El sup en Tulancingo

01.Mar.06    Análisis y Noticias

Domingo 26 de febrero de 2006

Están sometidos por “tres caciques” y los sistemas político y judicial

Pueblos nahuas de Acaxochitlán: 40 años de luchas y continúan aislados

La Jornada

Tulancingo, Hgo. 25 de febrero. Los 22 pueblos nahuas de Acaxochitlán, si bien componen 70 por ciento de la población de dicho municipio, son los últimos entre los últimos, y aunque llevan 40 años luchando por su parte, siguen aislados, solos, sometidos por “tres caciques” y por el sistema político y judicial en su conjunto. “No nos han dejado salir adelante, porque tenemos tres caciques. Nos han usado para que ellos tengan lo mejor y nosotros nos quedamos como sus puerquitos. Tenemos árboles, tierras, pero el problema es que no nos han dejado. Según hay una ley que no permite que nos aprovechemos de lo nuestro”.

Habla un miembro de la organización Aitepe Macehual Tlapaleguiani (”Ayudar a los pueblos indígenas”, en náhuatl), durante la reunión de adherentes a la Sexta declaración de la selva Lacandona con el delegado Zero en esta ciudad. Escuchándolos a él y sus compañeros uno entiende que la paciencia de los pueblos ha sido grande, y que ya llegó al límite. “Somos los más tontos”, dice otro de ellos, con una claridad que demuestra que no tiene un pelo de tonto.

Sucede sencillamente que hoy, como durante la Colonia, las leyes nacionales son usadas siempre en su contra. Su delito es existir. “No podemos hablar, no nos podemos defender. Si tiramos un árbol nos encarcelan 20 años”, dice el primer indígena, y la voz se le quiebra. Al borde del llanto, prosigue: “Nos hemos rebelado, pero no hemos encontrado solución. Nos han matado a los líderes”.

No exagera. Apenas este 3 de enero fue asesinado Aldegondo Ortega Pérez, quien luchó 16 años por su pueblo. Por supuesto, el crimen está impune y no parecen existir verdaderas investigaciones judiciales para esclarecer lo que es secreto a voces: lo mataron los caciques de la cabecera municipal, mestiza y priísta.

Además, tienen un compañero preso en el penal de Pachuca desde hace seis años, Eloy Guerrero. Otros más acaban de salir liberados después de varios años de castigo, por defenderse de las autoridades que les había secuestrado y desaparecido compañeros. Dos más, Angel Pérez y Serafín Cruz, son prófugos, pues tienen órdenes de aprehensión.

“No me lo van a creer, pero nuestras familias bajan con su cubeta de chilacayote y no tenemos derecho a vender. Los pasajes para bajar cuestan 10 pesos, y si no vendemos, ¿cómo nos regresamos?”, dice el representante nahua ante los demás grupos y organizaciones adherentes de la Sexta que participan en la reunión.

Tulancingo es “la ciudad” para estos pueblos. Y como suele ocurrir, es una urbe media, conservadora y racista, aunque la mayoría lo niegue; cómo van a despreciar a los indios, si son invisibles. Aquí se localizan las oficinas institucionales que los reprimen, dividen o pastorean: PGR, Profepa, Conadepi. “Quisimos hacer una asociación sin partidos políticos, pero no funcionó porque no tenemos derecho. Si no sabemos hablar, ¿creen que vamos a usar computadora?”

Estos campesinos han cruzado el umbral de la lamentación y la impotencia, están más allá, y por eso lo que demandan ahora es autonomía, como municipio indígena organizado y regido por la “ley consuetudinaria”, la de sus pueblos. No parecen muy al tanto del movimiento indígena que se ha estructurado en los lustros recientes en el resto del país. Pero algo cambió ya, irreversiblemente. Y como le dice el subcomandante Marcos y les reiteran otros adherentes de la otra campaña, ya no están solos.

Los funcionarios “piden muchos trámites para trabajar por el pueblo”. Los proyectos gubernamentales “los hicieron para que nos dividamos. Nos han bloquedo. El (programa) Oportunidades a veces lo quitan, a veces dicen que no llegó el dinero. No podemos salir adelante. Algunos se van a trabajar a Estados Unidos, otros mejor se matan”.

La minoría mestiza en el poder, reducida en realidad a la familia Sosa y sus allegados en Acaxochitlán, controla la producción de bosques, siendo que éstos son propiedad de los pueblos indígenas, que además siembran y cuidan las reservas de coníferas. Pero son los únicos que no pueden cortarlos ni para leña. Mientras los madereros poseen permisos de la Profepa que les permiten sacar toneladas de madera en rollo, las familias indígenas que corten leña van a dar a la cárcel.

Después de la reunión, en entrevista, uno de los representantes indígenas de Acaxochitlán describe la escena reciente de una familia que fue detenida y conducida a la cárcel por transportar leña en sus propias tierras. “Y allí los llevaron en la patrulla, y trajeron atrás al burro, todavía con la carga”.

Han aprendido a desconfiar de todos: “Los religiosos, pagados por los gobernantes, nada más le dicen al pueblo ‘tienes que hacer esto’, al gusto de los que mandan”. Aclaran que lo mismo hacen los curas católicos y los predicadores “evangélicos”, quienes comparten otro rasgo: sólo hablan castellano en un área donde la lengua nahua es predominante y para muchos única.

“Las comunidades que hablamos náhuatl queremos ser autónomos, a ver si así podemos defendernos”. Explica que los pueblos mestizos del municipio, que ocupan un área distinta, también son marginados. “A lo mejor podemos pelear junto con los mestizos, pero nos han dividido porque les dan despensas para que los demás no dejen pasar estas ideas que nosotros traemos”. Los no indígenas habitan en otros 18 poblados y colonias de Acaxochitlán.

El indígena, que no menciona su nombre, reconoce: “Nosotros nos ponemos en riesgo por la lucha. Queremos ser autónomo para distribuir el dinero que nos corresponde y nunca llega, porque se lo quedan las autoridades. Cuando supimos que estaban en Chiapas los zapatistas quisimos ir a verlos, pero no nos alcanzó el dinero para llegar con ellos y preguntarles. Y pensábamos, ojalá algún día nos veamos”, concluye, felicitándose de poder dirigirse hoy al subcomandante Marcos.

Toma la palabra otro miembro de Aitepe Macehual Tlapaleguiani: “Vemos que a nuestros muchachos les cuesta trabajo estudiar y no llegan a escuelas superiores. Y si sí, no les dan trabajo o les dan uno malo. Los acarreadores de nuestros productos somos los más pendejos. Ellos se quedan con los millones que llegan del gobierno y nunca vemos en las comunidades. Somos marginados, y para colmo indígenas.

“Nos utilizan como ellos quieren. Nos emborrachan y ‘fírmale que ya llegó esto de Oportunidades’. No tenemos una capicidad de entender. Los talamontes están bien organizados, pero nosotros no podemos usar la leña para cocinar, para bañarnos, para nada”.

Además, la policía municipal “protege” de los indígenas los bosques que son propiedad de los pueblos. Y protege a los talamontes con permiso de la Profepa, y también a los saboteadores que provocan incendios intencionales en esta época del año, para despojar de la madera a los pueblos con el pretexto de que se murieron los árboles, y hasta los culpan de autoincendiarse. O sea que siempre pierden. Tuvieron ganado, pero los abigeos de los caciques acabaron por despojarlos de casi la totalidad de sus reses.

Más allá de la indignación y la derrota, estos campesinos hablan desde un dolor vivo. “Hubo elecciones, con cientos de votantes ‘de más’. Ibamos a hacer un paro para que no pudiera tomar la presidencia (el alcalde priísta ‘electo’ el año pasado). Ese día nuestro líder fue muerto a balazos en su casa”. Y agrega: “Los sacerdotes también se han vuelto cobardes; aunque son nuestros ‘defensores espirituales’, nos aconsejan que no peliemos nuestros derechos”.

Cuenta que en algún momento encaró al alcalde: “Tú ganas 60 mil pesos y no tienes hijos. Yo tengo nueve hijos y me ofreces un trabajo de mil 200 pesos quincenales”. Y hace reír a la concurrencia por primera vez: “La verdad, yo no le tengo miedo a la muerte. Le tengo más miedo a mi mujer”.

Luego se refiere a la zozobra constante, porque los muchachos que se van al otro lado no pueden llamar en ocasiones y no saben de ellos. Y también menciona a los maestros que no enseñan, que le pagan a otro que no sabe para que vaya a las clases en su lugar. “A veces están en la cantina y les preguntamos ¿cuándo vas a enseñar a nuestros niños?’ y nos dicen ‘ahí otro día’, y siguen tomando”.

El territorio indígena de Acaxochitlán posee un río importante, el Chimalapa, y hasta unas cascadas que el gobierno de Hidalgo promueve como atractivo turístico. “Podríamos aprovechar para criar peces y venderlos bien, pero el gobierno municipal nos lo contamina con sus drenajes y deshechos, y entonces nuestra agua no sirve”. Por lo mismo, las mujeres deben caminar hora y media para el acarreo de un garrafón de agua.

En la reunión de adherentes participan también los colectivos Contra el Poder, Paraíso (o “No te entumas”) y La Comuna; este último, promovido por graduados politécnicos que volvieron a Tulancingo, señala un tema muy hidalguense, la migración: “Un fenómeno de ida y vuelta. Nuestros hermanos centroamericanos que tratan de buscar aquí una vida mejor también sufren la explotación y el maltrato que se da a los mexicanos. La policía municipal los utiliza como esclavos”.

Otros adherentes de la Sexta son maestros de la CNTE y egresados de la desaparecida normal rural El Mexe, así como jóvenes del Frente Popular Revolucionario de Apan, Ciudad Sahagún y Tulancingo, con trabajo en las fábricas textileras y las colonias urbanas.

Más tarde, el subcomandante Marcos habló en un acto público de la otra campaña en la plazuela de la Casa de Cultura de esta ciudad, cuna de dos ilustres protagonistas de nuestro siglo XX: el escritor-boxeador por excelencia, Ricardo Garibay, y el Enmascarado de Plata, el Santo, único luchador a la altura del mito. El acto vespertino fue vigilado por policías armados con armas de grueso calibre, o bien con grandes perros entrenados. Marcos no dejó pasar por alto el miedo del gobierno municipal priísta a una concentración pacífica de menos de 200 personas.