Nota de Clajadep:
El colectivo autónomo italiano Wu Ming (los anónimos) realiza análisis certeros y afilados sobre este y otros temas. Después del texto de los movimientos hemos traido una pequeña historia del nacimiento del Wu Ming y finalmente el magnífico análisis sobre el zapatismo.
Entremos pues en el este espacio de “los anónimos”:
Carta al camarada Serge Quadruppani
Los movimientos: hegemonía y autonomía
Wu Ming 1
Carta escrita por Wu Ming 1 a Serge Quadruppani, novelista francés.
Los textos del colectivo italiano Wu Ming (http://www.wumingfoundation.com) pueden reproducirse y distribuirse libremente, para fines no comerciales. Traducción realizada por Iniciativa Socialista, igualmente de libre distribución.
Querido Serge:
Contesto con gusto a tus perplejidades.
El tema que planteas (la autonomía de los nuevos movimientos y su relación con la izquierda institucional) merece reflexiones radicales pero no esquemáticas, rigurosas pero no rígidas. Probablemente, me extienda en mi respuesta algo más de lo que esperabas, por lo que te pido excusas.
Cuando alguno de nosotros, en algunas entrevistas, ha constatado que la izquierda, tanto la italiana como la de otros lugares, no solamente resulta insuficiente o inadecuada, sino que se encuentra en estado ruinoso, y que sólo podrá salvarse si se refunda de arriba a abajo, no teníamos la intención, desde luego, de decir que esa fuese la tarea histórica de los movimientos.
Estamos convencidos de que los movimientos no son meros “grupos de presión” al servicio de la izquierda política, ni una especie de electroestimulador cardiaco para burocracias y funcionarios sin imaginación.
Los movimientos son y deber seguir siendo independentes. Su cualidad más importante es la mezcla de hegemonía cultural y autonomía.
La hegemonía es lo que impulsa a tres millones de italianos a mantener la bandera de la paz en su balcón, aunque los vasallos e infanzones insisten en que la guerra en Irak ha terminado y han ganado “los buenos”. La hegemonía es lo que ha permitido “agrietar el frente” belicista y ha decidido el éxito de la oceánica manifestación mundial del 15 de febrero de 2003.
Sin la hegemonía, solamente queda la marginalidad que se autocelebra poniendo “al mal tiempo, buena cara”, sin posibilidad de obtener resultados concretos y llevar hacia adelante el conflicto.
La autonomía, por su parte, es lo que permite que los movimientos experimenten, sean origen de comunidad, tengan proyectos y prácticas que prefiguren la sociedad post-capitalista, sean autogobierno, autogestión y la más plausible alusión al camino que debe recorrer la comunidad humana.
Sin la autonomía, los movimientos se reducen a “opinión pública”, mera materia prima para sondeos y estadísticas.
El error de fondo a menudo cometido es considerar a los movimientos como un “subconjunto” de la izquierda. Por el contrario, los movimientos libertarios / igualitarios / solidarios / comunitarios, precedieron por varios milenios al nacimiento de la izquierda. Ya eran activos en el seno del orden feudal y probablemente sobrevivirán a la desaparición de la izquierda. Para decirlo más claramente: lo que llamamos izquierda (con todas sus ortodoxias y herejías, en todas sus encarnaciones, desde la liberaldemocratica hasta la izquierdista) no es más que la institucionalización de un subconjunto particular de los movimientos, subconjunto formado a partir de 1789, pasando luego por los años 1848 y 1917.
Los movimientos deben reaprender a pensarse más allá de la izquierda y fuera de ella. Quienes forman parte de los movimientos y proceden del phylum o tronco de la izquierda (por más “herética” y, al menos en las intenciones, libertaria que sea) debe pensar más allá de sí mismo y de su phylum.
Es necesario abandonar la representación bidimensional y la metáfora parlamentaria que ve todas las diferencias de posición como “más a la derecha que algo” o “más a la izquierda que tal otra cosa”. La tierra no es plana, es esférica ligeramente achatada por los polos. Por otra parte, no es más que un guijarro suspendido en los cielos.
En los movimientos han existido y todavía existen componentes que la izquierda ha ignorado o denigrado. Por ejemplo, durante largo tiempo ha sido ajena a la tradición de la izquierda, excepción hecha de las corrientes anarquistas, la idea de que los humildes y los parias, los “condenados de la tierra”, el subproletariado, puedan ser sujetos activos y no solamente manipulable “ejército de reserva” o hez de la sociedad. Esa idea la hemos heredado, por un lado, de aquellas corrientes culturales que desembocaron en el “nacionalismo negro”, al que luego sobrepasaron, y, por otro lado, de las experiencias sintetizadas en la teología de la liberación.
Obviamente, los movimientos “meten los pies en en el plato”, interfieren también con la “política politicista” de la izquierda, y deben tener cabezas de puente, y promontorios desde los que asomarse para ratificar conquistas, para seguir logrando el reconocimiento y la extensión de diversos derechos, para cerrar el paso a leyes y operaciones represivas, etc. Sin embargo, al hacer esto, los movimientos no deben nunca dejarse arrastrar hacia una visión subalterna respecto a la izquierda política.
Cuando funcionan bien, estos agentes sociales agrietan el frente capitalista, lo que es solamente uno de los efectos mensurables del terremoto, no el terremoto mismo. En pocas palabras: los movimientos contra la guerra han dado la posibilidad a los gobiernos de Francia y de Alemania de obstaculizar o retrasar el unilateral camino de Bush hacia Bagdad. Este es uno de los efectos visibles en la “escala Mercalli” de los sismólogos anticapitalistas. ¡Pero esto no significa que Chirac y los movimientos hayan marchado juntos!
La posición de Jacques Chirac no era desinteresada. Era un epifenómeno, pero al examinarla podemos entender en qué medida tres años de movimientos han influido en la mentalidad en Europa, impulsando al 80% de los ciudadanos del continente a rechazar el horror de la nueva “guerra [preventiva] de los treinta años”.
Observamos la crisis de la izquierda con la misma mirada “sismológica”: es una consecuencia de la irrupción de los movimientos es la escena pública. Cualquier cosa que la izquierda haga o no haga en este país en los próximos años será -para bien o para mal- una consecuencia de tal irruption y del trabajo de todos nosotros.
Este trabajo debe continuar con una perfecta autonomía en cuanto a proyecto y expresión, presionando de cuando en cuando sobre los diversos frentes y resquebrajándolos, actuando sin paranoias. No seríamos, de hecho, independientes si estuviésemos excesivamente preocupados por los riesgos de “recuperación”, empeñados en distinguir al 100% cada uno de nuestros pasos de los pasos dados por los núcleos dirigentes de la izquierda. El sindicato COBAS no es realmente independiente de la CGIL, puesto que cada paso que da lo hace en controversia con la CGIL o la sombra de ella.
Autonomía es actuar como sientes y crees justo.
Decir que la vieja izquierda está en crisis irreversible no implica que sea tarea nuestra salvaguardarla. Si quiere y puede, se salvará a sí misma, dándose la vuelta como si fuese un calcetín.
Ciertamente, esto plantea un problema: en ciertos aspectos, hay que suplir a la vieja izquierda. Durante los últimos años, en Italia y en otros lugares, la ausencia de una decidida oposición legal y “reformista” ha forzado a los movimientos a sustituirla, a colocarse a la defensiva, a proteger lo existente contra el avance de lo peor, como en el caso del artículo 18 del Estatuto de los trabajadores, de la escuela pública, del Estado de bienestar, etc. En otros países y en otros periodos esta tarea de “conservación razonable” correspondía a la socialdemocracia. Los movimientos deberían poder dedicarse libremente a llevar hacia adelante la tendencia hacia lo común y la comunidad . Deberían poder dedicarse libremente a federar las experiencias nacidas desde abajo, sobre el terreno, etc. Si la crisis de la izquierda nos deja atados a la acción defensiva, ¿tendremos espacio y tiempo para hacerlo?
El riesgo que se corre es que, mientras se defienden los viejos patrimonios patrimoniales relacionados con el Estado y las administraciones públicas (como el welfare, o Estado de bienestar), el capital invada los nuevos espacios (los empleos, las redes y su economía del don, el software libre, los embriones de economías del apoyo mutuo y el intercambio justo, etc.).
Te será fácil rebatirme: esta izquierda no defiende esos viejos territorios; de hecho, frecuentemente abre el camino a los depredadores, privatiza, reestructura, etc. La pregunta es entonces esta: ¿no podría ser mejor tener una izquierda (diversa) activa en la retaguardia, mientras que los movimientos se situan en los puestos más avanzados?
También en este caso es necesaria una mirada desencantada y sismológica sobre la cuestión de la ONU y la batalla que ha tenido lugar entre la “coalición de los dispuestos” y las delegaciones de los países contrarios a la guerra.
Esta izquierda, de golpe y porrazo, fetichiza a la ONU y su papel, piensa que el “multilateralismo” pasa por ella y, sobre todo, piensa que el multilateralismo consiste en un equilibrio de poderes entre estados-nación.
Por el contrario, nosotros pensamos que los movimientos están construyendo una esfera pública no-estatal. En cuanto a la ONU -recordemos que en sus primeros años la Internacional Situacionista hizo propuestas provocadoras para la reforma de la UNESCO-, hemos llevado algunos razonamientos a su lógica consecuencia: “Decís que la ONU experimenta un nuevo impulso. Bien, si es así, y si es verdad que, como ha escrito el New York Times, la oposición a la guerra es la segunda superpotencia mundial, ¿cómo es que esa superpotencia no está representada en el Palacio de cristal [edificio de la ONU en Manhattan]?”. En resumen: desenmascaramos el bluff.
Querido Serge, me he extendido bastante, pero quería ser claro y abordar el tema desde todos los los puntos de vista que se me ocurrían en este calurorosísimo día. He escrito esta carta en las páginas de un desgastado cuaderno, paseando por Villa Pamphili, en Roma, deteniéndome de rato en rato para fijar nuevas impresiones, abusando de la paciencia de mi compañera.
Wu Ming 1
8 de de junio de 2003
Qué es Wu Ming, de dónde viene, qué quiere, qué hace.
1. Luther Blissett Project (1994-99)
“Luther Blissett” es un pseudónimo multiuso, una “identidad abierta” asumida y compartida por centenares de hackers, activistas y trabajadores culturales en varios países desde el verano de 1994.
Por motivos que siguen siendo desconocidos, el nombre fue tomado prestado de un futbolista británico de origen indio-occidental.
En Italia, en el período 1994-1999, el llamado Luther Blissett Project (una red más organizada en el seno de la comunidad abierta que utiliza el pseudónimo) se hace muy conocido y logra crear la leyenda de una especie de “héroe popular”, Robin Hood de la era de la información que organiza bromas, difunde noticias falsas en los medios, coordina heterodoxas campañas de solidaridad con las víctimas de la represión, etc.
Durante el trienio 1996-1998, cuatro miembros de la columna boloñesa del LBP escriben la novela Q, que es publicada por Einaudi en marzo de 1999. En los años siguientes, la novela será traducida al inglés, al español, al alemán, al holandés, al francés, al portugués (brasileño), al danés y al griego.
Los cuatro autores de Q salen “al descubierto” el 6 de marzo de 1999 en una entrevista al diario La Repubblica. A pesar del título sensacionalista, en las respuestas no hay reducción ninguna de la complejidad del fenómeno Luther Blissett, ni mucho menos la abjuración de las prácticas adoptadas antes: “Nuestros nombres tienen poquísima importancia, y todavía menos, nuestras historias individuales. Somos el equipo que ha escrito Q, pero al mismo tiempo, somos menos del 0,04 % del Luther Blissett Project”.
Más allá de la complejidad de la trama y de su valor alegórico, el libro se convierte también en noticia porque es publicado con una especie de fórmula copyleft. Sólo se sorprenderán de ello quienes ignoren que la crítica práctica de la propiedad intelectual es una piedra angular del LBP. En diciembre de 1999 termina el Plan Quinquenal del LBP. Todos los “veteranos” (aquéllos que usan el nombre desde 1994) practican un suicidio simbólico llamado seppuku (suicidio ritual japonés).
El fin del LBP no implica en modo alguno el fin del pseudónimo, que continuará siendo adoptado por muchas personas en distintos países.
Para saber más sobre Luther Blissett y/o sobre el Luther Blissett Project:
http://www.lutherblissett.net/
2. Wu Ming
En enero de 2000, una quinta persona se une a los autores de Q y nace una nueva banda de narradores, Wu Ming (”anónimo” en chino mandarín).
El nombre de la banda se entiende como un tributo a la disidencia y como un rechazo del autor como estrella. Las identidades de los cinco miembros de Wu Ming no son secretas; nos limitamos a considerar más importantes nuestras obras que nuestras biografías individuales o nuestros rostros.
Cada miembro de Wu Ming tiene un “nombre artístico” compuesto por el del grupo más una cifra determinada por el orden alfabético de nuestros apellidos.
Desde su fundación, el colectivo ha producido novelas y obras de no ficción. La obra más importante es, sin duda, 54, una novela con decenas de personajes (incluido el actor Cary Grant), y también traducida a varias lenguas. De la novela ha salido un CD con música de Yo Yo Mundi y voces recitantes de los actores Marco Baliani, Giuseppe Cederna e Fabrizio Pagella (Il Manifesto/Mescal, 2004).
En el curso de 2004 salen en Einaudi las novelas “solistas” de dos miembros de la banda (Guerra agli umani de Wu Ming 2 y New Thing de Wu Ming 1). No es el primer experimento de este tipo: en 2001, la editorial Fanucci había publicado Havana Glam de Wu Ming 5.
En otoño de 2004 se estrena la película de Guido Chiesa Trabajar con lentitud, sobre Radio Alice y el movimiento del 77 en Bolonia, escrita por Guido Chiesa y Wu Ming.
Nuestras posiciones sobre el copyright, los experimentos de escritura colectiva, nuestras newsletters (Giap y Nandropausa) y, no en último lugar, los centenares de encuentros mantenidos con nuestros lectores en toda Italia y no sólo, han hecho de Wu Ming lo que hoy es, sea lo que sea.
Zapatismo o barbarie
Wu Ming
Julio 2003. Texto escrito, en su versión original en italiano, para Carta, nº 28, http:www.carta.org.
Ya han pasado casi diez años desde aquel famoso 1 de enero de 1994 [fecha del comienzo de la sublevación indígena en Chiapas], y parece superfluo reseñar los méritos históricos de los zapatistas, a quienes se reconoce de forma muy generalizada haber sido los primeros que, sobre el escenario mundial, han devuelto la voz a quienes sufren la globalización capitalista sobre su propia piel. Lo hicieron en plenos años 90 del siglo pasado, cuando Occidente aún se atiborraba de teoría y teología neoliberista, y caminaba uniformemente hacia la mayor recesión económica de la historia contemporánea.
También es innegable que, por primera vez desde hace muchos años, el EZLN había sabido poner en marcha una estrategia comunicativa eficaz, adecuada a los tiempos, demostrando así que aunque no se posea grandes medios de comunicación de masas también se puede desafiar al adversario en este terreno, de una manera nueva, eficaz. Durante los últimos años, mucho se ha escrito y dicho sobre la genial guerrilla semántica y semiótica conducida por el EZLN, o sobre el “estilo” de la insurgencia zapatista.
No obstante, hoy podemos decir que la recepción dada a este patrimonio de intuiciones y experimentos, en buena parte asumido por el movimiento post-Seattle, no ha bastado para desentrañar realmente el nudo central y específico propio del zapatismo, con el cambio de paradigma político -antropológico, podría decirse- que representa.
Si bien la ferocidad de la globalización capitalista permanece, más que nunca, en el orden del día, por otra parte nos encontramos con que la toma en consideración de las formas y modos “zapatistas” de la política parece haber quedado en un segundo plano, pese a que durante los últimos tres años hemos asistido a la más evidente materialización concreta de estas intuiciones: hemos visto movilizarse sin tregua a la sociedad civil mundial, ese eficaz espectro retórico, pero hecho de sangre y carne; hemos visto a millones de personas moviéndose sin banderas, al margen de los aparatos, retomando en sus manos, con una óptica nueva, la propia vida y el propio destino colectivo, o al menos intentar hacerlo, conscientemente o no. En suma, hemos visto cómo se expresaba una posible política “desde abajo”.
El motor de este movimiento no han sido los viejos partidos, sino miles de asociaciones, comités, grupos, organizaciones, “perros” sin dogal, conectados en una red planetaria y capaces de dialogar entre sí pese a proceder de espacios políticos muy diversos. El motor ha sido su trabajo cotidiano y certero, que ha mantenido activas las energías y las mentes, y que ha producido sentido y conflicto en todos los rincones del planeta, más allá incluso de las grandes movilizaciones en las calles.
No se nos ocurre nada que pueda ser más “zapatista” que todo esto. Y, sin embargo, la cesura entre el pasado y el presente sigue siendo un problema sin resolver, un problema que asume una importancia crucial precisamente cuando nos encontramos saliendo de este fogoso periodo.
No debe olvidarse que el zapatismo ha cortado amarras definitivamente con el Novecento [siglo XX], constituyendo una ruptura que hace época respecto al imaginario de las izquierdas históricas occidentales. Ante todo, barrió muchas dicotomías típicas de la tradición política novecentista: reformismo / revolución, vanguardia / movimiento, intelectuales / clase, toma del poder / éxodo, violencia / no violencia, etc. Y también ha derribado la teoría marxiana del derrumbe, de la crisis y de la necesidad de su aceleración por parte de los movimientos antagonistas, pues se ha tomado conciencia de que ahora este sistema de producción y dominio vive y se alimenta de su crisis permanente. La crisis no establece de por sí una posibilidad de liberación, aunque sí el escenario estructural dentro del que moverse para construir, autónomamente, hipótesis parciales de conflicto, de autogobierno y de alternativa posible. Desde este punto de vista, el zapatismo ha descartado cualquier visión teleológica y prometeica de la historia, abandonando tanto el evolucionismo de la Ilustración como el mecanicismo positivista.
La cuestión del poder, precisamente, o, para ser más exactos, la cuestión del no-poder, ha hecho del zapatismo algo “herético” a ojos de las izquierdas históricas, radicales o socialdemócratas. Se trata del paso de la figura del “revolucionario” (o su versión débil, soft, el “reformista”), que quiere tomar el poder para cambiar el mundo, a la figura del rebelde, que, por el contrario, quiere poner en discusión el poder y corroer sus fundamentos, para dar vida a formas de participación paralelas, alternativas y auto-organizadas de la sociedad civil.
La práctica zapatista no pretende formular un nuevo mundo, sino que experimenta y hace alusión a la construcción de muchos mundos posibles. Por tanto, más que como una teoría o una ideología, el zapatismo se presenta como un método abierto, un hábito mental, infinitamente readaptable.
Este salto paradigmático respecto al pasado y, sobre todo, el salto “al otro lado del océano” no ha sido fácil y sigue encontrando tenaces resistencias. No se trata, obviamente, de negar la diferencia entre contextos culturales y geopolíticos muy distantes, sino más bien de reconocer la reincidencia mental que ha frenado el uso compartido de este método. Más allá de las consignas ampliamente difundidas y de las fórmulas que han inundado la retórica del movimiento, estamos pagando el precio de esa distancia y de las reticencias a dar ese salto.
Tras un trienio como el que dejamos a nuestras espaldas, podemos decir que la política es todavía fuerte, aunque no lo sean las estructuras que la practicaron y que nacieron de ella. Si tales estructuras se encuentran debilitadas y vacías, en ellas está presente, sin embargo, una compulsión hacia la repetición de las viejas lógicas. En todas las conexiones de la izquierda italiana y europea, tanto si son institucionales como si están relacionadas con el movimiento, permanece, transversalmente, un imprinting “leninista” (absit iniuria, es decir, dicho sin ánimo de injuria) todavía muy visible, aunque se decline según los contextos y las necesidades.
Los problemas ligados a la hegemonía, al control sobre pequeñas o grandes áreas políticas, la obsesión por la identidad, el tacticismo, el desarrollo de excrecencias formadas por clases políticas “profesionalizadas”, siguen siendo patrimonio de las estructuras que han atravesado el movimiento, y no sólo de aquellas que se han limitado a seguir al movimiento.
No resulta difícil darse cuenta de la distancia entre el movimiento real -fluctuante, complejo, articulado, horizontal, inmiscuido en las cosas- y las estructuras pre-existentes, hoy en lucha entre ellas para disputarse los frutos políticos. No se trata de proponer una lectura maniquea y populista de las circunstancias, sino de comparar las dinámicas producidas desde abajo en estos años con los encuentros y desencuentros marcados por la vieja idea de la política que siguen compartiendo estructuras y partidos.
Según este paradigma los movimientos serían fenómenos “excepcionales”, sobre los que cabalgar o en los que sumergirse para emerger de nuevo más reforzados que cambiados; o bien epifenómenos incontrolables, de los que hay que desconfiar y a los que hay que contener y hacer volver al lecho del profesionalismo electoralista. Ambas actitudes son hijas de la matriz tercerointernacionalista, matriz que produjo una parte buena de los errores y los horrores del siglo XX, y ambas comparten la idea de que tarde o temprano tiene que terminar la estación de las “giras de ciudad en ciudad” y que será inevitable una fase de “repliegue”, o incluso directamente de reflujo, en la que recontar las propias fuerzas, hacer las cuentas, redefinir las alianzas entre aparatos, a la luz de todo aquello que los movimientos han producido. Tras la apertura, el cierre. Todo comienza otra vez como al principio. E inútil es subrayar que mientras se hace todo esto, serán bendecidos el método y el mérito del cuestionamiento zapatista.
Que existen momentos de sedimentación de las energías movilizadas en las grandes luchas es un dato histórico, y tal vez hasta psicológico, ineludible, lo que hace tanto más extraordinario un periodo de tres años como el que acabamos de vivir. El zapatismo, sin embargo, no puso sobre el tapete la ingenua idea de una movilización permanente, sino las de una constante y prolongada participación, un acceso ilimitado a la política, una abolición de los derechos de autor sobre la política como dominio separado de la vida civil cotidiana y llevado a cabo por los capataces encargados de hacerlo. Por eso, el zapatismo ha dado tanta importancia al municipalismo, a las comunidades locales auto-organizadas (y autodefendidas, cuando se intenta aplastarlas por la fuerza, como en Chiapas), a la experimentación de formas nuevas de participación política sobre los territorios. Por eso, el zapatismo rechazó convertirse en una fuerza parlamentaria y rechazó también aceptar el compromiso, no ya con las instituciones o con el poder en abstracto, sino con sus deterioradas manifestaciones inmanentes, mediaciones con la vieja idea de la política. Y si alguna vez ha habido una brizna de idealismo en el zapatismo, reside completamente en esto. Y no es poco.
Esta misma idea ha sido puesta en práctica en el Norte del mundo, a partir de Seattle, y entra necesariamente en conflicto con la concepción “hegemonista” y “numérica” que distingue a la vieja política. Sería estúpido fingir que esta contradicción no está ante nuestros ojos.
Quien hoy vuelve a razonar según los parámetros de antes, está forzando las cosas de una manera que conduce a que la energía liberada en estos años sea comprimida. Y está claro que esto se puede hacer con las mejorers intenciones, simplemente por incapacidad para cambiar, por inadecuación a la historia, por la esclerotización del cerebro. Y el tránsito entre la conservación y la reacción puede ser breve.
Nos damos cuenta de ello, por ejemplo, cuando tras la victoria del centro-izquierda en las elecciones administrativas italianas [regionales, provinciales y municipales], muy pocos de los vencedores se han mostrado dispuestos a reconocer que el mérito de esos resultados corresponde a un cambio general en la atmósfera social, producto de un movimiento que durante tres años se ha opuesto en plazas y calles a la política berlusconiana, mientras El Olivo se empeñaba en mirar su propio ombligo.
Nos damos cuenta de ello cuando las candidaturas a los grandes ayuntamientos son decididas en torno a las mesas de las secretarías de los partidos.
Y, por otra parte, también nos damos cuenta de ello cuando determinadas áreas del movimento recuperan del cuarto de los trastos viejos lógicas vanguardistas y solipsistas que, como dice el propio subcomandante Marcos, no llevan a ninguna parte. O cuando se nos convoca a grandes referendos, útiles para marcar posición pero políticamente inútiles, desde el momento que entramos en la cabina electoral sabiendo ya que vamos a perder.
Nos damos cuenta de ello cuando nos encontramos una y otra vez ante las mismas figuras gesticulantes de “machos guerreros” al frente de las dinámicas públicas y políticas; mientas que, por el contrario, el único militante zapatista que entró en el Parlamento mexicano fue la Comandante Esther, portadora de uno de los documentos (ver http://www.inisoc.org/zapester.htm) más bellos producidos por el EZLN, centrado en la condición indígena y femenina.
Nos damos cuenta de ello, más en general, cuando nos invade la sensación de haber sido de nuevo reducidos a “electores”, después de haber sido, durante un periodo que no fue breve, “ciudadanos”.
Estamos en medio de un vado cuya importancia histórica apenas logramos intuir, pero que se respira en el aire.
Hoy, la opción zapatista, en su sentido más amplio y más abierto a diversas declinaciones, es, más que nunca, una cuestión central, quizá vital, para todos nosotros. O sabremos mantenerla viva, traducida a un nuevo tiempo y a nuevas ocasiones, distantes de cualquier inercia derrotista, o el riesgo involutivo se convertirá en una amenaza concreta. O bien la inteligencia colectiva que impulsó el movimiento sabrá inventar el modo de mantener la cohesión y la cooperación de las energías positivas que liberó, manteniendo activa su capacidad de generar proyectos y poner en marcha experimentos concretos, o bien será difícil lograr la puesta en valor del elemento de novedad política que ha emergido durante los últimos años. El camino del reflujo y del retorno a los huertos y patios privados está siempre abierto.
A nosotros nos toca demostrar que estamos a la altura de este momento de transición y de este desafío.