La esperanza colombiana. El movimiento indígena entre dos fuegos. Por Naomi Klein

14.Nov.05    Análisis y Noticias

Naomi Klein
La Jornada
412 ° DOMINGO 13 DE NOVIEMBRE DE 2005

Al llegar a su casa por la noche hace un mes, a Manuel Rozental le dijeron unos amigos que dos hombres desconocidos habían preguntado por él. En esta comunidad indígena en el suroeste de Colombia, rodeada por soldados, paramilitares de derecha y guerrillas de izquierda, no es buena señal que dos hombres desconocidos pregunten por uno.

La Asociación de Cabildos Indígenas del Norte de Cauca, la cual encabeza un movimiento político autónomo de todas estas fuerzas armadas, convocó a una junta de emergencia. Decidieron que Rozental, su coordinador de comunicaciones, quien había sido clave en las campañas de reforma agraria y en contra del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, debía salir del país lo antes posible.

Estaban seguros de que esos hombres venían a matarlo. Pero, ¿quién los había mandado? ¿El gobierno respaldado por Estados Unidos, con la fama de utilizar paramilitares de derecha para hacer su trabajo sucio? ¿Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el ejército guerrillero marxista más viejo de Latinoamérica? Extrañamente, era posible que ambos. A pesar de estar en lados opuestos de una guerra civil que lleva ya 41 años, el gobierno del presidente Alvaro Uribe y las FARC concuerdan en que la vida sería infinitamente más sencilla sin el movimiento indígena de Cauca, que cada vez tiene mayor poder.

Líderes indígenas destacados en el norte de Cauca han sido secuestrados o asesinados por las FARC, que busca ser la voz exclusiva de los pobres de Colombia. Las autoridades indígenas fueron informadas de que las FARC querían asesinar a Rozental. Durante meses habían rumores de que él era lo peor, según el movimiento guerrillero: un agente de la CIA. Pero eso no quiere decir necesariamente que los desconocidos eran matones de las FARC, porque también corrían otros rumores, difundidos en los medios por el gobierno, que decían que Rozental era lo peor, según un político de derecha patrocinado por Bush: un terrorista internacional.

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El 27 de octubre pasado, el Consejo Indígena, que representa aproximadamente a 110 mil indios nasa en la región, publicó un comunicado que enfáticamente aclaraba: “Manuel no es un terrorista. No es paramilitar. No es agente de la CIA. Es parte de nuestra comunidad, la cual no debe de ser silenciada por balas”. Los líderes de los nasa dicen que saben por qué Rozental, quien ahora vive en el exilio en Canadá, ha sido amenazado. Es por lo mismo que en abril pasado dos pueblos indígenas pacíficos en el norte de Cauca se convirtieron en zonas de guerra después de que las FARC atacaron puestos de policía en los centros de algunos pueblos, dándole al gobierno la excusa perfecta para ocupar la zona.

Todo esto sucede porque el movimiento indígena está adquiriendo poder. El año pasado, los nasa del norte de Cauca encabezaron la manifestación antigubernamental más grande de la historia reciente de Colombia y han organizado referendos en contra del libre comercio, con una participación de 70%, más que cualquier elección oficial (con una decisión de ‘no’ casi unánime). En septiembre, miles de personas se apoderaron de dos grandes haciendas, forzando al gobierno a cumplir con un acuerdo de tierras. Estos eventos se llevaron a cabo bajo la protección de la Guardia Indígena, que patrulla el territorio armada con palos.

En un país gobernado con M-16, AK-47, bombas caseras y helicópteros Black Hawk nunca se había visto este nivel de militancia sin violencia. Ese es el milagro de los nasa: han revivido la esperanza que había quedado destruida por los paramilitares, quienes sistemáticamente asesinaban a políticos de izquierda, incluyendo docenas de oficiales electos y un par de candidatos presidenciales de Unión Patriótica. Al final de la campaña sangrienta de principios de los años noventa, las FARC concluyeron que involucrarse en la política abierta era una misión suicida.

La clave del éxito de los nasa, dice Rozental, es que no pretenden apoderarse de instituciones del Estado que “han perdido toda legitimidad”. Más bien “desarrollan nueva legitimidad basada en un mandato indígena y popular que ha surgido a partir de congresos, asambleas y elecciones participativas. Nuestro proceso y nuestras instituciones alternativas hacen que la democracia oficial se avergüence. Por eso el gobierno está tan enojado”.

Los nasa han roto la ilusión que tenían ambos lados, de que el conflicto en Colombia pueda ser reducido a una guerra binaria. Sus referendos de libre comercio han sido copiados por sindicatos no indígenas, estudiantes, campesinos y políticos locales en todo el país. Sus adquisiciones de tierras han inspirado a otros grupos indígenas y de campesinos a hacer lo mismo. Hace un año, 60 mil personas marcharon pidiendo paz y autonomía. El mes pasado se volvieron a escuchar esas demandas en marchas simultáneas en 32 provincias de Colombia. Héctor Mondragón, economista y activista colombiano, explica que cada acción “tiene un efecto multiplicador”.

En toda Latinoamérica se está sintiendo un efecto multiplicador igual de explosivo. Los movimientos indígenas están cambiando los mapas políticos del continente. Demandan no sólo “derechos”, sino un nuevo estado altamente democrático. En Bolivia y en Ecuador, los grupos indígenas han mostrado que tienen el poder de destituir gobiernos. En Argentina, cuando protestas masivas sacaron a cinco presidentes en 2001 y en 2002, se escucharon consignas de los zapatistas de México en las calles de Buenos Aires. Mientras escribía esto, George W. Bush estaba en camino a Argentina, dónde descubriría que el espíritu de la revuelta sigue vivo y coleando.

Así como sucede en el norte de Cauca, los gobiernos tratan de categorizar a estos movimientos indígenas como terroristas. Y no es sorprendente que Washington ofrezca ayuda militar e ideológica: la actividad de las tropas estadunidenses cerca de la frontera boliviana con Paraguay ha crecido bastante. También, un estudio de la National Intelligence Council advirtió que los movimientos indígenas son por lo pronto pacíficos, pero podrían “considerar medios más drásticos” en el futuro.

Los movimientos indígenas, en efecto, son una amenaza para las políticas de libre comercio que Bush vende, con cada vez menos compradores, en Latinoamérica. Su poder no viene del terror, sino de un nuevo tipo de esperanza resistente al mismo terror. Una esperanza tan sólida que puede echar raíces en medio de una guerra civil colombiana que no parece tener solución. Y si puede florecer ahí, puede arraigarse en cualquier lado.