Viernes 13 de enero de 2006
Gilberto López y Rivas
La Jornada
as premisas explícitas e implícitas de las que parte Enrique Dussel en su artículo “La doble campaña”, publicado en estas páginas, no corresponden del todo a la realidad ni a la intencionalidad política de la otra campaña. Su argumento esencial es que la “izquierda” (así, en genérico) no es convLeniente que se divida y, en consecuencia, debieran marchar juntas la campaña presidencial del Partido de la Revolución Democrática y la iniciada por el EZLN a partir de su Sexta Declaración; “las dos campañas son complementarias y estratégicamente deberían tener un mismo fin”.
La unidad de las izquierdas no se construye a partir de los deseos de analistas políticos. Se conquista a partir de coincidencias basadas en una trayectoria convergente y una acción política forjadas en luchas y movimientos de los que van surgiendo perspectivas similares que llevan, a su vez, a alianzas tácticas o estratégicas. ¿Qué acercamiento ha habido entre EZLN y PRD en los últimos años?, ¡ninguno!; por el contrario, destaca la cadena de desencuentros y confrontaciones entre ambos que llevó a la ruptura total cuando los senadores perredistas traicionaron los acuerdos de San Andrés.
También, sus trayectorias no podían ser más disímiles. En estos años, el PRD sufrió un deterioro ético notable; se alejó de los principales movimientos políticos y sociales anticapitalistas nacionales e internacionales; desarrolló redes clientelares y corporativas con sectores urbanos y campesinos; privilegió únicamente los procesos electorales, sacrificando una política social, democrática y popular; dio cabida a todo tipo de militantes y apoyos interesados, lo que provocó sonados casos de corrupción y arribismo social y, en suma, perdió la esencia contestataria que le dio origen y se convirtió en un partido sistémico, secuestrado por una burocracia, mientras sus gobiernos locales y estatales no constituyen más que una alternancia dentro de las reglas de juego del capitalismo neoliberal, sin desarrollo alguno de “poder popular” o incluso “ciudadano”.
Por su parte, el EZLN no sólo conservó su unidad interna, creció, renovó su base generacional y resistió con éxito la estrategia de contrainsurgencia y guerra de desgaste del gobierno federal, sino que desarrolló en la zona bajo su hegemonía una experiencia de gobierno inédita: los municipios autónomos zapatistas y, posteriormente, las juntas de buen gobierno, en los que se practica el “mandar obedeciendo” en el contexto de las autonomías de hecho, que de acuerdo con el informe de la misión de observación del grupo Paz con Democracia “constituyen un fenómeno de trascendencia excepcional para un proyecto de nación alternativo con prácticas nuevas de participación y democracia directa”. El EZLN ha conservado intacto su capital moral y político, con base en la congruencia con sus principios fundacionales.
La otra campaña parte de la idea de elaborar un programa nacional de lucha, “pero un programa que sea claramente de izquierda, o sea anticapitalista o sea antineoliberal, o sea por la justicia, la democracia y la libertad del pueblo mexicano”. Pero también, la otra campaña pretende construir otra forma de hacer política, “sin intereses materiales, con sacrificio, con dedicación, con honestidad, que cumpla la palabra, que la única paga sea la satisfacción del deber cumplido, o sea como antes hacían los militantes de izquierda que no paraban ni con golpes, cárcel o muerte, mucho menos con billetes de dólar” (Sexta Declaración). Neil Harvey, también en estas páginas, identifica otras características de la nueva forma de hacer política: “el diálogo como principio ético; la búsqueda de nuevas formas de participación; y la responsabilidad colectiva por el éxito de la otra campaña.”
Así, la campaña electoral del PRD y la otra campaña parten de dos lógicas distintas, dos visiones de la política que no coinciden y, en consecuencia, no pueden complementarse. Tal como señala el dirigente cubano Roberto Regalado: “en América Latina no se produjo -ni se está produciendo- un proceso de democratización, ni una apertura de espacios a la reforma progresista del capitalismo, sino la imposición de un nuevo concepto de democracia, la democracia neoliberal, capaz de ‘tolerar’ a gobiernos de izquierda, siempre que se comprometan a gobernar con políticas de derecha… De esta realidad se deriva que, tarde o temprano, el contenido popular y la ‘envoltura’ capitalista de los procesos desarrollados hoy por la izquierda latinoamericana entrarán en una contradicción insostenible: sólo una transformación social revolucionaria, cualquiera que sean las formas de realizarla en el siglo XXI, resolverá los problemas de América Latina (”Reforma o revolución”, en Rebelión, 9 de enero de 2006)”.
El EZLN en su Sexta Declaración estableció con claridad su política de alianzas con organizaciones y movimientos no electorales que se definan, “en teoría y práctica, como de izquierda”, de acuerdo con condiciones que evidentemente no reúnen los partidos de la izquierda institucionalizada: “No hacer acuerdos arriba para imponer abajo, sino hacer acuerdos para ir juntos a escuchar y a organizar la indignación; no levantar movimientos que sean después negociados a espaldas de quienes los hacen, sino tomar en cuenta siempre la opinión de quienes participan; no buscar regalitos, posiciones, ventajas, puestos públicos, del poder o de quien aspira a él, sino ir más lejos de los calendarios electorales; no tratar de resolver desde arriba los problemas de nuestra nación, sino construir desde abajo y por abajo una alternativa a la destrucción neoliberal, una alternativa de izquierda para México.”
Las opciones están planteadas: una campaña para la alternancia entre elites políticas sometidas a un único proyecto neoliberal, versus otra campaña para la edificación de un México en el que se mande obedeciendo.