y de claros tintes poéticos totalmente ajeno a la verborrea de los discursos políticos habituales.

No incursionaremos en su historia por demás conocida y ahora sólo vamos a comentar brevemente su última iniciativa en función de las implicancias e interrogantes que ha abierto. Nos referimos a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona atentos a su repercusión política y sin detenernos a juzgar matices ideológicos que podrían desprenderse de ella.

Previamente, situémonos un poco. El zapatismo en sus comunicados siempre ha hecho referencia a la sociedad mexicana y ha promovido intentos concretos para ligarse a ella, desde impulsar plebiscitos hasta su marcha al Zócalo de marzo de 2001. A su vez, ha gestado en su área local formas organizativas que impulsan el protagonismo y participación de tod@s, desde la creación de Aguas Calientes hasta Los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno. Estas realizaciones se han visto circunscriptas a la Selva Lacandona, límite que sólo ha podido rebasar en contadas oportunidades aunque en virtud de la palabra y el empleo de Internet se han proyectado al escenario mundial. Pero en su país, se vieron constreñidos dentro de un cerco que en buena medida los desconectaba en términos físico-políticos del resto de la sociedad mexicana. Al menos, restaba perspectivas a su apuesta al restringir las posibilidades de intercambio con otros sectores del ámbito nacional.

Para enfrentar esa situación que se viene prolongando a lo largo de los años, han lanzado una propuesta a la sociedad civil mexicana para debatir la problemática nacional y buscar acuerdos con otros sectores que amplíen las bases de sustentación de una política al margen del Estado que vaya creciendo, arrancándole conquistas y, en cierto modo, que invierta el cerco. Para lo cual han sido consecuentes con su metodología de construcción convocando a las diferentes etnias indígenas que integran para producir tan audaz proyecto que tomó estado público a través de la sexta declaración. Con ese instrumento nacido del acuerdo interno, realizan reuniones pautadas con un amplio espectro que no está comprometido con las prácticas electorales ni con las prebendas de que se sirve la corporación política.

Muchos actores internos y externos han celebrado esta iniciativa lanzada en pleno período electoral, viéndola como un paso hacia la integración de la tradicional política partidaria. Sin embargo, han mantenido firmemente su política al margen del Estado sin condicionar a nadie pero manteniendo los principios en que se inspiran y que tantas adhesiones han concitado.

Lo que surgirá de esta apuesta y cómo se irá desarrollando, se verá con el tiempo. Nosotros pensamos que esta iniciativa encara aspectos relevantes referidos a una política independiente del Estado. El hecho de salir de su esfera de influencia y abrirse a la sociedad donde el Estado tiene una gravitación decisiva, es una jugada que implica un fuerte desafío. Pero no visualizamos otra manera de desarrollar una política al margen del Estado, que ni lo ignore ni lo reproduzca, como no sea inmersos en la sociedad y asumiendo el riesgo de una larga lucha para gestar otra cultura política en oposición a la cultura estatal y al orden capitalista. No creemos en la perdurabilidad de fenómenos aislados conectados por “control remoto” con el resto de la sociedad y menos en un mundo en el que predominan las poblaciones urbanas. Estamos frente a lo increado y, en ese sentido, la puesta en práctica de un camino alternativo proveniente de un movimiento como el zapatista que ya ha dejado una impronta indeleble, inaugura expectativas dignas de consideración.

Estas experiencias originales y creativas demuestran en la práctica y sin garantías finalistas, que “otro mundo es posible”. Que oponerse al “pensamiento único” y a la globalización del poder capitalista, desde donde sea y como cada uno pueda, es una tarea de construcción colectiva capaz de plasmarse en concreciones positivas que nada tienen que ver con quimeras o utopías, en el mal sentido de la palabra. Que liberarse del imaginario hegemónico es un batalla cotidiana para no quedar prisioneros de su discurso que es la primer forma de sometimiento. En este aspecto es vital la producción y el libre debate de ideas, luchando contra prejuicios y preconceptos que al maniatarnos nos hacen fácil presa de los dueños del poder.—