Prolegómenos a una reflexión sobre la violencia. Eduardo Colombo

09.Nov.05    Análisis y Noticias

“Hablaré de la buena violencia que lleva la respuesta insurrecta del dominado al dominante” Es el cuarto acto de « Los justos » de Camus y Kaliayev se encuentra en la celda de la Torre Pougatchev en la cárcel de Boutiri despues de haber matado al gran duque Serge. Un preso, Foka, ahorca a los presos para reducir su pena de asesino. El cree que un verdugo no comete crímenes “puesto que es ordenado”. Kaliayev se dirigía a el: Kaliayev: Entonces ¿eres un verdugo? Foka: Bueno, barin, ¿y tu? Camus: Los justos (p.364- La pléyade)

Para el verdugo sus actos y el de Kaliayev se equivalen, pero en el mundo humano de la carne sufriendo y humillada la revuelta y la opresión no son intercambiables, un eje les une pero un valor radical les opone. La violencia de la revuelta y la violencia de la opresión no hablan el mismo idioma, y toda traducción de una dentro de otra es imposible. Aquel quien quiere traducirlos habla el idioma de Foka. Así, queremos de una vez, poner una afirmación y establecer una distinción. La violencia del oprimido, del rebelde, es necesaria y legitima. La violencia que libera no es del mismo orden que la violencia que oprime.
A partir de allí muchos problemas se plantean. La primera dificultad que se presenta cuando se quiere discutir o reflexionar sobre la violencia es el amplio de su campo semántico. La violencia no es una categoría conceptual unificada. El contenido mas general de la palabra hace referencia a una fuerza excesiva, incontrolada, brutal, abusiva. La violencia de la lluvia, del viento, del incendio. Si se quiere forzar alguien con la fuerza le hacemos violencia. Pero se puede también obligar por otros medios, la amenaza, los buenos sentimientos, el engaño. Se viola un cuerpo o una conciencia. Pero también se hace violencia para dominar su rabia. Tenemos una violenta y voraz pasión para una mujer o para la libertad. Violentos son el despotismo y la tiranía. El poder oprime. La opresión puede ser suave o violenta, pero siempre me hace violencia.
Cuando se quiere unificar la violencia nos encontramos delante de la paradoja siguiente: Si el tirano me hace violencia para someterme a su voluntad me rebelo. Y por esta acción le hago violencia impidiéndole de cumplir sus deseos. Por supuesto esas dos violencias no son simétricas.
El tirano y el rebelde, o el capitalista y el proletario, pueden entenderse como figuras o tipos de la lucha social, pero en el transcurso constante de la vida, en la práctica repetida del cotidiano es en la institucionalización jerárquica y estática que se encuentran las formas abiertas o escondidas de la violencia colectiva, política, social, institucional. Porque los comportamientos individuales toman sentido en ese contexto social, es decir que se vuelven conformistas o refractarios o revolucionarios dentro de un universo simbólico-imaginario gracias al cual la sociedad toma forma y se reproduce.
Sobre el zócalo de la explotación económica la dominación política manda y reprime. El Estado es el representante y el fiador simbólico del orden establecido. Podemos decir en una formula que la violencia es una función de la estructura de la dominación. Se hace violenta cuando obliga y sanciona. Ella justifica por anticipación la violencia del rebelde.
La violencia primaria
Aquí yace, enterrado por la fuerza de las representaciones imaginarias centrales de nuestro mundo jerárquico y antropocéntrico, un grave y complejo problema, denunciado mil veces pero difícil a explicitar. Delante de las manifestaciones abiertas de la violencia del poder la reacción se impone por ella misma, pero las tentativas hipócritas de condicionamiento, de nivelación, de enderezamiento que se ejercen de manera sutil y amable solicitando y consiguiendo la complicidad de la víctima son más difíciles de reconocer. Además, la alquimia de la adaptación se efectúa con en el proceso de socialización infantil, cuando las formas de dominación políticas existentes se transforman en categorías psicológicas de la realidad establecida.
Las estructuras de dominación “son el producto de un trabajo incesante (entonces histórico) de reproducción al cual contribuyen agentes singulares”(1), es decir los hombres y las mujeres en su vida personal y social, vida encuadrada por la Familia, la Iglesia, la Escuela, el Estado. Así los dominados- como los dominantes por otra parte- aplican ellos mismos las categorías interpretativas o comprensivas del mundo que han estado construidas del punto de vista de los dominantes, pero que viniendo ahora también de los dominados, parecen como naturales. Se reconocen aquí esos procesos -que Bourdieu llama paradojas de la doxa- que son responsables de la transformación del arbitrario cultural en un hecho de naturaleza.
Y que produce, cuando fijamos un poquito la atención sobre el problema, esta clase de asombro frente a “el hecho que el orden del mundo tal como esta (…) sea mas o menos respetado, que no haya mas transgresiones o subversiones , delitos y ‘locuras’(…); o, mas sorprendente todavía, que el orden establecido, con sus relaciones de dominación, sus derechos y sus pasa-derechos, sus privilegios y sus injusticias, se perpetúan en definitiva tan fácilmente, poniendo aparte algunos accidentes históricos, y que las condiciones de existencias mas intolerantes puedan tan frecuentemente aparecer como aceptables y hasta naturales.”(2) Asombro que doscientos cincuenta y seis años antes el texto de Bourdieu que vengo de citar, había ya comprendido Hume: “Nada parece mas sorprendente, a quien considera las cosas humanas con ojo filosófico, que la facilidad con la cual la minoridad gobierna al gran nombre, y la ciega sumisión con la cual los hombres sacrifican sus propios sentimientos y pasiones a los de sus gobernantes.”(3)
Acostumbrados a una sociedad estructurada sobre la dominación-que encontrándola ya allí a su nacimiento toman por un hecho natural-, las mujeres y los hombres desconocen esta violencia primera, simbólica, rastrera, fría, estructurante de su propio ser psíquico. Ya estamos metidos en las vías de la razón que van en contra del “testimonio de los sentidos” querido por la mayor parte de nuestros semejantes. La violencia que se muestra, caliente, sensible, que vemos todo los días, es otra violencia: los asesinos en serie (serial killers), las violaciones, el maltratamiento, el robo, la “violencia urbana” de los “barrios sensibles”, la violencia ciega y sin objeto de los jóvenes marginados sin proyectos ni porvenir, la pequeña delincuencia de la exclusión, pero también las bombas, la ocupación de fabricas, los secuestros de patrón, vitrinas rotas, disturbios, atentados a la propiedad, squats(ocupas), etc.
Todas las formas de la violencia -manifestaciones concientes de una rebelión o inconscientes supresiones de una situación social- son amalgamadas y criminalizadas en bloque para ponerlas al servicio del discurso de la inseguridad. Este discurso, divulgado por todo los medios de comunicación de masas, da la visión autorizada del mundo social en la época de la mundialización del mercado capitalista y construye al mismo tiempo su objeto: la “violencia de l@s jóvenes”, la “violencia urbana”, propia de l@s excluid@s, de l@s emigrantes, de las clases populares, de los barrios de relegación.
La clase dominante en la sociedad neoliberal -al igual que la burguesía en el comienzo de la industrialización- hace llamamientos a un tratamiento penal de la miseria y señalan como responsable la clase peligrosa, ocultando su propio papel en la génesis social y económica de la marginación. Tomando apoyo sobre el postulado del crecimiento del fenómeno dicho de “la violencia urbana” -concepto ideológico manipulable a placer- los diferentes gobiernos en los países del capitalismo avanzado adoptan, con las matizaciones necesarias, las “teorías” formuladas por la derecha americana de los años 1980 en adelante, construidas desde la nueva situación creada por el capitalismo conquistador, el desenfreno del sector privado y la merma del sector público. Estas supuestas teorías están sustentadas sobre el tríptico siguiente (volviéndose entre tanto neoliberal, pero también mas y mas “social-demócrata”): el mercado “libre”, la responsabilidad individual (frente a los tribunales/a los jueces) y los valores de la familia (patriarcal suave). Con la diferencia, verdaderamente creciente, entre ricos y pobres, y el miedo de los ricos ante el mas pequeño desorden que pueda surgir dentro “del populacho de nuestras grandes ciudades” confrontadas a la “fractura social”, las teorías neoliberales conducen, como lo estamos viendo todo los días, a la doctrina de “la tolerancia cero”, ejemplo de la política policial y judicial con la cual el estado administra la nueva pobreza.(4)
Todas las manifestaciones abiertas de la violencia son manipuladas de tal manera que su presentación cotidiana escrita y en imágenes deja en la sombra su verdadero sentido y su conexión con el poder. El discurso social trabaja al nivel de la representación para invertir en superficie la relación profunda. El discurso presenta las cosas como si la violencia empezaba con el acto del sujeto quien se rebela; son violent@s l@s quienes no aceptan, l@s quienes dicen no al orden social. Luego llega la violencia del Estado, repuesta a la primera, violencia secundaria: es la represión necesaria para salvar la vida y los bienes de la ciudadanía honesta, con su derecho sagrado a la propiedad, a la vida y al trabajo. Es decir violencia benéfica para socorrer la ley y el orden, el orden social.

Llegamos entonces a otra definición de la violencia social más pragmática: la violencia aparece como expresión de todo tipo de comportamiento individual o grupal que pone en peligro el orden establecido y que hace intervenir las fuerzas represivas del Estado. Un tal comportamiento puede ser tranquilo y pacifista o brutal y extremo, violentara las reglas impuestas o la sumisión requerida. De todas maneras, estamos siempre confrontados a dos formas de violencia, una que amenaza al orden, otra que la restablece. Pero la opinión normalizada ve solamente la primera como primitiva, originaria, negativa e ilegitima. El discurso de la inseguridad solo reconoce y señala un tipo particular de acción violenta: la violencia de l@s oprimid@s, la única “ilegitima”. Frente a ella, la violencia “legitima” del Estado. Aún cuando el orden social sea injusto, aún si genera el horrible desorden de la miseria de l@s un@s y de la opulencia y poder de l@s otr@s, la violencia del Estado, guardián de este orden, es considerada legitima y protegida por su Derecho y su Justicia. El Estado legitima su propia violencia cuando ella destruye la vida y la seguridad de millones de seres en las guerras, las matanzas y el traslado de poblaciones enteras.
En el interior de sus fronteras la Razón de Estado, límite bien conocido de la democracia (5), justifica la practica de la exterminación física, consciente y metódica, de la oposición política, como lo han hecho a gran escala el nazismo y el fascismo, como lo han hecho Stalin y Franco, como en Chile, en Argentina, en Irán. O a pequeña escala, como el caso Ben Barka es el ejemplo. (Si consideramos un periodo suficiente largo, cual país estaría ausente de esta lista?)
Pero los Estados no solo tienen el monopolio de la violencia legitima, tienen también el de la fuerza organizada: ejército, policía, servicios secretos. Quien será suficientemente ciego o cándido en estos días para ignorar que la tortura es una institución de gobierno semiclandestina? Aún si el Estado no la legitima abiertamente, la tortura “es esencialmente el hecho de los Estados”.(6) “Además la tortura no es una simple exacción localizada, es internacional; expertos son enviados de un país al otro; escuelas de tortura justifican y enseñan los métodos a emplear; equipos modernos, conocidos y utilizados para torturar son el objeto de un negocio internacional.”(7)
La ética de la violencia
Podemos entonces pensar que la violencia no cesará de existir solo si nosotr@s -los hombres y las mujeres de hoy y de mañana- somos capaces de construir una sociedad no represiva. En el mundo utópico de la anarquía, la violencia social será el recuerdo del desorden, la marca del mundo viejo.
Pero la anarquía no es solamente la utopía, es fundamentalmente la negación de las relaciones de poder existentes y su transformación en un sentido libertario. Debemos luchar en esta sociedad, aquí y ahora, “para nosotr@s no hay ni cielo mas propicio ni tierra mas fértil”. La violencia nos es impuesta como represión social ante todo, después como represión policial, finalmente como imperativo ineluctable de la lucha. Porque la opresión del Estado y la explotación capitalista son las formas típicas de la violencia organizada.

(1) Bourdieu, Pierre: La dominación masculina. Seuil, París, 1998, p.40
(2) Ibid., p.7
(3) Hume, David: “De los primeros principios del gobierno.” [1742]. En Cuadernos para la análisis. N°6, p.75. Publicado por el Circulo de Epistemología de la Escuela Normal Superior.
(4) Ver Las cárceles de la miseria de Loïc Wacquant; ed Raisons d’Agir, París, 1999.
(5) Vulgarmente reconocido por el Ministerio del Interior francés Charles Pasqua (1993): “El Estado de derecho se detiene allí donde empieza la razón de Estado.”
(6) Amnistía Internacional. Informe sobre la tortura. Gallimard.1974, p.22.
(7) Ibid; p.21