Política del oprimido y estrategia anticapitalista

21.Dic.05    Análisis y Noticias

Arturo Anguiano
Revista Rebeldía
http://www.revistarebeldia.org

1. La hegemonía que el neoliberalismo logró en el mundo, particularmente después del derrumbe de los regímenes burocráticos del llamado socialismo real, significó una dura, generalizada y persistente ofensiva del capital contra el trabajo. Esta ofensiva se dirigió básicamente a destruir las conquistas que los trabajadores habían alcanzado a través de sus luchas, esto es, relaciones, condiciones, seguridades y formas de organización, solidaridad y resistencia, que les habían posibilitado transformar constantemente sus relaciones de fuerza respecto a los poderosos, así como su capacidad de movilización. Todo lo social fue sometido al desgarramiento y la disgregación, la violencia de la explotación y la dominación de clase se combinó con el desempleo masivo y la precarización del trabajo, la exclusión y el abandono. Pero también con la represión y la persecución descarnada que pusieron en evidencia la deslegitimación y pérdida de confianza de los de arriba en su propio dominio.

2. Sin trabas ni controles de ningún tipo, como nunca, el capitalismo se volvió mundial, extendió y profundizó el dominio del mercado y la mercantilización del conjunto de relaciones sociales. La mundialización y regionalización, o lo que es lo mismo, la unificación y fragmentación a la vez del mercado mundial dieron lugar a una nueva recomposición imperialista que posibilitó la multiplicación y redistribución de las ganancias, lo mismo que la polarización económico-social acrecentada y la recolonización del planeta. La nueva dominación imperial que de ahí emergió no sólo puso en crisis el sistema de Estados-nación sobre el que se sostuvo y reprodujo el sistema capitalista, también trajo consigo la descomposición de los regímenes políticos y las instituciones y mecanismos de legitimación que garantizan el orden conservador en las muy distintas sociedades y en el planeta como un todo.

3. La crisis de los Estados y de las formas de dominación prevalecientes ha ido erosionando la hegemonía neoliberal que se creía insuperable. Y tanto su estrategia económico-social como su estrategia de reproducción de su dominio de clase mediante democracias restringidas, encuentran por todas partes, en Estados-nación muy diversos, dificultades crecientes. Las contradicciones sociales van asumiendo la forma de resistencias, a veces soterradas, fragmentadas, aisladas, que llegan a articularse y devienen en confrontaciones que relanzan la lucha de clases, que se alegaba cosa del pasado. La ruptura del orden conservador se traduce en inestabilidad política, crisis generalizada de las instituciones representativas de la democracia formal, liberal, en especial de sus actores privilegiados y a veces exclusivos (los partidos políticos) y en caída de los gobiernos más identificados con el neoliberalismo. En Europa y en América Latina se encuentran importantes ejemplos.

4. Pero las dificultades para mantener el orden neoliberal, su ineficacia ya palpable y su deslegitimación, no provienen de la crisis del Estado, de sus instituciones y sus procesos políticos, sino de su propia naturaleza. En efecto, el orden neoliberal se distingue por su carácter cada vez más excluyente, por el estrechamiento del espacio público, ocupado desde hace tiempo por élites profesionales, por una clase política que expulsó de la política a la mayoría de la población (los de abajo pero igualmente los de en medio) y degradó lo político a lo meramente electoral y parlamentario, es decir a lo estatal. Por consiguiente, solamente fueron quedando en la escena las clientelas amarradas, siempre volubles, movedizas, despoblándose los partidos, erosionándose sus bases sociales y en general el sustento social de las instituciones estatales. El tráfico de influencias, la corrupción generalizada, las prácticas fraudulentas y especulativas, el narcotráfico en muchos países del sur, como en México, contribuyen por lo demás al envilecimiento de una política regida por los principios del mercado.

5. La mercantilización-profesionalización de la política y la restricción-confiscación del espacio público minan la capacidad de respuesta del Estado (garante del orden) ante las irrupciones sociales que emergen por fuera de los muy reducidos cauces de la política estatal. La rigidez y la intolerancia —y no la flexibilidad y la apertura— representan la otra cara de la política estatal, postulada como democrática pero que en realidad se combina claramente con la restricción sistemática —e incluso la violación— de los derechos humanos (políticos, sociales) de los excluidos de la Sociedad Política de admisión restringida (y Responsabilidad Limitada) en que se ha convertido la política. De esta forma, a la exclusión social que resulta de las políticas económicas neoliberales, al menoscabo de las condiciones de trabajo y de vida de los sectores sociales sometidos, se añade la exclusión política, la persecución de los distintos o del otro, la degradación de lo político. Una doble exclusión que está en la base del éxodo del sur hacia el norte, de la fuga de multitudes incontroladas en busca de esperanzas que la mayor de las veces resultarán frustradas, precarias, volátiles.

6. Excluidos, sometidos a la explotación, el despojo, la violencia y el desprecio por los de arriba y sus élites políticas en descomposición, sin embargo no todos los oprimidos se enganchan en las corrientes migratorias que atraviesan las fronteras del norte geográfico solamente para desembocar en el sur social que los engulle sin remedio. La mayoría se queda en sus países atrapados por la inercia, el conformismo y la parálisis que alimenta la mercantilización de las relaciones sociales y la intoxicación ideológica a la que es sometida por gobiernos, partidos y medios de comunicación masiva. Sin reconocimiento de sus múltiples identidades (sociales, culturales, nacionales, religiosas, políticas, de género, etcétera), sin posibilidad de afirmarlas y vivirlas abiertamente y en plenitud en el espacio público, con derechos individuales y colectivos mutilados y bajo sospecha, devienen —muy particularmente en países como México— ciudadanos truncos. Los pretendidos ciudadanos se convierten en los hechos en el sustento pasivo del orden conservador, arrastrados por la política estatal que los divide, que los pulveriza en individuos aislados titulares de un derecho que se reduce a emitir su voto de tiempo en tiempo por alguno de los candidatos de cualquiera de las indistinguibles opciones partidarias electorales. Son la base, la clientela todavía indispensable que se disputan los partidos en el mercado de la política, por métodos y medios obviamente mercadotécnicos (marketing político, telepolítica, encuestología).

7. Pero hay también quien se inconforma, quien critica el estado de cosas, al neoconservador y remilitarizado orden neoliberal, quien se rehúsa a ser tratado sólo como consumidor de espectáculos mediáticos, quien resiste y lucha. Excluido doblemente, el oprimido busca vitalmente defender sus derechos (sus libertades) y el espacio público donde puede ejercerlos. Su espacio social inmediato (donde trabaja o vive, donde despliega su a veces muy variada actividad) se vuelve, primero que ningún otro, su espacio de resistencia y puede devenir también un espacio político. No me parece que lo social esté tajantemente separado de lo político ni que ambos se gobiernen por lógicas completamente diferentes. Sí existen diferencias, por supuesto, especificidades que se desprenden de su naturaleza particular. Pero lo social, es decir lo colectivo, puede devenir político con la resistencia, la lucha social puede politizarse y rebasar sus fronteras particulares, aún sin abandonarlas. Como lo político puede también socializarse. No se trata de que se fusionen o pierdan su originalidad, pero en algún momento, bajo ciertas circunstancias, se pueden combinar haciendo brotar otro tipo de política distinta a la política institucional, estatal. Sus demandas, sus objetivos, sus formas de organización y expresión pueden concertarse, y por lo mismo, transfigurarse, para lo cual es fundamental el ejercicio efectivo, integral, de todos sus derechos, esto es, los individuales en tanto ciudadanos como los colectivos (sociales) que se desprenden de sus pertenencias específicas. La autonomía, la autogestión, el autogobierno son sus formas más acabadas. Consiguientemente, la política del oprimido es la única que puede garantizar la reproducción de una verdadera democracia.

8. La política del oprimido, desde mi punto de vista, es una política que busca recuperar el sentido original de lo político entendido —como dice Daniel Bensaïd— “en tanto que forma de estar-juntos, de actuar-juntos, de pensar-juntos, inscrita esta existencia plural en las coordenadas de espacio y de tiempo sociales que contribuye a producir”1. La política implica así la comunidad y la pluralidad, pero primero que nada la intervención, la participación. La política del oprimido involucra a la sociedad, a la comunidad, no concibe al individuo perdido en la abstracción anuladora del mercado, sino desembocando “en el torrente de lo colectivo que no puede ser sino concreto, específico múltiple (social, profesional, étnico, ecológico, etcétera), pero susceptible de encontrar intereses y propósitos unificadores, generales, universales, o sea de carácter político”2. En realidad, en el contexto del orden conservador, solamente los oprimidos pueden transformar lo político en el sentido que apunto. Es decir, hace falta desestatizar la política, separar lo político del Estado y, aunque puede resultar paradójico, hay que desprivatizarlo, desprofesionalizarlo, en fin, en México nos urge igualmente descorporativizarlo. Reconstruir el tejido social destruido por el neoliberalismo es condición de la política del oprimido. Expropiada, acaparada por las élites estatales, por la clase política y los poderosos de quien se nutren y para quienes existen, la política necesita ser regresada a la sociedad, “volverla espacio y vida de todos los ciudadanos, de las colectividades, de los pueblos, es decir fortaleciendo a los nuevos y viejos actores de la sociedad (sobre todo las organizaciones sociales y civiles)”.

9. La política del oprimido representa la posibilidad de la verdadera democracia, de una democracia radical, autogestiva y emancipatoria. No es una democracia excluyente, como la democracia liberal en que se sustenta el capitalismo. Para alcanzarla, sin embargo, se requiere vivir la política como resistencia en los distintos espacios donde se encuentran y desarrollan los oprimidos, poner en práctica a contracorriente los muy variados derechos individuales y colectivos, menguados y secuestrados por la política institucional prevaleciente. A mi parecer no hace falta buscar un nuevo sujeto social transformador distinto al que consideraban históricamente la izquierda, el socialismo, el marxismo. De hecho, el concepto del proletariado en Marx iba mucho más allá de los obreros industriales. Si hoy hablo del oprimido pienso en todos los explotados, sometidos, discriminados, ultrajados, excluidos, proscritos, esto es: trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, desempleados, poblaciones colonizadas, minorías nacionales, migrantes, todos los diferentes, los otros que somos los que no somos los de arriba y su clase política. Todos ellos, todos nosotros, necesitan, necesitamos, la política para sobrevivir, para resistir, pero también para salir de la opresión e impulsar proyectos libertarios alternativos, alternativas de emancipación.

10. La política del oprimido es necesariamente una política anticapitalista y no puede sino enfrentar al capitalismo —y al Estado capitalista cualquiera que sea su forma— oponiendo un proceso de resistencia largo, múltiple, en todos los terrenos. Contra lo que se nos ha querido hacer creer, la mundialización, el neoliberalismo, la democracia procedimental (o formal o burguesa o liberal o como se quiera llamar) no son fatalidades, procesos ineluctables del devenir histórico de la humanidad. Son estrategias deliberadas del capital, lo que por supuesto no significa que no se sostengan en ciertas tendencias objetivas. La mundialización, la economía, la democracia y en general los Estados y los procesos políticos podrían, pueden organizarse, impulsarse de otra manera, con otros ritmos, con fines distintos a los de la ganancia y la reproducción de la dominación de clase. Al menos es lo que piensa parte del movimiento social y político que descansa en la reforma del capitalismo. La lógica del oprimido es otra, pero puede coincidir circunstancialmente en algunos puntos y momentos.

11. Aquí entra el problema de la relación de fuerzas, de los ritmos, trayectorias, de la geografía y del espacio. Pero asimismo y de manera central, si se quiere y se puede incidir en todo ello, de las estrategias alternativas. De la estrategia política, de la estrategia de resistencias, de luchas, de acciones libertarias dirigidas a preparar en el mediano y largo plazo condiciones menos adversas y hasta favorables de, para, la estrategia revolucionaria. La degradación de lo político y de la política, su profesionalización, su transformación en un asunto exclusivo de actores capaces de cumplir condiciones legales de admisión que se traduzcan en una franquicia reservada, rentable en el mercado de la política, condujeron a todos los actores políticos institucionales al pragmatismo y el inmediatismo. La política de la izquierda institucionalizada, en particular, perdió sus atributos originales, renegó de principios, teorías e historias de lucha, se acomodó y mimetizó de manera que acabó con la diferencia, con la distinción que la caracterizaba, por más que no fuera demasiado relevante. Al subsumir a la mayoría de corrientes y agrupaciones políticas de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) acabó en los hechos con ésta última, al menos de alguna parte de la izquierda radical y social. El Partido del Trabajo (PT) se postuló como proyecto propio pretendidamente de izquierda, pero no ha sido sino la caricatura veleidosa de sí mismo. La pérdida de identidad condujo al abandono de objetivos, de la perspectiva, del horizonte. Hoy, ambos, no son sino componentes de la clase política mexicana, con todos los rasgos que la identifican a ésta: pragmatismo, mercantilismo, corrupción, clientelismo y ausencia de proyectos de fondo alternativos al orden conservador prevaleciente. La izquierda institucional, legalizada, se disputa, como en otras partes del mundo, el derecho a implementar de la mejor manera las políticas neoliberales y a reproducir la dominación de los de arriba. Esto es, a conservar el orden, desmovilizando, enajenando, paralizando a la sociedad. Imposibilitado para la estrategia duradera orientada a la emancipación político social de los de abajo, el PRD —como organismo más fuerte de la izquierda de arriba— solamente vive el presente, atemorizado por el futuro y por todo lo que se mueve en forma autónoma.

12. La estrategia dirigida a combatir y cuestionar el orden conservador solamente puede repensarse desde la perspectiva de la política del oprimido. La autonomía, la autogestión y el autogobierno son sus ejes, pero igualmente un posible camino. Pensar en estrategia significa pensar en el hoy, pero llegando desde el ayer y en busca del mañana. Pensar en el largo plazo, en la perspectiva, tratar de avistar el horizonte, descifrar las tendencias no quiere decir que no se pueda ir construyendo igualmente desde ahora el camino, experimentar posibilidades de destrucción-construcción de las relaciones sociales y las condiciones de una explotación y dominación intolerables. Esto es precisamente lo que se está produciendo —aunque algunos no lo crean— por ejemplo en las tierras de la Chiapas rebelde con los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno zapatistas. La resistencia, la revuelta, la revolución (la cimentación de un nuevo mundo igualitario y libre) son un mismo proceso que de ninguna manera es lineal ni puede estar determinado de antemano. Es completamente incierto y su curso y ritmos dependen de la situación, de la manera como se preparan las condiciones del cambio, de las resistencias múltiples e insospechadas (de la política de abajo), de su temporalidad, de su espacio, de su continuidad, de la relación de fuerzas que pueda alcanzarse, de su acumulación o volatilidad.

13. Con la puesta en práctica de La Otra Campaña, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) arranca un proceso colectivo que de entrada se piensa no para el año electoral, sino para tres, cinco, diez años. De hecho, los zapatistas siempre han gobernado el tiempo a su modo, bajo su lógica muy otra. Cuando todas las fuerzas políticas se dejaban arrastrar por la inmediatez y la premura, ellos tardaron diez años tan solo en madurar su propuesta y planear la insurrección de la madrugada del año nuevo de 1994. Desde entonces se plantearon como un proyecto de resistencia libertaria, antineoliberal, realmente anticapitalista, en contra en general del orden conservador con sus políticas de doble exclusión, su antidemocracia y su supeditación al imperio del Norte. Hoy el EZLN aparece como el único actor político (político-militar todavía) que plantea la política en términos no estatales, es decir en términos de la política del oprimido y que la piensa en los olvidados términos estratégicos. Por esto, es el único proyecto de lucha efectiva contra la mundialización neoliberal y el orden conservador en crisis no sólo en México, sino en buena parte del planeta. Por eso su impacto a nivel mundial, su influencia en las resistencias que brotan y se despliegan un poco por todas partes. Su consigna de construir “un mundo donde quepan muchos mundos”3, se sostiene en su proyecto libertario, donde la resistencia, la crítica, la rebeldía son condiciones para la emancipación, es decir para lograr la libertad, la igualdad, la justicia y la democracia sustentadas en la autonomía (territorial, social, política) de los actores, en su autoorganización, en sus prácticas sociales y políticas propias, en su autogestión y autogobierno. Al convocar a través de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona a todas las fuerzas políticas y sociales identificadas con la izquierda y el rechazo al orden neoliberal, para impulsar La Otra Campaña, impulsa deliberadamente un proceso de recomposición y reorganización desde abajo que puede ir labrando mayores y nuevos espacios públicos, donde se vaya abriendo cauce otra forma de hacer política, una política diversa, incluyente, sostenida en la comunidad, en los pueblos, en lo colectivo. Esto es, la política del oprimido mediante la cual los actores se van reconociendo y madurando por medio de sus propias acciones y vivencias colectivas, con el encuentro y diálogo con los otros también de abajo, en el intercambio de experiencias y aspiraciones, de enojos y resistencias respecto a la opresión, la explotación y el desprecio de los de arriba. Una política de autoorganización, de exploración de caminos, de construcción de relaciones solidarias entre iguales, de resistencia y lucha. Una política de autoemancipación.

14. Podrá verse que los de abajo, que los oprimidos no necesariamente se excluyen de la política, sino que son solamente expulsados de la política elitista organizada por instituciones y actores estatales que se reservan el derecho de admisión y que solamente tienen por fin servir al poder y el dinero y servirse de ellos. Como clientelas, como supeditados, como ciudadanos a tiempo parcial, esto es básicamente para los momentos de los procesos electorales, es cuando se les convoca mediante espectáculos mediáticos o con el gancho de dádivas materiales a cambio de apoyo y votos. Los oprimidos no tienen por qué resignarse ni someterse a una política estatal que no los involucra sino circunstancialmente como espectadores pasivos, como televidentes, como masa acrítica, degradada (acarreada), a lo más en tanto clientes. A contracorriente, bajo condiciones generalmente adversas y en extremo desiguales, los oprimidos van construyendo en cambio, por su lado, día a día, a través de sus resistencias, desde sus propios lugares de trabajo y de habitación, desde todos los resquicios que les quedan, espacios públicos diferentes, donde pueden encontrarse, reconocerse, escuchar y ser escuchados; donde pueden opinar, participar en la toma de decisiones colectivas y en el quehacer común que los involucra vitalmente y que coloca en sus manos su destino. Esto es, pueden ir preparando la posibilidad de sacudirse la dominación, de sublevarse de mil maneras, de acabar con la opresión. Frente a la política estatal, podrá surgir otra política regida por haceres, principios, lógicas, tiempos y objetivos diferentes, es decir la política de la sociedad.

Notas:

1. Daniel Bensaïd, Le pari melancolique, Fayard, París, 1997, p. 84.

2. Arturo Anguiano, “La política como resistencia”, Rebeldía, México, n° 6, p. 16. Continúo citando en este párrafo elementos del mencionado artículo.

3. “Cuarta Declaración de la Selva Lacandona” (1 de enero 1996), EZLN, Documentos y comunicados, 3, Era, México, 1997, p. 89.