Tomado de CAES Centro de Asesorías y Estudios Sociales
La articulación política del poder constituyente exige algo más que la suma neocorporativa de la actividad de colectivos y organizaciones que expresan, agregada, la suma de intereses individuales o de identidades oprimidas. El poder constituyente sólo puede proceder de una segunda integración, ahora de colectivos organizados, más allá de la cooperación de los individuos. Los colectivos de personas que, al movilizarse, expresan de forma local, sectorial o transversal daños, reivindicaciones o aspiraciones, necesitan, a su vez, una mirada sobre la totalidad.
Esta mirada es la condición para la equivalencia y la comprensión mutua entre colectivos en lucha contra un enemigo común. Esta mirada es condición para la comprensión cabal de sí mismos como un fragmento del poder popular y el descubrimiento de la forma en que el discurso del enemigo les habita. La experiencia dialogante y cooperativa entre diferentes subjetividades, (trabajadores, mujeres, consumidores, inmigrantes, ciudadanos, etc) muestra, como un arco iris, las diferentes identidades de la autodeterminación social.
En ese proceso de salud pública, pero también privada, se reconstruyen e integran, en la práctica y en la subjetividad, las dimensiones de la identidad que han sido escindidas y reprimidas por el poder constituido. La cooperación en la autodeterminación, añade un crecimiento geométrico de la potencia constituyente.
En estas condiciones el poder individual ya no depende de la cooptación desde el poder constituido sino que, recuperado el protagonismo desde abajo y limitada la delegación, vuelve a su lugar originario, el pueblo [1] , en sus múltiples procesos de autodeterminación, generosos y conscientes.
La experiencia colectiva de este proceso constituyente descansa en la mirada común sobre la totalidad y no solo sobre uno mismo. Esta mirada es condición para desmontar los mecanismos del poder constituido que anidan dentro de los individuos y los colectivos sociales y activar un proceso de reapropiación de dicho poder, generando una racionalidad alternativa a la racionalidad mercantil, competitiva e individualista, que nos hace impotentes ante el capital y el estado.
Un movimiento de este tipo exige una composición plural. No puede realizarse al margen y menos aún, en contra de organizaciones fuertemente condicionadas por el Estado y el Mercado (partidos de izquierda, sindicatos, ONGs, cooperativas, etc). Pero tampoco será posible al margen de la lucha social y sin autonomía política respecto a dichas organizaciones.
A pesar de que cada colectivo en lucha contiene, integradas dentro de sí, todas las determinaciones sociales (clase, género,nacionalidad, edad, especie, etnia, raza, ideología, etc), la forma fragmentaria y singular en la que expresa su voluntad de autodeterminación, le impide comprender su dimensión general y es el origen de la impotencia que neutraliza su propio poder constituyente. Dicha conciencia solo puede completarse en una experiencia común de (re)conocimiento, diálogo y apoyo mutuo en la confrontación con el poder constituido.
La conciencia de universalidad, desde la propia singularidad, es resultado de un recorrido práctico que constituye en sí un acontecimiento revolucionario, sin el cual, OTRO MUNDO ES IMPOSIBLE. Esta conciencia es un factor ineludible para la crítica [2] del poder constituido, del mercado y del estado que, siendo las instituciones garantes de la desigualdad y el dominio de unos sobre otros, aparecen como depositarios de la igualdad y el bien común.
El vacío de conciencia universal en los militantes de los movimientos sociales, es ocupado por el discurso del poder constituido. Desde la primavera del 2003 y tras el sabotaje de la movilización, las formas de coordinación y los lemas compartidos del MAG, dicho vacío ha sido ocupado por el mercado, el estado y los que, desde dentro de dicho movimiento, les sirven, sustituyendo el MAG por un movimiento altermundialización fragmentado y domesticado.
El apoyo mutuo en un ecosistema de colectivos singulares, es la base para una ruptura estratégica con la razón instrumental que rige el comportamiento de toda la sociedad, incluidos los de abajo. Cada uno ve a los otros sólo como una ortopedia de su propia debilidad y como un objeto cuya importancia depende de la utilidad que puede suponer para sí mismo, autoconsiderado como el único sujeto.
La cooperación unilateral e incondicional y el hecho de dar como condición previa para recibir, desplaza el individualismo y la competitividad que presiden las relaciones entre los sujetos y los colectivos sociales. Los paradigmas de la izquierda, que son los mismos que los de la derecha, reproducidos en la mayoría de los colectivos sociales, impiden el desarrollo del poder constituyente popular.
El individuo no puede incluirse en un proceso constituyente si no está previamente territorializado en la sociedad. La representación política de los movimientos sociales, el Movimiento Antiglobalización, no puede ser una superestructura social, un espacio para organizar jornadas o campañas, donde individuos aislados o representantes de una sigla, pugnan por el control de ese espacio para beneficio de su sigla o de su propio ego. Un colectivo es un grupo real donde la tarea común es la expresión de necesidades sociales concretas. Dicha tarea común determina las normas de la cooperación, cuya potencia es la fuente de la fuerza de cada uno.
Solo en un grupo real se puede romper el virus del individualismo, el aislamiento y la impotencia que nos hacen dependientes del poder constituido. Desde la cooperación en un grupo real - como mediación entre una sola persona y la sociedad - el individuo puede incluirse en un proceso constituyente. Un proceso constituyente general no es posible sin infinidad de procesos de autodeterminación de colectivos particulares. A su vez, los procesos constituyentes particulares no pueden prosperar sin el calor de un proceso constituyente más amplio.
El espacio para el avance de un proceso constituyente amplio, plural y poderoso, no es un producto espontáneo de la “mano invisible” del deseo o de la expresión de una fuerza providencial y trascendente, sino un duro terreno de batalla. Ese espacio, en los últimos años se llama “Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra” (M.A.G.)[3]
VII 2005
[1] “Pueblo”, es el conjunto de sectores sociales que, en un momento dado se expresan políticamente no solo en procesos electorales sino, sobre todo, en movimientos de autodeterminación con vocación constituyente por la defensa de derechos y libertades vulnerados por el capitalismo global y sus instituciones, así como en la participación en procesos de trabajo, consumo, cuidados y cultura antagonistas con el mercado global.
[2] En su doble sentido de fuerza de la crítica y crítica de la fuerza.
[3]Ver: “El movimiento antiglobalización en su laberinto. Entre la nube de mosquitos y la izquierda parlamentaria”. VVAA. Editorial Catarata y CAES. 2003
24 años de CAES
x CAES - [02.05.05 - 16:18]
En lo últimos años, la tendencial disolución de la izquierda, al incorporar los principios fundamentales de la derecha y abandonar la vocación constituyente popular, nos ha dejado en una coyuntural soledad. No hemos puesto las velas en la dirección que soplaba el viento de la socialdemocracia sino que, por el contrario, hemos mantenido el rumbo de la acumulación de fuerzas, práctica y teórica, desde abajo del todo.
El pasado 1 de Febrero de 2005, el CAES cumplió 24 años. En este largo periodo hemos sobrevivido, en escenarios políticos diversos, como una red de colectivos autónomos implicados en la lucha social anticapitalista. En nuestras señas de identidad, también están el feminismo, la defensa del derecho de autodeterminación, el empeño en la formación teórica de l@s militantes y el impulso, desde distintos territorios sociales, de nuevas formas de cooperación, producción y consumo, al margen del mercado y del estado.
Desde 1995 formamos parte activa de las redes sociales que crearon las condiciones para que, tras la irrupción internacional del Movimiento Antiglobalización (MAG), a finales de 1999, dicho movimiento tuviera en el Estado Español, de forma inédita en Europa, una dimensión de masas.
En lo últimos años, la tendencial disolución de la izquierda, al incorporar los principios fundamentales de la derecha y abandonar la vocación constituyente popular, nos ha dejado en una coyuntural soledad. Esta soledad multitudinaria, está gestionada por la izquierda capitalista y es un efecto, pero también una premisa, de la globalización económica. Superar la soledad de los grupos sociales que luchan abriendo la posibilidad de frenar al neoliberalismo, es también superar el control que dicha izquierda ejerce sobre los movimientos sociales.
La liquidación del Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra, ha recreado, en IV´03, el drama de la transición política española. Hace 25 años, la izquierda tomó el “atajo” de las instituciones, cancelando el movimiento popular constituyente. Con la entrada de la izquierda en el estado, también se produjo la entrada del estado y del mercado en la izquierda. Desde entonces, sin fuerza popular propia, la izquierda ha degenerado en una leal autooposición del capitalismo, a mayor gloria de la democracia global de mercado.
Hoy, 25 años después, los atajos los toman colectivos sociales y redes juveniles que, en la década de los 90, protagonizaban la lucha contra la injusticia, la explotación y en defensa de la libertad. Estos atajos consisten en la expansión mercantil de proyectos culturales y comunicativos postmodernos que, apoyados discretamente por las instituciones de la socialdemocracia, se alzan sobre el cadáver del movimiento antiglobalización.
El alma en pena de dicho movimiento, aparenta buena salud gracias al aliento de “la unidad de la izquierda” que liquidó su cuerpo. Fuera de esta unidad, solo parece haber radicalismo sectario, antiamericanismo trasnochado y “mal rollo”. La “unidad de la izquierda” contiene, en su actual configuración, distintos departamentos de autooposición: sindical, feminista, ecologista, juvenil, cultural y ONGs. Pero “la izquierda” es el PSOE y la unidad en torno a él. Este partido comparte con el PP los principios y las políticas responsables del trabajo basura, la comida basura y la cultura basura que disfrutamos.
Desde 1977, el PSOE ha vampirizado a la izquierda política y sindical. Esta, a su vez, ha controlado, entre otoño de 2001 y primavera del 2003, a la emergente izquierda social que se articulaba a partir del “Movimiento contra la Europa del Capital, la Globalización y la Guerra”. La fuerza con la que algunos proyectos se alzan, a pesar de la indigencia de su patrimonio político y teórico y de la desaparición del movimiento, nos alerta sobre su grado de autonomía política.
Nosotr@s continuamos impulsando, desde fuera de estos atajos, proyectos asociativos y luchas cotidianas, así como espacios de apoyo mutuo entre los sectores más activos. No hemos puesto las velas en la dirección que soplaba el viento de la socialdemocracia sino que, por el contrario, hemos mantenido el rumbo de la acumulación de fuerzas anticapitalistas, práctica y teórica, desde abajo del todo. Por mantenernos en este afán, estamos siendo linchados por antiguos compañeros, hoy reconvertidos en agentes de “la unidad de la izquierda”.
Sabemos que nuestro trabajo es conocido por personas con las que no tenemos más vínculo que el comunicativo. Hoy, nuestra supervivencia requiere llevar un poco más adelante ese vínculo, materializándolo en algunas formas de apoyo concreto. La participación en el trabajo práctico y teórico en los colectivos de base, con la difusión de nuestras publicaciones y el apoyo económico, puedan ser alguna de ellas.