Eduardo Galeano escribe varios textos sobre el zapatismo. Dos cartas de Marcos a Galeano

25.Dic.05    Análisis y Noticias

Nota de Clajadep:
Motivados por la aparición pública de compas tupamaros críticos del actual MLN en en gobierno de Uruguay, sacamos y desenpolvamos de nuestro archivo algunos textos de Galeano sobre el zapatismo y dos cartas del sup. al escritor.

Ello no es aleatorio ni casual. Creemos que es importante para la actual etapa donde la izquierda tradicional, que Galeano dice que sigue la línea europea, es decir venir de arriba y desde afuera a diferencia del zapatismo que plantea salir de abajo y desde dentro, pretende de forma oportunista sacar provecho acarreando aguas para su molino del resultado electoral boliviano.

Veamos pues estas joyas de la literatura y de la política continental muy “desconocidas” y casi nada divulgadas por esa izquierda, que publica de Galeano sólo lo que le conviene:

Una marcha universal
Eduardo Galeano

Año 1915, año 2001: Emiliano Zapata entra en la ciudad de México por segunda vez. Esta segunda vez viene desde La Realidad, para cambiar la realidad: desde la selva Lacandona llega para que se profundice el cambio de la realidad de todo México.

Desde que emergieron a la luz pública, los zapatistas de Chiapas están cambiando la realidad del país entero. Gracias a ellos, y a la energía creadora que han desencadenado, ya ni lo que era es como era.

Los que hablan del problema indígena tendrían que empezar a reconocer la solución indígena.

Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está desplegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua. Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son, y así niegan la pluralidad nacional y niegan el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos, sin las mutilaciones impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta las piernas.

Ante el mamarracho del proyecto de anexión y traición, ante el patético modelo de una Disneylandia de cuarta categoría, crece y crece este movimiento que sigue siendo local, con sus raíces hundidas en la tierra de la que brotó, pero que ya es, también, nacional. Puede cambiar, está cambiando, y en gran medida gracias al levantamiento indígena de Chiapas, este país que es de todos pero pertenece a poquitos y expulsa a sus hijos. Porque está muy bien que el gobierno quiera amparar a los mexicanos que se van, y que mueren al ritmo de uno por día por bala o por sed; pero más importante que el derecho de irse es el derecho de quedarse.

¿Y por qué tiene que meter la nariz un extranjero, vamos a ver, en estos asuntos mexicanos, si ni siquiera tiene un pinche dólar invertido en el petróleo ni en nada? Pues ocurre que este movimiento local, que se volvió nacional, se ha saltado las fronteras hace rato. Democracia, justicia, dignidad: millones de personas, en todos los países, agradecemos a los zapatistas, y a otros movimientos de los que mueven al mundo, la resurrección de esas banderas en este mundo regido por la rentabilidad, la humillación y la obediencia. Hay cada vez menos democracia en los tiempos de la globalización obligatoria; nunca tantos hemos sido gobernados por tan pocos. Hay cada vez más injusticia en la distribución de los panes y los peces. Y la dignidad está cada vez más aplastada por la prepotencia del poder universal, hoy por hoy encarnado en ese huésped grosero que ha sido capaz de sentarse en la mesa de su anfitrión para ofrecerle el postre envenenado de un bombardeo a Bagdad.

Nada de lo que en Chiapas ocurre, nada de lo que ocurre en México, nos es ajeno. En la patria de la solidaridad, no hay extranjeros. Somos millones los ciudadanos del mundo que ahí estamos sin estar estando.

El desafío
Eduardo Galeano

En Chiapas, los enmascarados desenmascaran al poder. Y no solamente al poder local, que está en manos de los devastadores de bosques y los exprimidores de gentes. La rebelión zapatista viene desnudando también, desde hace un año y medio, al poder que reina sobre todo México, un poder cuyas peores costumbres enseñan que las urnas y las mujeres están para ser violadas y que hacer política consiste en robar hasta las herraduras de los caballos en pleno galope.

Pero los ecos de Chiapas llegan más allá de la comarca y el reino. Marcos, el portavoz, ha dicho que él es zapatista en México y también es gay en San Francisco, negro en Africa del Sur, musulmán en Europa, chicano en Estados Unidos, palestino en Israel, judió en Alemania, pacifista en Bosnia, mujer sola en cualquier metro a las diez de la noche, campesino sin tierra en cualquier país, obrero sin trabajo en cualquier ciudad. Y en una carta entrañable, el sub ha evocado a su amigo, el viejo Antonio, y ha contado que el viejo Antonio opina que cada cual tiene el tamaño del enemigo que elige. Ahí esta, creo, la clave de la grandeza de este pequeño movimiento campesino, que ha brotado en un lugar que nunca había sido noticia para los fabricantes de opinión pública: su grito tiene resonancia universal, porque expresa una pasión de justicia y una vocación solidaria que desafían al todopoderoso sistema que impunemente se ha apoderado del planeta entero. Y el desafío se formula con bravura en los hechos y con sentido del humor en las palabras, con coraje y con alegría, que nos den cosas que buena falta nos hacen.

Está el mundo sometido a una vasta dictadura invisible. En ella, la injusticia no existe. La pobreza, pongamos por caso, que a tantos atormenta y que tanto se multiplica, no es un resultado de la injusticia, sino el justo castigo que la ineficiencia merece. Y si la injusticia no existe, la pasión de justicia se condena como terrorismo o se descalifica como mera nostalgia. ¿Y la solidaridad? Lo que no tiene precio, no tiene valor: jamás la solidaridad se ha cotizado tan bajo en el mercado mundial. La caridad está mejor vista, pero hasta ahora, que yo sepa, el supergobierno del mundo no ha ofrecido ningún Ministerio de Economía a la Madre Teresa de Calcuta.

El supergobierno: los gobiernos están gobernados por un puñado de piratas, elegidos en ninguna elección. Ellos deciden la suerte de la humanidad y le dictan el código moral. En vez de un gancho, tienen en el puño una computadora, y al hombro llevan un tecnócrata en lugar de un papagayo. Ellos dominan los siete mares de las altas finanzas y del comercio internacional, donde navegan los que especulan y se ahogan los que producen. Desde allí, distribuyen el hambre y la indigestión en escala mundial, y en escala mundial manejan a los mandones y vigilan a los mandados. La televisión, que trasmite sus órdenes, llama paz mundial o equilibrio internacional a la resignación universal.

Pero la condición humana tiene una porfiada tendencia a la mala conducta. Donde menos se espera, salta la rebelión y ocurre la dignidad. En las montañas de Chiapas, por ejemplo. Largo tiempo callaron los indígenas mayas. La cultura maya es una cultura de la paciencia, que sabe esperar. Ahora, ¿cuánta gente habla por esas bocas? Los zapatistas están en Chiapas, pero están en todas partes. Son pocos, pero tienen muchos embajadores espontáneos. Como nadie nombra a esos embajadores, nadie puede destituirlos. Como nadie les paga, nadie puede contarlos. Ni comprarlos.

(Mensaje enviado al Segundo Diálogo de la Sociedad Civil, México, junio de 1995.)

La Jornada 29 de julio de 1996
Entrevista a Galeano

Ni recetas ni modelos; venimos a soñar juntos otro mundo posible

Raquel Peguero, enviada, y Javier Molina, Oventic, Chiapas, 28 de julio ¤
Con la impresión de que los Aguascalientes son una “enorme Torre de Babel donde se hablan todas la lenguas, empezando por las de Chiapas'’, pero con la certeza de que, a diferencia del otro, éste “tiene destino hacia su camino al cielo porque hunde sus raíces en lo más hondo del mundo y son lenguas que se juntan para decirse juntas, palabras compartidas que transmiten la misma energía –aun cuando algunas están desprestigiadas o no se usan– como son justicia, solidaridad, identidad y alegría”, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, llegó para unir su voz contra el neoliberalismo y por la humanidad:

–”Sí y se empezará a hablar, no con la intención de formular recetas No hemos venido con la intención ni de recibir ni dar recetas sino de decir: ésta es la enfermedad y aquí está el remedio. Por experiencia personal me he acostumbrado a desconfiar de los que proporcionan recetas. La realidad es muy compleja y lo importante es empezar a juntarse para pensar juntos, a partir de una convocatoria realizada por un grupo de personas que desde hace miles de años tienen la costumbre de soñar en conjunto. Eso ha salvado a las culturas indígenas que han podido sobrevivir en América porque muchas han sido exterminadas y otras han sido deformadas hasta hacerse casi irreconocibles, pero las que se han salvado, ha sido gracias a ello, o sea, a esa capacidad de clavar los ojos más allá de la infamia. Asi que empezaremos a advinar otro mundo posible, quizá al principio dando palos de ciego, pero partiendo de la certeza de que este mundo que identifica a la libertad del dinero con la libertad de las personas, se está convirtiendo en una suerte de gigantesco campo de concentración para la mayoría de sus habitantes donde, a quien no condena al hambre de pan lo condena al hambre de abrazos.

–¿No cree que ante la falta de modelos a seguir, existe el peligro que aquí la gente quiera que le digan cómo hacer uno?

–Sí claro: es la nostalgia del catecismo que tenemos todos. Creo que la vida es una aventura de la libertad y tenemos que ganarnos la libertad de pensar sacándonos de encima los modelos, a partir de la certeza de que el mundo tal como está no-fun-cio-na y que, además, comete cotidianamente crímenes que nos suicidan a todos. A partir de ese certeza esencial vamos a empezar a armar algo diferente, nuevo que será además, múltiple porque cada lugar será diferente de los otros, no comulgará en los altares de una cultura dominante que confunde precio con valor y que convierte a las personas y a los países en mercancías. Reuniones como ésta están levantando ciertas banderas que tienen que ver todas con la dignidad humana e implican una comunidad de lenguaje diciendo ciertas cosas esenciales que hacen a la dignidad humana.

–Antonio Machado decía: “entre todas las voces escucho una'’, ¿cree que en esta diversidad se podrá escuchar una voz que sea la de América Latina.

–Claro, lo mejor que tiene esa voz es que es diversa, múltiple y contradictoria, tan es así que se contradice a sí misma y esa es la prueba de que está viva. Hay gente que dice ¿cómo van a hablar de América Latina?, ¿qué tiene que ver un hatiano con un argentino; un indio de Chiapas con un habitante de Sao Paulo?, pero menos mal que tenemos esa diversidad porque en un mundo donde el que no se muere de hambre se muere de aburrimiento, no queremos ser hambrientos pero tampoco aburridos.

–¿No importa que todos los que están aquí no entiendan lo mismo?

–Si entendieran lo mismo sería un opio: no habría quién pudiera soportar una reunión de estas. Artigas solía decir: “la contradicción es la única prueba de la libertad”. Yo diría más: sí, la contradicción es la única prueba de la libertad porque es la única prueba de la vida y me parece estupendo que exista a partir de un eje que congrega a gente muy diversa, venida de lugares diversos porque permite confirmar la fe, en esa esencial unidad de la condición humana a partir de su diversidad. Hablamos de la justicia antes, pero otro eje esencial de una reunión como ésta es el respeto al prójimo, el respeto a la identidad del otro: querer al otro justamente en su diferencia y eso es muy importante afirmarlo hoy, más que nunca, porque nunca el mundo había sido tan desigual en las oportunidades que brinda. Nunca fue tan injusto en el reparto de panes y peces, pero nunca había sido tan igualador en las costumbres que impone, tan borrador de las diferencias culturales que son las que hacen de la condición humana un alegre arcoiris.

–Chiapas en eso, es un muestrario rico pero, como dice la poeta Dolores Castro, de repente todas las lenguas son una sola llama.

–Lo que pasa es que la condición humana es así en todas partes: es un arcoriris, pero nosotros estamos ciegos de él. Los que compartimos la aventura humana en el mundo del fin de siglo, estamos ciegos de ese arcoiris porque nos impiden verlo en todo su fulgor y hermosura, los antifaces que nos han obligado a usar como el racismo, que impide recuperar la plenitud de la condición humana o, el machismo, que nos mutila reduciéndonos a la mitad, o el elitismo, o el militarismo o cualquier otro que nos impiden recuperar la porfiada alegría de nuestra diversidad.

–¿Considera que los zapatistas han logrado, entonces, romper con viejos vicios, incluidos los de la izquierda?

–No sólo los zapatistas, porque ya hubo otros movimientos que reivindicaron de muy saludable manera, una inversión del camino recorrido por la izquierda tradicional. Los zapatistas han recogido muy bien una herencia que viene de otros procesos revolucionarios de los últimos años, porque lo que podríamos llamar la izquierda de origen europeo, pero en América Latina, estuvo en sus inicios muy viciada por una idea que le impidió cuajar plenamente en las realidades nuestras y arraigarse como hubiera sido deseable, y era la idea de que la revolución iba a salvar al pueblo y que los intelectuales alumbrarían a la plebe. A partir de las revoluciones cubana y sandinista y de muchos procesos populares que hubo en países latinos, como que se hizo posible esta insurgencia de Chiapas, que propone el camino inverso: viaja desde adentro y desde abajo, contradiciendo así el viejo esquema de civilización y barbarie dentro del cual la izquierda latinoamericana estaba presa –esta todavía, pero cada vez menos– porque en él, la verdad venía de afuera y de arriba, nunca de adentro y de abajo.

–¿Este sería un modelo a seguir?

–No hay modelos. Hemos hecho en América Latina una experiencia bastante triste en esa materia. Ningún proceso de cambio debe ser impuesto como modelo en otros lugares, no diría cada país, porque en América Latina hay países que contienen otros países, pero cada lugar nuestro, tiene que recorrer su propio camino.

–La novedad de este movimiento, ¿está en el lenguaje?

–Sí, este es un movimiento de enmascarados que ha logrado desenmascarar al poder en escala nacional, regional y mundial , gracias en gran medida al lenguaje que lo expresa. Es un lenguaje muy fresco, muy vivo y con mucho sentido del humor: se toma el pelo a sí mismo, completamente ajeno a la tradición de solemnidad que es la característica de la izquierda tradicional y donde no se proponen más estatuas de mármol y de bronce cuando se habla, sino a lo sumo de maiz o chocolate. Creo que por eso ha tenido esa maravillosa capacidad de contagio con el mundo.

Eduardo Galeano permanecerá en este municipio para participar en la mesa cuatro que girará en torno a las nuevas formas de organización y resistencia civil.

Crónica de Chiapas
Eduardo Galeano

Lluvia
“Está lloviendo ayer”, me dice un lugareño, a la salida de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Ayer fue el día de San Cristobalito, que siempre viene con lluvia y esta vez vino seco, y por eso es de ayer esta lluvia de hoy.

En el camino hacia la comunidad de Oventic, bajo la lluvia, la frase me zumba en la cabeza. En Chiapas está lloviendo ayer, pero no sólo porque San Cristobalito se había olvidado de mojarnos.

Nos han abierto su casa los olvidados de la tierra. Tenían que ser los más generosos, estos que son los más pobres entre los pobres de toda pobrecía. En las comunidades zapatistas de la selva Lacandona y de los altos de Chiapas, nos hemos juntado los venidos de más de cuarenta países.

-Vengan a ofrecer su palabra -invitaron los dueños de casa.

A machete limpio, ellos han levantado pirámides de troncos, para darnos cobijo ante la lluvia incesante. Amuchados en el barro, entre perros flacos y niños descalzos, compartimos ideas, dudas, proyectos, delirios. Durante toda una semana, chapoteamos juntos cinco mil mujeres y hombres que nos negamos a creer que la ley del mercado es la ley de la naturaleza humana, desde el Superbarrio mexicano hasta las madres angustiadas de Plaza de Mayo, pasando por los campesinos sin tierra del Brasil y las feministas, los homosexuales y los sindicalistas y los ecologistas de todas partes.

Nuestros anfitriones andan enmascarados:

-Detrás de estos pasamontañas

-nos dicen- estamos ustedes.

Niebla
La niebla es el pasamontañas que usa la selva. Así ella oculta a sus hijos perseguidos. De la niebla salen, a la niebla vuelven: la gente de aquí viste ropas majestuosas, camina flotando, calla o habla de callada manera. Estos príncipes, condenados a la servidumbre, fueron los primeros y son los últimos. Les han arrancado la tierra, les han negado la palabra, les han prohibido la memoria. Pero ellos han sabido refugiarse en la niebla, en el misterio, y de allí han salido, enmascarados, para desenmascarar al poder que los humilla.

Los mayas, hijos de los días, están hechos de tiempo:

-En el suelo del tiempo -dice Marcos- escribimos los garabatos que llamamos historia.

Marcos, el portavoz, llegó de afuera. Les habló, no le entendieron. Entonces se metió en la niebla, aprendió a escuchar y fue capaz de hablar. Ahora habla desde ellos, es voz de voces.

Aviones
De vez en cuando, algún avión o helicóptero sobrevuela las cinco distantes comunidades donde está ocurriendo la multitudinaria reunión internacional que han convocado los zapatistas. Son los militares, que avisan a los indios:

-Ellos se irán, nosotros quedamos.

Ya ocurrió en Guadalupe Tepeyac. Esa comunidad, ahora es cuartel. Allí se hizo la primera concentración de solidaridad con los zapatistas. Miles de gentes llegaron. Cuando se fueron, el ejército invadió. En febrero del año pasado, el ejército usurpó la tierra, las casas y las cosas, expulsó a los indígenas y se quedó con todo lo que ellos habían creado, abriendo selva, en medio siglo de trabajo. Pero desde entonces el zapatismo ha crecido mucho. Cuanto más fuerte resuena su voz en el mundo, menos impunidad tiene el poder.

-No podemos salvarnos solos

-dicen los zapatistas, y dicen:

-Nadie puede.

Exorcismo
Cuando una comunidad se portaba mal, y se negaban sus hombres a ser esclavos de las haciendas, la tropa se los llevaba -y nunca más-. Hartos de morir por bala o hambre, los indígenas se armaron. Con más palos que fusiles, pero se armaron.

Como en Guatemala, la tierra vecina donde viven otros mayas, no fue la guerrilla la que provocó la represión. Más bien fue la represión la que hizo inevitable a la guerrilla. De los delegados de las comunidades que acudieron al Primer Congreso Indígena de Chiapas, en 1975, pocos sobrevivieron. En el Quiché, en Guatemala, entre 1976 y 1978, el gobierno asesinó a 168 líderes de las cooperativas que habían florecido en la región. Cuatro años después, invocando a la guerrilla como coartada, el ejército guatemalteco redujo a cenizas a cuatrocientas cuarenta comunidades indígenas.

A uno y otro lado de la frontera, las víctimas son indígenas, y los soldados también. Estos indios usados contra los indios, están al mando de oficiales mestizos, que en cada crimen realizan una feroz ceremonia de exorcismo contra la mitad de su sangre.

Cuando el año 94 olía a bebé recién nacido, los zapatistas aguaron la fiesta del gobierno mexicano, que estaba loco de contento declarando la libertad del dinero. Por las bocas de sus fusiles resonaron las voces de los jamás escuchados, que así se hicieron oír.

Pero los fusiles zapatistas quieren ser inútiles. Este no es un movimiento enamorado de la muerte, no siente el menor placer en disparar tiros y ni siquiera consignas, y tampoco se propone tomar el poder. Viene de lo más lejos del tiempo y de lo más hondo de la tierra: tiene mucho que denunciar, pero también tiene mucho que celebrar. Al fin y al cabo, cinco siglos de horror no han sido capaces de exterminar a las comunidades, ni a su milenaria manera de trabajar y vivir en solidaridad humana y en comunión con la naturaleza.

Los zapatistas quieren cumplir en paz su tarea, que en resumidas cuentas consiste en ayudar a que despierten los músculos secretos de la dignidad humana. Contra el horror, el humor: hay que reír mucho para hacer un mundo nuevo, dice Marcos, porque si no, el mundo nuevo nos va a salir cuadrado, y no va a girar.

Lluvia
Chiapas quiere ser un centro de resistencia contra la infamia y la estupidez, y en eso está. Y en eso estamos, o quisiéramos estar, los que nos hemos enredado en las discusiones de estos días. Aquí, en esta comunidad llamada La Realidad, donde falta todo menos las ganas, cae la lluvia a todo dar. El estrépito de la lluvia no deja oír las voces, que a veces son ponencias de plomo o discursos de nunca acabar, pero mal que bien nos vamos entendiendo en la tronadera, porque bien valen la pena la voluntad de justicia y la luminosa diversidad del mundo. Y mientras tanto, como diría aquel lugareño de San Cristóbal que quizá se llama Julio, está lloviendo mañana la lluvia que llueve y llueve y llueve.

Tomado de:
Brecha, Montevideo, viernes 29 de marzo de 1996.

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CARTAS DEL SUP A GALEANO

Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México
2 de mayo de 1995

A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos
Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.

Señor Galeano:

Le escribo porque… porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.

También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro “Las palabras Andantes”.

Porque dice así:

“¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?”.
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.

Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).

No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de “¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?”. El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada que el libro se abre, y en el corazón cada que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.

El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la “graciosa huida” de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca…

Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos. Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza. El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a “defender la soberanía nacional”. Los soldados del gobierno “defiende” a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados. Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casa. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.

Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.

Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones. Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:

“Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás”

Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar. Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano (”No son varitas”, dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias). Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico. Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta.

Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó “Waterloo” y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza. Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos. Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo (”Acaso es piedrita”, dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de “voltear la posición enemiga”, y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla. El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza…

Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo “la soberanía nacional”. Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse. Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.

Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:

Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. “Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño”, me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra. El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.

Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez. Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.

Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.

Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria. Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace. Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga… como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.

P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti. Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. Dígale también, que quién quita y lo de “Marcos” fue por “el cumpleaños de Juan Ángel”.

EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL
MÉXICO
8 de Julio de 1996

A: La reunión “Uruguay por Chiapas”.
Montevideo, Uruguay.
En la alargada y dolorosa América Latina.

De: Subcomandante Insurgente Marcos.
Montañas del Sureste Mexicano.
En la alargada y dolorosa América Latina.

Atención: Eduardo Galeano.

Hermanos y hermanas del Uruguay y, sobre todo, del “Uruguay por Chiapas”:
Hermano Galeano:

Espero que todos los que se encuentran ahí reunidos me permitan dirigirme a ellos a través tuyo. Como es evidente, he pasado al tuteo sin tramite alguno. No porque haya entrado en confianza (la sola perspectiva de que, me dicen, en el Uruguay “entrar en confianza” implica poner en medio palabra y mate, me aterra), sino porque alguien me ha dicho que en el Uruguay la gente buena es informal y no se anda con ceremonias y caravanas. No sé si la gente buena sea, necesariamente, informal. Pero sí sé que son buenos todos los que hoy se reúnen en la patria de mi general Artigas para tender el puente necesario y posible para venirse hasta la rebelde dignidad de los indígenas mexicanos. Así las cosas, disculpa el tuteo y manda de retache un manual de buenas costumbres uruguayas para irme adaptando a mi futura nacionalidad. Ojo: puedes prescindir de mandar el mate.

Bien. Según leo en algún cable noticioso, hay ahí por ahí músicos, poetas, actores, conductores de tv, sacerdotes defensores de los derechos humanos y futbolistas. La agencia de noticias no habla de que vayan a tomar mate. Esto me alivia un poco y por eso me atrevo a escribirte y, a través tuyo, escribirles a todos los que ahí están. Que yo sepa, no es posible (todavía) obligar a nadie a tomar mate por correo. Por lo demás, el cable de noticias no da ninguna pista. De hecho, para mí todos los uruguayos son músicos, poetas, actores, conductores, defensores de los derechos humanos y futbolistas simultáneamente. Entonces tal vez estás ahí tú solo. Tal vez es cierto eso de que para hacer una reunión, un mitin o un acto de masas, sólo se necesita un persona y un mate bien caliente. Pero no creo que estés solo. Estoy seguro de que no son pocos los uruguayos que han abierto cabeza y corazón a la palabra de los indígenas zapatistas. En todo caso, es claro que hay suficientes para que nosotros, desde acá, sintamos el caminar de ustedes hasta nosotros.

Quisiera decirle todo lo que todos acá sentimos cuando nos enteramos que tendrían esta reunión que pone del mismo lado a dos cielos y dos suelos igualmente dignos y dolientes. No puedo decirles todo. Ya Benedetti nos explicó antes que “uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede. Pero tiene derecho a no hacer lo que no quiere”. Y lo que no quiero es limitarme a un “saludo fraternal y revolucionario” y los etcéteras que tanto alargan distancias y desinterés. Así que tengo derecho a no hacerlo. En cambio si puedo hablarles un poco de…

El Olivio es un niño tojolabal. Tiene menos de 5 años y todavía está dentro del límite mortal que aniquila a miles de infantes indígenas en estas tierras. Las probabilidades de que el Olivio muera por enfermedades curables antes de los 5 años es la más alta de este país que se llama México. Pero el Olivio esta vivo todavía. El Olivio se presume de ser amigo del “Zup” y de jugar fútbol con el Mayor Moisés. Bueno, eso de jugar fútbol es arrogante. En realidad, el Mayor se limita a patear el balón lo suficientemente lejos como para librarse de un Olivio que considera, como cualquier niño lo haría, que el trabajo más importante de los oficiales zapatistas es jugar con los niños. Yo observo de lejos. El Olivio patea el balón con una decisión que da escalofríos, sobre todo si te imaginas que esa patada podría tener tu tobillo como destino. Pero no, el destino de la patada del Olivio es un pequeño balón de plástico. Bueno, esto también es un decir. En realidad la mitad de la patada y de la fuerza se queda en el lodo de la realidad chiapaneca y sólo una parte proyecta el balón por un rumbo errático y cercano. El Mayor da un patadón y la pelota pasa a mi lado y se va muy lejos. El Olivio corre decididamente detrás del esférico (léase esto, y lo que sigue, con voz de comentarista de fútbol por televisión o radio). Esquiva ágilmente un tronco tirado y una raíz ya no tan oculta, gambetea y dribla dos chuchitos (”perritos” para los chiapanecos) que de por sí ya huían aterrados ante el avance implacable, decidido y relampagueante del Olivio. La defensa ha quedado atrás (bueno, en realidad la “Yeniperr” y el Jorge están sentados y jugando con el lodo, pero lo que quiero decir es que no hay enemigo al frente) y el arco contrario está inerme ante un Olivio que aprieta los pocos dientes que tiene y enfila al balón como locomotora desvielada. El respetable, en el graderío, cuelga en la tarde un silencio expectante (Bueno, la verdad es que sólo yo estoy atento al desenlace, el Mayor ya se fue, y es difícil hablar de silencio con tanto grillo entonando la tardecita que se hace mate en el Uruguay y pozol azucarado en las montañas del Sureste Mexicano). El Olivio llega, ¡por fin!, frente al balón y, cuando toda la galaxia espera un patadón que rompa las redes (bueno, la verdad es que, detrás del supuesto marco enemigo, sólo hay un acahual con ramas, espinas y bejucos, pero sirven como redes), y ya empieza a subir, de los riñones a la garganta, el grito de “¡gooool!”, cuando todo está listo para que el mundo demuestre que se merece a sí mismo, justo entonces es cuando el Olivio decide que ya estuvo bueno de correr detrás de la pelota y que ése pajarraco negro que revolotea no lo puede hacer impunemente y, súbito, el Olivio cambia de dirección y de profesión y va por su tiradora para matar, dice, al pájaro negro y llevar algo a la cocina y a la panza. Fue algo, ¿cómo decirte?… algo anticlimático (”muy zapatista”, diría mi hermano), muy tan incompleto, muy tan inacabado, como si un beso se hubiera quedado colgado en los labios y nadie nos hiciera el favor de recogerlo.

Yo soy un aficionado discreto, serio y analítico, de ésos que revisan los porcentajes y los historiales de equipos y jugadores y pueden explicar perfectamente la lógica de un empate, un triunfo o una derrota, sin importar cuál se dé. En fin, un aficionado de ésos que después se explican a sí mismos que no hay que ponerse triste por la derrota del preferido, que era de esperar, que en la que sigue habrá un repunte, que otros etcéteras que engañen al corazón con la inútil tarea de la cabeza. Pero en ese momento perdí los estribos y, como hincha que ve traicionados los valores supremos del género humano (es decir, los que con el fútbol tienen que ver), salté de las gradas (en realidad estaba sentado en una banquita de troncos) y me enfilé, furioso, a reclamarle al Olivio su falta de pundonor, de profesionalismo, de espíritu deportivo, de ignorante de la ley sagrada que manda que el futbolista se debe a la afición por entero. El Olivio me ve venir y se sonríe. Yo me detengo, me paro en seco, me quedo helado, petrificado, inmóvil. Pero no te creas, Eduardo, que es por ternura que me detengo. No es la tierna sonrisa del Olivio lo que paraliza. Es la tiradora que tiene en las manos…

Pues sí, Eduardo. Ya sé que es muy evidente que trato de hacerles un símil de la tierna furia que nos hace hoy soldados para que, mañana, los uniformes militares sólo sirvan para los bailes de disfraces y para que, si uno debe ponerse uniforme, sea el que se usa para jugar, por ejemplo, fútbol.

Salud a esa inquietud creadora que los reúne y los hace voltear hacia nosotros. Salud a los todos que ahí se juntan y nos hablan y escuchan. Espero, esperamos, que todo les salga bien y que, pronto, los podamos saludar acá, en el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo.

Vale. Salud y un balón que, como los sueños, llegue bien alto.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

México, Julio de 1996.

P.D.- Suerte con la digestión del mate. Avisen si llegó este escrito y sus anexos. ¡Ah! Y no olviden decirme en que lugar de la tabla de posiciones va “El Peñarol”, equipo cuya fama llegó al México de mi infancia como debieran llegar todas las noticias, es decir, con un balón de fútbol.