La reconstitución de la multitud
Raquel Gutiérrez y Alvaro García Linera
Febrero del 2000
Viernes 4 de febrero, Cochabamba amanece en estado de apronte. Miles y miles de personas comienzan, desde muy temprano, a dirigirse a la cita a la que ha convocado la Coordinadora por la Defensa del Agua y de la Vida: es el día de la “Toma de Cochabamba”, acción de ocupación pacífica de la ciudad donde miles de voces se unirán diciendo No a la Ley de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario, No al contrato de concesión de la gestión del agua a la empresa Aguas del Tunari, No a la elevación desmedida de los precios del agua.
Las autoridades gubernamentales también están en movimiento. Su intención: contener la acción de unificación de una población cansada de aceptar decisiones equivocadas impuestas de manera inconsulta. Los días previos han sido agitados: desplazamiento del Sr. Landívar y del Sr. Guiteras a la ciudad del Valle para intentar contener la protesta por la vía de la desinformación y la amenaza, ruptura de un acuerdo partidario entre quienes ocupan el municipio y el gobierno central, refuerzo de los pertrechos y efectivos policiales trasladando personal de otros departamentos, movimiento de contingentes militares. En fin, el 4 de febrero se va poco a poco convirtiendo en un día decisivo en la disputa por la manera de disponer sobre un recurso básico: el agua.
Los primeros retenes policiales de contención más allá de los puentes que limitan el centro de la ciudad, son rebasados alrededor de las 10 de la mañana. Multitudes en marcha con el objetivo de llegar a la Plaza principal no retroceden ante los contingentes polciales que sin mesura alguna disparan gases y balines, atropellan y golpean sintonizándose con las bravuconadas que el Sr. Guiteras profiere en los medios de comunicación.
La presión centrípeta de la multitud en movimiento, a partir de la convicción de la legitimidad de la demanda enarbolada, obliga a que los efectivos policiales retrocedan y el cerco gubernamental a la plaza 14 de Septiembre se estreche hasta poder defender solamente dos cuadras a la redonda del centro simbólico del poder. Todo el resto de la ciudad comienza poco a poco a ser ocupado por la población que sale de sus casas o que llega del campo. De manera espontánea una vigorosa solidaridad brota desde las cenizas del temor vencido, de la indiferencia pulverizada por los desaciertos gubernamentales cada vez más grotescos.
Así se construyó el escenario donde la población cochabambina en conjunto recuperó la dignidad y desató su furia, reconstruyó sus lazos y parió esperanza, triunfo y júbilo.
El tumulto y la rebelión
El sábado 5 amaneció en medio de un desconcierto generalizado y tenso, entretejido con la más profunda indignación por la prepotente saña y el cruel desprecio con el que ministros y policías se comportaron la víspera. Las voces de las mujeres comenzaron a escucharse por las radios que abrieron sus micrófonos: “han masacrado a nuestros hijos, a nuestros campesinos. No podemos tolerarlo”. Sonidos, palabras, que empezaban a producir un coro. Las radios y, más tarde, algunos canales de televisión fueron los mecanismos de articulación de una sinfonía de palabras y temperamentos in crescendo. Bloqueos en cada vez más esquinas; regantes, cocaleros y jóvenes urbanos vuelven a la carga para tomar la plaza. El aliento social vertido por las ondas de radio a lo que se percibe como una nítida y válida acción de defensa de lo justo, va dando paso a múltiples acciones prácticas de solidaridad: las casa comienzan a abrirse para recibir a heridos y contusos, se brinda papel, madera y todo tipo de objetos para hacer fogatas; la gente en la calle conversa, organiza, comparte su vinagre para neutralizar el gas; familias enteras se suman al combate, los padres y las madres quieren que sus hijos vean cómo se defienden los derechos; llegan las ollas de comida comunitaria para que se alimenten los que están peleando. Poco a poco, la población en su conjunto comienza a participar en la rebelión. De múltiples maneras, cada quien con lo que puede y lo que tiene, todos se autoconvocan y se autoorganizan.
Nadie dirige ya a la multitud que ha decidido por su cuenta y riesgo repudiar a la represión enfrentándola. Nadie contiene el objetivo de hacer lo que se dijo: entrar a la plaza y defender el agua.
Recuperación acelerada de la capacidad de decidir y hacer expropiada por años. En Cochabamba, además del miedo, en febrero se rompió el monopolio de la voz pública privatizada por el discurso liberal. Se partió en mil pedazos la engañosa racionalidad estatal ya sólo sostenida por las dentelladas de los perros policías. Estalló la ya difusa legitimidad de las autoridades ahora vistos únicamente como agresores y como mentirosos.
A las 11 de la noche de ese sábado insurgente, la gente finalmente entra a la Plaza y celebra su triunfo. La policía se ha replegado, los presos salen de las celdas de la Prefectura y la marea humana que expresa su gozo por la acción común los recibe y los absorbe. “Hemos ganado. Vinimos a la plaza y aquí estamos. Dijimos no a las nuevas tarifas del agua y han sido congeladas. Dijimos consagración en la Ley de Aguas del respeto a los diversos usos y costumbres en la gestión del agua; y a ello ha quedado comprometido el gobierno”. “Nos vamos a hacer respetar”.
El escenario actual
Y así se firmó un convenio, que como todos, es incierto. La Coordinadora de Defensa del Agua ha propuesto, de inmediato, discutir la revisión de la Ley de Agua Potable y entregó ya el martes 8 una propuesta de Ley a la población y al gobierno. En ella se observan varios puntos: el caracter monopólico de las concesiones de agua potable que niegan formas de acceso y gestión alternas; la indexación de las tarifas al dólar, el hecho de que los precios y calidad del servicio sólo puedan ser controlados por la Superintendencia de Agua. Y se proponen formas distintas de regulación social de lo que, se sabe, es un bien común. Se formula, pues, una regulación que contemple múltiples intereses y no se limite a asegurar la rentabilidad de la inversión.
Esta semana el gobierno ha hablado poco aunque su posición ha sido elocuente: prefiere comenzar la discusión por la estructura de tarifas y discutir la Ley posteriormente. ¿Cómo modificar una estructura tarifaria si la población movilizada ha cuestionado también el contrato de concesión de la gestión del agua y la propia Ley 2029, esto es, el marco legal que sustenta tal contrato? ¿Por qué no comenzar por el principio, por que no respetar la lógica interna de las reglas del juego?
¿Que es una rebelión social?
Básicamente un cuerpo y unas prácticas de soberanía asentadas en premisas no-estatales, en razones colectivas que estan al margen de la fidelidad a la moral y autoridad de Estado. Y eso fue precisamente lo que sucedió el sábado 5 de febrero en Cochabamba.
El punto de partida de tal insurgencia social fue la narración y sensibilidad colectivas, que a través de las emisoras de radio las personas comenzaron a producir al rememorar los sucesos del viernes previo. Todos habían visto o habían experimentado las imágenes de mujeres maltratadas y jovenes golpeados por la policía por el sólo hecho de reclamar la gestión de un bien común como el agua; todos comenzaron entonces a identificarse y luego, más tarde, a unificarse con esa entidad sufriente, agredida, humillada que sólo puede hallar razones para defenderse porque precisamente ha sido objeto de atropello. Se evoca así, un secular imaginario popular del martirologio colectivo que a medida que pasan las horas habrá de permitir el surgimiento de una moral pública de justicia y resarcimiento que abarcará a todos los ciudadanos.
De pronto, a medida que los relatos ocupan los medios de comunicación, la ciudad que había amanecido con su rutina sabatina comienza a paralizarse. Los mercados cierran, el transporte se repliega, las piedras comienzan a amontonarse por las calles, los caminos de salida a otros departamentos empiezan a ser bloqueados y el ambiente tiende a llenarse de presagios: “hay que castigar a estos abusivos del gobierno”, es la consigna que se apodera del citadino que hasta aquí permanecía un tanto distante. No hay un mando que haga tal convocatoria, pero la instrucción emerge de la fuerza de una voz publica que, como nunca, resulta de la confluencia connotada de miles de voces que van anunciando quienes son, a qué barrio pertenecen y convocan a la acción de confrontación que están dispuestas a llevar a cabo por voluntad propia.
A medio dia, el poder estatal enraizado en el hábito a la obediencia y el respeto a las decisiones de los funcionarios gubernamentales, se ha disuelto. Se puede decir que por unas horas, el Estado, a no ser su tropa encerrada en la plaza, está siendo desintegrado en la acción de la multitud que no reconoce mas fuente de soberanía que la que surge de su capacidad de acción. Parafraseando a Waman Puma, fue un momento de vértigo social donde la gente no tenía, “ni ley ni pulicia” que no emergiera de su propia experiencia de poder como multitud actuante. No se trató simplemente de una indignación explosiva que mediante la desobediencia negocia una mejor posición de los dominados frente a los dominantes. Acá lo que comenzo a suceder fue que la fuente de autoridad centralizada del Estado comenzó a desvanecerse para quedar depositada en múltiples nudos de autoorganización barrial y local, que se lanzaron a ocupar el espacio de las calles, a desplegar una logística plebeya de abastecimiento y comunicación para el combate que permitió sostener una ininterrumopida batalla callejera de mas de 10 horas. La ciudad estaba bañada en un espíritu de rebelión y bastaba una seña de la Coordinadora del Agua para pasar a acciones más audaces y emplear armas caseras.
A pesar de la rapidez con que luego culminaron los acontecimientos, las jornadas de febrero estan atravesadas de múltiples signos premonitorios. De manera inmediata, y a pesar de los artilugios con que los gobernantes intentan ahora escamotear en la mesa de negociaciones lo logrado en las calles, la gente pudo disfrutar, despues de 14 años de derrotas y frustraciones sucesivas, el sabor de una victoria celebrada con una algarabia comparable a la que provocaron los primeros éxitos del equipo nacional en los mundiales de futbol. La diferencia es que los actores fueron ahora todos y no sólo 11 jugadores.
El segundo hecho notable es que esta sorprendente articulación del hasta aquí pulverizado tejido social, no vino de la mano de las antiguas estructuras corporativas del sindicato o de barrio. El único sindicato activo fue el de los maestros a la cabeza de su dirección trotskista, pero no para luchar sino para cobrar sus salarios a pocas cuadras de donde la población levantaba barricadas y recibía balines y gases.
Los comites de agua, que fueron otra vez la columna vertebral de la movilización, son organizaciones que han comenzado a nacer desde hace 6 años atrás y que a diferencia de los sindicatos unificados en torno a la tierra, agrupan a la población alrededor de la gestión del agua convertida hoy en el elemento de disputa entre dos racionalidades antagónicas de enteneder la riqueza social: el agua como bien comun gestionada de acuerdo a usos y costumbres tradicionales; y el agua como mercancía, cuya regulación está en función de la ganancia empresarial.
Por su parte, la población urbana, tampoco se movilizó bajo los estandartes de un gremio territorial, de empresa o de oficio. Actuó como multitud donde trabajadores, artesanos, estudiantes, pequeños comerciantes, “cuantapropistas”, dueñas de casa y oficinistas se fusionaban en una colectividad actuante sin más norma que la que emanaba de la voluntaria capacidad de movilización. Ciertamente que el campo de posibilidades sobre la que se eregió esta manera de interunificación recogía experiencias pasadas como la de la identidad del cuerpo lacerado o la producción de espacio público por medio de las rediemisoras, anteriormente practicadas por los sindicatos obreros y campesinos. De hecho, la posibilidad del surgimiento de una dirección moral e intelectual del movimiento ha estado asentada en la autoridad ética de los dirigentes fabriles conquistada en los ultimos años; pero está claro que la fuerza de movilización ha emanado de formas organizativas diferentes a las que prevalecieron en las décadas pasadas. Pareciera pues que la rearticulación de las redes de intersubjetividad social no han de contar únicamente con la presencia de los antiguos y nuevos sindicatos sino que ha de tener un carácter mas plural y diversificado.
Con todo, la fisonomía de estos nucleos de condensación social tienen un sello característico correspondiente a la complejización de la nueva estructura de clases en Bolivia. La disgregación del antiguo sindicalismo no ha extinguido la identidad laboriosa tan propia de las luchas sociales de años anteriores; la ha reconfigurado en correspondencia a la expansión de la obrerización difusa y la mercantilización de las condiciones de reproducción social. El movimiento regional por el agua sacó a luz una vieja escisión entre valor de uso (”usos y costumbres tradicionales”) y valor de cambio (monopolio y privatización ) que caracteriza la naturaleza de la modernización capitalista. De ahí la claridad de los enemigos “regionales” a enfrentar (”empresarios y políticos ambiciosos”) y la identidad a afirmar (”el pueblo sencillo y trabajador”). Por ello que tambien se puede afirmar que la pérdida de centralidad organizativa por parte del mundo del trabajo sindicalmente organizado comienza a ser revertida por la emergencia de inéditas formas organizativas capaces de cobijar la moderna obrerización hibrida de la población urbana y la expansión de construcciones discursivas fuertemente ancladas en un autorreconocimiento en la carencia, el sufrimiento y la laboriosidad. No cabe duda, por tanto, que también estamos ante el surgimiento, por fin, de un movimiento regional con fuerte contenido de clases trabajadoras.