Carta desde la Plataforma Anti-imperialista - Paraguay

29.Dic.05    Análisis y Noticias

Compañeros:

Aqui va un articulo escrito por uno de los mienbros de las Plataforma Anti imperialista, a traves de la campaña ” Yankis Tapeho” (Fuera Yankis) en relación al ingreso de tropas norteamericanas en territorio paraguayo.

Porqué no somos pacifistas

Por Julio Recalde
Movimiento por la Revolución Estudiantil (MRE)
de la Plataforma Anti-imperialista - PARAGUAY

La Plataforma Anti-imperialista de Paraguay es un espacio de
articulación de esfuerzos en la lucha anti-imperialista mundial. Las
organizaciones que la conforman centran sus actividades en diferentes
sectores que van desde el estudiantil y el sindical hasta el
campesino, considerando siempre que cualquier reivindicación, como por
ejemplo el reclamo estudiantil de aranceles cero, el de los sindicatos
de la salud por más presupuesto para ese rubro o la demanda campesina
de reforma agracia llevan, en última instancia, a un enfrentamiento
con los intereses imperialistas que tienen alcance y efecto mundiales.
Pero tal vez el efecto más contundente y palpable del imperialismo es
la militarización del mundo. En Paraguay, la Plataforma
Anti-imperialista surge a raíz de la coordinación de esfuerzos de
protesta y repudio de la presencia abierta de soldados y efectivos de
la Marina y el Ejército de Estados Unidos en territorio paraguayo,
bajo la excusa de “asistencia humanitaria” y tareas de entrenamiento
con las fuerzas militares locales. Los ejércitos significan, de una
manera u otra, lo mismo: guerra, de la intensidad y el tipo que fuere.
Y la presencia de los efectivos yanquis en Paraguay tiene la finalidad
directa de proteger los intereses económicos de la mayor potencia
imperialista del continente: los Estados Unidos de América. Por ello,
nuestra consigna principal es ¡Yanquis tapeho!

Muy frecuentemente algunos medios de comunicación, los luchadores
sociales o las personas en cualquier conversación utilizan la palabra
imperialismo para referirse a la expansión agresiva y hasta violenta
de la influencia y los dominios de un país o un gobierno a través del
mundo; también califican de imperialista principalmente a los Estados
Unidos, argumentando que invaden un país soberano como Irak sólo por
el petróleo, bajo el mando y la voluntad del Presidente George Bush en
alianza con otros países –también imperialistas- como el Reino Unido e
Italia; explican así que el imperialismo es una política de Estado o
de Gobierno, la cual puede ser cambiada con el simple reemplazo de
personas en las instituciones de poder de los países. Esta visión
parcial de la situación económica y política mundial lleva a plantear
propuestas de acción que como solución a la miseria, al deterioro de
la calidad de vida y las pérdidas de libertades de los trabajadores en
todo el mundo ofrecen la vía electoral para cambiar personas en cargos
y la resistencia no violenta, aún frente a ejércitos de ocupación como
en Palestina y en Irak.

Pero las calamidades de un orden mundial que se torna universal al
cabo de 500 años de historia no pueden solucionarse –permanentemente y
con efectividad- por vías electorales o de simple crítica de palabra y
resistencia testimonial como es la política llamada no violenta. Para
superar, como humanidad –y a través de una clase social en particular-
ese orden no injusto, como lo califican los “anti-globalización”, sino
de explotación y dominación, es necesaria una concepción política y
una práctica que apuntan no a cambiar simplemente de personas en
cargos o de “humanizar” y “volver justo” el trato meramente comercial
entre pueblos, sino más bien construir una sociedad nueva destruyendo
la esencia misma del imperialismo: el capitalismo.

Como Plataforma Anti-imperialista, concebimos al imperialismo no cómo
una simple política de Estado o Gobierno que puede cambiar con las
personas y a voluntad de los grupos de presión o de los muy
publicitados “grupos anti-globalización”. El imperialismo es el
capitalismo en su máximo grado de desarrollo. Esto es, la separación
entre quienes poseen capital (en dinero o en bienes de producción) y
aquellos que trabajan viviendo exclusivamente de su trabajo se ha
profundizado agudamente, a la vez que la siempre creciente producción
de mercancías ha tomado escala planetaria y el comercio se ha
internacionalizado absolutamente: el mundo es una gran fábrica y, a la
vez, un gran mercado. Pero este desarrollo de la producción de
mercancías no ha conservado los viejos valores de los liberales de
libre competencia, el comercio mundial trae consigo, inevitablemente,
una gran concentración de la producción y de los capitales, las
empresas pequeñas y medianas sucumben ante las más grandes creándose
así gigantescos monopolios que deciden sobre la producción fijando los
precios de común acuerdo, controlando las fuentes de materias primas,
la disponibilidad de tecnología y el acceso a mercados, impidiendo así
la competencia y comprando Gobiernos mientras “exportan” capital para
nuevas empresas en diferentes países buscando solamente –y nada más-
el lucro. Estos monopolios transnacionales son, en estructura,
recursos e influencia, más poderosos que muchos estados nacionales, su
misma presencia en varias ramas de la industria, la agricultura, el
transporte para sus mercancías y su “unión carnal” con los bancos para
el manejo de las exportaciones de capital y los préstamos usurarios a
los gobiernos, además del gran volumen de dinero que mueven en sus
operaciones, los ha llevado a fusionarse con los bancos, formando un
todo, constituyendo el capital financiero. Este hijo del capital
industrial y el capital bancario pasa a predominar en las decisiones
de dónde, cuándo, qué, cómo y para quiénes los trabajadores producen,
llevando inclusive a crear ese “mercado” de especulaciones con el
trabajo, montando gigantescos casinos, dando a veces y en algunos
países hasta la ilusión a los trabajadores de poder participar en su
juegos de ganancia, pero como en las casas de azar, “la banca nunca
pierde” y ella es de los capitalistas.

Este gran desarrollo del capitalismo ha llevado a que en algunos
países los monopolios capitalistas acumulen una gran cantidad de
riquezas y de tecnología, concentrando recursos económicos, militares
y científicos: son las potencias imperialistas, que buscan
incesantemente ganancias para sus empresas a lo largo y ancho del
planeta, y existen varias, como Japón, Estados Unidos y Europa,
principalmente. Si bien el “reparto” de territorios a nivel mundial
entre las potencias imperialistas ha terminado ya a mitad del siglo
pasado, reconfigurándose el mundo en base a países con estados
formalmente soberanos, el imperialismo lleva al reparto del mundo
entre los monopolios transnacionales que tienen su asiento en las
potencias, pero intereses económicos repartidos por todo el mundo. Y
es el capital financiero –fruto de la fusión del capital industrial y
el capital bancario- el que marca el ritmo. El capitalista financista,
aquel que especula con sus inversiones con la mirada puesta siempre en
la industria, es quien tiene la batuta. Ya no es, simplemente, la
búsqueda de mercados y de fuentes de materia prima para la industria
la que determina la expansión y profundización incesante de este orden
mundial en la figura del comerciante, sino es la oligarquía financiera
la que rige, como estado mayor al frente de verdaderos ejércitos
industriales, la vida en todos los países.

Sólo desde esta perspectiva podemos entender que ni la paz o la guerra
en Irak ni la presencia de tropas yanquis en Paraguay son la simple
decisión o voluntad del Presidente George Bush o de su administración.
En la época del imperialismo, la guerra o la paz son sólo dos caras de
una misma moneda: el lucro. La guerra es simplemente una parte –o un
momento- de los negocios. Los militares yanquis que están, hoy por
hoy, haciendo un reconocimiento del terreno y familiarizándose con los
militares locales a través de 13 misiones iniciales, están ejecutando
acciones de un plan mucho mayor de dominación y sometimiento, que
tiene al acrecentamiento de la riqueza capitalista como único
incentivo. Esta propagación y acentuación del modo capitalista de
producción es inevitable, es la consecuencia natural de este orden
social. No hay maneras de “humanizar” al capital, o de buscar “nuevas
vías”, sean terceras, cuartas o infinitesimales. El capitalismo
necesariamente, para no perecer en cuando orden social y seguir
obteniendo ganancias, debe desarrollarse hasta el imperialismo, y
éste, a su vez, tiene en el militarismo una elemento indispensable
para guardar sus intereses. Por ello hoy Paraguay está siendo ocupado
–solapada pero eficientemente- por tropas yanquis. Y también otros
países de América del Sur y del mundo.

Ante la ofensiva mundial de las fuerzas imperialistas –que es
imposible y hasta inútil dividir en terrenos económicos, políticos o
militares porque todo es un movimiento- la resistencia y la lucha
anti-imperialistas necesariamente se tornan globales, como
enfrentamiento a la explotación, a la miseria y, por sobre todo, a la
destrucción física de seres humanos, a esa violencia. Pero, por más
contradictorio que parezca, una “resistencia no violenta” sólo hace
más fuerte al enemigo. Reclamar paz –reivindicando la política de
“poner la otra mejilla”- y desdeñar la resistencia de pueblos como el
palestino y el iraquí sólo conduce a fortalecer al enemigo, al agresor
imperialista, y darle una sutil pero consistente legitimidad a sus
campañas de exterminio. En la era del imperialismo, la lucha de los
trabajadores es mundial, pero las herramientas y los métodos son
locales, en relación directa a la intensidad y la profundidad de los
avances de las fuerzas del orden. No hay recetas. Sólo podemos confiar
en las nuestras lecturas –lo más precisas posibles- de los puntos
neurálgicos y de las contradicciones que el presenta, utilizándolas
para un práctica consecuente con los principios de solidaridad
internacionalista y perspectiva de clase. Esto es, combatir también en
nuestra práctica cotidiana al nacionalismo y sus implicancias nefastas
de alianzas con “empresarios honestos” o “que buscan el desarrollo del
país”, quienes, más tarde o más temprano, acaban por defender el lucro
y, con ello, pasarse a las filas de sus hermanos de clase de otros
países. Los intereses de los trabajadores y de los capitalistas están
escindidos desde el comienzo mismo, no hay amalgamas ni conciliaciones
posibles. Las clases sociales en lucha son irreconciliables.

El imperialismo es el movimiento mundial de profundización de la
explotación y la dominación del capital. Trae hambre, miseria y
agresiones como nunca antes la humanidad pudo presenciar. No es una
cuestión de voluntades ni de “pactos sociales” ni de utopías de volver
al capitalismo de antes para que las condiciones de vida mejoren. De
lo único que se trata es de acabar con el capitalismo –ya en su fase
imperialista- antes que la humanidad sea destruida por la próxima
guerra o por catástrofes que pueden evitarse si el lucro no primase.
Criticar al imperialismo sólo tiene sentido para destruirlo como
trabajadores y campesinos luchando coordinadamente desde todas partes
del mundo, con los métodos que las condiciones locales requieran.
Repudiamos enérgicamente el anti-imperialismo de palabra y las meras
reformas temporales –o “modelos alternativos y pluralistas”- de
hechos. Rechazamos con más énfasis aún el nacionalismo – con cierta
extensión al regionalismo- que los capitalistas locales evocan en pos
de la falsa unidad nacional cuando ven sus ganancias afectadas por el
avance de otros sectores, más fuertes, de su misma clase.

Un otro mundo en verdad es posible y más que nunca necesario, pero
sólo a condición de destruir al imperialismo, de combatirlo
francamente y de asumir, de una vez por todas, que cualquier otra
“vía” o “humanización” es simplemente no combatir al verdadero
enemigo. Porque la inhumanidad que en efecto resulta de la opresión y
la miseria inherentes al imperialismo perdura y resiste a todos los
intentos de atenuarla. No hay otra alternativa más que la de destruir,
hasta las raíces mismas, la estructura de la sociedad basada en la
explotación y el lucro para que al fin los seres humanos se relacionen
simplemente como tales y no como poseedores de mercancías. No, Mister
Bush, luchar para destruir construyendo no nos hace terroristas; no,
“anti-globalizadores”, no somos pacifistas porque en el imperialismo
paz y guerra son sólo dos caras de la misma moneda. Nosotros estamos
en las trincheras anti-imperialistas.